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En la muerte de Ronnie Spector: aquellos grupos de chicas

« Cuando ella logró escapar de aquellos cuatro años de infierno, su carrera artística estaba arruinada y descubrió, además, que el aprendiz de Pigmalión le había estado esquilmando sus royalties por las ventas de discos»

En la muerte de Ronnie Spector: aquellos grupos de chicas

Europa Press

Ha muerto Ronnie Spector, la chica que cantaba Be My Baby con el trío The Ronettes en los años 60. Un cáncer inesperado se la ha llevado a los 78 años el pasado miércoles en Connecticut. En sus últimas voluntades, según ha informado Efe, pedía a sus allegados y admiradores que, en vez de comprar flores para el funeral, hicieran donativos a los refugios locales de mujeres o al American Indian College Fund.

«Ronnie vivió la vida con brillo en los ojos, una actitud orgullosa, un sentido del humor genial y una sonrisa en la cara», ha declarado su familia en un comunicado. Sin embargo, su historia no es un cuento de hadas al uso y el príncipe azul resultó ser un marido maltratador y empresario explotador llamado Phil Spector, que acabaría con sus huesos en la cárcel condenado por homicidio. Ella le había dejado un par de décadas atrás, renunciando al dinero y la fama para recuperar la libertad y la cordura, como cuenta en su autobiografía Be My Baby: cómo sobreviví al rímel, las minifaldas y la locura (1990).  

Sobre qué clase de tipejo era Spector ya hemos escrito aquí anteriormente e incluso hice una playlist bastante exhaustiva que recopila sus mayores logros artísticos como compositor, productor e inventor del cacareado wall of sound: apabullante fondo orquestal que confería un barniz casi épico a cualquier canción e intérprete que le echaran en suerte. Tampoco vamos a extendernos demasiado sobre la vida y obra de nuestra querida Ronnie, puesto que estos días abundarán los obituarios que ensalcen, no solo su carrera musical, sino su faceta de superviviente y de icono de la moda femenina. Por si les dan pereza los largos panegíricos post-mortem, les haré uno razonablemente resumido y pasamos al tema que de verdad nos ocupa, que son los grupos de chicas de los 60.

Nacida como Veronica Yvette Bernett en 1943 en New York, Ronnie creció en el barrio de Washington Heights de Manhattan, un vecindario con mayoría de emigrantes de origen dominicano. Durante su adolescencia, ya cantaba con su hermana y su prima, inspiradas por Frankie Lymon y los Teenagers. Estelle, que trabajaba en los grandes almacenes Macy’s y estudiaba en el Instituto de la Moda, ayudó a diseñar el look del grupo, con su pelo cardado en forma de colmena, sus vestidos ajustados y su abundante maquillaje: la estética que luego copiaría Amy Winehouse.

En plena era de segregación, el trío destacaba por su exotismo étnico, ya que las hermanas Bennett tenían sangre afroamericana, india e irlandesa, mientras que Nedra Talley agregaba a la mezcla ancestros puertorriqueños. Además, no se vestían como muñecas ni se mostraban falsamente modositas como otras formaciones femeninas coetáneas. «No teníamos miedo de ser atractivas. Ese era nuestro truco», explica Ronnie en sus memorias. «Cuando veíamos a las Shirelles con sus amplios vestidos de fiesta, íbamos en dirección contraria y apretujábamos nuestros cuerpos en las faldas más ajustadas que encontrábamos. Luego salíamos al escenario y las subíamos para mostrar aún más las piernas».

En 1961, firmaron su primer contrato con Colpix Records, que lanzó I Want a Boy y otros singles bajo el nombre de Ronnie and the Relatives. Tras una audición en 1963, el rey midas del pop de la época, Phil Spector, las contrató para su sello discográfico Philles y las rebautizó como The Ronettes. Aquel mismo verano, publicaron el clásico inmortal Be My Baby. 

«Esa canción maravillosa de Jeff Barry, Ellie Greenwich y el propio Spector, grabada por las Ronettes el 5 de julio de 1963 en los estudios Gold Star de Los Ángeles, con el equipo de músicos conocido como Wrecking Crew, con arreglos de Jack Nietsche y piano de Leon Russell, con esos golpes de bombo de Hal Blaine anunciando la voz transparente de Ronnie Spector, debería ser considerada patrimonio de la Humanidad», apunta Luis Lapuente en Efeeme.

El tema se convertiría en un éxito planetario, al cual seguirían títulos inolvidables como Baby I Love You o Walking in the Rain, una gira nacional de 14 actuaciones en 1966 como teloneras de los Beatles y su participación con tres canciones (I Saw Mommy Kissing Santa Claus, Frosty the Snowman y Sleigh Ride) en A Christmas Gift for You from Phil Spector (1963), el álbum de villancicos más legendario de la historia del pop. 

