De Rilke a Modersohn-Becker, un viaje a los albores de Worpswede
‘Estar aquí es espléndido’, de Marie Darrieussecq y ‘Concierto sin poeta’, de Klaus Modick, nos sumergen en el ambiente de esta colonia de creadores que repensó el arte a principios del siglo XX y en sus intensas relaciones personales, que ninguno de ellos olvidaría después
Entre las noches del 31 de octubre y el 2 de noviembre de 1908, un año después de la prematura muerte de la artista Paula Modersohn-Becker, Rainer Maria Rilke compuso en París su atormentado y largo Réquiem a una amiga. «No fue que al morir tú sintiéramos espanto, /lo que sí nos afecta es que tu brusca muerte /en tinieblas nos deja, separando el futuro /del pasado; ordenar todo esto ha de ser /el trabajo que habremos de hacer con todo ahora», escribió el poeta.
Destinados a encontrarse, Rilke y Modersohn-Becker, venían sin embargo de mundos muy diferentes. Él había nacido en Praga en 1875 y había tenido una infancia complicada. Hijo de un oficial ferroviario, su madre se separó de él y se instaló en Viena junto a su hijo. Pero la relación maternofilial tampoco fue fácil. Atormentada por la muerte de su primogénita, Sophie Entz vistió al pequeño Rilke de niña durante cinco años y poco después murió.
La joven Becker, en cambio, había nacido en Dresde un año después que Rilke, en 1876, y había crecido en un ambiente cultivado y acomodado. Hija de un ingeniero y de una mujer de familia ilustre, vivió una infancia aparentemente feliz solo enturbiada, que se conozca, por un trágico accidente cuando tenía 10 años, ocasionado por un derrumbamiento de tierra que la enterró a ella y a sus dos primas mientras jugaban —una de ellas murió asfixiada en aquel triste suceso.
Worpswede, arte y sueño
Con todo, fue a principios del siglo XX cuando los caminos de ambos se cruzaron en la bucólica colonia de artistas de Worpswede, fundada algunas años atrás por Fritz Mackensen, Hans am Ende y Otto Modersohn, a quienes más tarde se unirían Fritz Overbeck, Heinrich Vogeler y Carl Vinnen. «Rainer Maria Rilke y Paula Becker tienen veinticuatro años —escribe Marie Darrieussecq en Estar aquí es espléndido (Errata naturae)—. La muchacha que no quiere ser institutriz conoce al muchacho que no quiere ser militar. Ella viene de París, él viene de Rusia. Estamos a finales del verano de 1900. El mundo arranca apenas para ellos».
De Darrieussecq a Klaus Modick y su Concierto sin poeta (Periférica) hay apenas un suspiro. Los dos libros, cada uno en su estilo, cada uno a su modo, empastan tan bien en lo que cuentan, que pareciera que se han puesto de acuerdo a la hora de escribirlos. No es el caso, pero el resultado es toda una experiencia de lectura que sumerge al lector en el mágico ambiente de Worpswede.
«La luna casi llena se levantaba por encima de los álamos y de los abedules, y generaba una corriente de luz plateada amortiguada —describirá Klaus Modick en su libro la colonia de creadores—. La explanada con las urnas lucía blanquecina como espolvoreada con flores de manzano. Justo por detrás se formaban jirones de niebla que se convertían en velos más densos, y enfrente estaban los árboles plantados como puertas hacia otro mundo. Las risas, los ruidos y los cánticos en la casa se volvieron más tenues. Ese mundo extraño, plateado, habitado por seres fabulosos, esperaba intacto bajo la negrura del cielo, y mientras duraba ese cuento de hadas de la luna con las estrellas y las figuras ondulantes, todo seguía siendo arte y sueño, y nada ni nadie se volvía real».
Paula Modersohn-Becker, el retrato auténtico de la mujer
Pero mientras que Modick se centra más en la figura de Rilke y, en concreto, del pintor y fundador de la colonia, Heinrich Vogeler, Darrieussecq centra la mirada en Paula Modersohn-Becker, en su paso por Worpswede, sus inquietudes artísticas, su amistad con Clara Westhoff —con quien tiempo más tarde Rilke contraerá matrimonio— y su propia relación con el aclamado poeta, con quien mantendrá una especie de romance de idas y venidas a lo largo de los años.
Pionera del movimiento expresionista en la Alemania de finales del siglo XIX, Modersohn-Becker desafió la representación del cuerpo femenino y de la vida doméstica en el arte, y fue la primera pintora en autorretratarse desnuda y embarazada. Casada con el también pintor Otto Modersrohn, Darrieussecq reconstruye a una artista agitada por sus inquietudes artísticas, que busca convertirse en «alguien», «ni Modersohn, ni Becker: alguien», y que viaja, huye si acaso de su matrimonio, a París para seguir formándose.
