'Mi crimen', una comedia feminista nada inocente
El cineasta francés François Ozon recicla en su última película un viejo vodevil para ofrecer una sátira de la actualidad tan ligera como corrosiva
El cineasta francés François Ozon (París, 1967) se caracteriza por su incansable ritmo de producción, su eclecticismo y el hecho de que rara vez decepciona. En los 22 largometrajes que ha rodado en poco más de dos décadas ha abordado géneros de lo más diverso y su estilo se adapta a las necesidades de cada ocasión. Ahora llega a los cines españoles Mi crimen, una comedia que recicla viejo material teatral dándole una lectura contemporánea y que en Francia ha arrasado en taquilla, superando el millón de espectadores. La película está ambientada en los años treinta del siglo pasado, pero los temas que aborda suenan muy actuales: la fama a cualquier precio, los abusos sexuales de los poderosos, los escándalos públicos, las reivindicaciones feministas… Ozon juega continuamente con el guiño de los diálogos y situaciones del pasado que remite con claridad al mundo de hoy.
Pese al mencionado eclecticismo, esta producción forma una suerte de trilogía con otras dos: 8 mujeres (2002) y Potiche, mujeres al poder (2010). Comparten el protagonismo femenino, el tono de comedia en apariencia ligera y el material de partida, que en los tres casos es teatral: vodeviles más o menos olvidados sometidos a reciclaje para darles lustre y actualidad.
Es lo que los franceses llaman théâtre de boulevard, piezas para el entretenimiento del gran público que se mueven entre la comedia de enredos amorosos y la comedia de intriga. 8 mujeres y Potiche adaptaban obras de mediados del siglo pasado. La primera, ambientada en los años cincuenta, jugaba con una trama policial en clave bufa a partir de un asesinato en una mansión y reunía a varias generaciones de divas del cine francés, encabezadas por Catherine Deneuve. La actriz repetía en la segunda, ambientada en los años sesenta, en plena época de incorporación masiva de la mujer al mundo laboral y de cambios sociales y sexuales estruendosos.
Un vodevil de los años 30
Mi crimen, en cambio, se basa en un vodevil oxidado y olvidado e los años treinta de Georges Berr y Louis Verneuil, que ya tuvo una adaptación hollywoodiense en 1937 con Carole Lombard de protagonista: True Confession. Ozon ha respetado el esquema básico de la trama, pero ha retocado el texto de arriba abajo, quitando escenas y poniendo otras nuevas e incluso cambiando el sexo de algún personaje para darle al asunto una lectura moderna. Lo que sí ha respetado es la teatralidad del original, lo cual permite el lucimiento de los actores que dan rienda suelta a un histrionismo bufo.
La trama es la siguiente: una joven aspirante a actriz sin papeles, que comparte piso con una joven aspirante a abogada sin clientes, acude a una reunión con un poderoso productor. Poco después, el tipo aparece asesinado con un objeto contundente. La policía ata cabos y acusa a la actriz, pero ella niega ser la culpable. Hasta que, con su amiga abogada, ven en el juicio un potencial publicitario para ambas y urden un plan. La actriz se confesará autora del crimen y ocupará portadas y saldrá en los noticiarios que se proyectaban en las salas de cine. Con lo del noticiario Ozon aprovecha para hacer un guiño ingenioso y aparecen mencionadas otras célebres asesinas francesas de los años treinta: Violette Nozière y las hermanas Papin. La primera dio pie a una película de Claude Chabrol con Isabelle Huppert y las segundas a la gran pieza teatral de Jean Genet Las criadas.
Confesado el crimen, la cosa se va liando con la aparición de un juez muy inepto con ganas de cerrar el caso, un millonario excéntrico, un joven pretendiente, el padre empresario del pretendiente y una vieja diva del cine mudo muy indignada porque dice ser ella la autora del asesinato del productor, que han pretendido usurparle.
Cargas de profundidad
Visualmente la película luce con unos cuidados decorados art decó y un vistoso vestuario de época. Y en cuanto al ritmo de comedia de equívocos y enredos, con diálogos punzantes y réplicas ingeniosas, funciona como un reloj. Y como guinda, cuenta con un plantel de actores que se lo pasan en grande dando cuerpo a sus disparatados personajes. Además de las dos protagonistas -Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder- aparecen en lucidos papeles secundarios glorias del cine francés como Isabelle Huppert, Frabrice Luchini, el cómico Dany Boon y el veterano André Dussollier.
La propuesta es, en su capa superficial, una comedia ligera muy disfrutable como mero entretenimiento, pero guarda en su interior varias cargas de profundidad que remiten, como ya hemos apuntado, al presente, pese a que la trama se sitúe un siglo atrás. Ozon nos habla de la idolatría de la fama conseguida por métodos espurios; de las bajas pasiones de una sociedad sedienta de carnaza a base de chismes y escándalos escabrosos; de los poderosos que abusan de su posición con fines sexuales (el eco del caso Weinstein es diáfano) y de las mujeres que se defienden y reivindican, aunque sea utilizando argucias de dudosa ética.
Se ha dicho que Mi crimen es una comedia feminista y sí, lo es, pero con cierta retranca. El cineasta no se deja atrapar en el mero alegato bienintencionado, porque ya ha dado sobradas muestras a lo largo de su carrera de que es un director más corrosivo de lo que a veces aparenta. De modo que, en una primera lectura, se podría decir que la película es una parábola del #MeToo, que -recordémoslo- en estos últimos años ha sacudido con fuerza el cine francés, con varias sonadas denuncias de abusos en la industria. Pero si hilamos más fino, resulta que las aguerridas protagonistas consiguen sus objetivos mediante el engaño y la mentira y acaban sacando de su escenificación grandes beneficios económicos para sí mismas. De modo que tampoco son exactamente unas santas altruistas. Ozon juega a la sátira hasta el fondo y al final nadie es del todo inocente en este vodevil de los años treinta con ecos muy actuales. El resultado es una jugosa comedia no tan ligera como podría parecer a simple vista.