El drama, una fuente innecesaria de conflicto
Luego de estudiar conflictos en el ámbito legal, la abogada Teresa Arsuaga, nos habla de la importancia de no dramatizar nuestros problemas cotidianos en su obra ‘Daño’
Teresa Arsuaga es Doctora en Derecho, teórica del movimiento norteamericano Law and Literature Studies, escritora y mediadora. Nos la encontramos pendiente del estreno teatral de Daño, un relato de su novela No dramatices, que será dirigida por Ernesto Caballero durante el ciclo de Teatro Urgente. Además, prepara la segunda parte del libro; del cual nos adelanta que, revisado el tema del «drama», el énfasis estará puesto en otro ingrediente primordial del conflicto. Arsuaga también se encuentra realizando un proyecto de investigación en la Universidad de Barcelona sobre el lenguaje de la empatía.
P: En el libro El abogado humanista (2018), que fue Premio Degá Roda i Ventura en 2019, das vida a un abogado ‘ideal’ según los postulados de los juristas James Boyd White y Richard Weisberg, fundadores del movimiento norteamericano Law and Literature Studies ¿Cómo promover en la profesión del Derecho una conciencia que sea capaz de generar un progreso moral y de justicia? ¿Qué puede enseñar la literatura?
R: De este movimiento emerge El abogado humanista, porque observa que, como disciplina, el Derecho como disciplina, estaba adquiriendo un enfoque cada vez más utilitarista, científico y dejando de lado aspectos sustanciales como la interpretación, lectura crítica y escritura de textos; olvidando, además de un cierto sentido de valores éticos y un conocimiento profundo de la naturaleza humana. En el libro recojo diez lecciones sobre derecho y literatura donde muestro de un modo, más práctico que teórico, cómo la literatura podría enseñarnos acerca de estas cuestiones. El derecho no debe enseñarse como una actividad mecánica e impersonal.
¿De dónde nace la idea de formar Asistencia Experta en Conflicto (AEC), el gabinete de mediación del que eres socia y qué buscan tus clientes?
Nace por la necesidad de resolver problemas o conflictos que no precisan de una terapia psicológica y a los que el derecho no da tampoco una respuesta. A terapia se acude cuando uno mismo «es» el problema; pero, muchas veces, simplemente se «tiene» un problema y lo único que se necesita es cierta ayuda para su resolución. El mediador no los resuelve, sino que asiste y acompaña a las partes para que sean ellas capaces de hacerlo. En ese proceso, lo primero que hago es escuchar. Hasta que una persona no siente que su problema ha sido escuchado y comprendido no se pondrá en disposición de colaborar porque estará a la defensiva.
En el libro No dramatices (2021), el ‘drama’ es aquello que confunde o crea los malos entendidos ¿Por qué ocurre esto?
Tiene que ver con los dramas que creamos nosotros mismos en ausencia de verdaderos problemas. Una gran parte de los conflictos no son ocasionados por dramas, sino por estas dramatizaciones tan inconvenientes. Éstas producen malentendidos porque enmascaran otra cosa. Por ejemplo, es frecuente que cuando uno quiere algo lo que termine haciendo no sea pedirlo, sino evidenciarlo como un reproche.
¿Hay una necesidad de querer hacerse notar al crear conflicto? ¿Qué otras características encuentras entre las personas conflictivas?
El deseo de enmascarar algunas debilidades y la reacción inconsciente por salvar nuestra imagen nos hacen sobreactuar, exagerar, enjuiciar y culpabilizar. Son actitudes que yo recojo bajo el término ‘dramatizar’ y que están en el origen de muchos problemas evitables. Parece que tenemos una especie de acto reflejo que nos hace reprochar, culpabilizar cuando nos sentimos débiles, insignificantes o cuando no recibimos suficiente atención y reconocimiento.
En un extracto de tu tesis doctoral «Derecho y Literatura. James Boyd White y Richard Weisberg, dos modelos de crítica literaria aplicada al derecho», señalas: «Ambos autores reivindican entonces que la formación en esta disciplina se dirige precisamente, hacia ese momento central en el que el derecho impacta con la realidad. Es entonces cuando se exige del abogado y del juez observar los hechos, prestarles un significado integrándolos en una narración – de alguna manera siempre literaria- y traducirlos al lenguaje del derecho». ¿Cómo podemos lograr observar los hechos a manera de narración literaria?
Los autores llaman la atención sobre la importancia de la narración, sobre lo enormemente persuasiva que resulta una historia bien contada, mucho más que cualquier razonamiento teórico o conceptual. El abogado deberá entonces construir una narrativa, una versión, que resulte más persuasiva que la de la parte contraria y, en ese proceso, lo primero que hará es escuchar la historia que le cuenta su cliente. Después, deberá traducir todo aquello al lenguaje del derecho. Hacerlo bien no es cuestión de conocer las leyes o de aprender unas reglas sino de dar este tipo de formación más literaria y humanista.
En tus textos, ¿por qué le das un rol fundamental al humor frente al conflicto?
Para afrontar estas actitudes vehementes y generadoras de conflictos que delatan el exceso de importancia que nos concedemos a nosotros mismos, creo que el mejor antídoto es el humor. Reírnos es relativizar, hacer la vista gorda, esto es lo más inteligente que podemos hacer ante lo poco que sabemos de nosotros mismos, no tiene ningún sentido tomarse la vida tan en serio.