Arthur Cravan contra Jack Johnson. El puñetazo como forma de arte
La escasez de los datos del que fuera sobrino político de Wilde engendra no pocas dudas acerca de sus logros, su vida y obra, e incluso su muerte.
La percha del misterioso Arthur Cravan (Fabien Avenarius Lloyd), luciendo bombín y velo de mujer, era la de una especie de fenómeno circense que iba cuatro pasos por delante de la vanguardia. La escasez de los datos del que fuera sobrino político de Oscar Wilde engendra no pocas dudas acerca de sus logros, su vida y obra, e incluso su muerte; un caso todavía por resolver. De entre todas sus proezas, figura en la hemeroteca el combate en Barcelona contra Jack Johnson, campeón de los pesos pesados.
Nuevas reglas para un mundo antiguo
El periodista y comentarista de Eurosport, Jorge Lera, cuenta en Eso no estaba en mi libro de historia del boxeo (Almuzara, 2021) que para entender el revolucionario cambio que experimentó el boxeo a finales del siglo XIX y la transición al boxeo contemporáneo, tal y como se entiende hoy, es necesario conocer el origen del marqués de Queensberry (John Sholto Douglas). «En 1865, en Inglaterra, el prize fighting estaba en un marcado declive y con la reputación muy dañada. Los combates eran clandestinos, se producían numerosos disturbios entre los asistentes y los enfrentamientos a menudo terminaban de forma no concluyente por distintas circunstancias». Otras veces, indica, los combates no tenían límite de asaltos y, por lo tanto, resultaban tediosos. En ese mismo 1865, fundaron un club amateur John Graham Chambers y John Sholto Douglas. Chambers creía que añadir normativas a un viejo reglamento no era suficiente y que tocaba hacer uno nuevo. «Sabía también que por muy buenas que fueran sus ideas necesitaba el apoyo y el patrocinio de alguien influyente. Para eso, su amigo Douglas era la persona ideal, no en vano procedía de una importante y prestigiosa familia de nobles escoceses, aunque él había nacido en Florencia, y era el noveno marqués de Queensberry».
Fue en 1867 cuando finalmente las reglas de John Graham Chambers se hicieron públicas. Uno de los cambios más relevantes y que han sobrevivido hasta la actualidad es el que dicta que la duración de los asaltos han de ser de tres minutos con uno de descanso. Lera prosigue para THE OBJECTIVE: «Los combates, además, se disputarían con guantes. En caso de que un boxeador
cayera, tendría diez segundos para levantarse y seguir la pugna; si no superaba la cuenta se le declararía K.O. Importante también era que se prohibían los elementos de lucha y las proyecciones, como el popular cross-buttock mediante el cual se derribaba a un rival con el apoyo de la cadera». Jorge subraya que entonces la vieja guardia consideraba que se estaba desvirtuando el carácter viril de este deporte.
Pero para John Sholto Douglas, el noveno marqués de Queensberry, había algo más que le preocupaba aparte de las reglas del boxeo: la relación homosexual de su hijo Alfred (25 años) con el escritor Oscar Wilde (41 años). El conflicto entre Lord Queensberry y el menor de sus hijos quedó patente en la correspondencia entre ambos. Con fecha del 1 de abril 1894, Douglas
empezaba comunicándole a Alfred Douglas lo siguiente: «Tu intimidad con este hombre, Wilde, debe cesar o te repudiaré y detendré todos los suministros de dinero». Además de tildar la relación como «repugnante», le aseguraba que nunca en su vida había visto un espectáculo como ese en sus «horribles rasgos». Había escuchado de buena fuente, «pero esto puede ser falso», que la esposa de Oscar Wilde, Constance Mary Lloyd, estaba solicitando el divorcio por sodomía y otros delitos. «¿Es esto cierto, o no lo sabes? Si pensara que lo real era cierto y se convirtió en propiedad pública, estaría bastante justificado dispararle en el acto». Alfred se limitó a contestarle mediante un telegrama: «eres un hombrecillo muy gracioso».
