Oswald o la punta del iceberg del arte falso
El documental del director Kike Maíllo en Filmin sobre un artista de la falsificación vuelve a sembrar dudas sobre el valor en un mercado muy peculiar
La picaresca es todo un arte. Y da bien en cámara. Para la inversión, en cambio, resulta desastrosa: siembra dudas y el dinero, ya se sabe, es muy cobarde. Oswald. El Falsificador, documental de Kike Maíllo para Filmin, se aprovecha de lo primero y reabre la herida de lo segundo.
La película, notable en calidad y tono, tiene como protagonista absoluto (desde el título) a Oswald Aulestia un personaje que no duda en definirse como tal: «Todos interpretamos un personaje. Tú también. ¿O te crees que soy el único?», le dice al director. Pintor barcelonés de cierto talento, asegura que el «gen pirata» de su padre le llevó por la mala vida del dinero fácil y rápido que le proporcionaba falsificar los cuadros (y las firmas) de artistas consagrados.
Más allá de lo efectista de algunas escenas –ese Tàpies elaborado en cinco minutos con un cartón sacado de un contenedor y una pisada en el barro callejero: «Esto valdría unos… 100.000 euros»-, lo verdaderamente inquietante quizá sea una conversación perdida en la parte menos intensa del metraje. Todo el mundo sabe a qué se dedica Oswald, pero está a punto de llegar a los 80 años y no lo han detenido… todavía. «¿Dónde están las denuncias?», dice con sonrisa de tiburón. Los compradores, explica, no quieren reconocer que han sido víctimas de una estafa. Por vergüenza… y porque su activo se deprecia, claro.
Con la economía en rompan filas –ni renta variable ni renta fija ni tal que le dio, y lo que queda por venir–, emergen los tópicos valores refugio, entre los que el arte siempre brilla como el sol. Según el último informe de la consultora Artmarket, durante el primer semestre de este año, la recaudación de las subastas de obras de arte de todo el mundo se fue hasta los 7.490 millones de dólares, un 8,8% más que el mismo periodo del año pasado. Además de revalorizarse, el arte queda bien, le da a uno cierta pátina de mecenas, un tipo sensible a la par que astuto. El problema es la astucia ajena, claro.
El 50% de las obras de arte que circulan por el mercado son falsas o están mal atribuidas
De vez en cuando surge algún Pepito Grillo que pone en duda las entrañas de este mercado tan peculiar. La bomba más sonada de los últimos tiempos quizá sea la que lanzó el Instituto Suizo de Expertos en Bellas Artes en 2014. Su director, el muy suizo Yann Walther, que probablemente no sabía dónde se estaba metiendo, dijo que habían llegado a la conclusión de que el 50% de las obras de arte que circulan por el mercado son falsas o están mal atribuidas, y aseguraba que estaba siendo conservador con el porcentaje…
También es cierto que su organización cobraba entonces hasta 15.000 euros por verificar los cuadros mediante una serie de técnicas tan sofisticadas como las radiografías, los escaneos infrarrojos y la datación por radiocarbono. Les conviene que haya dudas. Pero el mensaje estaba lanzado. En The Daily Beast se hicieron amplio eco tanto de la noticia como del posterior revuelo. A Tina Brown, la fundadora del diario, le va la marcha tras las exquisiteces de sus muchos años en Vanity Fair y The New Yorker. Y se armó el lío, claro. Pero luego las aguas volvieron a su cauce. Hasta la próxima.
El instituto de marras tiene su sede de Ginebra, cuya naturaleza de puerto franco parece propiciar el gusto por el arte caro: se calcula que alberga más de un millón de obras de arte de gran valor. Walther se quejaba de que, «cuando se compra un apartamento, siempre se pide primero una tasación, pero en el mundo del arte, hasta hace poco, se podían comprar obras por 10 millones de euros sin documentación suficiente».
Muchos siguen sin querer saber. Milton Esterow titulaba recientemente su columna en el The New York Times con un irónico: «El arte falso se une al plástico, el vidrio y el metal en lista de reciclaje». Los expertos, dice, están alertando de que «las obras de arte desacreditadas suelen reaparecer en el mercado una y otra vez, en parte porque sus propietarios no aceptan un no por respuesta». Sí, así de fácil. Esterow pone el ejemplo de Jane Kallir, autora del catálogo razonado de Egon Schiele a la que le ofrecieron la misma acuarela falsa del pintor austriaco para su autentificación. En un momento dado, solo hay que ir cambiando de experto hasta encontrar uno menos recalcitrante.
En algunos casos, la mirada permisiva se basa en un criterio meramente estético. Jonathan Jones, crítico de arte de The Guardian lo ilustra con un artículo de título sugestivo: «Las falsificaciones están dañando el mercado del arte… Pero yo compraría unas así de buenas». Con sinceridad apabullante, reconoce que, aunque «al declararse falsos cuadros de gran valor se ha sembrado el miedo en el mercado mundial del arte», él se pone «del lado de los falsificadores».
A Oswald finalmente lo pillaron, pero no por denuncias de coleccionistas estafados
Jones contempla un San Jerónimo de Parmigianino que Sotheby’s había declarado falso… cinco años después de subastarlo por casi un millón de dólares. A Jones eso no le importa mucho: «Uno o más pintores de gran talento están involucrados. Es una obra impresionante. El cuerpo desnudo del santo es un buen ejercicio de pintura de desnudos. El fondo es más formulista -quizá por eso los expertos decidieron que podría ser del círculo de Parmigianino y no del propio maestro-, pero el pintor que lo hizo podría ser, si se le dieran las oportunidades adecuadas, un Lucian Freud en ciernes».
Por supuesto, no estamos hablando de las obras que rompen los cánones, como el retrato de Marilyn Monroe de Andy Warhol que rozó los 200 millones de dólares en mayo. Pero hay una muy suculenta gama media de obra de artistas conocidos con los que entretener el ánimo inversor. Una vez terminada Oswald, los títulos de crédito se interrumpen y vuelve a aparecer el protagonista, soltándoles al director y su ayudante: «¿Sois conscientes que en todo el tiempo que os he dedicado habría podido hacer dos témperas de Miró y un dibujo de Picasso y hubiera ganado mucho más que la miseria que me proponéis? A mí no me engañáis más». Las risas se funden a negro y continúan los títulos de crédito…
A Oswald finalmente lo pillaron, pero no por denuncias de coleccionistas/inversores estafados, no. A Michael Zebrin, el marchante que distribuía su arte en EE UU, se le ocurrió entrar en el reino de las subastas por internet: «Al principio no sabía que era todo falso. Pero una vez que me involucré más, era como dar de comer a un dinosaurio», dice en el reportaje. «Empezamos a vender mucho y muy rápido en eBay. Teníamos cómplices que pujaban para augurarnos el precio de venta al que queríamos llegar. Luego me enteré de que el FBI iba preguntando por Michael Zabrin. No sé cuánto gané, pero mucho dinero. Me dijeron que se me acusaba de haber defraudado millones de dólares».
Zebran cantó e involucró a Oswald. Ambos fueron a la cárcel… por fraude electrónico y postal. El servicio postal de EE UU, una institución muy importante en el país, había lanzado la investigación. El mercado del arte, en cambio, no parecía muy preocupado.