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Los microbios son «buena gente»: cinco películas y series que lo demuestran

Aunque en el cine casi siempre interpreten el papel de «malos», en realidad los microbios son los buenos

Los microbios son «buena gente»: cinco películas y series que lo demuestran

Shutterstock.

Si ponemos juntas las palabras «microbios» y «cine», seguramente más de uno pensará en epidemias terribles como la peste, en largas filas de cadáveres envueltos en bolsas de plástico e incluso en zombis comedores de cerebros. Sin embargo, la inmensa mayoría de los microbios no son patógenos, sino que cumplen funciones ecológicas esenciales en el mantenimiento de la biosfera.

No solo eso, también nos hacen la vida más placentera gracias a la cerveza, el vino, los quesos, etc. E incluso nos curan porque son los principales productores de medicamentos como los antibióticos.

Aunque en el cine casi siempre interpreten el papel de «malos», en realidad los microbios son «buena gente». Y hay cinco películas y series conocidas por el gran público que así lo reflejan: Avatar, Marte, Soy Leyenda, The Walking Dead y The Last of Us.

Avatar, James Cameron (2009)

En una secuencia muy famosa de esta película, el personaje de Sigourney Weaver es herido gravemente y el poblado de los Na’vi intenta transferir su consciencia desde su forma humana a su avatar alienígena.

Para ello la trasladan al luminoso Árbol de la Vida. A continuación, toda la tribu se dispone en círculos concéntricos, conectando los «USB biológicos» de sus coletas a las raíces del árbol. Lo que vemos entonces es que se forman ondas luminosas pulsantes mientras todos cantan rítmicamente.

Inmensos árboles en un bosque.
Los árboles de Avatar tienen propiedades mágicas. TM & © 2007 Twentieth Century Fox

Toda esa secuencia tiene mucho que ver con la microbiología, concretamente con los trabajos realizado por los científicos Jeffrey I. Gordon, Peter Greenberg y Bonnie L. Bassler, recientemente galardonados con el Premio Princesa de Asturias por sus estudios sobre la microbiota y las interacciones de los microorganismos entre sí y con otros seres vivos. Los filamentos que salen de las coletas de los Na’vi hacia las raíces del árbol se asemejan a las micorrizas, la asociación entre plantas y hongos que permiten una absorción de nutrientes mucho más eficiente.

En cuanto a los pulsos de bioluminiscencia, guardan un enorme parecido con la simbiosis mutualista que se da entre la bacteria marina Allivibrio fischeri y la sepia hawaiana Euprymna scolopes. Esta tiene en su interior un órgano especial en el que aloja a la bacteria. Durante el día el número de bacterias crece gracias a los nutrientes que le suministra la sepia. Y cuando llega la noche la densidad poblacional de las bacterias es tan alta que entonces todas comienzan a emitir luz al unísono. Este fenómeno se conoce como «percepción de quorum» (en inglés quorum sensing).

¿Y para qué le sirve a la sepia esa luz? Pues no es para ver, sino para no ser vista. Aunque esta sepia hawaiana es un cazador nocturno, es tan pequeña que sería una presa fácil para cualquier depredador situado en el fondo marino. Para no ser un cazador cazado, la luz que genera la convierte en un punto luminoso muy similar a una estrella.

Marte, Ridley Scott (2015)

En una de las muchas ocasiones en las que Matt Damon debe ser rescatado en una película, en Marte se ve obligado a plantar patatas en el planeta rojo para poder sobrevivir mientras espera el rescate. Pero además de patatas necesita abono, que consigue gracias a la abundante provisión de heces envasadas al vacío que habían dejado sus compañeros.

Un hombre agachado entre una plantación de patatas en un invernadero.
Matt Damon planta patatas en Marte para sobrevivir. 20th Century Fox

Lo que estaba haciendo el bueno de Matt era aplicar el llamado primer mandamiento de la microbiología ambiental y que fue enunciado por el microbiólogo holandés Lourens Bass Becking: todo está en todas partes, pero el medio ambiente selecciona.

Nuestras heces están llenas de microorganismos de nuestra microbiota, con diferentes capacidades metabólicas. Aunque la inmensa mayoría de ellos están adaptados a interaccionar con nuestras células, en unas nuevas condiciones como puede ser el suelo y la rizosfera de una planta se van a seleccionar aquellos microorganismos que mejor se adapten.

Lo cierto es que, en el año 2017, un experimento de la NASA mostró que era posible hacer crecer patatas en una simulación del suelo marciano al que se había añadido una porción de fertilizante terrestre.

Soy leyenda, Francis Lawrence (2007)

Se suponía que no íbamos a hablar de microbios haciendo de «malos», pero es que a veces los guionistas de cine cogen las buenas ideas científicas y las retuercen para escribir su historias. Esta película es la más reciente adaptación de la famosa novela homónima de Richard Matheson.