La guerra subió de tono cuando Wilde, animado por un Alfred vengativo, acusó de libelo al marqués que, lejos de arrugarse, contraatacó con su abogado. Anteriormente, Douglas le llegó a dejar una nota a Wilde en el Albemarle Club de Londres el 18 de febrero de 1895: «Para Oscar Wilde, el ostentoso ‘somdomita’».
Quizá la soberbia pudo a Wilde, que en contra de lo que pensaba, el gancho al aire que tiró le haría perder el equilibrio para caer sobre las cuerdas, pues el marqués se ocupó de buscar testimonios de amantes y prostitutos que hubieran compartido cama con el escritor. Todos declararon que habían mantenido relaciones sexuales con Oscar Wilde. El juez decidió que John Sholto Douglas quedaba libre de los cargos por difamación, mientras que las costas del proceso judicial recayeron sobre Wilde, declarado culpable más tarde, el 26 de abril de 1895, por conducta indecente y sodomía, aplicándosele una condena de dos años de trabajos forzosos en Reading. «El irlandés estaba en la cima de su carrera, pero la condena y los gastos del juicio le obligaron a vender todas sus propiedades», interviene Jorge Lera. «Al ser detenido, su mujer mandó a sus dos hijos (Cyril Holland y Vyvyan Holland) a Suiza y Wilde ya no les volvería a ver. Sus obras cayeron en desgracia y tardaron años en ser repuestas en los teatros ingleses». Al salir en libertad, Oscar Wilde se mudaría a París. En la habitación número 16 de l’Hôtel y enfermo de meningitis, Wilde fallecía el 30 de noviembre de 1900 a la edad de 46 años.
Una misteriosa visita
Fabien Avenarius Lloyd, luego conocido como Arthur Cravan, fue el segundo hijo del matrimonio de Otho Holland Lloyd y Clara St. Clair Hutchinson. Fabien nació en Lausana, Suiza, el 22 de mayo de 1887, y era sobrino político de Oscar Wilde, que a su vez era el cuñado de su padre.
Cravan era un tipo que rozaba los dos metros de altura. Sus hechuras de gigante y su estética eran tan llamativas como su actitud estrafalaria (aparecer borracho y desnudarse en sus conferencias, por ejemplo). En París, Cravan distribuía su revista autoeditada, llamada Maintenant, como quien vende sus discos en el maletero de su coche. «Arthur Cravan es un arquetipo multidisciplinar, que recoge en sus quehaceres la poesía, la estética, la pintura, la controversia, la provocación y, como no, el boxeo», comienza enumerando a THE OBJECTIVE el compositor y cantante Carlos Ann. Durante una buena temporada, en casa del barcelonés solo había dos fotografías y un póster: una era de Leopoldo María Panero y la otra de Arthur Cravan. «Ellas habitaban sobre el suelo del pasillo que daba entre mi tocador y el salón. Eran la tierra subyacente necesaria que me alimentaba para afrontar esos extraños días. Se convirtieron en las guías de mis pies».
Carlos encontró varios paralelismos con Cravan. El primero, es que Carlos Ann cree que la suya fue de las primeras carreras que empezaron con la autoedición musical, en 1995, cuando intentar tal aventura en España era un acto «totalmente lunático». La segunda coincidencia fue proclamar la poesía como arte fresco y renovador, musicalizando a Leopoldo María Panero (con Enrique Bunbury, Bruno Galindo y José María Ponce) y a Juan Gelman (con Mariona Aupí). «Nos encontrábamos totalmente fuera de órbita hablando de spoken word, y además en español, cuando en la escena independiente la gran mayoría de las propuestas musicales traducían sus letras al inglés para parecer mas interesantes; existía un cierto complejo de inferioridad por cantar en español. La poesía era un arte olvidado y una forma obsoleta de decir las cosas, y cuando Arthur editaba Maintenant en cierta manera se vivía algo similar porque la poesía era un reducto para gente incomprendida».
