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Cultura

Nicola Lagioia captura en su crónica la noche en que Roma esnifó a sus hijos

Fue un crimen que conmocionó a Italia: el hijo adoptivo de unos vendedores ambulantes fue apuñalado cien veces por dos chicos de clase alta

Nicola Lagioia captura en su crónica la noche en que Roma esnifó a sus hijos

Nicola Lagioia. | ©Musacchio

¿Qué puede suceder entre tres muchachos romanos en una espiral destructiva de tres días con más de mil quinientos euros de cocaína esnifados? ¿Se agrava la situación en el caso de haber dobles vidas o identidades sexuales confusas? ¿Qué lleva a alguien a trazar arabescos con un cuchillo sobre la piel de un prostituto?

En La Ciudad de los Vivos (Literatura Random House, 2022) el escritor italiano da la respuesta a todas estas preguntas de un modo muy literario pero a ritmo de puro true crime, con el resultado final de una obra magnífica en el descenso al pozo humano que solo puede compararse con similares proyectos como A sangre fría de Truman Capote. Pero mientras el americano se inmiscuía en un ambiente rural aquí encontramos que el autor italiano es incapaz de separar el crimen de las propias dinámicas de la ciudad de Roma, por lo que paralelamente la ciudad se convierte en protagonista clamando su decadencia.

Los pasajes psicogeográficos de Roma, o incluso políticos al ejemplarizar la situación de muchos alcaldes de grandes ciudades de referencia internacional, son el bálsamo para una historia complicada de tragar. Dos chavales de clase alta mataron de una forma muy cruel a un prostituto de clase baja, algunos llevaban dobles vidas que sus parientes no sospecharon, había varias adicciones de por medio y, además, el choque político y social entre las víctimas polarizó la sociedad italiana.

Era muy difícil aclarar el caso y por ello Lagioia emplea un largo recorrido que va a ser adaptado en forma de serie para Sky TV. Por ello indaga en la construcción de identidades y orientaciones sexuales tanto como gestiona la comunicación con los familiares. 

Asistirá al festival BCNegra 2022 para presentar la traducción al castellano de la crónica y participará en una mesa el viernes 11 de febrero a las 18: ‘Tlön, J.L. Borges’ junto a Cruz Morcillo moderada por el periodista Miquel Molina.

Nos sentamos para hablar con Lagoia y empezamos charlando de los aspectos más logísticos de un proyecto así. Hubo una primera fase de casi dos años de quedar con gente, gestionar el recuerdo de gente devastada, algo que se hacia difícil pero humano, con la ventaja que a veces parecía que hablar sirve para exorcizar. Luego necesitó dos años más para ordenar el material que efectivamente tiene una estructura más cercana a la crónica que a la novela negra: «Dar orden a algo que no lo tiene forma parte del trabajo del escritor».

En la novela quedan cristalinos sus motivos para obsesionarse con el crimen y me sabe mal volver a preguntar lo que ya ha explicado perfectamente: la rabia de juventud con sus padres lo llevaron a cometer imprudencias que, solo por azar, no terminaron de forma horrenda. Esa empatía con la juventud furiosa es la del autor, pero también podría ser un elemento generacional de la trama pues gran parte pivota sobre las relaciones millenial con los progenitores. El libro en este sentido es como un terremoto a cámara muy lenta que permite ver como se destruye segundo a segundo la imagen que los padres tienen formada de su descendencia.

Como poco a poco la conversación deriva hacia el tema del mal es hora de hacerle la pregunta: ¿por qué mete al demonio de por medio en una historia tan humana? Al inicio pensé que era un componente demasiado tentador para los romanos, luego recordé que también hubo esos visos en algunos casos macabros españoles. Lagioia incluyó los comentarios sobre la posibilidad de posesión porque quien se lo dijo fue precisamente un coronel de la policía.

Añade: «Conviene hacer una lectura darwiniana de la posesión. Durante milenios la violencia fue una garantía para la supervivencia. Es como si ese mal se hubiera quedado dentro. Cuando nos enfadamos, si somos sinceros, podemos ver que cuesta controlarse y que no somos amos de nuestras acciones emotivas. Hablar de posesiones es una puerta abierta para reconocer históricamente la existencia del mal para poder dominarlo».

Hay un aspecto de la crónica que me resulta obsesivo: la negativa de la joven pareja del asesinado a aceptar que su pareja era prostituto y que así conseguía el dinero para cenas y regalos. Es inevitable preguntarle qué piensa que rumiará esa chica cuando lea su libro y, por ende, todos los afectados. «Al escribir se asumen riesgos. He pensado mucho en Marta». A continuación me explica que el único de los asesinos que sigue con vida tuvo reacciones contradictorias: en una carta dolorosa se vio reflejado y en la otra furiosa opinaba que lo había culpabilizado demasiado. Los amigos del otro implicado afirmaron encontrar destellos del mundo que habitaban entonces. 

Un último elemento de la trama me parecía también generacional: la atención a la construcción de sus masculinidades y orientaciones sexuales. No había ese detalle en Truman Capote. Choca de forma frontal y dramática el aparente progresismo interior con todos los prejuicios sobre la homosexualidad compartidos por los afectados. Nicola precisa el asunto: «También me fascinaba que a Manuel le preocupara más parecer homosexual delante de toda Italia que un asesino. Eso sucedía en la Italia del orgullo de 2016. Queda mucho por hacer».

La Ciudad de los Vivos se presenta pues como un viaje sin retorno. Primero a una Roma que se muere ahogada en la basura del ser un escaparate turístico. Segundo al abismo cruel en el que caen las máscaras familiares y las amistades, donde el amor se convierte en chantaje. Esa duda es la que siembra el autor y deja un malestar con sabor a true crime que perdura al cerrar el libro. 

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