THE OBJECTIVE
Cultura

Capítulo 18: Fugitivos

THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar

Capítulo 18: Fugitivos

Ilustración de Alejandra Svriz.

Los teléfonos móviles y las redes sociales ardían con la noticia que corrió como la pólvora. Solo un cuarto de hora después del atentado, el boca a boca había generado una enorme ola de especulación en torno a su autoría. Todas las televisiones y las radios interrumpieron su programación para dar la noticia: 

“Manuela Montoya, asesinada en un atentado terrorista con coche bomba en Madrid”. 

Ya desde el principio, las primeras voces autorizadas empezaron a comentar la posibilidad de un atentado islamista descartando la otra alternativa, la del terrorismo etarra que suponía que el atentado lo habría perpetrado algún grupúsculo marginal que quisiera retomar la lucha armada, abandonada hace ya muchos años. La autoría yihadista, pese a no haber aún ninguna pista, fue la que empezó a consolidarse en los foros de opinión, en las redes sociales y en las redacciones de los periódicos. Hacía muchísimos años que no se producía en España un atentado terrorista de estas características —coche bomba— y contra un alto cargo de la administración del Estado. Había que remontarse a los años más sangrientos de la banda asesina vasca para encontrar un suceso de estas características. Su bagaje criminal era escalofriante: ochocientos asesinatos, entre ellos veintidós niños, dos mil seiscientos heridos y noventa secuestrados. 

El modus operandi de este atentado recordaba al realizado por los etarras contra el almirante Carrero Blanco en los últimos años del franquismo. La célebre Operación Ogro tuvo al presidente del Gobierno franquista como objetivo. El comando terrorista excavó un túnel desde un edificio hasta el centro de la calle por la que pasaría el presidente. Colocaron allí tres cargas antitanques con cincuenta kilos de dinamita y las hicieron estallar la mañana del 20 de diciembre de 1973, justo cuando pasaba el Dodge 3700 GT negro del almirante, en pleno barrio de Salamanca. El coche voló por los aires y cayó en la azotea de una casa anexa a la iglesia donde había asistido a misa momentos antes. En este atentado también fallecieron sus acompañantes, un inspector de policía y el conductor del vehículo. 

En este caso, el coche de la ministra Montoya también había volado por los aires y había caído en un campo de encinas en pleno monte de El Pardo. El resultado fue el mismo, la muerte de todos los ocupantes del vehículo.

La furgoneta Mercedes en la que viajaban Manuela y Ricardo, aparte de convertirse en un amasijo de hierros por el impacto de la metralla y la onda expansiva, se incendió por la detonación y explotó en una nube de llamas tras estrellarse contra el suelo. Gracia y Badía, que vieron la escena a unas decenas de metros desde el coche de la ministra, supieron inmediatamente que todos habían fallecido. Al mismo tiempo cayeron también en la cuenta de que ellos mismos estaban también en peligro. Sabían que había sido un atentado terrorista premeditado y muy bien planeado, y que tenían que abandonar el lugar ipso facto, sin ni siquiera acercarse a las víctimas. Ellos también habían sido objetivo del coche bomba, y solo la pelea entre Badía y Urruti les había salvado.

El conductor del vehículo escolta había abandonado a la carrera el coche al observar que la furgoneta aterrizaba a unos cientos de metros del lugar de la deflagración. Corría a toda velocidad hasta el lugar del impacto con s teléfonos móvil alertando a los servicios de seguridad del Estado y a los servicios médicos y de emergencia. Mientras la escena fuera del coche iba a cámara rápida en una mezcla de caos, ruidos y gritos, dentro del vehículo Gracia y Badía parecían ir al ralentí. Los dos se miraron a los ojos y, sin dirigirse la palabra, salieron del coche, se colocaron en los asientos delanteros, el comandante cogió el volante y huyeron a toda velocidad. Su reacción, que hubiera podido interpretarse como abandono del deber de socorro en circunstancias normales, no era más que la puesta en marcha de un plan de supervivencia de manual, pues los libros de texto de inteligencia aplicados a atentados terroristas eran muy claros en este sentido: los supervivientes deben protegerse de potenciales acciones de exterminación posteriores a la primera explosión. No sabían si podría haber alguna otra bomba colocada en los alrededores, o si habría francotiradores en el exterior dispuestos a rematar la faena. No tenían otra opción que huir y proteger sus vidas. 

Tras un breve intercambio de palabras, acordaron dirigirse a un piso de Badía en un pueblo residencial de la sierra de Madrid. Era parte de la red de inversiones del comandante, fruto del lavado de dinero de sus pagos por trabajos sucios, y que estaba manejada por un testaferro a las órdenes de Bárbara. Nadie conocía la existencia de esa casa y sería imposible encontrarles allí. Eso les permitiría esconderse, replegarse, y planear los próximos pasos sin tener el peligro en los talones. Era el lugar donde Badía se escondía cuando quería pasar desapercibido cerca de Madrid. 