En el número especial correspondiente a octubre-noviembre de 1913, Cravan contaba en Maintenant que la noche del 23 de marzo de 1913 recibió la visita de un desconocido que llamó a su puerta, en el número 67 de la calle Saint-Jacques. Aquel extraño se presentó con el nombre de Sébastien Melmoth. «Es toda una sorpresa y se produce un encuentro efusivo y memorable entre
Fabian Lloyd y Oscar Wilde, fallecido muy oficialmente el 30 de noviembre de 1900», repasaba George Sebbag en el volumen Maintenant? (Museu Picasso, 2018). Según el relato de Cravan, Oscar Wilde había tomado prestado a su tío abuelo Charles Maturin el nombre del protagonista de su novela Melmoth el errabundo. «Arthur Cravan, que de niño no conoció al cuñado de su padre, puede por fin abrazarlo y proclamar bien alto que Oscar Wilde, un Oscar Wilde desde luego con el pelo encanecido, sigue vivo». En la portada del ejemplar de Maintenant anteriormente citado, Arthur Cravan titulaba «¡Oscar Wilde está vivo!» con efusividad.
El corresponsal de The New York Times en París, seducido por la labia de Cravan y su fantasía, publicaba tan magna noticia en el número del 9 de noviembre de 1913, concretamente en la página cuarta de la sección E: «Nadie encontró a quien vio muerto a Wilde. El corresponsal de The New York Times investiga informes que demostrarían que Wilde está vivo. El misterio parece
crecer. Su sobrino, que dice que Wilde lo ha visitado, pide que se abra la tumba del poeta». Arthur Cravan estaba tan convencido de que aquel tipo llamado Sébastien Melmoth era el mismísimo Oscar Wilde que se comprometió a pagar 5.000 dólares si se refutaban sus alegaciones.
Gamberrismo ilustrado
En su disco décimo álbum, Mapa mental (El Club del Rock & Roll, 2019), Carlos Ann incluía el tema Arthur Cravan, en el que Bruno Galindo le bautizó como El marqués desheredado. «La canción es una capitulación en la que imploro que en el momento que aprenda a vivir la vida y llegue el final de mis días me esté esperando Arthur Cravan y juntos salgamos a navegar». Y dice así: El sabotaje y la soledad son mi sentencia / Acaricié con mis dedos la felicidad / Soy un francotirador, un asesino de emociones / Un suicida que no desea desaparecer / El amor no era un juego / Demasiada personalidad / Y me gusta hasta la vida /Arthur Cravan ¿me esperarás?
La rebeldía, la huida inagotable hacia la nada y la provocación como uniforme son las influencias de Arthur Cravan en Carlos Ann. En lo que respecta a la ciudad de Barcelona, Cravan, con el dadaísmo, aportó la contracultura y la forma rebelde pero con estética para derribar patrones establecidos que parecían intocables. En ese aspecto, resalta el entrevistado la figura del artista parisino Francis Picabia –«se habla poco de él»– como precursor del dadaísmo y anfitrión de Cravan en su llegada a Barcelona. «En su novela Pandemonio, Picabia reivindicaba la belleza y el placer extremo. Y sin Entreacto no hubiera existido Un perro andaluz de Luis Buñuel». Hay una frase de Francis Picabia que siempre acompañará a Carlos Ann: «Nuestra cabeza es redonda para permitir al pensamiento cambiar de dirección». «Personalmente creo que encarnó a la perfección el anti-Kipling», añade Carlos Ann. «La burguesía catalana dominaba el percal cultural y, de pronto, apareció un tipo que boxeaba y frecuentaba los bajos fondos pero que a la vez era refinado y culto, poeta y pintor, y además tenía el vicio de criticar todo lo que no le gustaba. Pocos se atrevieron a arremeter contra él».