Un hombre con bata blanca observa la pantalla de un ordenador.
La solución a un problema acaba causando otro en Soy leyenda. FilmAffinity

En el libro original, la mayor parte de los humanos se han transformado en vampiros debido al uso de una bacteria utilizada como arma biológica. Pero en esta película los guionistas decidieron que eso estaba muy visto. Así que en los cinco primeros minutos de la película vemos a una científica, interpretada por Emma Thompson, que explica que han modificado genéticamente un virus para eliminar el cáncer. A continuación, aparece la ciudad de Nueva York completamente abandonada y una frase que pone «cinco años después».

Posteriormente los protagonistas discutirán sobre la conveniencia de que el ser humano manipule a los seres vivos para su beneficio o que incluso intente curar las enfermedades. A mí me parece que es un mensaje bastante claro sobre los peligros de la biotecnología. Algo que se ve en muchas otras películas, como por ejemplo El origen del planeta de los simios.

Menos mal que los científicos no suelen hacer ningún caso a los guionistas de Hollywood. En la época en que se estrenó Soy leyenda, varios grupos estaban estudiando la idea de usar virus para destruir células tumorales. De hecho, en el año 2012 se anunciaron los primeros éxitos de lo que ahora conocemos como terapias CAR-T.

Uno de esos primeros éxitos fue el caso de Emma Whitehead. Con siete años se le diagnosticó una leucemia linfoide crónica. La forma de tratarla fue modificar sus células T utilizando un virus VIH modificado. Actualmente, Emma tiene 18 años.

The Walking Dead

Tras más de doce años desde su estreno en televisión, esta serie de televisión se ha convertido en uno de los mayores fenómenos de masas de todos los tiempos.

Quienes hayan visto la primera temporada recordarán que aparece el Centro para el Control de Enfermedades de Atlanta (el famoso CDC). Allí, un científico le confiesa al protagonista que «todos están infectados» por el virus que provoca la zombificación. Simplemente se activa cuando uno se muere.

Dos zombis y una mujer sin infectar caminan por un campo.
Fotograma de The Walking Dead. FilmAffinity

Hay que reconocer que esta vez los guionistas acertaron, porque es verdad que todos estamos infectados. Entre un 3 y un 5% del genoma de cada una de nuestras células tiene su origen en antiguos retrovirus que infectaron a nuestros ancestros hace millones de años. Son los llamados retrovirus endógenos. Pero lo más curioso es que algunos de esos retrovirus producen proteínas que son esenciales para nuestro desarrollo. Una de esas proteínas son las sincitinas, encargadas de permitir la fusión de las células maternas y las células del feto cuando se desarrolla la placenta. Es decir, que sin esos retrovirus no existiríamos.

The Last of Us

Terminamos con la última serie dedicada a los zombis, aunque en este caso la novedad está en que no son causados por la infección de un virus o una bacteria, sino por un mutante de Ophiocordyceps unilateralis, un hongo entomófago de las selvas tropicales.

Un hombre con la cara deformada se mueve por una habitación a oscuras.
En The Last of Us, un hongo transforma a las personas en algo parecido a zombis. IMDB

En el mundo real este hongo infecta fundamentalmente a hormigas. Si la espora se deposita en una articulación del insecto, puede conseguir penetrar en su interior. Una vez dentro, comienza a crecer hacia el cerebro hasta tomar el control del insecto.

Al contrario de lo que uno podría pensar, las hormigas zombi no se ponen a perseguir a otras hormigas para devorar sus cerebros y convertirlas en nuevos zombis. Lo que hace la hormiga infectada es trepar por una planta y colocarse en el envés de una hoja que esté a unos 25 centímetros de altura. Una vez allí, muerde con fuerza el nervio central de la hoja y muere. En ese lugar las condiciones de humedad y temperatura son óptimas para que el hongo produzca el cuerpo fructífero donde se generarán más esporas, que serán liberadas sobre el suelo de la selva y que infectarán a nuevas hormigas.

El hongo ‘Ophiocordyceps unilateralis’ toma el control de las hormigas a las que infecta, que se vuelven ‘zombis’ Paulo Cesar Ayres/Shutterstock

Los hongos entomófagos tienen un potencial biotecnológico enorme como bioinsecticidas. Hace unos años se fundó una spin-off en la Universidad de Alicante que luego fue adquirida por la empresa Symborg. El producto que habían desarrollado era un preparado del hongo entomófago Beauveria bassiana, que ataca al gorgojo conocido como «picudo rojo» (Rhynchophorus ferruginenus), una plaga capaz de destruir a una palmera en tan solo seis meses. La ventaja de estos bioinsecticidas es que son una buena alternativa al uso de plaguicidas sintéticos.

Espero que la próxima vez que vaya al cine y vea una película en la que aparezca una terrible enfermedad infecciosa causada por un microbio no olvide que solo es un papel interpretativo, porque los microbios son, normalmente, «buena gente».

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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