Entraron al edificio a través del garaje. La plaza de aparcamiento estaba cerrada para poder ocultar el coche y conectaba directamente con el piso bajo y con el primero. Así se conseguía acceder al piso franco sin ser vistos por nadie y sin levantar ninguna sospecha.

Se sentaron nada más llegar en el salón, extenuados por los acontecimientos vividos:

—Nos han cazado, Gracia. Están llevando esta persecución hasta sus últimas consecuencias. Ahora tú también tienes una diana en la espalda. Deben saber que Agartha estaba al tanto de la operación y han decidido eliminarnos a todos de un plumazo. Pero se les ha ido la mano matando también a la ministra.

—Joder, esto es una verdadera barbaridad, no me lo puedo creer —Gracia llevaba en estado de shock desde que estalló el coche bomba, pero su profesionalidad no le dejaba aflorar sus sentimientos. 

Badía permaneció en silencio.

—Dime, ¿cómo es posible que ocurra esto en un estado de derecho? — balbuceó Gracia. 

Desde los Grupos Antiterroristas de Liberación, el grupo terrorista parapolicial diseñado por los bajos fondos del Ministerio del Interior y que montó la cúpula del Gobierno socialista de Felipe González contra ETA, el terrorismo de Estado había desaparecido en España. 

—Esto es una barbaridad —repitió Gracia para sí misma—. Los hijos de puta se han cargado a Ricardo, a Manuela y a los escoltas que iban en la furgo, y lo han hecho a plena hora del día y a un par de kilómetros del Palacio de la Zarzuela donde vive el Rey…con un par de cojones. Y todo para ganar unas elecciones, en connivencia con el narcotráfico internacional.

—Así es, estamos jodidos, ya no tenemos cobertura oficial ninguna, Gracia. Con Manuela y Ricardo muertos, Agartha está desactivada y descabezada, y el ministerio será inmediatamente intervenido por algún afín al malnacido de Pérez. La principal misión de los cabecillas de este asunto mafioso es ahora acabar con nosotros. Nosotros somos el único fleco que les queda.

El timbre del teléfono personal de Gracia interrumpió la conversación. Ella se sobresaltó porque estaba imbuida en las circunstancias. Al ver la llamada se percató de que debían haber neutralizado todos los móviles inmediatamente, pero sorprendida y quizá algo afectada aún por lo que había ocurrido, miró la pantalla y leyó: “Paulo”. Dudó un par de segundos, pero finalmente decidió responder brevemente a la llamada, pues tarde o temprano tenía que hablar con él. No hacerlo sería transmitirle una alarma innecesaria. En todo caso, ese era tan mal momento como cualquier otro, siempre que mantuviera la duración de la llamada por debajo de los mínimos de localización.

—Hola, Paulo.

—¡Gracia, por fin respondes! —Exclamó Paulo con tono angustiado y enfadado—. Me tienes muy preocupado. Llevo casi una semana intentando hablar contigo y ni caso… y ni siquiera lees mis mensajes. ¿Qué pasa?

Gracia guardó silencio, tenía que pensar muy bien lo que podía decir y lo que no. No podía descartar la posibilidad de que su teléfono personal estuviera intervenido. Decidió ser cauta y muy breve para que nadie pudiera triangular la ubicación de su teléfono móvil.

—Estaba preocupadísimo, y llevo días sin pegar ojo. No sabes lo triste que estoy desde que discutimos la última vez. Gracia, no puedo vivir sin ti —dijo Paulo, ahora con voz honesta y temblorosa.

A Gracia no se le ocurrió otra cosa que soltar un “Aha” despistado y desganado, como si no hubiera prestado ninguna atención a las tiernas palabras de su pareja. Su silencio y su falta de reacción emocional, o peor, su nula reacción, produjo un inmediato rechazo visceral en el tono de voz de Paulo. Esto era ya una afrenta a la humildad con la que se había expresado y el cariño que había demostrado.

—Eso es lo único que puedes decirme… ¿Dónde estás? ¿Estás con alguien?

—Paulo, no hagas una escena, estoy bien, simplemente he estado de viaje y estoy pensando en lo nuestro. Tenemos que darnos un tiempo, necesito espacio, y sobre todo necesito que me dejes en paz.

Paulo se percató de que Gracia iba en serio, pues la conocía muy bien y quería andarse con pies de plomo. Entendió enseguida que mantener una discusión en ese momento no iba a generarle ningún rédito. Decidió sobre la marcha utilizar otra estrategia, y llevar la conversación por derroteros más racionales.

