Marie Aubert y el síndrome de Peter Pan femenino
La escritora noruega Marie Aubert indaga, a partir de la relación conflictiva entre dos hermanas, en asuntos como la maternidad a partir de los 40 y las relaciones amorosas en tiempos de Tinder
Mujer de 40 años, soltera, sin hijos, usuaria de Tinder y arquitecta. Así es la protagonista de Adultos (Nórdica), de Marie Aubert, que ha sido publicada ya en 14 países. Ella es, además, la hermana mayor de Marthe que, después de muchos esfuerzos, acaba de quedarse embarazada. La historia se complica así: una reunión familiar por el 65 años cumpleaños de su madre, reúne a la familia en una cabaña junto al mar mientras Ida, que no sabe muy bien si quiere o no tener hijos, espera los resultados de las pruebas para congelar sus ovulos. Quiere, pero no quiere. O no precisamente ahora. Pero, ¿habrá opciones después? «Se deberían tener los hijos a los 30 –le recuerda, como una losa, el médico que la atiende–, solo que eso no le encaja a todo el mundo». El reloj biológico avanza.
Tras el éxito de su primer libro –una colección de cuentos titulada Kan jeg bli med deg hjem–, con más de 25.000 ejemplares vendidos en Noruega, Aubert dejó su trabajo en septiembre para dedicarse por completo a la escritura. Por Adultos ganó el Premio de la Crítica Joven y fue nominada al Premio de los Libreros. En su protagonista, una mujer incapaz de forjar relaciones sentimentales sanas, a veces inmadura, con ciertas actitudes tóxicas, hay quién ha querido ver a la protagonista de Fleabag, la serie creada y escrita por Phoebe Waller-Bridge o a la de la película La peor persona del mundo, de Joachim Trier.
El conflicto entre hermanas
«Tiendo a escribir sobre personas que terminan haciendo cosas malas a las personas que aman, a pesar de sus buenas intenciones –opina Aubert–. Ida cruza varias líneas en el libro: comienza a socavar a su hermana, coquetea con su esposo y habla a sus espaldas. No creo que haga ninguna de estas cosas porque sea una mala persona, pero está en un punto de su vida en el que se siente presionada y sola, y pierde el control. La mayoría de nosotros tenemos un poco de Ida en nosotros, todos podemos llegar a un lugar donde nuestra desesperación y celos se apoderan de nosotros y donde lastimamos a las personas que amamos, intencionadamente o no».
De hecho, reconoce la escritora, su protagonista sule despertar sentimientos encontrados entre sus lectores. A algunos les produce rechazo, mientras que otros se sienten identificados con ella. «Ida acaba de cumplir 40 años y lleva mucho tiempo soltera y sin hijos y ha comenzado a sentir que para algunas cosas pronto será demasiado tarde para ella. Está acostumbrada a triunfar en muchos campos y en la relación de hermanas le gusta pensar en sí misma como la superior y más adulta. Esa ha sido su identidad y rol en la familia. Cuando la hermana pequeña Marthe revela que está embarazada, la dinámica de poder entre las dos se pone patas arriba. Para Ida, lo que está en juego no es solo tener un hijo, sino toda su identidad, cómo se percibe a sí misma y su miedo más profundo a no ser amada», describe.
Con todo, su primera novela es, de hecho, la historia de dos hermanas que, de algún modo, compiten. Hija única hasta que, con 19 años, tuvo una hermana pequeña, la propia escritora cuenta que siempre le han interesado los conflictos fraternales. «Me fascina cómo las relaciones entre hermanos nunca se superan –comparte–. Para la mayoría de nosotros, son las relaciones más largas que tenemos a lo largo de nuestras vidas, pero no podemos elegirlas nosotros mismos: los hermanos pueden ser extremadamente cercanos y competir por la aprobación de sus padres al mismo tiempo. El amor y la hostilidad pueden estar entrelazados».
«Al mismo tiempo –continúa–, estaba en un punto de mi vida en el que la brecha entre los amigos que tenían hijos y los que no, empezaba a ser cada vez más importante. Quería escribir sobre cómo dos hermanas pueden estar divididas porque sus vidas resultan muy diferentes y cómo su situación de tener o no tener una familia revela el dolor más profundo de su relación».
La maternidad (o no) a los 40: querer o poder
Y de soslayo, cómo no, la sempiterna cuestión de los hijos. «En esta historia, la pregunta es cómo tener un hijo está ligado a tu identidad como adulto, especialmente en relación con tus padres y hermanos. ¿Qué clase de adulto eres, si no tienes una familia propia? ¿Llegas a ser un adulto ‘real’, o eres solo una hija o un hijo para siempre? ¿Qué hace que la identidad sea adulta? ¿Puedes convertirte en un adulto en un lugar donde siempre has sido un niño?», se plantea la escritoria.
