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Cultura

Romper al padre

Miguel Ángel Oeste revive el infierno del maltrato doméstico en ‘Vengo de ese miedo’

Romper al padre

Damos demasiadas cosas por supuesto. Por ejemplo, que tu padre te quiere, que tú quieres a tu padre y que lo mismo sucede con todos los padres y todos los hijos del mundo. Hay amor por siempre entre ellos. Escribimos artículos cursis. Nuestra gran preocupación es quererlos de más. Y así.

No. Hay malos padres debidos al accidente del sexo, a hijos tenidos a lo tonto, criados porque si no vas a la cárcel y maltratados durante décadas. Esto las series de televisión no lo cuentan, porque desde Médico de familia el padre es inamoviblemente amoroso, y lo peor que puede hacer al hijo es no dejarle ir a un concierto porque el grupo toca tarde.

De vez en cuando, en los periódicos, asoma el drama doméstico de la familia pantomima, que es una familia forzada por la fatalidad: nadie quería ser o estar en esa familia. Recuerdo un caso incluso hermoso. Un hombre ha sido asesinado, un señor ya mayor, y cuando llega la policía se encuentra a la esposa del muerto abrazada a su asesino, que es su propio hijo. De pronto, un asesinato no es lo peor de la noticia; lo peor es todo lo que hubo antes de ese parricidio, que hemos de reinterpretar como completamente liberador.

Clint Eastwood nos enseñó una cosa importante sobre la familia en Million Dollar Baby. Nos enseñó que la familia puede ser electiva. Million Dollar Baby es, ya que estamos, una de las películas más emocionantes de todos los tiempos, oro molido sobre el vínculo. La boxeadora pena también una familia de mierda, interesada y mezquina, y al final entiende que no es obligatorio sufrir para siempre un destino estrictamente celular. Que puedes cambiar de padre.

Viene todo esto a que he leído con cuidado Vengo de ese miedo (Tusquets), de Miguel Ángel Oeste, donde el autor se suma a la confesión escalofriante que ya llena dos o tres baldas en la literatura española del siglo XXI. Hay, sí, algún hartazgo de tanto exhibicionismo, cierta aprensión a que toda novela nueva pueda subtitularse «lo peor que me ha pasado», y ahí lleguen los niños muertos, el cáncer, las violaciones y toda atrocidad contemplada o vivida. Ya hemos dicho en algún lado que esta literatura desactiva la crítica, pues hay que ser muy hijo de puta para decir que el libro de alguien que narra su dolor más grande es muy malo. Pero todavía quedamos algunos hijos de puta haciendo la crítica, ojo.

Vengo de ese miedo, con su prosa un tanto mejorable, es desde luego un muy buen libro. Yo lo he leído del tirón, como se bebe de un trago un licor amargo. No me veía volviendo a este libro después de recoger a mis hijos del colegio, por ejemplo.

El libro empieza sin mucho misterio: «Quiero matar a mi padre», sentimiento literal que el autor desarrolla enseguida. Su padre pegaba a su madre, a sus hijos, estaba siempre borracho, traficaba con drogas y digería el fracaso fracasando diariamente como padre. Hay numerosas escenas de peleas, humillaciones, violencias y desamparos.

Miguel Ángel Oeste es el hijo que cortó relaciones, muerta la madre; su hermano, sin embargo, mantiene los vínculos. Durante años, según se nos cuenta, Miguel Ángel avanza en un libro sobre su padre, contra su padre, que además sigue vivo y, en rigor, podría encontrarse un día con un libro que narra lo que seguramente él no quiere que se sepa. Nuestro narrador coquetea incluso con la idea de llamar a su padre para que dé su versión, proyecto edípico que tensa el relato durante ciento y pico páginas.

Porque Vengo de ese miedo está armado a la manera Carrère, es un libro sobre algo, pero también sobre el libro mismo que estamos leyendo. Estas paradas del autor en cómo avanza su libro, cómo se le tuerce o se le hunde, cómo lo reflota, hacen, como dicen los anglos, toda la diferencia. Los libros buenos tienen que tener un mecanismo, incluso los confesionales, no puede ser todo soltar lastre y decir cosas, hay que darle a lo narrado una orientación.

Así, la novela es un texto peleado durante años, lo que da a lo narrado múltiples capas, reconsideraciones, conflicto. No en vano, a medio camino, el propio autor es padre, y si hay algo que reevalúa a tus padres sin misericordia es encontrarse de pronto con un hijo a tu cargo. Ahí ya sale todo lo que hicieron mal, si acaso lo hicieron, y, por supuesto, lo imperdonable en carne viva y sin remedio.

Vengo de ese miedo computa las líneas básicas de este maltrato en familia, que giran todas alrededor del hecho de que uno, como hijo, no se puede creer que su padre sea su enemigo. Hay como una colisión entre la genealogía, la sangre misma, y la evidencia. El autor consiguió algo que no consiguió ni su madre ni su hermano: decir no, romper al padre. Lo fascinante de la paternidad es que puede ser amor o violación durante años, y al niño ambas cosas le parecerán igual de normales. Al hijo todo le duele luego, tardísimo. Y ya casi sólo se puede purgar ese dolor escribiendo un libro.

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