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Cultura

Carrère, el Bataclan y la comprensión del horror

El autor francés reúne sus crónicas sobre el juicio a los atentados yihadistas de 2015 en París en un libro que bucea en las luces y sombras del alma humana

Carrère, el Bataclan y la comprensión del horror

El autor francés Emmanuel Carrère. | Aristidis Vafeiadakis (Europa Press)

El viernes 13 de noviembre de 2015 el mundo mira hacia París con horror. Ha habido atentados terroristas antes y después, y muchos de ellos han sido sin duda más sangrientos o han tenido un impacto más decisivo en el curso de la historia, como los del 11 de septiembre en Nueva York. Pero lo sucedido en tres puntos diferentes de la conocida como ciudad de la luz deja el mundo helado, porque por primera vez se ataca con saña una de los grandes refugios de cualquier sociedad: el ocio. Los yihadistas intentan reventar un partido de fútbol, ametrallan terrazas y, sobre todo, convierten una sala de conciertos, el Bataclan, en un auténtico infierno sobre la tierra, donde los cadáveres se amontonan unos sobre los otros y los supervivientes se agazapan entre ríos de sangre y carne.

Años después, durante nueve meses, 14 acusados se sientan en el banquillo de un juicio que tiene a Francia en vilo, aunque solo uno, Salah Abdeslam, forma parte del comando del Estado Islámico (EI) que organizó y perpetró la masacre. Los demás, tan solo colaboradores en distintos grados que intentan probar que ellos no sabían lo que se estaba preparando. Pero el juicio, organizado en una sala construida ad hoc dentro del patio del parisino Palacio de la Justicia, es mucho más: escuchar a las víctimas y los supervivientes, por supuesto, pero también los familiares de fallecidos; admirar a los policías que frenaron la masacre y entender a los servicios secretos que pudieron evitarla; e, incluso, intentar comprender a las personas cercanas a los terroristas o a los propios cómplices, que en algunos casos parecen víctimas de sus circunstancias. 

Todo esto, escuchar, entender, comprender, es precisamente lo que intenta hacer Emmanuel Carrère en su nuevo libro, V13 (Anagrama), cuya base son las crónicas semanales que el galardonado autor francés envió a la revista L’Obs. Y, aunque normalmente en sus obras Carrère suele tirar de autoficción, en esta ocasión su relato se aleja de sí mismo para centrarse sobre todo en los protagonistas de aquel aciago viernes de noviembre, sin importarle demasiado su condición. El resultado: una sucesión de escenas del juicio que casi sin esfuerzo te trasladan de la sala Bataclan o los bulevares parisinos al juzgado, y de ahí a los campos del EI en Siria o a los barrios de mayoría musulmana de Bruselas, logrando que el lector se sumerja en las complejidades de un atentado y un juicio que revela mucho sobre los peores y mejores instintos de la condición humana.

Placa conmemorativa en París en honor a las víctimas del V13. | Michael Bunel (EP)

Sin duda, las partes del libro que más sobrecogen son cuando Carrère se inhibe en favor de las víctimas, que relatan de manera coral ese horror casi imposible de comprender. El lector casi puede sentir las ráfagas disparadas contra los grupos de amigos a los que el buen tiempo ha congregado en torno a una mesa de una terraza parisina, las personas que instintivamente se tiran al suelo e intentan proteger a sus seres queridos mientras vuelan las balas y ríos de sangre corren hacia las alcantarillas. Por no hablar de los relatos de supervivientes escondiéndose entre cadáveres apilados sobre la pista del Bataclan, con tiradores husmeando entre ellos para ejecutar con una sola bala a cualquier persona que ose moverse o hablar. 

También impresionan los relatos de los familiares de los fallecidos, con la pluma de Carrère describiendo a la perfección la culpa y el remordimiento con el que viven aquellos que nunca pudieron despedirse de sus seres queridos o que, incluso, tuvieron una nimia pelea con una persona a la que luego no volverían a ver. O las secuelas imposibles, físicas y psicológicas, que tienen muchos de los que lograron escapar del Bataclan con vida, pero que claramente dejaron la mayor parte de su alma sobre la pista. A todos ellos, el autor francés les deja hablar, aunque también vaya mucho más allá del simple escriba gracias a pequeños comentarios que exploran la dimensión humana y política de casi cualquier gesto.

¿Entender a los asesinos?

Sin embargo, Carrère va mucho más allá de la simple crónica del horror sufrido por las víctimas y se zambulle de lleno en la condición, circunstancias y psicología de sus verdugos. Y lo hace con todos: con aquellos con los que es fácil empatizar porque apenas pasan de criminales de poca monta que se han visto involucrados en algo que ni siquiera entienden y también con los que, plenamente conscientes de lo que hacían, organizaron aquel viernes infernal. Con un esfuerzo notable por ponerse en la piel del otro, el autor desgrana lo que rodea a cada uno de los 14 acusados e intenta buscar en sus palabras y sus trayectorias vitales motivos que expliquen lo inexplicable. 

En este punto, Carrère se interesa no sólo por los perpetradores, como Abdelhamid Abaaoud (quien fue asesinado por la policía en los días posteriores al atentado) o Abdeslam (quien por razones aún desconocidas optó por quitarse el cinturón suicida), sino por figuras menores como como Ali Oulkadi, aparentemente ignorante del papel de su amigo en los ataques, pero condenado por llevar a Abdeslam a un escondite a su regreso a Bruselas y cuya vida se ha visto destrozada por su asociación con los atacantes. Todo ello, presentado en ese estilo vertiginoso que tan bien maneja el francés, que no tiene problema en llevar a cabo una exploración profunda del aspecto literario de los juicios.

Además, la sensibilidad y el ojo del autor para contar los detalles más grotescos y patéticos de cualquier evento se exhiben a lo largo del libro, que no busca en ningún momento capturar las complejidades de la jurisprudencia francesa, sino sobre todo el estado de ánimo y los gestos de los participantes, ya sean víctimas o verdugos, inocentes o culpables. Eso sí, a diferencia de muchos de sus otras obras, Carrère no borra los límites de la realidad y la ficción, por mucho que aporte una técnica novelística que influye mucho en su forma de hacer crónicas. 

En este sentido, y aunque en algunas ocasiones se inserte en la trama, la presencia de Carrère nunca parece gratuita o cínica. El escritor, que claramente ha visto a lo largo de su carrera el mítico A sangre fría de Truman Capote como una piedra de toque, es muy consciente de los riesgos éticos de involucrarse demasiado. Y, a pesar de ello, construye una obra a medio camino entre el reportaje periodístico y la novela que precisamente consigue involucrarte en los entresijos de un juicio, explorando los límites entre la experiencia privada y la comprensión pública durante un período de intenso dolor y duelo.

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