—Entiendo, Gracia, así lo haré. No te preocupes por mí. Te voy a dar tu tiempo y tu espacio, pero quiero que sepas que cuando estés preparada aquí estaré.

—Gracias, querido —Gracia adoptó un tono mucho más conciliador—. ¿Por cierto, ha habido un atentado hoy no? Tenéis que estar desbordados en la redacción. 

Gracia sabía que al preguntarle por su trabajo y por los recientes acontecimientos, provocaría que el periodista que su pareja llevaba dentro aflorase y retomase el control de su persona. Paulo mutaría de amante despechado a riguroso periodista. Eso alejaría el mal rollo de la conversación. Por otro lado, Gracia también quería recabar información sobre las primeras impresiones que el trágico atentado estaba generando entre la gente bien informada. 

—Sí, es una barbaridad, han asesinado con un coche bomba a la ministra Montoya, a Ricardo Urruticoechea, un profesor de universidad amigo suyo y a sus escoltas. Viajaban todos en una furgoneta. Sus cuerpos están calcinados. Era imposible sobrevivir a esa carga explosiva.

—¿Tenéis alguna pista de quién puede estar detrás de todo esto?

—Aún no hay datos, pero el modus operandi es muy profesional, por lo que nos tiene muy despistados. ETA está descartada, no tiene ya comandos activos. Desde las fuerzas de seguridad del Estado y fuentes de inteligencia se apunta al entorno islamista. Ya te contaré cuando sepa más.

—Gracias, Paulo, pero no. No me llames, déjame tranquila. Yo te llamaré, ahora necesito tiempo. Adiós.

Gracia colgó abruptamente su comunicación, puesto que ya había transcurrido el tiempo máximo que podía hablar sin ser localizada por cualquier dispositivo de seguimiento. Tampoco quería alargar la agonía de Paulo. 

Tras esta conversación, los fugitivos se deshicieron de sus teléfonos móviles y de todos los dispositivos que pudieran utilizarse para seguirles. Badía desactivó el rastreador del vehículo oficial de la ministra que estaba escondido en el garaje.

—Ricardo era mi mentor, después de mi padre es la persona que más he admirado en el mundo, Badía. Era una persona culta, buena, profunda, cariñosa y sensible.

Gracia empezó a hablar de su querido amigo, como si estuviera sentada en el diván de su psicoanalista. Necesitaba purgar sus penas, y hablar de él, incluso a Badía. Era la mejor manera de aliviar su tristeza. Había comenzado su duelo y sabía que había que atravesar sus arenas movedizas y pasar el sufrimiento.

—Lo que no entiendo es la reacción que tuvo dentro del coche contra ti. Ricardo te atacó de manera furibunda, muy pueril, fuera de contexto y sin venir a cuento. Además, no fue nada profesional. Él no era así, no era rencoroso y tampoco dejaba escapar espontáneamente sus sentimientos. ¿Por qué te odiaba tanto?

—¿Gracia, Urruti nunca te habló de mí por lo que veo… es decir de nosotros… lo que nos unió y sobre todo lo que nos separó? —preguntó sinceramente incrédulo.

—Nunca. Pero ahora me imagino que hay un extenso historial sentimental entre vosotros dos. Solo cuando has querido a alguien mucho puedes tener este tipo de reacción tan visceral. Del amor al odio hay solo un pequeño paso. Él hablaba de traición en el coche, por ahí deben de ir los tiros…

El comandante también parecía estar muy afectado por la muerte de Ricardo. Tanto, que por primera vez en su vida decidió contarle a alguien toda la historia. Tomó aire y se embarcó en un largo y triste relato.

Le contó que los dos fueron reclutados de jóvenes simultáneamente por los servicios de inteligencia del Estado y trabajaron durante años en la lucha contra ETA. Ricardo fue uno de los activos más valiosos contra la banda terrorista, le llamaban ‘el Zorro’. Consiguió infiltrarse en la banda y convertirse en uno de sus ideólogos mientras simultáneamente pasaba información a los servicios de seguridad. Badía fue su contacto, su handler, durante todos esos años en el que Ricardo vivió una doble vida. Solo se comunicaba con él. Tras abandonar la banda recuperó su vida como un arrepentido de ETA, justificando así la amnistía de la que se benefició. Ese rechazo a la violencia le otorgó un estatus único como activo de gran valor dentro de la izquierda y el entorno universitario. Los dos recibieron las más altas distinciones del Estado, siempre mantenidas en secreto por sus servicios extraordinarios. Al integrarse en la universidad, Ricardo comenzó a frecuentar los ambientes artísticos y de celebridades que se acercaban a la izquierda como una abeja a un panal, pues ya se intuía la victoria del partido socialista en un futuro cercano. En plena transición democrática, es cuando conoció a la célebre y bellísima actriz Bárbara Cornualles, con la que mantuvo una intensa relación amorosa y tuvo una única hija enferma. A los pocos meses de su nacimiento, Bárbara le traicionó con su mejor amigo, Domingo Badía, abandonando a Ricardo y a su hija que sufría una triste discapacidad cerebral que requería atención las veinticuatro horas al día. Ella, una inteligente pero inmadura estrella del cine nunca quiso afrontar esos cuidados que cortaban sus alas. Desde entonces, Urruti nunca volvió a tener una pareja, pues su único amor fue su hija, a la que cuidó con esmero hasta que falleció de unos problemas cardiacos años más tarde. 