«En la obra de Paula hay mujeres de verdad. Mujeres que no posan ante un hombre, que no son vistas a través del deseo, la frustración, la posesividad, la dominación, la contrariedad de los hombres»
«En la obra de Paula hay mujeres de verdad —describe la autora—. Mujeres que no posan ante un hombre, que no son vistas a través del deseo, la frustración, la posesividad, la dominación, la contrariedad de los hombres». Y también, prosigue, hay bebés de verdad. «En los cuadros de Paula se ven unos bebés que yo nunca antes había visto en la pintura, pero igualitos a los que he conocido en la vida real». Una opinión que el propio Rilke comparte durante las noches de insomnio de su réquiem:
«Porque a éstas, a las frutas plenas, las comprendías.
Las ponías en fruteros ante ti,
y con colores equilibrabas su peso.
Y como a las frutas, veías también a las mujeres,
y veías a los niños, desde dentro,
empujados hacia las formas de su existencia.
Y al final te veías a ti misma como una fruta,
te sacabas de tus vestidos, te llevabas
ante el espejo y toda tú te dejabas caer en él,
menos la mirada; ésta se quedaba, enorme, frente a él,
y no decía: Esto soy yo; no, decía: Esto es».
Pero Darrieussecq, que en enero publicará además en España su célebre obra Marranadas (Tránsito) —una sátira feminista del capitalismo y del heteropatriarcado—, no se deja seducir por la lírica y, entre sus páginas, encuentra espacio también para la reivindicación de esta pintora, poco reconocida en vida, hoy figura esencial de los artistas de Worpswede. «Y ahora son los mismos quienes preparan una suerte de gloria a este trabajo —cuenta que escribía Rilke a Sidonie Nádherny el 8 de noviembre de 1908—, los mismos que la entorpecieron, la retuvieron lejos de su soledad, de su progreso». Pero, se plantea la autora, «¿y qué hizo Rilke en favor de su posteridad al no nombrarla jamás?».
Rilke, desagradecido y gocéntrico
Y es que, antes que Darrieussecq o Modick, el propio poeta había escrito ya sobre los pintores de Worpswede. Sin embargo, ni Paula Moderson-Becker ni Clara Rilke-Westhoff, su esposa, aparecían en este libro. «Por mucho que Clara estudiara obedientemente en el taller de Rodin, para Rilke las mujeres eran amantes, musas en el mejor de los casos», cuenta Klaus Modick en su libro.
De Lou Andreas-Salomé, quien colaboró con Nietzsche en sus trabajos filosóficos, a Clara Westhoff o la misma Paula Moderson-Becker, los romances que mantuvo el poeta nos muestran a Rilke como una persona carismática con una personalidad atractiva: «Con sus ojos de color verde pálido, ligeramente saltones, su abundante cabello rubio oscuro sobre la frente alta, las puntas del bigote, que le cuelgan con aire melancólico sobre las comisuras de la boca, y su perilla inspirada en la moda rusa, Rilke no es en absoluto lo que podría llamarse un hombre guapo, pero irradia esa mezcla extraña de tierna caballerosidad y necesidad de protección, de arrogante seguridad en sí mismo y timidez adolescente, una severidad y un encanto indefinible que seduce y hace que se derritan las mujeres».
Más allá de los vaivenes románticos del escritor, en Concierto sin poeta, Modick reconstruye los inicios en la colonia de artistas y los logros personales de Heinrich Vogeler, que ejerce de narrador en la sombra. En Estar aquí es espléndido Darrieussecq lo describe como «hijo de un próspero quincallero de Bremen, se gasta la herencia pintando al estilo prerrafaelita y acondicionando la Barkenhoff, una soberbia casa art nouveau en Worpswede. Más tarde se hará comunista, transformará la vivienda en orfanato, pintará realismo socialista, y se casará con una anarquista después de que su primera esposa renuncie a vivir en comuna. Combatirá el nazismo, se marchará a la URSS, y morirá en un gulag en Kazajistán en 1942».
«Él solo habla de sí mismo. Yo, mí, me, conmigo. Ese es el discurso, pero ese no es el modo correcto de escribir sobre arte»
Consciente de sus limitaciones artísticas, según describe Modick, el autor alemán recrea también su peculiar amistad con Rilke, con quien mantuvo, una relación de amistad, a veces interesada por parte del poeta. Es Vogeler, quien le abre las puertas de Worpswede por primera vez y a lo largo de los años será su benefactor, ayudándole económicamente y presentándole a sus influyentes contactos, algo que Rilke no agradecerá oportunamente. De hecho, el genio no sale muy bien parado de este retrato en el que una ficcionada Modersohn-Becker llega a decir: «Él solo habla de sí mismo. Yo, mí, me, conmigo. Ese es el discurso, pero ese no es el modo correcto de escribir sobre arte. Y luego están esas precauciones y el temor a estropear la relación con alguien que pudiera serle a uno de utilidad más adelante en la vida».
Pero pasan las páginas, como pasa la vida, y los desencuentros se funden con los encuentros mientras estos personajes se enfrentan a sus propias contradicciones, sus ansias, sus miedos y sus carencias. Así, como uno más de sus paisajes, los artistas van desfilando en estos retratos que esbozan Darrieussecq y Modick en los que las relaciones y las influencias de unos sobre otros componen un particular cuadro de la época y de un momento clave del arte de los albores siglo XX.