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Cultura

Juan Gabriel Vásquez, ficción y democracia

El escritor colombiano reúne en ‘La traducción del mundo’ cuatro conferencias impartidas en la Universidad de Oxford

Juan Gabriel Vásquez, ficción y democracia

Juan Gabriel Vásquez.

Con el debate sobre la apropiación cultural en auge ya no queda claro si pueden escribirse ficciones en nombre de alguien que no sea del mismo género, color o credo. ¿Puedo ponerme en la piel de alguien que no sea yo? ¿Veremos algún día con malos ojos que un hombre diera voz a las hijas de Bernarda Alba?

A estas preguntas responde con soltura Juan Gabriel Vásquez en La traducción del mundo (Alfaguara, 2023) que reúne sus conferencias Weidenfeld de Literatura Europea Comparada impartidas en la Universidad de Oxford en 2022. En dicha cátedra también dieron conferencias antes Mario Vargas Llosa, Umberto Eco o Javier Cercas, entre otros autores.

Vásquez carga con todo a favor de la literatura que sale airosa del encuentro con el otro, de «la posibilidad de hundirnos en una mente ajena y luego volver con noticias de lo que en ella ocurre». Nos recuerda que ya antes la ficción estuvo en entredicho y que novelas como Lazarillo de Tormes o Robinson Crusoe nacen de la impostura autoral para a continuación explicarnos como salen airosas de dicho fingimiento. 

Sin esa capacidad de la literatura para traducir la vida no se entiende la literatura: «Tampoco Marguerite Yourcenar, mujer belga del siglo XX, hubiera podido escribir Memorias de Adriano con la voz de un hombre romano del siglo II. Ni Fernando del Paso, hombre mexicano, habría escrito Noticias del Imperio con la voz de Carlota, emperatriz belga. Con resultados diversos, André Malraux se metió en la mente de Chen, comunista chino, y Hemingway en la de Santiago, pescador cubano. Pienso ahora en John Banville, irlandés heterosexual, que escribió El intocable desde la consciencia de un inglés gay, y pienso en Ursula K. Le Guin, mujer blanca, que contó La mano izquierda de la oscuridad desde un hombre negro».

Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es uno de los autores colombianos referente de la literatura hispanoamericana actual y autor de las colecciones de relatos Los amantes de Todos los Santos y Canciones para el incendio (Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana) y de, entre otras, las novelas Historia secreta de Costaguana, El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara), La forma de las ruinas (Premio Literário Casino da Póvoa) y Volver la vista atrás. Tras pasar por Bélgica o España, Vásquez reside y trabaja en su ciudad de origen, Bogotá. Vásquez ha publicado además dos recopilaciones de ensayos literarios, El arte de la distorsión y Viajes con un mapa en blanco, y una breve biografía de Joseph Conrad, El hombre de ninguna parte. Sus libros se publican en treinta lenguas. Actualmente anda metido, tras cinco o siete años de preparación, en la biografía de una escultura colombiana.

Portada del libro

«Creo que hay una relación directa, aunque abstracta, entre el lugar que ocupa la ficción en la sociedad y la salud de su democracia»

La traducción del mundo pivota sobre la tesis del encuentro con el otro en la literatura y su trascendencia política . «Para mí la relevancia política es inmensa», afirma Vásquez. «Ese momento en que la novela moderna, digamos el Lazarillo de Tormes, propone que nos interesemos, que simpaticemos, con una vida tan intrascendente, la vida de alguien que no tiene poder y no tiene dinero, no tiene peso social, alguien que no es rey ni héroe. El momento en que la ficción pide que nos interesemos por esas vidas es profundamente revolucionario. Es un acto de curiosidad por el otro, compañeros de la cotidianidad, que para mi está profundamente ligado con las mejores conquistas políticas que vendrían después. No se entiende la democracia, ni los derechos humanos, sin una cierta noción de la igualdad y dignidad de todos los humanos que es inseparable de la comprensión que nos permiten las artes. Por eso es por lo que creo que hay una relación directa, aunque abstracta, entre el lugar que ocupa la ficción en la sociedad y la salud de su democracia. Es difícil probarlo en positivo, pero hay pruebas en negativo: que tan pronto como una sociedad bascula hacia el totalitarismo lo primero que hace es perseguir a los autores de ficción, porque la imaginación viene con la crítica y la crítica es peligrosa»

Le pregunto por qué afirma que solo quiere escribir novelas que rescaten la condición histórica del hombre: «Yo creo que hay una relación de los seres humanos con nuestro pasado que es indispensable para vivir en el presente. Las sociedades que rompen con su pasado tienen más dificultades para entender su presente y para avanzar hacia un futuro posible. Con frecuencia el lugar donde reparamos nuestra relación con el pasado que se ha roto es la ficción».  Y añade sobre las dictaduras: «Cuando un régimen autoritario empiece a mentir sobre el pasado con frecuencia eso rompe nuestra condición histórica y es en las novelas donde tratamos de reconstituir nuestra relación. Eso lo decía constantemente Ricardo Piglia cuando hablaba de la dictadura argentina y cómo desde la literatura se protegía a la sociedad civil de las versiones mentirosas. En países en conflicto siempre hay un intento por parte del poder de imponer una versión del pasado que sea útil políticamente y la literatura es el lugar donde contradecimos esa imposición, donde rebelarse contra la historia única».

Antes de despedirnos, Vásquez vuelve a la polémica sobre la apropiación cultural: «Ahora mismo hay una conversación cultural que cuestiona los derechos de los narradores de contar historias desde otros puntos de vista que no somos. Estaríamos perdiendo uno de los grandes privilegios de la ficción que es la capacidad de imaginar al otro, que es enriquecedora desde el punto de vista personal e íntimo, pero también social y político». 

La traducción del mundo
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