Margaryta Yakovenko: «Los defensores de la meritocracia siempre la han 'heredado'»
En su novela ‘Desencajada’ (Caballo de Troya, 2020) habla del desarraigo, la familia, la soledad y el amor
Margaryta Yakovenko (Tokmak, Ucrania, 1992) es periodista y escritora. Vive en España desde los siete años. Ha sido redactora y editora en PlayGround y actualmente trabaja en El País. Publicó el cuento «No queda tanto» en la antología Cuadernos de Medusa, de la editorial Amor de Madre. En su novela Desencajada (Caballo de Troya, 2020) habla del desarraigo, la familia, la soledad y el amor.
PREGUNTA.- Margaryta Yakovenko. Bienvenida. Es un placer tenerte con nosotros. Tu novela Desencajada tiene una buena parte autobiográfica, pero uno nunca sabe que parte es autobiográfica y que parte no. Por ejemplo, ¿has nacido en Mariupol como la protagonista de esta novela?
RESPUESTA.- No. Nací en otra ciudad que está a tres horas de Mariupol, aunque está la misma zona del Este. Lo que pasa es que toda mi familia materna es de Mariupol. De hecho sabes que hay un libro que es Mi madre es de Mariupol, de una escritora alemana. Toda mi familia por parte de madre vienen ahí también.
P.- No has nacido Mariupol, pero le has prestado Mariupol al personaje.
R.- Se lo he prestado porque además es una ciudad que conozco. Es una ciudad que es grande, a diferencia de la ciudad en la que nací, que es bastante pequeñita. No es un pueblo, pero es una ciudad pequeña. Tenía sentido porque además tenía relevancia dentro de lo que viene siendo Europa, de como se desarrolla la historia europea. Mariupol era un punto estratégico, y bueno, con la guerra quedó demostrado.
P.- ¿Cómo se llama la ciudad en la que naciste?, ¿tienes recuerdos de esta ciudad?
R.- Tokmak. Sí, viví siete años ahí, mis primeros siete años de vida. Y luego, cada año, cada verano, íbamos a mi ciudad. O sea que no es una ciudad de la que me haya olvidado.
P.- Esta novela empieza en un momento en que la protagonista tiene 27 años, que es la edad que tiene la madre de la protagonista cuando la tiene de la mano y están saliendo de Ucrania. ¿Esto es una casualidad o tú querías empezar a contar la historia desde la edad que tenía tu madre en ese momento?
R.- Pues la verdad es que no había pensado nunca en lo de mi madre, pero cuando la escribí tenía 27 años. Cuando se publicó tenía 27 años, por eso le puse esa edad, porque además me encajaba la fecha en la había nacido, con la caída de la Unión Soviética, con mis padres casándose y conociéndose en la Unión Soviética. Para mí tenía sentido que ella naciera al mismo tiempo que nació Ucrania. Y creo que más bien viene por ahí.
P.- Que ella es contemporánea de Ucrania.
R.- Exacto. Es un país muy reciente.
P.- ¿Tus padres te hablaban de la Unión Soviética?
R.- Sí, por supuesto. Mis padres, mis abuelos…
P.- ¿Qué te contaban?
R.- La Unión Soviética es un tema contradictorio en casi todas las familias, porque realmente hay un punto de cierta nostalgia en muchos casos de «había una época en la que había un Estado que se ocupaba de nosotros siempre», como ese punto de «no nos sentíamos tan abandonados a nuestra suerte como sí pasa con el capitalismo». Pero al mismo tiempo los relatos que te cuentan… por ejemplo, a mis abuelos, los deportaron a un campo de trabajo forzoso estando Stalin durante la hambruna en Ucrania. O sea, al mismo tiempo te dan el punto negativo de todo ese relato, pero te das cuenta de que realmente tus padres, tus abuelos, que se habían criado en ese sistema, que habían estudiado en ese sistema, no les habían enseñado a criticar ese sistema. Eres tú cuando ya aprendes y te educas en un sistema europeo, en un sistema democrático en el que se cuenta la historia de una manera muy distinta a como se la habían contado a ellos, que realmente ves que había graves fallos, de los que ellos no eran conscientes. Lo que ellos vivieron siendo muy jóvenes era la caída de esa Unión Soviética que les dejó absolutamente desamparados, porque después vino la crisis brutal de los 90. Perdieron todos sus ahorros y tuvieron que emigrar a otro país, básicamente por toda esa crisis geopolítica. Eso afecta a tu vida porque no eres capaz de entender cómo funcionan las dinámicas de poder ya que te han educado en un sistema en el que no tienes por qué entenderlo.
P.- ¿Qué destacaban tus abuelos de la Unión Soviética?
