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Jerry Lee Lewis y Little Richard: las raíces salvajes del rock and roll

Varios documentales y libros recuperan la vida de los rockeros estadounidenses, reconocidos como figuras fundamentales de la cultura americana contemporánea

Jerry Lee Lewis y Little Richard: las raíces salvajes del rock and roll

Imagen de archivo. A la izquierda, Jerry Lee Lewis y a la derecha, Little Richard.

En los años cincuenta del pasado siglo un movimiento de caderas se convirtió en emblema cultural y motivo de escándalo. Las caderas eran de Elvis Presley y su meneo provocaba alaridos histéricos entre las jóvenes fans. Las sacudidas espasmódicas de Elvis en el escenario exudaban sexualidad -como plasma muy bien el reciente biopic de Bazz Lurhmann en una de sus mejores escenas- y los progenitores de las fans y la América conservadora en general se horrorizaron. Aquella música era diabólica. 

Elvis -con el empujoncito de su mefistofélico mánager, el «Coronel» Parker- capitalizó el éxito del naciente rock and roll, que era algo más que un puñado de canciones de ritmo acelerado, era el inicio de un nuevo marco cultural en el que la juventud pasaba a ocupar el centro. Pero ni fue él quien lo inventó, ni tampoco quien llevó las actitudes de rebeldía y desenfreno más lejos. Ahora un par de documentales y una biografía exploran las figuras de dos pioneros cuyas actitudes en el escenario y fuera de él fueron mucho más salvajes que las de Elvis. 

En Movistar+ se ha estrenado el modélico documental Jerry Lee Lewis. La música del diablo, dirigido por Ethan Coen en solitario, ahora que los dos hermanos han separado sus carreras y están haciendo películas cada cual por su cuenta. Armado con material de archivo de actuaciones y entrevistas, sin voz narradora ni bustos parlantes pontificando, el planteamiento consiste en dejar todo el espacio a la desaforada energía del músico en sus actuaciones y a sus extravagancias y excesos en algunas entrevistas históricas. Coincide con otro documental relevante, Little Richard: I Am Everything de Lisa Cortés, todavía pendiente de estreno en España, donde sí se acaba de publicar una solvente biografía escrita por Mark Ribowsky: La extraordinaria vida de Little Richard (Libros Cúpula). 

Cartel del documental ‘Jerry Lee Lewis. La música del diablo’ en Movistar +

La coincidencia es interesante, porque las carreras de estos dos cantantes tienen muchos elementos en común y ciertas diferencias que ayudan a explicar cómo era Estados Unidos en los años cincuenta. Ambos eran, como Elvis, sureños, y más concretamente del Sur rural y pobre. Lewis de Luisiana y Richard de Georgia. No es casual, el rock and roll se originó allí, como síntesis de diversas músicas, mayormente procedentes de la comunidad negra: jazz, gospel, soul y sobre todo blues, del que deriva el rhythm and blues que da origen al rock and roll. 

Ambos tuvieron una educación rígidamente religiosa en familias de escasos recursos económicos (el padre de Lewis era granjero, el de Richard albañil y contrabandista de alcohol durante la Ley Seca) y ambos utilizaron la música para salir de la miseria. La gran diferencia: el primero era blanco y el segundo negro. Varios de los pioneros del rock, como Fats Domino, Chuck Berry, Bo Diddley y el propio Little Richard eran negros. Fueron muy admirados por los músicos blancos, pero sus posibilidades para triunfar al mismo nivel que las estrellas blancas eran en aquella época escasas. Entonces en las tiendas de discos todos los diversos géneros de música negra iban a una sección llamada «Música racial». La mayoría de los estilos musicales antes mencionados mantuvieron a lo largo de los años fuertes raíces en esa comunidad (la práctica totalidad de estrellas del soul, por ejemplo, han sido negros), con la excepción del rock and roll, que se convirtió en un fenómeno de masas aupado por músicos blancos. 

