MyTO
Cultura

'Renfield': Drácula se reencarna en Nicolas Cage

Hoy se estrena la nueva adaptación sobre el mito del vampiro, escrita por los guionistas Robert Kirkman (‘The Walking Dead’) y Ryan Ridley (‘Rick y Morty’)

Fotograma de la película.

La dieta de Renfield se compone de moscas, arañas, cucarachas y otros bichos. En Drácula de Bram Stoker está encerrado en un manicomio y acaba al servicio del vampiro. En las sucesivas adaptaciones al cine de la novela, el personaje ha ido sufriendo variaciones y entre quienes lo han interpretado destaca el gran Tom Waits en la barroca versión de Coppola. Ahora da título a una comedia gore: Renfield. En esta ocasión la ingesta de insectos le proporciona una fuerza sobrehumana de cómic de superhéroes y ruedan algunas cabezas, literalmente. Él y su amo viven escondidos en un hospital abandonado en Nueva Orleans, en el presente. Y como los tiempos han cambiado, el lacayo, una de cuyas tareas es proporcionarle sangre fresca e inocente al conde, cae en la cuenta de que la relación que mantiene con su amo es tóxica. Lo descubre al acudir a un grupo de terapia para personas con dependencia emocional e intenta romper el vínculo. 

Entre los mitos del terror, Drácula es uno de los más sugestivos y persistentes. Ha dado pie a infinitas variaciones que, según las épocas, ponen el acento en lo trágico, lo romántico, lo carnal, lo psicoanalítico o lo metafísico. Y como todo personaje recurrente, también ha sido objeto de parodias. La pionera fue Abbot y Costello contra los fantasmas de 1948, en la que los dos cómicos contaron con el mismísimo Béla Lugosi. Mucho después llegarían Amor al primer mordisco, en la que el conde llega a Nueva York porque el gobierno comunista de Ceaucescu lo expulsa de Rumanía, y una pésima tentativa de Mel Brooks con Leslie Nielsen, Drácula, un muerto muy contento y feliz. Las mejores parodias vampíricas son dos en las que no aparece Drácula:  El baile de los vampiros de Roman Polanski, con la malograda Sharon Tate en su esplendor, y el mockumentary (falso documental) de Taika Waititi y Jemaine Clement Lo que hacemos en las sombras, sobre el día a días de unos patéticos chupasangres neozelandeses obligados a compartir piso. 

Tráiler de la película ‘Renfield’

Renfield arranca con un guiño brillante, manipulando las imágenes en blanco y negro del Drácula original de 1931, de modo que el rostro de Béla Lugosi es sustituido por otro. Teniendo en cuenta que el guion es de Robert Kirkman, autor de los cómics Invencible y The Walking Dead, y Ryan Ridley, que ha escrito episodios de la serie de animación Rick y Morty, uno se esperaría más juegos de este tipo, pero se queda con las ganas. Por momentos parece que la película aspire al tipo de transgresión que el cómic y serie de Amazon The Boys aplican al universo de los superhéroes, pero los guionistas no se acaban de atrever y se quedan a medio camino. Tampoco se complican mucho la vida con la trama, en la que intervienen una familia mafiosa dedicada al tráfico de drogas y una agente de policía incorruptible y vengadora, interpretada por la rapera neoyorquina de ascendencia china Awkwafina. A Renfield le da vida Nicholas Hoult, al que quizá recuerden como el perseguidor empeñado en palmarla para entrar en el Walhalla de Mad Max Fury Road, o encarnando a Salinger en Rebelde entre el centeno, al autor de El señor de los anillos en Tolkien y a un comensal insoportable en El menú

Él es el protagonista, pero la verdadera estrella es un secundario de lujo: Nicolas Cage en el papel de Drácula. La cosa es muy sencilla: cuando él aparece en pantalla, la película sube en interés, cuando él no está en pantalla el interés decrece. No es la primera vez que interpreta a un no muerto, ya lo hizo en una comedia ochentera, Besos de vampiro, célebre porque en una escena se comía una cucaracha. Se la comió de verdad y al parecer después se desinfectó la boca con vodka. No está muy claro si lo hizo por exigencias del guion o porque Nicolas Cage ha llevado el intenso método del Actors Studio -para entendernos: Brando, De Niro, Pacino- un paso más allá y ha inventado la actuación chiflada. 

