Y Audrey Hepburn creó a la mujer moderna
El libro de Sam Wasson, ‘Quinta Avenida, 5:00 a.m’, narra el rodaje de la película ‘Desayuno con diamantes’ y cómo la actriz se convirtió en un icono del siglo XX
El 2 de octubre de 1960, a las cinco de la madrugada, cuando empezaba a amanecer, un equipo de rodaje lo tenía todo preparado en una desierta Quinta Avenida. El director Blake Edwards gritó «¡Acción!», un taxi se detuvo ante el escaparate de Tiffany y de él descendió Audrey Hepburn con un sofisticado vestido negro de Hubert de Givenchy y una bolsa de cruasanes. Fue la primera escena que se rodó y es la que abre la película. El personaje volvía de una juerga y desayunaba ante la famosa joyería, tal como dice el título original tanto de la novela corta de Truman Capote como de su adaptación al cine: Breakfast at Tiffany’s. Aquí se tradujo como Desayuno con diamantes quizá porque en aquel entonces alguien de la distribuidora pensó que el público español no pillaría qué era eso de Tiffany.
Esa escena, la actriz que la protagoniza y el vestido que lleva se convirtieron en iconos indiscutibles del siglo XX. Un libro de Sam Wasson, Quinta Avenida, 5:00 a.m, que acaba de editar en castellano Es Pop Ediciones, reconstruye de forma minuciosa y con abundantes anécdotas ese rodaje y sus preparativos. Pero también presta especial atención a cómo el personaje de Holly Gollighty que interpretó Hepburn contribuyó —acaso de forma inconsciente e involuntaria— a cambiar la imagen de la mujer en el cine. Wasson ya había reconstruido de forma minuciosa el rodaje de otra obra que también marcó época, el Chinatown de Polanski, en El gran adiós (también publicado por Es Pop). Este es un género en el que también destaca Sam Staggs, que tiene libros estupendos sobre los rodajes de los clásicos El crepúsculo de los dioses, Eva al desnudo, Un tranvía llamado deseo e Imitación a la vida, los dos últimos no traducidos al castellano.
Quien haya leído la novela corta de Truman Capote que adapta Desayuno con diamantes sabrá que la película dulcifica a la protagonista y la despoja de claroscuros. La Holly del libro es una chica que ejerce de prostituta de lujo para ganarse la vida, asunto que en la versión cinematográfica queda del todo diluido. Por otro lado, el anónimo narrador del texto, un trasunto del propio Capote, abiertamente gay, se convierte en la pantalla en el apuesto heterosexual George Peppard. La película se cierra con un incipiente romance que en la novela no aparece ni remotamente. El guion que convirtió el original literario en una clásica comedia romántica al estilo Hollywood lo escribió George Axelrod, un personaje muy interesante, autor de la pieza teatral en la que se basa La tentación vive arriba de Billy Wilder y que llegó a dirigir un par de títulos poco conocidos, uno de ellos la chifladísima comedia adolescente Lord Love a Duck, que me permito recomendarles, aunque no es fácil de localizar.
Truman Capote, «un canijo con pelotas»
Truman Capote era en aquel entonces una celebridad en ascenso, un joven rubio, canijo, de voz aflautada y muy amanerado que procedía de lo que hoy llamaríamos una familia desestructurada del Sur. Una vez instalado en Nueva York, conquistó a las socialites de la ciudad con sus chismorreos y maldades. Una de ellas, la bella e infeliz Babe Paley, esposa del fundador de la CBS, fue uno de los modelos para el personaje de Holly. La novela resultante es una muestra de la portentosa prosa de Capote, de quien Norman Mailer, el macho alfa de los literatos de la posguerra, dijo: «Es mordaz como una tía abuela, pero a su manera también es un canijo con pelotas y el escritor más perfecto que ha dado mi generación… Desayuno en Tiffany’s se convertirá en un pequeño clásico».
Capote soñaba con Marilyn Monroe interpretando a su personaje, pero los productores temían a la actriz, que ya se había labrado una merecida fama de especialista en retrasar los rodajes con su impuntualidad y sus inseguridades. Por suerte, intervino Paula Strasberg —la esposa de Lee Strasberg, el mítico cofundador del Actors Studio— que ejercía de mentora y coach de la actriz y lo dejó bien claro: «Marilyn no va a interpretar a una dama de la noche». Tema zanjado. Tampoco Audrey se mostraba muy dispuesta a hacerlo, pero como ya hemos explicado, este aspecto del personaje acabó diluyéndose en la película.
Musa de Givenchy
De haber sido Marilyn la actriz elegida, hubiera dotado a Holly de una desatada voluptuosidad en la línea de La tentación vive arriba. En cambio, el irresistible encanto y la naturalidad de Audrey Hepburn, su sensualidad mucho más tamizada, fueron claves para insuflar vida en la pantalla a un nuevo paradigma femenino. Desde Vacaciones en Roma y Sabrina había ido modulando un perfil muy alejado tanto de la bombshell, la bomba sexual que representaba Marilyn, como de la mojigata que encarnaba otra rubia, Doris Day, cuyas comedias románticas con Rock Hudson arrasaban entre finales de los 50 y principios de los 60. Audrey representa a la joven emancipada, moderna y desprejuiciada, que no se culpabilizaba por su actitud vital ni es vista como una pecadora a la que redimir. Como dice la crítica Judith Cris, citada en el libro, Desayuno con diamantes fue «una de las primeras películas que nos pidió que nos identificáramos con una joven ligeramente casquivana. El cine había comenzado a defender que no tenías por qué ser castigada por ser imperfecta».
Al aura mítica que adquirió la película contribuyó el mencionado vestido negro del modisto francés Hubert de Givenchy, que convirtió a Audrey en su musa. Diseñó el vestuario de sus apariciones en títulos como Sabrina, Una cara con ángel y Charada, e incluso creó un perfume para ella. También puso su granito de arena en el mito la banda sonora del gran Henry Mancini, sobre todo la canción Moon River, que la actriz canta en el alféizar de una ventada, y que el mandamás de la productora estuvo a punto de eliminar porque no le gustaba. Pero lo más relevante fue la presencia de Audrey Hepburn como prototipo de una nueva mujer que se estaba abriendo paso en la sociedad americana de los años 60.