R.- Destacan la seguridad de tener un trabajo, que es una cosa que no existe en el mundo actual. La seguridad de que el Estado te iba a proporcionar una vivienda de forma gratuita, que hoy tampoco existe, y la seguridad de saber que no ibas a estar desamparado. Había una red que que si tú cumplías con las reglas que te dictaban, no tenías por qué estar fuera de esa red.
P.- ¿Una persona ambiciosa podía ser feliz en ese sistema?
R.- La ambición en ese sistema traslucia de otra forma. La gente con ambición formaba parte del partido. El carné te daba acceso a buenos trabajos, normalmente a casas mejores que el resto, porque todo al final era un sistema de clases, igual que el capitalismo. El que más méritos conseguía dentro del partido era el que mejores opciones tenía. Entonces tú podías encauzar tu ambición trabajando a favor del partido.
P.- ¿Cuál es la parte negativa de la URSS que suelen destacar?
R.- Mis abuelos eran bastante del partido, entonces no tenían por costumbre criticarlo. Yo conocí a mi bisabuela y una vez, hablando con ella, le conté que hubo una hambruna provocada por Stalin justo cuando ella nació, pero para ella, en su cabeza, era porque había muy malas cosechas, no porque alguien lo hubiera dictado.
P.- A pesar de que ya hablamos de una Ucrania capitalista, en el libro narras que todavía se pasaba mucha hambre e incluso se cobra en especie, ¿cuánto hay de cierto en esto?
R.-Sí, hay incluso un personaje que como trabajaba en una fábrica, le pagaban con llaves inglesas. La gente se buscaba un poco la vida. Muchos iban a Polonia e intercambiaban o vendían allí sus cobros en especie por otras mercancías que vinieran de occidente y las llevaban a Ucrania. Tenías que buscarte la vida. La verdad es que los recuerdos de abrir la nevera y que estuviera vacía están ahí. Yo lo viví, lo vivió la protagonista. Los que se enriquecieron se volvieron los grandes oligarcas que ahora tenemos tanto en Ucrania como en Rusia porque era el mismo sistema. Era una situación que te llevaba al límite. Sobre todo porque si tú trabajabas para el gobierno, como era el caso de mis padres, eras el primero que dejaba de cobrar. Ahora los funcionarios tienen un sueldo estable, pero en aquel momento cuando el gobierno no tenía dinero en las arcas, no pagaba a los funcionarios y tenían que buscarse la vida.
P.- El protagonista, no sé si es autobiográfico, decide emigrar sin un plan, ¿esto significa que podrías haber acabado en cualquier país?, ¿cómo gestionas el peso del azar?
R.- La vida es así, la mayor parte del tiempo las cosas no dependen de ti. Las cosas suceden y tienes que aprovecharlas y coger el tren.
P.- Cuando comenzais a emigrar, ¿cómo te dibujan el futuro?
R.- Tras la apertura, nos llegaban las series de Estados Unidos y yo imaginaba que iba a llegar y tener un chalet de dos pisos con una escalera, una balaustrada impresionante… nada que ver. Llegamos a Murcia a un piso de alquiler con gotelé, feo, viejo, horrible… y al principio, siendo pequeña, no lograba ver una mejora.
P.- ¿En qué momento eres consciente de que tus padres han hecho todo eso para darte una vida mejor?
R.- Bastante tarde. En la adolescencia es cuando me doy cuenta que tenía un sentido. Cuando empiezo también a estudiar un poco qué era lo que había pasado.
P.- Al llegar, tienen que abandonar sus trabajos y dedicarse a otros menos cualificados, ¿a ellos les costó realizar ese tránsito?
R.- Lo cierto es que requiere una capacidad mayor para abandonar cosas sin que te pese, porque si te pesa no vas a salir adelante. En el fondo tienes la necesidad de hacerlo. Tampoco veían ninguna opción. Mi madre le ha recriminado a mi padre alguna vez haber abandonado el país, pero creo que esas decisiones se toman cuando ves que no tienes muchas opciones más.
P.- En un momento del libro, la protagonista conoce en su trabajo a un chico que viene de una familia privilegiada, pese a que eso crea recelos en ella, parece que hay un ascensor social que le ha permitido a la protagonista compartir trabajo con él. ¿Esta situación es un argumento a favor de la meritocracia o contra la meritocracia?
