Eva Longoria documenta el icónico combate entre Julio César Chávez y Óscar de la Hoya
El ring reveló un cisma cultural sobre la identidad de los inmigrantes mexicanos en EE.UU.
El 7 de junio de 1996, el hogar de Eva Longoria vivió un cisma generacional. Como el resto de la comunidad latina afincada en EE.UU., su familia tenía el corazón partido entre los dos boxeadores que iban a enfrentarse aquella noche en el Caesars Palace de Las Vegas: Julio César Chávez, mexicano de nacimiento, y Óscar de la Hoya, estadounidense de primera generación.
Aquel evento trascendió su entidad deportiva para elevarse a manifestación cultural de los problemas de identidad de los hijos de inmigrantes en el país de las barras y estrellas.
«Los deportes son políticos y no solo representan a un microcosmos, sino a la sociedad en toda su amplitud. A ese respecto, el boxeo no se ha privado de utilizar la raza y la etnicidad para crear un espectáculo teatral y en aquel combate fue como si se nos dijera que había dos formas de ser mexicano», apunta durante el metraje el profesor de deporte y sociedad del centro Pitzer College de California Rudy Mondragón.
«No me interesaba recoger la parte de los golpes y los ganchos, sino explorar un dilema con el que todavía lidiamos como comunidad, qué significa ser suficientemente mexicano en Estados Unidos»
Eva Longoria Bastón, directora de ‘La guerra civil’.
El año pasado se cumplía un cuarto de siglo de esta gesta que abrió una brecha entre los aficionados latinos al boxeo y reveló una controversia latente. «No me interesaba recoger la parte de los golpes y los ganchos, sino explorar un dilema con el que todavía lidiamos como comunidad, qué significa ser suficientemente mexicano en Estados Unidos», especifica Longoria.
La naturaleza polisémica de aquella pelea ha sido elegida por la actriz de Mujeres desesperadas para su debut como directora en el formato largo. El documental se titula La guerra civil y acaba de ser estrenado en el Festival de Sundance.
El sufrimiento de México hecho púgil
Aquella jornada histórica, Julio Chávez tenía 33 años y aureola de leyenda, con un record de 87 victorias consecutivas, hoy todavía imbatido. Para el oriundo de Ciudad Obregón, el boxeo era como el toreo. Lo ejercía con dolor y estoicismo. Era el ejemplo de una técnica que pasa por encajar 10 golpes y responder con dos contundentes.
«Se puede ver como una metáfora de la vida de los mexicanos en EE.UU., llena de angustia y dificultad, porque no es fácil triunfar en este país», razona el comentarista deportivo Ron Borges.
Chávez representaba, por tanto, a la comunidad latina sufriente y marginada en su país de acogida. Los inmigrantes se identificaban con él. Era respetado por igual por papas de Roma, presidentes, señores de la droga y gente corriente, incluido el padre de Óscar de la Hoya.
Tan de aquí como de allí
De la Hoya contaba entonces 23 años de edad y vivía el boxeo como una forma de arte. Le apodaban el Chico del Oro del Este de Los Ángeles. Había crecido en un hogar mexicano. De hecho, su madre no hablaba inglés. Al empezar el colegio, experimentó un cambio motivo por el proceso asimilación de la cultura estadounidense.
Así, cuando en 1992 se alzó con la medalla de oro en peso ligero en las Olimpiadas de Barcelona, levantó ambas banderas, la mexicana y la de EE.UU. Los hijos de inmigrantes latinos de su misma generación se sintieron interpelados, porque plasmaba la dualidad de identidades que convivían en su interior.
«Literalmente es lo que la mayor parte de los inmigrantes hacemos en este país: aspirar a ser parte de la sociedad y al mismo tiempo sumar productivamente en nuestra comunidad, lo que para él implicó estar muy orgulloso de ser mexicano al tiempo que representaba al país que le dio la oportunidad de participar en los Juegos Olímpicos», explica la periodista deportiva Claudia Trejos.
Aquel adolescente de 19 años alzó una bandera por orgullo patriótico y la otra por su madre, sin saber que aquello era un acto político.
Mínima gloria máxima
Cuando decidió enfrentarse al icónico Julio Chávez, gran parte de la población latina lo considero un atrevimiento y una falta de respeto. A medida que fue acercándose el día de su enfrentamiento, publicitado como Ultimate Glory, los seguidores latinos empezaron a cuestionarlo y a decir que no era mexicano. Le empezaron a llamar pocho, que es el término que se emplea en la jerga latina para referirse a alguien que no habla bien castellano.
«De la Hoya jugaba al golf y para muchos aficionados al boxeo, el green era donde trabajaban, no donde lo pasaban bien. Lo que no entendió fue que nunca a iba ser lo suficientemente mexicano para la generación de su padre», argumenta Borges.
El día de autos, Bruce Willis se encontraba entre los fans en las gradas que jaleaban a Chávez, y Mike Tyson lo visitó en los vestuarios.
Óscar entró en el palacio de deportes al ritmo de un tema del Sinatra de las rancheras, Chente, vestido con un albornoz que era mitad bandera de EE.UU., mitad bandera del país de sus padres, con capucha tachonada de estrellas. Chávez, en cambio, subió al ring arrullado por la canción tradicional México lindo y querido.
El veterano dependía de su aguante y de su resistencia al dolor. No tenía plan. Óscar, en cambio, llevaba meses entrenando y estudiando los puntos débiles de su rival. Al arrancar la puja, a Julio se le abrió una herida en la ceja del combate anterior y empezó a sangrar profusamente. En la revisión física había conseguido disimular la lesión porque había mucho dinero en juego y él tenía deudas contraídas por su adicción a las drogas y el alcohol.
Aunque de la Hoya se alzó vencedor por KO técnico, fue abucheado por el público. Había ganado la pelea, pero no la batalla cultural.
En el encuentro posterior a la proyección de la película en el festival de Utah, el californiano reflexiona sobre lo vivido: «En aquellos momentos pensaba: soy de EE.UU, pero también de México. Nací en Norteamérica, hablo inglés y español, pero no tengo identidad. No sé quién soy. Creí que al encarar a este icono mexicano al que la gente quería y admiraba en EE.UU., la gente me querría, ya fuera mexicano o mexicano estadounidense, pero, en cambio, hube de enfrentar mucho dolor. Mi corazón está en México pero amo lo que este país ha hecho por mi, las oportunidades que me ha brindado, así que estaba partido por la mitad».
«Hay gente que dice que es 50% mexicana y 50% estadounidense, pero yo les respondo que soy 100% mexicana y 100% estadounidense al mismo tiempo. No tienes que elegir, las dos cosas pueden ser verdad al mismo tiempo»
Eva Longoria Bastón, directora de ‘La guerra civil’.
Como su amigo de la Hoya, Eva Longoria también ha tenido que lidiar con esa confusión, pero ha resuelto su propia incógnita. «Hay gente que dice que es 50% mexicana y 50% estadounidense, pero yo les respondo que soy 100% mexicana y 100% estadounidense al mismo tiempo. No tienes que elegir, las dos cosas pueden ser verdad al mismo tiempo. Nací en una generación a la que le decían que no tuviera acento ni hablara en castellano, pero las cosas han cambiado y es tiempo de celebrar tu cultura y honrarla».