El último golpe del maquis en Madrid: Trapiello disecciona el atentado que reforzó a Franco
El escritor vuelve sobre una investigación de más de 30 años en torno al ataque perpetrado por cinco guerrilleros que cambió la suerte de la lucha comunista
Invierno de 1945, el más crudo en siglos, dicen los periódicos. Cinco hombres armados apuran sus chatos en un oscuro almacén de Cuatro Caminos, con una pobre bombilla yendo y viniendo, rumiando en silencio una misión de alto riesgo. «A las nueve en punto, el que capitaneaba el grupo, mirando el reloj que había junto a una puerta, pensó: se nos hace tarde, y dijo, ‘vamos’». Por las calles del arrabal «popular, anarquista, comunista y de la Unión General», según rezaba el romance, sin un alma entorno, los cinco maquis confluyen en un chalecito de la calle Ávila que acoge la Subdelegación de Falange y sigilosamente se diseminan por el interior. Desde fuera sólo se oyó una ensalada de tiros; y en el suelo, muertos, quedaron el falangista Martín Mora y el conserje David Lara.
El inicio de Madrid 1945 lo hubiera firmado y filmado con ganas un Gillo Pontecorvo y tiene ese nervio del Baroja de La lucha por la vida. Pero ni es una película ni es una novela y ni siquiera puede decirse que sea una historia desconocida. De hecho, no lo es gracias al propio Andrés Trapiello, que en 2001 rescató los sucesos, completamente olvidados, de este asalto que, además de las dos muertes producidas en la subdelegación falangista, supuso el ajusticiamiento tras un proceso rápido de los cinco guerrilleros y dos mandos ya encarcelados: José Carmona, el Fantasma, Félix Plaza, el Francés, Tomás Jiménez, Domingo Martínez y Luis del Álamo, junto con José Vitini, jefe de la Agrupación Guerrillera de Madrid, y Juan Casín, secretario de organización del comité provincial del PCE. De resultas de este atentado, el régimen franquista sacó réditos a nivel de credibilidad internacional, con una gran manifestación de adhesión de 300.000 personas, y la guerrilla comenzó a fenecer ante un PCE superado por las evidencias y abandonado por las democracias occidentales.
Trapiello se topó con la espita de esta historia en la Cuesta de Moyano en 1993. Un dosier de tamaño folio con la inscripción «Delitos contra la seguridad de Estado». A través de la investigación en documentos y la búsqueda de fuentes directas reconstruyó este episodio en 2001 en el libro La noche de los Cuatro Caminos: Una historia del maquis. Ya en aquel entonces, algunos amigos novelistas le sugirieron ficcionar esta historia de mimbres apasionantes, con agentes dobles, el hambre y la miseria del Madrid de posguerra, que estaría en estado de guerra hasta 1948, los infames torturadores franquistas y las pobres marionetas a pie de calle de los jerarcas comunistas en el exilio. Trapiello se atuvo estrictamente a los hechos aunque el resultado tenga enjundia de novela. «La obligación de todo escritor es hacer atractivo aquello que va a contar, pero yo insisto muchísimo desde el primer momento en que esto no es una novela aunque pueda estar contada con pericia de novelista. Esto no se puede devaluar con la ficción, para mí es más importante que los hechos que iba a contar tuvieran al estatuto de la historia y se entienda que no he inventado nada por peliculero que sea», explica en entrevista con THE OBJECTIVE.
Aquel trabajo de 2001 quedó incompleto a falta de abrochar la historia de algunos personajes escurridizos como Rafael y Carmen Moreno, José Manzanares y Marcelino González, Marcelo. «Perdí la pista a estos implicados y llegué a pensar que eran agentes infiltrados de la policía en el PCE, algo que era muy frecuente; pero resulta que 20 años después no sólo estaba equivocado, sino que eran comunistas convencidos, sinceros, pero al mismo tiempo agentes dobles para servicios secretos americanos». Esta dimensión internacional y el deseo de cerrar la historia iniciada en la Cuesta de Moyano hace 30 años ha movido a Trapiello a reabrir el caso y publicar en Destino Madrid 1945: La noche de los Cuatro Caminos, con dos terceras partes del anterior libro ampliadas y material gráfico inédito.
