'Vortex', lo último de Gaspar Noé: el tiempo lo destruye todo
En ‘Vortex’, Gaspar Noé profundiza en el paso del tiempo y construye un film desgarrador y hermoso sobre la muerte como parte inevitable de la vida
«El infierno de los vivos es ver morir todo lo que amamos», decía la escritora María Fernanda Ampuero hace unos años en una columna en El País. Es desolador ver desaparecer a quien amas, ver cómo las personas que conocías se van, cómo pierden la cabeza de modo irreversible.
Mis abuelos tienen noventa años y se están muriendo. Su hijo (mi padre), sabe que se van a morir, lo tiene asumido. A veces piensa que eso sería lo mejor, un descanso para todos, una liberación. A menudo, lo peor no es la muerte, sino todo lo que la precede. Hacer de padre de tus padres, limpiarles la mierda, hablar ya solo de pastillas y médicos, no poder hacerse cargo de ellos, el sentimiento de culpa. Mi padre quiere que se mueran, pero a la vez no, son sus padres. Sigue teniendo miedo a cada llamada inesperada. Uno se vuelve loco con ellos y también se va apagando.
Vivir implica morir, envejecer, que nuestro cuerpo vaya a menos. Eso es lo que cuenta Vortex, la última película del director argentino Gaspar Noé, presentada en el Festival de Cannes de 2021, Premio Zabaltegi-Tabakalera en la última edición del Festival de San Sebastián, y que ahora se estrena en salas españolas gracias a la distribución de Elastica Films y Filmin.
El prólogo de la película ya dice mucho de qué va el asunto. «Para aquellos cuyo cerebro se pudrirá antes que su corazón», escribe el director en su dedicatoria. Poco después, aparece en pantalla el videoclip de Mon amie la rose, un impresionante primer plano de una jovencísima y bella Françoise Hardy cantando una canción sobre el paso del tiempo, el envejecimiento y la muerte.
A partir de ahí, Noé narra la decadencia de una pareja de ancianos -interpretada por dos mitos del cine del siglo XX, Dario Argento y Françoise Lebrun-, ella enferma de Alzheimer y él del corazón. Su día a día, su vida entre pastillas, su soledad, la demencia de ambos, la desorientación de ella, la impotencia de él y del hijo -otro drogadicto- por no poder hacer nada para ayudarla, el cambio de roles en la familia, el sufrimiento y el dolor de todos, el peso de la memoria en la propia identidad, lo que fue y ya no es, lo que jamás volverá, la pérdida de un mundo.
La historia de Vortex es una historia universal, algo que, más pronto o más tarde, termina sucediendo en todas las familias. Así es la vida, y eso es precisamente lo que filma Noé, la cotidianidad de su término. Para ello, el director utiliza la forma para llegar al fondo. La película empieza con una única imagen de la pareja protagonista, pero minutos después la pantalla se divide para mostrar la historia partida. Noé representa así las distintas experiencias de los personajes, dos mundos separados que a veces se cruzan pero que ya son prácticamente islas, cada uno en su supervivencia y en sus miedos. Con ello, también los dos puntos de vista de una enfermedad, el de quien la vive y el de quienes están alrededor.
Los protagonistas no solo son dos leyendas vivas del cine, sino también dos personajes que, a través de esa verdad que reflejan, consiguen ser muy cercanos. Son personajes reales, en ellos hay humanidad, del mismo modo que en el espacio donde sucede casi toda la acción, un piso en el centro de París abarrotado de de papeles, afiches, carteles, música, películas, libros y medicamentos, los recuerdos de toda una vida y las señales de su precariedad.
Vortex no habla exactamente de cine, o lo hace de lo que de verdad importa de él, la vida. En la película, Gaspar Noé profundiza en la idea que ya estaba en la también demoledora Irreversible, cómo «el tiempo lo destruye todo». Refleja con dureza y honestidad lo que solemos tratar de ignorar hasta que no nos queda otra, la muerte como parte inexorable de la vida. Con ello, la película termina siendo desgarradora, pero también hermosa. La vida es un sueño dentro de un sueño, se dicen los protagonistas. Al final, solo quedan las imágenes de ese sueño, por muy corto que este sea.