¿Existe mejor carta de recomendación que ser el sobrino de Oscar Wilde? El escritor y periodista Roberto Montero González responde a THE OBJECTIVE que «no tiene nada que ver que sea familia de Oscar Wilde para que el talento se herede». Pero apostilla que Arthur Cravan sí fue el primero que pisó el territorio de la vanguardia en Europa: «La ruptura es fundamental en todo lo que es la dimensión cultural. Sin ruptura, no hay nada. En los procesos históricos, la mayoría de ellos, se ha sufrido una transformación, pero rupturas hay pocas en estos procesos». Arthur Cravan pisaba ese terreno antes de que se fundara el Cabaret Voltaire el 5 de febrero de 1916, pues el primer número de Maintenant vio la luz en 1912.
La fanfarronería de Arthur Cravan le venía dada por su condición vanguardista de ruptura, y pese a ser –como indica Montero– un vagabundo con muchas inquietudes artísticas, lo que en realidad hacía Cravan era denunciar, criticar, reírse, burlarse y hacer el gamberro con el arte vigente, utilizando Maintenant como propaganda para dinamitar el arte de aquella época.
Desafío fanfarrón
orge Lera hace referencia al boxeo de principios del siglo XX y a la llamada colour line, cuando los negros no podían ser campeones del peso pesado pero sí de categorías inferiores porque el boxeador que era proclamado campeón de los pesados era inmediatamente nombrado el hombre más fuerte del mundo. El boxeo estaba preparado para un campeón negro pero no la sociedad americana. «En esa época, ni en Estados Unidos ni en el mundo, el boxeo nunca tuvo una autoridad medianamente formal. La decisión de un campeón se daba casi por aclamación o reconocimiento popular (newspaper decision), que era una decisión oficiosa». Pero no hubo nadie que reconociera nada hasta 1920, cuando llegó la Ley Walker, que a pesar de aplicarse en Nueva York al establecerse la Comisión Atlántica, se fue extendiendo a otros estados. A partir de entonces, desde el árbitro hasta el speaker, pasando por los entrenadores, todos debían tener una licencia.
Jack Johnson fue el primer campeón negro de los pesos pesados y nadie podía arrebatarle el título. Sin embargo, la persecución racista provocó que el Gigante de Galveston abandonara los Estados Unidos para empezar a organizar –a su manera– combates en Francia. Lera recuerda que el americano había estado viviendo en París y por toda Europa, «pero en 1914 empieza la Primera
Guerra Mundial y ve que no puede pelear ni en Inglaterra ni en Francia y a Estados Unidos no podía volver, entonces le dejan hacer el título en La Habana, Cuba, donde perdió el título con Jess Willard el 5 de abril de 1915». Jack Johnson no volvería a pelear hasta casi un año más tarde, el 23 de marzo de 1916, contra Frank Crozier en el Gran Teatro de Madrid (con resultado favorable).
Aquel fue el primero de los cuatro encuentros españoles de Johnson, al que siguieron, además del combate contra Cravan (23 de abril de 1916), Blink McCloskey (5 de febrero de 2018) en el Circo Price de Madrid y Bill Flint (12 de febrero de 1919) en el Teatro de Gran Vía en Madrid. «Jack Johnson hizo cuatro combates en España: tres en Madrid y uno en Barcelona. Pero eran medio
combates medio exhibiciones para sacarse un dinero».
