Guillotina para el mayor asesino de mujeres
Landru fue ejecutado hace justo un siglo. La policía le achacaba entre 100 y 300 asesinatos de mujeres
Entre 1914 y 1918 la vida no valía mucho en Europa. El continente se veía asolado por una guerra a la que se llamó, simplemente, la Gran Guerra, por sus proporciones monstruosas: nueve millones de soldados murieron en los campos de batalla. Y cuando terminó esa Primera Guerra Mundial vino la gripe, la más terrible pandemia de la Historia, que causó entre 20 y 50 millones de fallecimientos, no hay manera de conocer el número exacto.
Lo mismo pasará con las muertes provocadas en esos años por el hombre al que la guillotina cortó la cabeza hace un siglo, nunca se sabrá cuantas mujeres asesinó. La policía encontró indicios suficientes para acusarle de 11 asesinatos, pero podrían ser muchísimos más, entre 117 y 300, según los investigadores, porque tenía una agenda en la que estaban anotados los datos de 283 mujeres, víctimas de sus estafas. Sabemos su modus operandi en al menos once ocasiones: cuando terminaba de esquilmar a una mujer, para evitar denuncias, la mataba y quemaba su cuerpo.
A las 6 de la mañana del 25 de febrero de 1922, en un día de buen tiempo según las anotaciones del verdugo, cuando estaba a punto de subir los escalones de la guillotina, el abogado de Landru le rogó: «Te defendí con todas mis fuerzas y estoy aquí nuevamente como tu último amigo. Debo saber si ahora debo defender tu memoria. Dime el secreto de tu vida», a lo que el reo respondió: «No, abogado, gracias, pero mi secreto me lo llevo. Es todo mi equipaje».
Henri Désiré Landru es probablemente el mayor asesino en serie de la Historia, pero no tiene nada que ver con esos monstruos psicópatas que aparecen en películas y series. No era el producto enfermo de una agobiosa madre dominante, ni del maltrato infantil, era un buen esposo y padre de cuatro hijos, al que no le llegaba el sueldo de oficinista para mantener a la familia. Comenzó a realizar pequeñas estafas que le valieron varias detenciones, hasta que en 1909 dio un buen golpe. Leyó un anuncio en la prensa donde una viuda, Madame Izoret, buscaba un compañero sentimental.
Pese a su origen modesto y a que era realmente feo, Landru era capaz de componer el personaje de un caballero atildado y correctísimo. Su cuidada barba, la elegancia en el vestir, su labia, cautivaban realmente a las mujeres. Podía decirse que era como proclamaba su segundo nombre, Désiré, Deseado en francés. Madame Izoret tenía unos buenos ahorros, 20.000 francos, una fortuna en la época, y Désiré Landru se los sacó fácilmente con promesas de inversiones. Pero la magia de Désiré no fue suficiente, cuando la viuda vio que su dinero había volado lo denunció, fue detenido y condenado.
Ese primer caso marcaría la carrera criminal de Landru. Había encontrado la fórmula: las víctimas propiciatorias sería mujeres solitarias, entradas en años y con ahorros, anhelantes de la compañía de un buen esposo. La forma de encontrar a su presa también le venía dada: los anuncios matrimoniales de los periódicos. Sólo quedaba arreglar el desenlace, impedir que las viudas burladas le denunciasen. Para empezar, utilizaría docenas de identidades falsas, aunque eso no aseguraba la impunidad… En las temporadas que pasó en la cárcel, rodeado de homicidas, debió darle muchas vueltas a la cabeza en busca de la solución final.
GRAN GUERRA, GRAN MATANZA
En 1914 Landru estaba huyendo de la policía porque le había caído una condena muy grave, ser deportado a la Guayana Francesa. Entonces estalló la Primera Guerra Mundial y todo se desquició, incluidos los valores morales de la sociedad. Una espantosa matanza se producía a diario en los campos de batalla, donde los soldados eran mandados a combatir con las mismas tácticas que Napoleón, sin que sus mandos tuvieran en cuenta las ametralladoras y la artillería de tiro rápido. Precisamente durante su proceso, en algún momento Landru argumentó que quienes deberían estar en el banquillo eran los generales que mandaban a miles de jóvenes al matadero.
La Gran Guerra funcionó como una especie de eximente moral para aquel buen padre de familia al que no le llegaba el sueldo a fin de mes. Y además le proporcionaba centenares de víctimas, pues empezó a haber viudas a mansalva. Landru publicó anuncios en los periódicos: «Viudo, dos hijos, 43 años, solvente, afectuoso, serio y en ascenso social desea conocer a viuda con deseos matrimoniales». Y comenzaron a llegarle cartas a cientos. Landru seleccionó como primera víctima a Jean Cuchet, una viuda joven con 5.000 francos ahorrados y un hijo de 17 años. Mató a los dos a principios de 1915 y quemó sus cuerpos en la chimenea de su casa. Ese sería el primer asesinato doble documentado, aunque nunca se sabrá si fue el primero que cometió.
Perfeccionó el método alquilando sucesivamente dos chalets en el campo, donde podía hacer desaparecer los cadáveres en grandes cocinas. A los vecinos les molestaba el mal olor de aquellos hornos crematorios, pero nadie sospechaba que el caballero de los cien nombres estuviese haciendo lo que hacía. Solamente la casualidad permitió detener en 1919 al moderno Barba Azul, como le llamarían los periódicos. Un familiar de una mujer desaparecida le vio por la calle y reconoció al caballero que la cortejaba cuando desapareció.
Landru jamás reconoció sus asesinatos y la policía no encontró un solo cadáver. Halló en el chalet de Gambais, escenario de la mayoría de sus crímenes, montañas de ceniza y algún hueso, pero la ciencia forense no estaba desarrollada todavía. La principal pieza de acusación fue la agenda de Landru, en la que lo apuntaba todo con exactitud de antiguo contable. Allí aparecían 283 nombres de mujer, acompañados de anotaciones que incluían el gasto de los billetes de tren al chalet de Gambais, siempre dos de ida y uno de vuelta.
El proceso fue el gran espectáculo de la Francia de la posguerra. Landru se buscó un célebre abogado, Moro-Giafferi, que además era un hombre político de izquierdas, diputado por Córcega. Haría una defensa impecable y convincente, basándose en la ausencia de cuerpo del delito. Pero fue el propio acusado quien pondría en aprietos al juez y al fiscal con su brillante verborrea, su humor y su aplomo de hombre inocente. «Lo que a la mayoría de los concurrentes agrada es el lado cómico del asunto, la «frescura» del acusado, la festiva solemnidad con que responde durante los interrogatorios, haciendo uso de una especie de cortesía parlamentaria, hábilmente imitada», dice una crónica del corresponsal del diario español El Imparcial.
Désiré, el Deseado, se ganó al público de la sala, a la prensa y a gran parte de la opinión pública, que desconfiaba de la justicia desde el Caso Dreyfus, y veía el proceso de Landru como un nuevo error judicial. En menos de dos años que estuvo detenido y procesado, Landru recibió 4.000 cartas, la mayoría con propuestas amorosas de mujeres fascinadas por Désiré.
Pese a ello, el 30 de noviembre de 1921 fue condenado a muerte por once asesinatos, y el 25 de febrero de 1922, tras rechazar su recurso de apelación, fue ejecutado en la guillotina.