Para entonces, The Ronettes ya se habían mudado a California bajo el férreo control de Spector, que primero se hizo amante de Ronnie, luego disolvió el grupo en 1966 y, un año después, se casó con la vocalista, para encerrarla posesivamente en su mansión de las afueras de Los Ángeles, custodiada por perros y vallas con alambres de espino. Cuando ella logró escapar de aquellos cuatro años de infierno, su carrera artística estaba arruinada y descubrió, además, que el aprendiz de Pigmalión le había estado esquilmando sus royalties por las ventas de discos. ¡El trío había cobrado algo menos de 15.000 dólares cuando firmó con Philles Records y jamás recibió ningún otro pago!

A finales de los 80, cuando se decidieron a  demandarle, se supo que en 1974 Ronnie había tenido que renunciar por escrito a todos los beneficios futuros de las grabaciones para obtener el divorcio. Según su declaración, Spector la había amenazado entonces con asesinarla si no firmaba. La batalla judicial duró 15 años hasta que, en el 2000, las demandantes obtuvieron una indemnización de 2,6 millones de dólares… que luego perderían dos años después en el recurso de apelación.

El resto de la trayectoria de Ronnie fue un intento permanente de mantenerse en activo colaborando con figuras como Bruce Springsteen o Eddie Money, que se declaraban fans incondicionales. Las canciones de su etapa dorada han sido grabadas después por numerosos artistas y ese inolvidable repertorio de himnos al amor y desamor adolescente sirvió igualmente a la industria cinematográfica para realzar escenas cumbres de filmes icónicos como Mala calles (1973, Martin Scorsese) o Dirty Dancing (Emile Ardolino, 1987). Ahora su vida va a convertirse en un biopic protagonizado por Zendaya y las nuevas generaciones podrán descubrir el encanto de The Ronettes y de todos aquellos grupos femeninos que conquistaron las ondas y las listas de ventas en la primera mitad de los 60, junto antes de que estallase el fenómeno de la Beatlemanía, dejando un asombroso filón de grandes canciones.

Eran los tiempos en que el rock’n’roll primitivo parecía eclipsarse, para alborozo de la opinión pública conservadora y de una industria timorata. Con Elvis Presley vestido de soldado en Alemania, Little Richard convertido en predicador, Buddy Holly y Eddie Cochran fallecidos, Chuck Berry cumpliendo pena de cárcel y Jerry Lee Lewis defenestrado cuando se descubrió que se había casado con su prima de 13 años sin divorciarse de su anterior esposa, el show business recurrió a los ídolos de high school: jovencitos con voz almibarada que entonaban asépticos estribillos romanticones y no tenían reparo en dejarse guiar en sus decisiones artísticas. 

De repente, el circuito musical había quedado en manos de cientos de buenos profesionales (productores, compositores y arreglistas) cuya encomiable labor en la sombra terminaría generando un enorme caudal de composiciones inmortales y grabaciones con excelente acogida comercial. Qué importaba si eran discos de laboratorio donde el artista de la portada sólo ponía la imagen y la voz y el verdadero responsable figuraba en segundo plano. Aquella forma de trabajar revolucionó, a su manera, la industria de la música y abrió vías creativas con canciones que han quedado como síntesis del mejor pop.

No hacía falta que la estrella supiera componer, ya que había una caterva de gente con talento dispuesta a asumir dicha responsabilidad, especialmente en Nueva York, donde los editores Al Nevins y Don Kirshner habían fundado en el edificio Brill, cerca de Broadway, una especie de escuela de autores que funcionaba de maravilla. Las estrellas de la escudería eran la pareja formada por Carole King y Gerry Goffin, matrimonio que se conoció cuando empezaron a trabajar juntos escribiendo él las letras y ella la música. Aunque su primer logro fue el Will you love me tomorrow? (1960) para las Shirelles –tema que, por cierto, da título al libro fundamental sobre esta época, firmado por Charlotte Greig–, su prestigio crecería como la espuma en años venideros llegando a   firmar cientos de éxitos. Otros tándems prestigiosos de aquella camada fecunda fueron los formados por Howie Greenfield y Neil Sedaka, Doc Pomus y Mort Shuman, Burt Bacharach y Hal David, Barry Mann y Cynthia Weil, Jeff Barry y Ellie Greenwich, Jerry Leiber y Mike Stoller…. Sin ellos es imposible entender más de mil títulos que vendieron millones de copias y han terminado convirtiéndose en standards en décadas sucesivas.

La mayoría de estos genios puso inicialmente su talento al servicio de solistas y grupos vocales masculinos, al estilo de los Platters, los Drifters, los Coasters o Dion and The Belmonts, que llegaron a inventar un subgénero levemente emparentado con los cantos eclesiásticos y bautizado como doo wop por ser ésta una de sus frases más recurrentes. Pero enseguida los managers y ejecutivos discográficos se dieron cuenta de que las chicas podían convertirse en un auténtico filón y a ello aplicaron toda su energía.