Badía abandonó los servicios de inteligencia a raíz del escándalo y del rechazo hostil y generalizado que sufrió entre sus compañeros. Creó entonces una empresa de consultoría internacional que básicamente se dedicó a la organización de golpes de estado en países africanos, al tráfico de armas, el lavado de dinero, a labores de espionaje y chantaje a personajes políticamente relevantes y a cualquier asunto turbio que tuviera un gran margen económico. Bárbara también terminó abandonando su efímera, pero muy exitosa carrera de actriz y se dedicó por completo a gestionar los ingresos de su pareja, creando un verdadero entramado internacional de blanqueo de capitales que les permitió vivir gracias a los pingües beneficios, todos aparentemente legales. Bárbara y Badía vivían juntos por temporadas, porque él se veía obligado por su trabajo a desaparecer durante meses. Él, que había sido el mejor amigo de Ricardo, su pareja profesional, se convirtió de la noche a la mañana en su mayor enemigo, el hombre que le traicionó y que se pasó al bando enemigo, el de los bajos fondos de la mafia política internacional.

Gracia escuchó atónita toda la historia. Empezó a comprender a su mentor, entendiendo el dolor que siempre llevaba escondido detrás de su cinismo intelectual. También entendió la enorme frustración que Ricardo tenía el día del atentado. El acuerdo ofrecido a Badía no solo salvaba la piel de su mayor enemigo, sino que también le permitiría seguir viviendo feliz junto a Bárbara el resto de sus días. Y para hacer más desagradable aún la situación, todo esto ocurría mientras él se ahogaba en sus tristes recuerdos de traición, abandono, y la muerte de su hija, abandonada por Bárbara por culpa del comandante.  

—Y ahora entiendes por qué Ricardo reaccionó de esa manera —dijo el comandante algo afectado, con su característica voz ronca algo entrecortada.

—Lo único que importa ahora es desenmascarar a todos los culpables. Pese a nuestras diferencias, tenemos que trabajar juntos para desenmarañar todo esto. Por España, y por la memoria de Manuela y de Ricardo. Aún no tenemos todas las piezas encajadas en este puzle. Nos falta dilucidar el papel de Marruecos, y de Ceuta y Melilla en todo este affaire. Hay que tirar de ese hilo.

—Gracia, para eso tenemos el mejor recurso, no te preocupes. Acabo de darme cuenta de que podemos recurrir a un activo único para esta situación. Se trata del tercero en discordia de nuestro grupo de jóvenes miembros de los servicios secretos de aquella época: Paco Ruiz-Ahmed. Como sabes, Paco es el jefe de la seguridad del Estado destinado en las ciudades autónomas y siempre ha sido el conducto oficial entre la inteligencia marroquí y la española. Además, él era nuestro mejor amigo en los servicios de inteligencia cuando empezamos Ricardo y yo. Crecimos juntos en la compañía —así llamábamos a nuestro empleador en esos tiempos— y siempre se ha mantenido fiel a Ricardo. 

Paco era miembro de Agartha, por lo que Gracia lo conocía muy bien, pero no quería revelarle al comandante ese dato confidencial.

—Sí, sé bien quién es Paco, tiene un cargo muy relevante en la seguridad del Estado y hemos coincidido en alguna ocasión. Me parece un milagro y una grandísima idea. Además, el ángulo yihadista que está emergiendo en las noticias, parece volver a apuntar a Marruecos, o por lo menos confirma que alguien, intencionadamente o no, quiere colgarles el mochuelo a los moros. Voy a contactarle, él nos ayudará a desvelar esas incógnitas.

—Claramente, Marruecos aparece en todas las quinielas. En todo este asunto son los ganadores, no hay quid pro quo en esta historia. España pierde las ciudades y no recibe nada a cambio, salvo la infumable propaganda anticolonialista de Pérez. Nadie sabe por qué Marruecos es la que acaba ganando con todo esto. Hay que hablar con Ahmed y seguir adelante.

La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.

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