THE OBJECTIVE
MONKEY BUSINESS

Capítulo 11: El vuelo de la cometa

THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar

Capítulo 11: El vuelo de la cometa

Ilustración de Alejandra Svriz.

—Parece mentira que estemos a casi ocho kilómetros de la capital, Kralendijk, y que esta isla tenga de un extremo a otro solo unos treinta y nueve kilómetros de distancia —comentó Urruti desde el asiento del copiloto del coche como si fuera un acertijo. Claramente, tenía ganas de ilustrar todos sus conocimientos geográficos sobre Bonaire.

Ricardo y Gracia habían llegado a la isla un día antes, aterrizando en el aeropuerto de Kralendijk desde Ámsterdam en un vuelo de KLM, en el que la inmensa mayoría de los pasajeros eran turistas en busca de sol y playa. Ellos también parecía que pertenecían a ese tipo de viajero, pese a que su misión era otra muy distinta. Bonaire era parte de las Antillas Holandesas, un municipio especial del reino de Holanda y parte de la Unión Europea, compuesto de varias islas, aunque estaba situado en pleno Caribe, enfrente del estado Falcon de Venezuela.

—De hecho, la historia de las islas ABC, Aruba, Bonaire y Curazao, todas ellas parte de las Antillas Holandesas, me recuerda un poco al asunto de Ceuta y Melilla. Pese a estar lejos geográficamente del resto de su país, son parte de Holanda desde 1634 cuando se las arrebataron a los españoles que las ocuparon allá por 1499. Curiosamente, la expedición estaba capitaneada por Alonso de Ojeda y le acompañaba nada menos que Américo Vespucio. ¿A que no oís hablar de ningún organismo que pida la devolución de estas islas a su madre patria americana?

Gracia conducía una furgoneta tipo pick-up que había alquilado en el aeropuerto y se dirigía hacia la playa de Atlantis en el sur de la isla. Urruti le acompañaba sentado en el asiento del copiloto. A ella le encantaba escucharle porque siempre tenía algo interesante que contar. Llevaba unas gafas de sol y una gorra azul marino y le miraba por el rabillo del ojo mientras él contaba sus batallitas geopolíticas.  —Urruti, me fascinan tus historias, pero ahora en lo único que pienso es en llegar a la playa, alquilar el material y tirarme todo el día haciendo kitesurf. No siempre se tiene la suerte de viajar por trabajo a un paraíso del kite, y no quiero desaprovechar la ocasión. Ya habrá tiempo de comenzar a realizar las pesquisas oportunas. He quedado esta tarde con Miguel Leviatán, nuestro contacto en la CIA, que aterriza de Miami. ¡En todo caso, como mi jefe eres tú y tú también vienes a la playa conmigo a holgazanear, no creo que haya quejas del oficial al mando de la misión! —comentó Gracia exultante, riéndose pletórica de felicidad. 

Su sonrisa arrolladora contagiaba optimismo y buen rollo. Se notaba que estaba ansiosa por llegar a su destino y dedicar todo el día a su deporte favorito.

—Sí, me imagino que estarás deseando meterte en el agua para hacer la maldita cometa esta, y disfrutar de los veintiocho grados de temperatura del agua, y de las tortugas, las mantas rayas y los delfines. Te aseguro que si yo fuera un poco más joven estaría haciéndolo contigo. Pero ahora me da pereza arrastrarme por la arena como un colegial, qué quieres que te diga. Yo, mientras, me quedaré en el bar tomando unas cervezas y disfrutando del panorama.

