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Andy Warhol, 60 años de fama

La biografía de Blake Gopnik que acaba de publicar Taurus resulta fundamental para conocer a fondo al artista más influyente de nuestro tiempo

Andy Warhol, 60 años de fama

Andy Warhol. | Wikimedia Commons

El 3 de junio de 1968 la feminista radical Valerie Solanas le disparó tres tiros a Andy Warhol. Radicalismo feminista aparte, Solanas tenía serios problemas mentales, que la llevaron a desarrollar una obsesión paranoica con el artista. Autora de un manifiesto antimasculino titulado SCUM (basura), había escrito también un guion que llevaba el poético título de Up your Ass (me abstengo de traducirlo, si no lo pillan consulten el diccionario). Solanas se lo pasó a Warhol con la intención de que se lo produjera, pero él lo extravió. Ella se autoconvenció de que en realidad se lo quería plagiar y decidió cortar por lo sano esta posibilidad. 

La potente biografía de Blake Gopnik titulada Warhol a secas, que acaba de publicar Taurus, arranca de forma trepidante con la operación a vida o muerte a que fue sometido el artista tras esta agresión, de la que le quedaron secuelas de por vida y unas vistosas cicatrices que mostró ufano en varias fotografías de Richard Avedon. La de Gopnik no es ni mucho menos la primera biografía que se escribe sobre el personaje, pero les aseguro que es la más completa, la mejor con diferencia y hasta me atrevería a decir que la definitiva. No solo por sus más de mil páginas, sino por el rigor detectivesco del autor y su condición de destacado crítico de arte, que le permite interpretar con perspicacia la obra de Warhol. 

Portada del libro.

Gopnik pisa fuerte: llega a plantear que para él es más importante que Picasso. Como toda afirmación ditirámbica, es discutible, pero no lo es la relevancia de Warhol en el arte de la segunda mitad del siglo XX, pese a que todavía hoy algunos críticos sostengan que es un cantamañanas o directamente un idiota. Bajo la máscara de la insulsez y la banalidad, desplegó estrategia, inteligencia y también talento. 

Warhol comprendió, como ya antes había hecho el astuto Dalí, que en la feria de las vanidades del arte contemporáneo la primera creación del artista debe ser uno mismo. Si Dalí se construyó un personaje con el icónico bigotillo y sus provocadoras boutades, Warhol optó por la máscara de la peluca platino que le cubría la calvicie y, como era de verbo menos rápido y agudo que Dalí, se parapetó tras sus legendarias respuestas monosilábicas que ponían a prueba el aguante de los sufridos periodistas. 

Embelesado desde niño por la fama y el glamour, Warhol se llamaba en realidad Warhola, era el hijo enclenque y rarito de una familia de emigrantes de origen eslovaco y nació en la proletaria, industrial y anodina ciudad de Pittsburg. El pobre Andy tenía todos los números para ser víctima de los abusones del instituto y acabar ganándose la vida con algún empleo insignificante. Lo salvó de este destino su habilidad con los lápices y la decisión de largarse a Nueva York para abrirse camino como diseñador gráfico. A quienes dudan de su talento artístico, les recomiendo echar un ojo a sus delicados dibujos primerizos y a las creaciones para publicidad y cubiertas de discos de jazz que realizó en sus inicios. 

Andy Warhol. | Wikimedia Commons

Partiendo del diseño gráfico, decidió hacerse artista trasladando los objetos de consumo a las galerías y se inventó a principios de los sesenta el arte pop americano (el británico había arrancado unos años antes). Dio en el clavo con la serie dedicada a las latas de sopas Campbell (la marca debería erigirle un monumento), que se convirtieron en su primera creación icónica, y repitió la jugada al convertir el mito glamuroso y trágico de Marilyn en obra de arte, reproduciendo y repitiendo su imagen en coloristas serigrafías. 

Su éxito se explica porque trajo un toque de aire fresco y provocadora frivolidad al arte americano que la década anterior había estado dominado por el severo expresionismo abstracto. El grupo de Pollock, Rothko y compañía eran también conocidos como «Los irascibles» (por una foto que les tomaron en 1950) y entre ellos abundaban los alcohólicos, depresivos y suicidas. Frente a la ambición de rigorista profundidad y trascendencia de ese movimiento, Warhol y otros artistas pop (como Roy Lichtenstein con sus viñetas de cómic), ofrecieron color, ligereza e ironía. ¿Un arte banal, una celebración de la trivialidad consumista, simples piezas decorativas, o acaso una reflexión mordaz sobre la sociedad americana?