R.- La meritocracia en general no existe, pero de vez en cuando deja pasar a gente como yo. Aunque sé que soy el ejemplo perfecto de que la meritocracia existe porque fui emigrante, porque llegamos con nada y porque ahora tengo un buen trabajo. Pero precisamente el sistema es tan perverso que hace que gente como yo sea el ejemplo que da la gente que cree en la meritocracia. Los defensores de la meritocracia siempre han ‘heredado’ esa meritocracia. Es gente que ha heredado unas condiciones de vida de sus padres. La mayor defensa de la meritocracia que he oído es de gente que vive en un piso de un millón de euros en Madrid. Es sorprendente. Pero las personas que empiezan de muy abajo, que intentan subirse al ascensor social, se dan cuenta de que no llega al mismo piso. Llega un punto en el que tú te paras y resto sigue subiendo, pero tú ya no, porque ya hay ciertos cargos que están vetados para ti. Hay ciertas cosas que en este sistema y en este país también, sobre todo en este país, que van por apellidos, que van dependiendo de la familia a la que vienes.
P.- ¿Es una cuestión de familia, acceder a ese último piso?
R.- Hay una gráfica que explica, dependiendo del país en el que estés, quiénes son los que tienen la mayor cantidad de dinero o de poder y muestra que en España si es familiar. En otros países, como China, es por el partido. Todos los que sean del Partido Comunista y tengan méritos dentro del partido son los que ocupan los cargos altos. En Rusia exactamente lo mismo. Los que estuvieron en el poder, los que luego estuvieron robando durante los años 90 son los que ocupan los cargos, va por política. En el caso español va por apellido. Seguimos teniendo nobles y condes.
P.- Hablando de la lengua y retomando volviendo a hablar de Ucrania, ¿de qué depende que una familia en Ucrania hable en casa ruso o hable ucraniano?
R.- De la zona geográfica en la que hayas nacido, pero ahora eso está cambiando. Lleva pasando desde 2014 y con la guerra ha pasado a un nivel mucho mayor. Hay muchas personas que han decidido directamente erradicar el ruso de su casa, de su lengua materna y empezar a usar el ucraniano.
P.- ¿En 2014 te sorprendió la reacción pusilánime de Occidente?
R.- Me sorpredió que Rusia se anexionase Crimea sin que nadie dijese nada. Porque Rusia estaba muy presente en Europa. Los países seguían comprandole gas. Hubo pequeñas sanciones que no fueron a más. Es sorprendente que un país se anexione un territorio y que nadie diga nada.
P.- Después se produjeron enfrentamientos, ¿no?
R.- Sí, pero no era una guerra a gran escala como la actual. Era una guerra concentrada en un sitio, en el este de Ucrania, en poblaciones muy concretas. Entonces, como no la vivía el resto del país, de la misma forma que ahora, no se tomaba tan en serio ni en Europa ni en Estados Unidos. En Ucrania sí.
P.- ¿Crees que la guerra ha perdido un poco de foco de protagonismo?
R.- Sí, desde hace bastantes meses. Fue evidente que la contraofensiva no estaba saliendo como se había dicho que iba a salir y ahí es cuando pierde el foco completamente. La verdad es que no tengo expectativas muy positivas. Se vive una situación de cansancio.
P.- La guerra, dentro de ser una tragedia horrible, ¿ha contribuido en ti a ver algo positivo? Después de tanta solidaridad nacional e internacional…
R.- A mí la guerra me hizo ser de nuevo ucraniana, a mí la guerra es en lo que más me ha marcado. Aunque ha llegado un momento en el que me desenvuelvo en mi día a día como una española más. Es un momento en el que me cuesta entender dónde estoy exactamente.
P.- Hablando de la Margarita escritora. ¿En qué momento empiezas a escribir?
R.- Muy pronto. Con diez años. Escribí mi primer relato de 40 páginas con diez años. Se perdió, por desgracia. Comencé a escribir por aburrimiento, ya que no tenía nada que hacer. Me encantaba leer y mis padres siempre estaban trabajando. Obtenía los libros de la biblioteca municipal, ya que en mi casa había pocos libros. Recuerdo mucho los cuentos que me leían, mi madre siempre leía conmigo antes de dormir.
P.- ¿En español o en ucraniano?
R.- En ruso. Teníamos cuentos tradicionales rusos. Eran los cuentos eslavos que se contaban como tradición, como los de los hermanos Grimm. Pero la verdad es que no recuerdo grandes libros pero descubrí mi libro favorito que es Alicia en el país de las maravillas. Más adelante, cuando ya empecé a coger libros de la sección de adultos, leía mucho a Conan Doyle y Agatha Christie.
P.- En el libro narras una experiencia relacionada con la soledad, de esa niña que vuelve sola del cole… ¿Cómo es la integración, de esa niña que lee, con tus compañeros?
R.- Fue muy complicado. No tuve muy buena infancia en ese sentido. Fui un bicho raro durante los años que duró el sistema obligatorio de escolarización en España. No se promocionaba mucho la lectura. Ahora ya hay programas muy buenos que crean muchísimos jóvenes lectores. Hay incluso talleres dentro de institutos que antes no existían.