Atlantis era una maravillosa playa muy estrecha y alargada, bañada por agua azul turquesa, con arena blanca y muy fina. Al final, la tierra se iba estrechando y terminaba en una lengua de arena de apenas 30 metros de ancho. El centro de alquiler de material contaba con un estupendo chiringuito en el que Urruti se instaló para disfrutar de la vista, la cerveza y las mujeres bonitas. Gracia, tras alquilar el material y comentar con el dueño del centro de alquiler el mejor sitio para navegar, se metió en el agua. La gente de la playa, sobre todo los hombres, acompañaron con la mirada su recorrido desde la zona de levantamiento de la cometa hasta las olas. Su esbelta silueta, con su camiseta apretada de lycra bajo el arnés, sus piernas largas y firmes, tensionadas por el esfuerzo físico, y sobre todo, su trasero estilizado, puntiagudo y firme, enmarcado por un diminuto traje de baño rojo, hacían las delicias del personal. Una vez en el agua, se dirigió navegando hacia el norte de la playa donde esta se estrechaba, terminando en una solitaria carretera de arena. En la punta de la lengua de agua moría la carretera. Uno podía navegar en los dos lados y disfrutar también de las olas rompiendo. Era un lugar solitario al que no iban los bañistas, y los navegantes de cometa preferían en general quedarse en la zona del alquiler porque allí es donde estaba la gente. Gracia había alquilado una cometa de ocho metros porque el viento arreciaba fuerte. Ella era una experta del kitesurf, sus padres la habían iniciado desde pequeña en la meca del kite y del windsurf, el pueblo gaditano de Tarifa, en el estrecho de Gibraltar.

Ricardo, desde su mesita en el bar del chiringuito, disfrutaba viéndola a lo lejos. Le dominaba un cierto instinto paternal con Gracia que le conducía a vigilarla regularmente. Le había pedido al profesional de la tienda que le prestara los prismáticos para poder observar a los navegantes y para tenerla controlada, y así pasar la tarde entretenida. Jamás le contaría que la espiaba porque se moriría de vergüenza al ver expuesta su inocencia paternal, y ella se partiría de la risa por su exceso de celo. Ricardo observaba a intervalos regulares los saltos y las acrobacias aéreas de su pupila. De repente le sorprendió ver un coche negro un poco desubicado dirigirse hacia la punta de la lengua y aparcarse en paralelo a la playa. Urruti observó al conductor bajar las ventanillas del coche. Solo se perfilaba una solitaria silueta en el interior. El sujeto fumaba un cigarrillo y miraba de perfil hacia la dirección de la cometa de Gracia. Parecía disfrutar de los saltos que pegaba, observando todo con detenimiento. Unos minutos más tarde, el individuo sacó unos prismáticos y se dispuso a seguirla aún con más atención. Ricardo, algo extrañado, monitorizaba los acontecimientos con sus prismáticos también, vigilando al vigilante. Con su sexto sentido de agente de los servicios de inteligencia intuyó que Gracia también tenía que ser consciente de que alguien la estaba observando, pues la había visto dirigir su mirada hacia el coche discretamente mientras realizaba alguna de sus acrobacias. Urruti, algo ansioso, decidió dirigirse en esa dirección andando, acelerando un poco el paso. De repente, la figura del interior del coche abrió la puerta y emergió al exterior. Se vio a un individuo alto y fornido, con una gorra azul con la visera echada para atrás agarrando una maleta rectangular de plástico duro y dirigiéndose al lado opuesto del coche. Ricardo comprendió inmediatamente las intenciones homicidas del individuo y se dispuso a correr como un loco hacia el coche. Desgraciadamente, estaba aún muy lejos y sus esfuerzos eran en vano.

—¡Gracia, cuidado! —gritaba Ricardo con todos sus pulmones mientras corría. Pero el fuerte viento de norte ahogaba su voz.

El individuo se percató que Ricardo se acercaba a la carrera hacia el coche, pero eso no le hizo perder la paciencia. “Despacio, que tengo prisa”, pareció pensar. Colocó la maleta sobre el capó del coche y extrajo unos cascos canceladores de sonido que se puso tranquilamente. Como si fuera un ritual, empezó a montar los componentes del rifle uno a uno mientras vigilaba de reojo a Gracia que seguía navegando cerca de la playa a escasos cien metros del coche. Una vez montada el arma, su habitual McMillan Tac-50, la apoyó sobre el techo del vehículo para que la superficie ejerciese de apoyo en el disparo. La mira telescópica era en este caso una exageración, la Schmidt, Bender & Gaggero 5-25×56 PMII, pero sabía que con ella o sin ella el objetivo iba a ser coser y cantar. Apoyó su ojo derecho sobre la mira para encuadrar a su víctima, pero para su sorpresa no la encontró en su campo de visión. Gracia parecía haber desaparecido del agua misteriosamente. El francotirador recorrió con la mira del rifle el agua de un lado a otro buscando a la kiter absolutamente convencido de que emergería en cualquier fracción de segundo bajo su objetivo. Pero frustrado al no encontrar ninguna pista, levantó la cabeza despacio, sacó su ojo de la mira y buscó con la mirada. De repente, se encontró de bruces con la superficie inferior de una tabla de kite, sobre la que cabalgaba Gracia, y que se dirigía a su cabeza desde el cielo. No tuvo tiempo de reaccionar y la tabla le golpeó la cabeza, destrozándole el cráneo. El tremendo golpe hizo que ella se desequilibrase sobre la tabla, y se estrellara contra la arena. Fue arrastrada por la tracción de la cometa durante veinte metros. Afortunadamente no sufrió ninguna herida ni contusiones de relevancia. Estaba sana y salva.