«El boxeo no estaba tan sofisticado en aquella época ni había autoridades monolíticas». Jack Johnson iba vendiendo su nombre haciendo combates y Arthur Cravan era, como quien dice, uno que pasaba por ahí. «En esa época, para estar en la vanguardia tenías que ser transgresor, extravagante… Todo eso formaba parte de su personalidad de Arthur Cravan», cierra Jorge. Según
Aitor Quiney en Maintenant?, y tomando como válidas las palabras de Otho Lloyd (hermano de Cravan), fueron Frank Hoche y el promotor Eusebio Hernández quienes animaron a Arthur para que retara a Jack Johnson. El 23 de marzo de 1916, Cravan enviaba una carta a El Correo Español para hacer pública su propuesta: «Habiendo realizado dos matchs declarados nulos, con Jim
Johnson, el cual, como se sabe, tuvo otro encuentro, nulo también, con Jack Johnson, el famoso negro, me creo autorizado a desafiar al campeón negro que se encuentra en Madrid. Le he enviado un telegrama desde Barcelona, a fin de saber en qué condiciones estaría dispuesto a encontrarse conmigo. El campeón del mundo me ha confesado telegráficamente que aceptaba mi desafío, pero con la condición formal de que una garantía de 50.000 pesetas fuese depositada en un banco».
El 22 de abril de 1916, la noche anterior a la pelea, al sobrino de Oscar Wilde se lo encontraron borracho en un bar de la Rambla, por lo que llegó con resaca a la Plaza de Toros Monumental, donde se habían reunido 30.000 personas, aunque las crónicas contaban 5.000. Sirva de muestra el texto firmado por R. Larruy: «El aspecto que ofrecía la plaza era algo frío, pues 5.000 personas que en ella se reunieron, en un local tan grande, olían a vacío; pero más valió así, pues si aquello se hubiese llenado, ciertamente se hubiese parecido casi a las Arenas de Reno, donde la afición pagó 50 duros por una silla de ring y 10 por la entrada general el día del célebre combate en el que se disputaban el campeonato mundial Jack Johnson y Jar Jeffries, pero el chasco hubiese sido del caro».
El coste de las localidades del combate Johnson-Cravan oscilaba entre las 5, 3 y 1,50 pesetas y la bolsa para el ganador era de 50.000 pesetas. «Verdad es que el precio de las localidades no se pueden comparar con los que rigieron en Reno el día del gran combate, ni con los que se acostumbran pagar por combates de categoría en los países donde el pugilato es indígena, pero
relativamente puede decirse que el espectáculo de ayer era uno de los que se llaman caros», continuaba Larruy en su nota posterior, aportando otro dato que teorizaba acerca de la baja asistencia: la misma tarde en la que se celebraba el combate también jugaba el Fútbol Club Barcelona en casa con el Real Club Unión de Irún (se resolvió con un empate a cero).
Otro factor con el que contaba Larruy era la prohibición de la pelea por parte del Gobernador de Barcelona, de ahí que se presentara el combate más bien como una exhibición. «No vamos ahora a discutir aquí si el pugilato es bárbaro o deja de serlo; pero sí es altamente ridículo que donde se lidian toros se quiera suspender una fiesta pugilista por antihumana. Si alguien quiere hacer comparaciones, no tiene más que recordar los poquísimos accidentes ocurridos a los pugilistas y ponerlos al lado de los muchísimos que ha ocasionado el toreo, sin hablar ahora de la influencia sobre las costumbres de las gentes que ejercen uno y otro espectáculo». El instruido en el boxeo patrio verá que hay similitudes con lo sucedido en la España de los ochenta cuando llegó Luis Solana a la dirección de Radio Televisión Española. Pero esa es otra historia.
La última pelea
No sabía el Montero González quién era Arthur Cravan pero sí sabía quién era Jack Johnson por su afición al boxeo desde la niñez, alentada por su padre, gran aficionado también al pugilato. «Un boxeador como como Jack Johnson tenía una dimensión artística y el combate de la plaza de toros de Barcelona fue un espectáculo pactado». Montero González descubrió la figura de Arthur Cravan en los 90, curioseando lo que había en las publicaciones. Una de ellas era la revista Poesía, editada el Ministerio de Cultura. «Era una publicación cara, aunque venía subvencionada, pero que estaba muy bien. Uno de los números estaba dedicado a Arthur Cravan y al combate que tuvo con Jack Johnson en la Plaza de Toros Monumental de Barcelona».