Aunque el suceso no figuraba en los libros de historia hasta que Trapiello lo dio a la imprenta, menos conocido aún que la silenciada invasión del Valle de Arán en 1944, para el autor es extremadamente importante como «fractal de la política de bloques tras la Segunda Guerra Mundial. En una cosa tan minúscula como el asesinato de dos pobres desgraciados hay un gran simbolismo: el fracaso de la política de guerra de guerrillas auspiciada por Stalin, Dimitrov y el PCE, que lejos de debilitar al régimen franquista se vio reforzado infinitamente más y la represión fue aún más brutal. Además, las democracias occidentales que hasta 1945 habían ayudado contra Franco a los comunistas, a partir de ahí los abandonan a su suerte y se pasan al apoyo más o menos tácito a Franco. Lo que hago en este libro es aplicar una lupa de muchos aumentos sobre este hecho mínimo tan revelador y sobre el drama humano».
«Tras el asesinato de dos pobres desgraciados hay un gran simbolismo: el fracaso de la política de guerrillas auspiciada por Stalin», dice el autor
Cuando se publicó la anterior investigación, José Luis Cuerda propuso llevarla al cine. «Le dijeron que la producción era muy fúnebre y siniestra y que ese asunto de la Guerra Civil y la Memoria no interesaba absolutamente nada», explica Trapiello. Sin ánimo de reabrir la vía cinematográfica, el autor sí ve «razones políticas» para volver sobre esta historia después de la aprobación de la Ley de Memoria Democrática que «de manera expresa califica a los guerrilleros del llano y del monte como luchadores por la libertad y la democracia. Esto quiere decir que los asesinatos cometidos por ellos fueron necesarios para esa libertad y democracia. Y así lo entendió Manuela Carmena cuando incorporó los nombres de los siete implicados en este asunto en el monumento que quiso hacer en la Almudena».
Trapiello no tiene claro dónde plantar la divisoria entre buenos y malos, víctimas y victimarios, héroes y villanos, en un tiempo y unos sucesos tan complejos como los de la Guerra Civil y la posguerra: «No todas las actividades guerrilleras pueden ser medidas por el mismo rasero. No voy a juzgar si estaba legitimada la invasión del Valle de Arán o los ajusticiamientos de un guardia civil o un torturador. Pero alguien tiene que decirme por qué estos guerrilleros del llano son por la libertad y en pos de la democracia, porque eso implica que la muerte de los de Cuatro Caminos es una muerte justa».
«Que venga venga Pablo Iglesias queriendo ganar la guerra de su abuelo es como si viene un franquista intentando ganarla de nuevo»
La de Memoria Democrática es, por tanto, «una ley demagógica, los convierte a todos en héroes, pero hay muchas víctimas que murieron y fueron victimarios a su vez, bien en la guerra como en la posguerra, personas que cometieron asesinatos y luego fueron víctimas de procesos irregulares y criminales, de torturas, de ensañamiento, bajo el franquismo. Pero como victimarios lo fueron también sin piedad, sin criterio, sin escrúpulos y sin análisis políticos más que el que recibían de Moscú vía Francia. Esto no es blanco o negro y el dolor fue muy grande en todos lados».
Trapiello es favorable a cavar en las cunetas y exhumar a las víctimas, pero no a reabrir un proceso de relectura ideologizada de la Guerra: «Ante la imposibilidad de dilucidar los hechos, los que entonces tenían jurisdicción, nuestros padres, que fueron los actores principales, decidieron que había que olvidar, que no había que meter el bisturí, que todos estaban implicados. A menudo no podemos saber con certeza quiénes fueron víctimas y victimarios. Y muchos han mentido y algunos han heredado las mentiras de sus abuelos, y siguen mintiendo. Yo no soy equidistante, lo que sí intento es ser ecuánime y no puedo desagraviar a unas victimas agraviando a otras. Que venga Pablo Iglesias queriendo ganar la guerra de su abuelo es como si viene un franquista intentando ganarla de nuevo».
En este magma de memorias selectivas, con los «hunos» y los «hotros» cada vez más enrocados, el maquis sigue siendo un colectivo legendario, temido y venerado a partes iguales. Trapiello reconoce que el cine y la literatura han dado una «imagen romántica» de los guerrilleros del llano y del monte: «La gente ha tendido a idealizarlos como los bandoleros buenos sacrificándose por la libertad y la democracia, pero la represión franquista estrechó tanto el cerco que acabaron siendo muy parecidos a los bandoleros, luchando no ya por movilizar a las masas sino por sobrevivir».
Hombres como los cinco asaltantes de Cuatro Caminos, con vidas miserables en aquel Madrid de «un millón de cadáveres», disparando contra un simple bedel que dormía hacinado con su familia numerosa en 30 metros cuadrados, todos ellos dirigidos por jerarcas de ambos bandos que dormían caliente en sus grandes pisos de la capital o en el exilio. Crónicas de un tiempo triste.