Cartel del documental ‘Little Richard: I Am Everything’ de Lisa Cortés

Las carreras de Lewis y Richard tienen más paralelismos: ambos eran pianistas, un instrumento poco rockero, porque hay que tocarlo sentado, sin poder moverse por el escenario. Superaron este hándicap exacerbando sus actitudes salvajes: echaban a un lado la banqueta y se ponían de pie, plantaban el pie sobre el teclado o se subían encima del instrumento. Jerry Lee Lewis incluso llegó a prender fuego a un piano en una actuación, echándole un chorro de gasolina con una botella de Coca-Cola

El cantante de rubio tupé era un serio competidor de Elvis, hasta que su carrera se estrelló por un escándalo sexual. Durante la gira británica de 1958 se presentó con Myra Gale Brown, su tercera esposa (de las seis que tuvo) que además era prima suya. Cuando un periodista preguntó qué edad tenía, Lewis mintió y dijo que quince años, aunque la realidad era todavía peor: tenía trece. Los matrimonios con niñas eran en aquel entonces una realidad no muy habitual, pero todavía existente en el sur rural americano. Su mánager le había advertido que no se mostrase en público con ella, él no hizo caso y su carrera se hundió durante años. Por cierto, este no fue el único escándalo sexual sonado en la familia: su primo Jimmy Swaggart, un pionero del teleevangelismo, que amasó una fortuna con sus prédicas televisivas, fue puesto en evidencia por sus poco pías andanzas extramaritales al hacerse pública una foto en que aparecía con una prostituta.  Sin embargo, el tipo supo sacar partido a la situación, con un acto de contrición entre lágrimas oportunamente televisado. 

A Jerry Lee Lewis le pusieron el mote de The Killer. No llegó a matar a nadie, pero estuvo a punto. En 1976, en un confuso incidente con una pistola en la habitación de un hotel, se le disparó, la bala rebotó y acabó en el pecho de su bajista, que sobrevivió. La muerte siempre merodeó a su alrededor: uno de sus hijos murió ahogado en una piscina con solo tres años, otro antes de cumplir los veinte en un accidente automovilístico, una de sus esposas también pereció ahogada en una piscina y otra de una sobredosis de metadona. Y él mismo estuvo a punto de morir en los setenta por una úlcera perforada. Pese a sus escándalos y a los altibajos de su carrera, con el tiempo acabó convertido en mito y en 1989 Hollywood le dedicó el biopic Gran bola de fuego, dirigido por Jim McBride, en la que le daba vida Dennis Quaid; Winona Ryder interpretaba a la prima y esposa menor de edad y Alec Baldwin al primo telepredicador. 

En el caso de Little Richard digamos que su condición de paria era doble: además de negro era gay, un protoqueer que subía al escenario con su fino bigotito y ostensiblemente maquillado, y se movía con gestos provocadoramente amanerados. De hecho, el título de su canción más célebre, Tutti Frutti era un término argótico para referirse a homosexual. Y la letra original era una suerte de oda al sexo anal, que decía: «Tutti frutti, good booty/If don’t fit, don¡t force it/You can grease it, make it easy» (Tutti frutti, qué buen trasero/si no entra, no lo fuerces/puedes lubricarlo, para hacerlo más fácil). Obviamente, todo esto desapareció de la versión que se hizo famosa, sustituido por inocuas onomatopeyas sin significado alguno: «Awopbopaloobop Alopbamboom/ Tutti Frutti, aw rooty/Tutti Frutti, aw rooty». 

Richard siempre vivió de forma conflictiva su sexualidad, que chocaba con sus convicciones religiosas. Tanto él como Lewis vivieron, tras décadas de excesos alcohólicos, narcóticos y sexuales, una etapa de redención espiritual. Lewis grabó un disco con piadosos temas gospel y Richard llegó más lejos y fue ordenado pastor pentecostal. Como tal, celebró las bodas de Cyndi Lauper y de Demi Moore con Bruce Willis. 

En el último acto de sus vidas, Lewis y Richard fueron reconocidos como figuras fundamentales de la cultura americana contemporánea. El primero grabó algunos discos notables en su vejez, con colaboraciones de lujo de admiradores como Mick Jagger, Keith Richards, Neil Young o Bruce Springsteen…. Entre los pioneros del rock and roll Elvis Presley acaparó la gloria, pero sin las cruciales aportaciones de Jerry Lee Lewis y Little Richard nada hubiera sido igual. Muchos músicos posteriores, empezando por los The Beatles, reconocieron y celebraron su legado. Cada uno de ellos dejó al menos una canción indeleble para la posteridad: Little Richard, «Tutti Frutti» y Jerry Lee Lewis, «Great balls of fire!»

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