Por su lado, Jack Johnson sabía que Cravan, al contrario que él, no tenía la práctica del boxeo. Johnson podía tumbarlo en medio minuto, pero aguantó porque el espectáculo debía continuar. No en vano, la anterior pelea entre Gus Rhodes y Kid Johnson se detuvo en el cuarto round para que el combate de Johnson contara con la luz suficiente para poder rodar el match. Cravan le
aguantó seis asaltos a Johnson en un combate pactado a 20. La prensa describía cómo Big Jack le había dado «tres patada en el trasero» al bueno de Arthur, para descongelar un poco al sobrino de Oscar Wilde, «y el negro le golpeaba las costillas dándole puñetazos, riéndose, animándole, riñéndole y, súbitamente encolerizado. Jack Johnson lo tumbó con un formidable bofetón en la
oreja izquierda, un golpe digno de un matarife o un maleante, porque estaba más que harto. Cravan no se movió más. El árbitro contó los segundos. El gong anunció el final del combate».
Larruy firmaba que Cravan estuvo haciendo el ridículo durante seis rounds, pues Johnson desde que le vio no lo tomó en serio y estuvo «guaseándose» de él de una manera mordaz: «De no haber pasado entre ellos lo que pasó entre bastidores, seguramente hubiese tenido la caballerosidad de ponerle K.O. al primer round, con lo que le hubiese evitado un triste papel». En el quinto asalto, Cravan fue derribado, y en el sexto llegaría el K.O., certificado por el refree Tony Barton. Tras el show, Jack Johnson haría otra exhibición, pero con Kid Johnson y Gus Rhodes. Pero la pelea principal de la velada fue, tal y como rezaba en los papeles, «una verdadera desgracia», ya que Johnson se dio cuenta de que Arthur Cravan era un «ente inofensivo» más cargado de miedo que de otra cosa.
La carrera pugilística de Arthur Cravan no se alargó mucho más. A la pelea contra Jack Johnson le siguió el combate en el Frontón Condal de Barcelona con Frank Hoche (26 de junio de 1916) y el último, frente al debutante Jim Smith en la Plaza de Toros de la Ciudad de México (15 de septiembre de 1918). Curiosamente, después de su tour español, Jack Johnson también peleó en
Ciudad de México, el 22 de junio de 1919, ante Bob Roper.
Cravan acabó por asentarse en Ciudad de México y se casó con la poeta Mina Loy, a la que conoció cuando él vagabundeaba por Nueva York. En su caminar por el mundo, Arthur Carvan tuvo Bueno Aires como destino tras la etapa mexicana, pero jamás llegó al destino. El cuerpo de Arthur Cravan nunca se ha encontrado. Unos aseguran que el sobrino político de Oscar Wilde desapareció
en el Golfo de México durante su travesía hacia Buenos Aires en su propia embarcación. Otros, que le dieron muerte en la Revolución mexicana.
En Argentina, Cravan se reuniría con Mina Loy. En una carta fechada en Ciudad de México el 10 de diciembre de 1917, un año antes de su desaparición, Cravan escribía no sin desesperación a su amor en la lejanía: «Mi amada, mi cosa más preciosa, ¿no vendrás pronto? No estoy mejor, nunca mejoraré. Mi mente se está yendo. Si te queda una gota de lástima, permanecerás conmigo. ¡Si solamente pudieras verme! ¿Por qué no confiaste más? Fue el último día cuando entendí tu dulzura hacia mí. Si tú hubieras dicho sólo una vez ‘te quiero’, habrías visto lo dulce que puedo ser». Parecía una despedida, desde luego, pero ya advertía el poeta y boxeador en sus conferencias que su última pelea terminaría con su suicidio.