Ricardo, llegó unos minutos después, jadeando y sudando. Se detuvo delante del cadáver del francotirador. La escena parecía sacada de una película de terror sangrienta viendo el estado del cráneo totalmente destrozado por el impacto. Gracia observaba la escena con gesto de dolor.

—Dios mío, Ricardo, creo que este es el mejor salto de precisión que he realizado en toda mi vida —su sonrisa era un híbrido entre el reflejo físico de un ataque de pánico y la reacción chistosa a un chiste malo.

—Gracia, te has salvado por los pelos. A este tipo le ha faltado un tris para meterte un tiro entre pecho y espalda.

—Lo sé, Urruti, gracias a Dios me percaté de la presencia del coche de un color y de un tipo muy poco habitual en las playas de surferos, e inconscientemente seguí su evolución por el rabillo del ojo. La verdad es que hay que ser paquete para plantarse aquí con este vehículo totalmente desubicado en una playa de surferos. 

Ricardo no se podía creer la escena que acababa de presenciar, y, sobre todo, cómo se había resuelto. Experimentaba una extraña sensación de orgullo, respeto, admiración y miedo. Le aterrorizaba pensar que su protegida pudiera haber muerto. Nunca se hubiera perdonado que le hubiera ocurrido algo en su presencia.

—Gracia, este tipo es un exmilitar o alguien de los servicios secretos de inteligencia de algún país. Mira el arma, es extremadamente sofisticada. Ahora que la veo de cerca te puedo confirmar que es la misma que utilizan los francotiradores del ejército canadiense. La mira telescópica es extraordinaria. Además, apostaría mi sueldo de un año a que es exactamente la misma que hirió gravemente a Badía. Querida Gracia, creo que acabamos de terminar con la vida del asesino de Gibraltar.

Ricardo se agachó y volteó el cadáver para poder observarle mejor. 

—Chica, observa con detenimiento el tatuaje que lleva en el brazo derecho, es el de la 99 Brigada de Fuerzas Especiales del Ejército Bolivariano, una unidad estratégica de operaciones especiales al servicio del régimen chavista. La conozco bien porque los hemos tenido enfrente en alguna misión en Venezuela cuando el golpe de estado contra Chávez que casi le elimina del mapa. Recuerdo perfectamente ese escudo tan peculiar conformado por el mapa de Venezuela dentro de un círculo que simboliza la unidad y perfección, resaltando sobre él Guapotori, un gran líder guerrero aborigen al que veneran. Y en su interior verás la piraña, el lobo, el tigre y un rayo que significan capacidad, agilidad, fuerza y energía de sus miembros. Y se ve también el sol naciente por el Esequibo, que simboliza el límite de la soberanía del país. Mira, y aquí en el borde superior la identificación de la unidad, y en el borde inferior su lema, Destreza, Lealtad y Valor.

—Está claro que es o ha sido un miembro de la unidad de élite del ejército venezolano el que ha intentado asesinarme. Esto es ya una prueba clara que confirma nuestras sospechas, Ricardo.

—Además, se rumorea que la 99 es la brigada de la que se nutre el grupo de sicarios del Cartel de los Soles, por lo que aquí tenemos la prueba más clara de que, tanto el cartel como el régimen chavista, están tras nuestra pista.

Gracia y Ricardo habían encontrado las primeras pruebas que apuntalaban la teoría de la conspiración que habían elaborado desde la primera reunión ministerial con la CIA. El camino estaba ahora allanado para seguir investigando en esa dirección.

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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.

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