P.- ¿Notabas algún recelo hacia ti por escribir mejor que los españoles?
R.- Viví situaciones de acoso escolar en las que a mí se me incriminaba que había venido a España a quitar las notas a los alumnos. Era una cuestión de educación de lo que se veía en casa y lo que los padres comentaban en casa, por eso es tan peligroso lo que se dice dentro de los hogares, en los que imagino que en ese momento era el discurso de «los inmigrantes nos quitan el trabajo». Los niños lo trasladaron a las notas. Se pasa mal pero te das cuenta de que eso es lo que te convierte en lo que eres.
P.- ¿Cuándo comienzas a escribir la novela? En el libro hay varios momentos cruciales que narras como una ruptura amorosa o la obtención de la nacionalidad, ¿fue alguno de ellos?
R.- Comencé a escribir la novela bastante antes de que me dieran siquiera el pasaporte español. Sí que es verdad que la primera escena en la que se relata cómo la protagonista recibe ese pasaporte es exactamente como lo recibí. Además, es la escena más verídica de todo el libro, porque es algo que ocurrió exactamente igual. El libro lo escribí estando ya en Madrid y aproveché un poco que había abandonado mi vida en Barcelona, había cambiado de trabajo, de ciudad… Es verdad que una relación había acabado y al mismo tiempo mi antigua nacionalidad también había acabado y aproveché esa confusión que, además, la sumé con la soledad del confinamiento, porque este libro lo terminé en el confinamiento, y eso me hizo volver un poco a la soledad infantil. Me hizo conectar con ese sentimiento que creía que estaba bastante diluido, borrado por el paso del tiempo. El confinamiento fue un punto en el que volví a sentir eso. Vivía en una ciudad a la que no conocía a nadie, sólo a la gente del trabajo, y encima confinada absolutamente sola. Ahí fue cuando surge la historia.
P.- ¿Cómo ha recibido tu familia este libro?
R.- A mi madre le prohibí leer el libro y me hizo caso. Mi padre sí lo leyó. Mi hermano también, pero lo dejó porque se ponía muy triste. No es que el libro sea triste, no quiero decir eso, pero le afectaba mucho, porque además se relata un tiempo en el que él no había nacido. Este libro es también un mensaje para él.
P.- ¿Por qué no quieres que lo lea tu madre?
R.- Es complicado. Las relaciones con las madres siempre son complicadas, pero sobre todo porque no la quiero decepcionar. Me da miedo que el libro la decepcione. Ella se lo toma todo muy a pecho, entonces temo herirla. A mi padre también le prohibí leerlo pero va más por libre. De hecho, es el único libro en español que ha leído. Está construido de forma que un inmigrante lo puede leer.
P.- ¿Tu estilo por naturaleza hubiera sido más complicado?
R.- Mi estilo se construyó cuando empecé a escribir en periódicos, cuando empecé a publicar las primeras noticias. Una vez le mandé a mi padre un reportaje que escribí y me dijo: «No he entendido nada». Y luego me dijo: «Escribe de forma que hasta alguien como yo, que no ha aprendido español, pueda entenderlo». A partir de ahí empecé a escribir de una forma mucho más sencilla. Por eso me parece básico escribir de forma que todo el mundo te pueda entender.
P.- ¿Cuáles son para tí los diez mandamientos de la escritura?
R.- Intentar no escribir subordinadas, intentar no poner muchas comas y explicaciones dentro de una misma frase, usar verbos que indiquen exactamente lo que quieres decir, esto es básico, lo hacemos todos los periodistas con el: dijo, explicó, acusó, denunció.
P.- ¿A qué escritores admiras?
R.- Te voy a decir gente muerta. Evidentemente a Hemingway y a Joan Didion, le admiro muchísimo.
P.- ¿Estás trabajando en alguna novela nueva?
R.- Sí, estoy trabajando en algo, pero es algo tan grande, tan ambicioso, que no sé ni para cuándo va a estar. Intentaré que esté lo antes posible. Tengo especial prisa en escribirlo. Aunque no será autobiográfico. Absolutamente nada que ver. Esta etapa está cerrada. Este libro era como un tapón que había que quitar para poder escribir otras cosas. Va a ser ficción 100%, en tercera persona.
P.- Bueno, Margaryta Yakovenko ha sido un placer. Repetiremos esto cuando cuando salga tu próxima obra y terminamos con la pregunta habitual, que es: ¿A quién te gustaría que invitáramos a pasar por aquí?
R.- Estaría bien invitar a la escritora peruana Gabriela Wiener.