Cartel de la película

¿Es Cage un buen o un mal actor? A estas alturas, la pregunta ha dejado de ser pertinente. Es Nicolas Cage, punto. Es una estrella que ha hecho de la desmesura su emblema y ha sabido convertir su errática carrera en una obra de arte, riéndose de sí mismo si es necesario. Es un intérprete que ha creado su propio personaje y ha sabido transmutar potenciales flaquezas -un histrionismo que puede bordear el ridículo- en virtudes. Sobrino de Francis Ford Coppola, empezó en el cine en los ochenta, con películas como Arizona baby de los Coen y la comedia romántica Hechizo de luna, en las que ya daba muestras de su tendencia al exceso, que desató sin complejos en Corazón salvaje de Lynch. Durante un tiempo se vio encajonado en comedias anodinas, tipo Tess y su guardaespaldas, hasta que uno de sus papeles más extremos, el alcohólico de Leaving Las Vegas, lo consagró y ganó un Oscar. De ahí pasó al cine de acción –La Roca, Con Air, Cara a cara…- e incluso estuvo a punto de ser Superman con Tim Burton, pero el proyecto se abortó, aunque quedan imágenes de las pruebas de vestuario con el traje y la capa. 

En su vida privada, estaba cada vez más envuelto en todo tipo de leyendas estrafalarias, como su boda con la hija de Elvis Presley oficiada por una sacerdotisa vudú en Hawái. Llevaba además un tren de vida desmesurado, con compras compulsivas de mansiones, coches de lujo y piezas de coleccionista como un cráneo de tarbosaurus o el número 1 de Action Comics -la primera aparición de Superman-, del que hay poquísimos ejemplares y cuestan una millonada. A principios del siglo XXI, una inspección de Hacienda y la consiguiente multa lo dejó arruinado. Para rehacer su economía, empezó a aceptar cualquier papel que le ofrecieran en todo tipo de películas, incluidas algunas de cuarta regional. Llegó a rodar hasta seis por año. Y es justo en ese momento, cuando su carrera parece descarrilar, que paradójicamente emerge el mito Cage. Y de ser un actor cuyo histrionismo lo convertía en carne de meme, pasa a convertirse en una figura de culto.

Surgen entonces los proyectos más arriesgados y las actuaciones más desaforadas: Mamá y papá (en la que rompe a golpes de mazo una mesa de billar mientras canta una tonada infantil), Mandy (con una escena en que grita desquiciado en calzoncillos, cubierto de sangre y bebiéndose una botella entera de vodka), Color Out of Space, Prisioneros de Ghostland y Pig, hasta llegar a El insoportable peso de un talento descomunal, en la que se interpreta a sí mismo parodiándose. 

Fotograma de la película

Cage ya no es un actor, es un fenómeno. Hay un libro divertidísimo, Las 100 primeras películas de Nicolas Cage (Astiberri) de Paco Alcáraz y Torïo García, que incluye un marcador de «Intensidad Nic» para valorar el nivel de desbarre de cada una de sus actuaciones. Y es muy recomendable un episodio descacharrante de la serie Capítulo 0 (Movistar +) de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, en el que se explica cómo Cage consiguió esta capacidad interpretativa pactando con el diablo. Se titula El pez dorado, Reyes hace de Cage y Sevilla de David Lynch. 

Todo esto puede parecer banal, pero creo que no lo es. El «fenómeno Cage» es digno de estudio. Su sola presencia en una película puede salvarla y justificar su visionado. Es lo que sucede en Renfield. Sin él, no sé si estaría hablándoles de ella. Porque el actor convierte una propuesta divertida pero decididamente menor en algo diferente. Nic on fire y provisto de una afiladísima dentadura da un recital de chifladura interpretativa. Es el encuentro de dos mitos: Drácula y Nicolas Cage.