Que Warhol no era trivial lo demuestra la serie titulada Death and Disasters, visión oscura de unos tiempos violentos en lienzos serigrafiados de sillas eléctricas, accidentes automovilísticos y una doliente Jackie Kennedy en el funeral de su marido. Después llegaría la serie Flowers y a partir de ahí su producción pictórica irá perdiendo fuelle, con repetitivos retratos de famosos y poderosos cobrados a precio de oro y tentativas extravagantes y mediocres como la serie Torsos, que bordea o cae directamente en el porno gay, y las Oxidaciones, realizadas con orines que se lanzaban sobre el lienzo y generaban un proceso de oxidación. En sus últimos años, trató de revitalizar su carrera apadrinando al jovencísimo grafitero Basquiat, que murió de sobredosis con solo 27 años. 

La serie dedicada a las latas de sopas Campbell en Nueva York, Museum of Modern Art (MOMA). | Wikimedia Commons

Sin embargo, la relevancia de Warhol va mucho más allá de su pintura y mientras esta decaía, se abría a todo tipo de creaciones artísticas, muchas veces vampirizando el talento ajeno del que se rodeó en las cuatro sedes sucesivas de su célebre Factory. Por allí pululaba una variopinta troupe de aspirantes a genios, transexuales con sueños de estrellato, adictos a sustancias varias, advenedizos sin talento alguno y freaks de diverso pelaje. La antes mencionada Valerie Solanas formaba parte de ese entorno, del que también emergieron algunas figuras de valía para las que Warhol fue un catalizador: los fotógrafos Peter Hujar, Gerard Malanga y Christopher Makos; el cineasta Paul Morrisey; la actriz y modelo Viva; el actor Joe Dallesandro… No se puede entender la cultura neoyorquina entre los años sesenta y los ochenta del siglo pasado sin Warhol. 

Además de producir obra pictórica (con un ejército de ayudantes), lanzó a la Velvet Underground de Lou Reed y John Cale y les diseñó la mítica portada del plátano en la que no aparecía el nombre de la banda sino el suyo. Se interesó por el cine y rodó películas experimentales como Empire (ocho horas de filmaciones estáticas del Empire State Building) y Sleep, (cinco horas del poeta John Giorno durmiendo) de las que no constan supervivientes a la experiencia de tragárselas enteras. También tanteó la literatura con una novela infumable titulada escuetamente y con una divertida recopilación de reflexiones y chorradas llamada Mi filosofía de la A a la B y de la B a la A. Se aficionó a las polaroids, montó una revista (Interview) y hasta un canal de televisión; hizo de modelo representado por una importante agencia, rodó anuncios para Burger King y varias marcas japonesas, y hasta apareció interpretándose a sí mismo en un episodio de Vacaciones en el mar. Fue además un gurú visionario con su célebre sentencia de que «en el futuro todo el mundo tendrá derecho a quince minutos de fama» (¿acaso no se ha cumplido su profecía con la telebasura, Instagram y demás redes sociales?).

La serie Marilyn Monroe de Andy Warhol.

La exhaustiva y apasionante biografía de Gopnik no solo hace un recorrido minucioso por la carrera de Warhol, sino que explora también su intimidad y sus contradicciones, como que el gran provocador viviera con su madre ultracatólica en un apartamento con mobiliario clásico en una zona residencial de Manhattan. Indaga en la frialdad, capacidad manipuladora y aversión al contacto físico que se le atribuían, y en los que fueron sus dos grandes amores: el ingenuo Jed Johnson, que soñaba con una vida casera de pareja estable, y Jon Gould, un joven productor de la Paramount que fue una víctima temprana del sida. Sobre la vida privada del artista es también muy recomendable el reciente documental de Netflix Los diarios de Andy Warhol

Tráiler de la serie en Netflix.

Gopnik aporta además montones de historias curiosas y poco conocidas, como cuando para escaquearse de dar unas conferencias a las que se había comprometido mandó a un doble y al descubrirse la engañifa tuvo el cuajo de declarar: «En realidad, yo no tengo mucho que decir, la persona que me sustituyó tenía mucho más que contar». O como cuando un par de estudios de Hollywood tantearon la posibilidad de que dirigiera películas para ellos, pero se echaron para atrás asustados cuando se presentó en sus oficinas acompañado de una troupe de frikis y apenas abrió la boca. 

¿Farsante o genio? Acaso ambas cosas a la vez. Si quieren conocer a fondo a esta figura discutida y al mismo tiempo fundamental del arte del siglo XX, olvídense de todas las biografías anteriores que se han escrito sobre él y sumérjanse en la de Blake Gopnik. Es un auténtico hito.

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