Eloy Tizón regresa con cuentos que queman
El escritor publica después de diez años ‘Plegaria para pirómanos’, relatos insólitos que son también poemas y aforismos
Diez años es la cifra. El tiempo que ha habido que esperar para recibir de manos de Eloy Tizón su última obra, Plegaria para pirómanos (Páginas de Espuma, 2023), esa aliteración incendiada que ya da pistas de dónde estamos entrando: en un terreno inflamable, el de la literatura que es arriesgada y es pirotécnica y es hallazgo permanente o no es. Así lo concibe este orfebre que ha dignificado el cuento en España, siempre. Con Velocidad de los jardines (1992 y 2017), Parpadeos (2006) y Técnicas de Iluminación (2013) desdibujó la frontera entre géneros, sumando belleza y extrañamiento poético a sus particulares estructuras narrativas, y se metió a una corte anchísima de incondicionales en el bolsillo.
Eloy habla en su última obra de «vivos provisionales», del «latido menta del césped» o de que «afuera, el paisaje prosigue su monólogo» y uno, al otro lado de la página, experimenta mucho placer, un placer que resulta distinto a todo. Es muy sensorial, muy intenso, como el primer bocado de un plato exótico, pongamos de un taco de pejelagarto mexicano o de unos caracoles a la montañesa. Hay que atreverse con ello y, al hacerlo, es más que probable verse recompensado.
Puede llegar a latir fuerte el pulso mientras se lee su tipo tan concreto de literatura. Puede acercarse uno a la saturación cognitiva si se acepta el viaje, si se contribuye a él como pedía también -con aquello del lector macho y hembra, tan poco siglo XXI pero tan poco malintencionado- el maestro Cortázar (al que Eloy reverencia).
Tizón encierra filosofía en sus cuentos que son poemas y que son aforismos y que siguen siendo cuentos. Es el rastreador de lo insólito, el que más aleja los dos integrantes de un binomio fantástico permitiendo que aún sigan teniendo sentido. No renuncia al lodo, a la esquizofrenia, a lo incorrecto, a lo bellísimo, a lo hediondo, a lo glorioso ni al humor: «He conocido a proctólogos más despegados que él», dice el protagonista de uno de sus relatos. Eloy Tizón, en resumen, es el único que hace algo así. Y eso puede ser bueno o malo. Yo diré: bueno.
Reunidos en su cuartel general, las oficinas de la editorial Páginas de Espuma, comenzamos charlando sobre el tiempo que ha permanecido sin publicar, esa década larga en la que ha celado su escritura: «Es el que me ha llevado escribirlo, pero la persona que lo lea creo que debería hacerlo olvidándose de si han sido diez años o cinco meses, porque al final la referencia tiene que ser en torno al libro. Lo que dice ese tiempo es que soy un autor lento, espero que concienzudo, que me tomo mi tiempo para ver crecer a la criatura y que le concedo espacio a los cuentos para que se desarrollen de la manera que considero que deben ser».
Para, después de esa siembra lenta, saber que la cosecha estaba lista, Eloy se ha valido de sus lectores cero, su editor Juan Casamayor y el también escritor Andrés Neuman. Cuando entre los tres concluyeron que «podía haber un libro», comenzó la alegría y el vértigo: «Sí, porque parece que tienes que hacer la obra maestra del siglo XXI», bromea el autor, enfrentado al monstruo de la expectativa.
De lo narrativo a lo inclasificable
Sin renunciar a sus derroteros literarios únicos, Tizón ha modificado, en esta ocasión, la estructura de sus anteriores obras: sus cuentos crecen esta vez desde los más narrativos a los más lisérgicos u oníricos, con los que cierra el libro. Así, el reto pasaba por trabajar en sentido contrario, avanzando hacia «piezas más desordenadas, más difíciles de encuadrar en una etiqueta determinada», como él las denomina.
Sobre esas piezas, felizmente parecidas a un cuadro de Dalí, indagamos con el creador: «En esos cuentos yo creo que precisamente la dificultad es precisamente dejarte llevar. Cuando escribimos tenemos una tendencia al control, queremos sujetar, que todo esté muy bien medido, no pasarnos. Y en esos momentos es cuando yo siento que debo dejarme llevar, incluso a riesgo de que se desborde todo aquello. En ese filo, en ese vértigo, yo me siento muy vivo», afirma. Dentro del caos que le inspira, Eloy encuentra asideros. Por ejemplo, en el aberrante y bellísimo cuento Cárpatos, opta por «entrar en un terreno onírico, donde no sabes bien si eso responde a una realidad o está en la cabeza del personaje, en la conciencia alterada del narrador».
En otras ocasiones, dentro del crisol temático que propone, abre paso a la reflexión descarnada sobre la vida, sobre aquellos que pueden vivir y morir a una pared de nosotros, sin que seamos en absoluto conscientes. Sucede con El fango que suspira, en el que Eloy piruetea entre esas dos realidades enardecido, brillantísimo: «Creo que es una situación muy cotidiana encontrar una persona de nuestro edificio que muere tras un tiempo sola y de la que al final nadie sabe nada o muy poco. Partiendo de esa situación tan desgraciadamente habitual, me planteé mirar ese hecho sin sobrecargarlo de capas de religiosidad o de espiritualidad, sino viendo su crudeza, hablando de lo que no se habla cuando alguien fallece. Hay que vaciar el piso, hay que dar de baja los contratos en el teléfono. Para mí el desafío era hacer literatura e introducir destellos de poesía sin negar la crudeza del hecho». Quiso contar, al final, cómo se desmantela una vida. Y lo contó con una suerte de pasión forense. Escribió, por ejemplo: «Fuera, todo fuera. A la calle con todo. Se parecerá mucho a un robo, a una profanación de morada, a un exorcismo antisatánico. Alguien retirará del frigorífico los restos de comida momificada de su último almuerzo, carne mechada y puré seco».
«Todos los que hemos vivido alguna experiencia de pérdida, que somos prácticamente todos, siempre tenemos esa idea de que de que cuando la sufrimos el mundo se va a parar, se va a transformar, va a haber una sensación de alarma o de luto, de duelo. Y te das cuenta de que no. Siguen los programas de televisión , los programas de radio. La gente entra y sale. Tiene lógica. El mundo no se para porque nos muramos, pero también a la vez es escalofriante», añade durante la entrevista.
El nacimiento de un ‘álter ego‘
El alumbramiento de Plegaria para pirómanos nos permite conocer, también, al personaje de ficción que el autor ha creado y con el que comparte «mirada y dioptrías», como bromeamos en esta charla. Se llama Erizo y a veces aspira a escritor, otras trabaja en un banco, algunas es fotógrafo. Entra y sale de estos cuentos siempre mecido por su suave marejada, pero nunca disconforme del todo con el presente que cada vez le toca: «Yo creo que la expresión que más cuadraría es álter ego, un personaje que se parece a mí, pero sobre todo en la mirada, más que en los sucesos, porque en los sucesos hay mucha invención. Sin embargo en la manera de ver el mundo y en el sentido del humor creo que Erizo tiene mucho de mí».
Sobre la poesía que baña sus textos, sobre la capacidad lírica con la que renueva el género, Eloy reconoce que son «una seña de identidad» de la que no podrá desprenderse nunca, ni quiere. Y reconoce que ahora mide más la energía sin prescindir de «esa llama o ese fuego» que son para él «esenciales». Su plegaria será escuchada por todos aquellos que necesiten arder.