Escrita con un tono cómico, en Adultos ningún camino hacia la maternidad es fácil y ese quizás sea otro de sus aciertos. Así, mientras Ida se pelea con el paso del tiempo y las opciones o no de ser madre a partir de los 40, su hermana acaba de quedarse embarazada después de un largo y tortuoso proceso en el que, una vez conseguido, no todo es felicidad y alegría. «Por supuesto, tener un hijo es existencial e importante para la mayoría de las personas –no para todas–, pero nos presionamos mucho para cumplir el sueño –analiza la escritora–. Esto también se refleja en la sociedad: escuchamos muchas historias sobre la lucha por tener un bebé, pero muchas menos historias que no tuvieron un final feliz. Creo que eso se suma a la vergüenza y el fracaso cuando no tienes éxito o el resultado trae nuevos problemas y hace que sea difícil vivir con eso».
A toda esta encrucijada, a la crisis de los 40 o de la edad biológica, aporta Aubert un dato interesante: «Creo absolutamente que la falta de hijos que no ocurre por elección es un tabú. Quería escribir una historia que mostrara que la cuestión de tenerlos o no es a menudo una elección menos consciente de lo que nos gusta pensar. La tecnología de fertilidad de rápido crecimiento podría hacernos pensar que siempre hay alguna solución al problema, que tenemos el control y podemos decidir el resultado. Pero a menudo, el resultado se produce por una serie de coincidencias, de nuestra propia ambivalencia o de factores en nuestra situación de vida que no controlamos por completo. No creo que reconozcamos lo suficiente esta zona gris entre ’no quería’ y ’no podía tener’», reflexiona.
En cuanto a la crisis de los 40, no encuentra mucha distinción entre hombres y mujeres. «Tener que reconocer que algunas cosas importantes de la vida ya quedaron atrás, o que no llegaste a experimentarlas, es algo que puede ser muy doloroso y puede hacer que esta edad en particular sea bastante vulnerable», tercia.
En ese sentido, Adultos plantea otros modelos familiares. «Se puede estar muy bien así», recuerda el padrastro de la protagonista, que nunca tuvo hijos y Aubert argumenta que no tenemos por qué romper con los patrones. «Las personas seguirán queriendo formar familias y tener parejas a largo plazo –señala–. Pero creo que debemos reconocer y dejar espacio para las historias que no terminan de esa manera, porque muchos de nosotros viviremos vidas que dieron un giro diferente al que esperaban».
El amor en tiempos de Tinder
Ida es, además, una adulta con matices, y ella misma se distancia de su madre y de sus amigas cuando dice: «Las recuerdo como señoras de cierta edad, con el pintalabios reseco y niños con edad escolar, y cuando se juntaban decían que era una ‘reunión de señoras’ –escribe en la ficción Aubert–. Cuando yo cumplí cuarenta, todo siguió exactamente igual que antes». Igual o no, lo cierto es que los 40 de ahora no suenan a los de hace unos años.
¿Qué ha cambiado? «No creo que nos hayamos vuelto más inmaduros, pero el hecho de que nuestra generación disfrute de más oportunidades también nos deja con opciones más difíciles –responde la escritora–. Además, la idea de que todo lo que nos sucede es el resultado de nuestra propia elección, nos presiona: lidiar con el fracaso es más difícil y más vergonzoso cuando es ‘tu propia culpa’. Por un lado, Ida tendría muchas menos oportunidades y libertad como mujer sin hijos si su historia tuviera lugar hace cincuenta o cien años, y no tener hijos es menos tabú que antes. Al mismo tiempo, la idea de tener una familia nuclear está profundamente arraigada en nuestra cultura y aún puede ser difícil sentirse excluido de la estructura familiar normal».
De esa idea de familia, surge en parte la frustracción sentimental de su protagonista que, incapaz de encontrar una pareja estable, establece relaciones poco sanas con hombres casados, mientras muestra su apatía por los scrolls a izquierda y derecha de Tinder. «No creo necesariamente que las personas sean más felices –solteras o no– cuando el estigma social o las necesidades económicas las presionan para casarse, pero, por supuesto, las citas modernas tienen sus claras desventajas. Conozco a muchas parejas que se han conocido a través de citas en línea, pero para muchas también es agotador. Como experimenta Ida en la novela, puede ser difícil reunir el optimismo y la esperanza para intentarlo, cuando te encuentras siendo rechazado una y otra vez. La presión biológica sobre las mujeres puede aumentar la sensación de fracaso y vergüenza», opina Aubert.
Y es que, concluye, quizás el problema sea que «estamos predispuestos tanto para buscar como para encontrar. Por un lado, tenemos la necesidad de estabilidad, pertenencia y compromiso duradero. Por otro lado, también tenemos la necesidad de exploración, emoción y cambio. Y esa dualidad es una de las cosas difíciles de ser humano».