Las mujeres no habían jugado un papel demasiado estelar en el rock de los 50, con las honrosas excepciones de Brenda Lee, Connie Francis, Wanda Jackson y alguna más. Aquella música descarada y rebelde no parecía adecuada para el estereotipo femenino de la era Eisenhower. Así que la eclosión de los girls groups, a comienzos de los 60 –hasta 1.500 agrupaciones femeninas en todos los Estados Unidos–, resultó un hallazgo y dejó una fenomenal cosecha de material sonoro.

«Aquella música fue quizás la más cuidadosa y bellamente elaborada en todo el rock’n’roll», sentenció Greil Marcus en The Rolling Stone Illustrated History of Rock & Roll (1992). Y no se equivocaba demasiado.

«No son militantes de un proto-feminismo musical. Ni siquiera pueden aspirar a proclamarse portavoces de su sexo. Pero ¡qué revelación! El amor juvenil visto desde el otro lado, con registros que van desde lo sentimental hasta lo incitante. Voces dulces, seductoras y con frecuencia exuberantes. Testimonios de los deleites –y las desdichas– del sentimiento amoroso en edad tierna. A pesar de las cataratas de lágrimas, al final del arco iris hay un letrero que dice: ‘¡Qué grande es ser joven!’. Y aunque estén teledirigidas por tal o cual caballero, su mera presencia permite que otra visión de las relaciones chico-chica quede reflejada en surcos cargados de atormentada inocencia», resumía el fenómeno Diego Manrique en la Enciclopedia del Rock de El País (1987). 

«Una de las características del sonido de los girl groups es que aparecieron habitualmente en pequeñas compañías independientes (Tiara Records, Philles, Scepter Records, Red Bird, Laurie…), al amparo de talentos frescos que estaban perfilando el nuevo diseño de la música adolescente, menos estridente que el rock and roll, pero conectado con los deseos y fantasías de sus oyentes potenciales», añade Manrique.

O sea que ya funcionaban sellos como estos en Norteamérica, mucho antes de que los británicos ochenteros Rought Trade, Factory, Beggars Banquet o Creation reivindicaran para sí haber sentado las bases del espíritu indie. Y su aportación a la historia del pop no es pequeña, a tenor de la cosecha de atractivos grupos e inmensas canciones que obtuvieron en apenas un lustro de actividad, empezando por precursoras como The Shirelles, a quienes corresponde el mérito de inaugurar la década prodigiosa.

Las Shirelles era un cuarteto de compañeras de instituto de Nueva Jersey que se dieron a conocer con un serie de temas como Tonight is the Night, Will You Love Me Tomorrow, Dedicated to the One I Love, Mama Said o Baby It’s You, que fueron intensamente apoyados por la estrella radiofónica de aquellos días, el excéntrico Murray the K, que animaba el programa All Star Rock Shows en la emisora neoyorquina WINS, y entraron todos al top 5 de las listas. Tras ellas, vino el boom meteórico de nombres como The Crystals (He’s A Rebel, Da Doo Ron Ron, Then He Kissed Me, He Hit Me) –que convirtieron a su protector, Phil Spector, en millonario con solo 21 años–, The Chiffons (He’s So Fine), The Shangri-Las (Leader of the Pack), The Marvelettes (Please, Mr. Postman), The Dixie Cups (Chapel of Love) y, por supuesto, The Ronettes.

Algunos de esos grupos se creaban específicamente para dar vida a una determinada canción, como es el caso de figuras de un único éxito –one hit wonders, los llaman por allá– como The Chantels (Maybe), The Honeys (He’s a Doll), Exciters (Tell Him), The Angels (My Boyfriend’s Back) o The Toys (Lover’s Concerto). Y hay muchos otros nombres a explorar como The Blossoms, The Cookies, The Gypsies, The Murmaids, The Dynells…

La mayoría, a pesar del triunfo inicial, terminaron desgastadas por las giras interminables y sin sacar demasiados beneficios de su efímero éxito juvenil.

Pero hubo también quienes consiguieron perdurar en el circuito, como las poderosas Martha and the Vandellas (Dancing in the Streets) o las sugerentes The Supremes (Where Did Our Love Go?), ambas procedentes de la escudería Tamla-Motown de Detroit. 

Su influencia pronto fue reconocida por bandas del otro lado del Atlántico, como los Beatles, que en sus inicios llegaron a grabar covers de las Shirelles (Boys y Baby it’s you), las Marvelettes (Please Mr. Postman) o las Cookies (Chains). Y esas ingenuas historias de seducción han seguido llegando al corazón de oyentes propensos a la lagrimita melodramática en sus grabaciones originales o en adaptaciones registradas por estrellas posteriores como Phil Collins (You Can’t Hurry Love, de The Supremes), los Ramones (Baby I Love You, de The Ronettes) o Hole (He Hit Me, de The Crystals). Aunque sus auténticas protagonistas hayan caído en el olvido o pasado a mejor vida –como Ronnie–, la magia permanece.

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