Capítulo 22: Amor mortal
THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar
Gracia observaba el mar Mediterráneo desde la terraza del hotel. Estaba absorta viendo las olas golpear contra la playa. “Esa es una imagen de mi vida en la actualidad, un ir y venir de sentimientos estrellándose contra la misma arena, una calle sin salida”, pensó.
Estaba muy cansada, había pasado otro largo día viviendo como un fugitivo, con identificaciones falsas, tarjetas Visa duplicadas y con fajos de billetes en la maleta. Estaba siendo mucho más difícil de lo que nunca hubiera pensado. Pero lo peor era vivir una vida que no le pertenecía, vivir sin existir, o mejor dicho vivir sabiendo que había desaparecido. “¿Qué estará pensando Paulo? ¿Estará preocupado y habrá acudido a la policía para denunciar mi desaparición? ¿Y mi madre, pese a todo, me echará de menos? ¿Y en el trabajo, qué estará pasando, y cómo se recompondrá la situación si todo sale bien?”, se preguntaba a sí misma.
Ser ella misma, pero convirtiéndose en otra persona de la noche a la mañana, era una duplicidad complicada. No poder hablar con nadie, no dejarse notar, vivir sin llamar la atención, carecer de personalidad, ser un cero a la izquierda… Todo ello era algo que no iba con la apabullante personalidad de Gracia. Para combatir su frustración había vuelto a fumar, en parte por recuperar ese único vicio que podría permitirse ahora, pero también porque Gracia no fumaba, y ello la distinguía de ella misma. Lo que peor llevaba de su nueva vida de fugitiva era la ropa. Ahora solamente podía vestir con marcas populares, sin estilo concreto, pasando desapercibida, con buen gusto, pero a precios accesibles. Tampoco podía ir a la moda, ni enseñar sus preciosas piernas, ni siquiera ir demasiado bien conjuntada. Por el contrario, ahora sí que se maquillaba, solo para distinguirse de la verdadera Gracia, y eso también le aburría. Su maleta consistía en unos insípidos trajes de verano de motivos florares, ropa interior color carne de lo más discreta, colores tímidos, zapatillas de deporte, algún sombrero de paja y gafas de sol. El bolso era uno de tela, de los que regalaban las revistas de moda y eso, precisamente eso, era como clavarle un cuchillo en su corazoncito, era lo que peor llevaba.
El viejo Badía, Miguel y ella estaban alojados en el Parador de Ceuta con documentación falsa. El edificio era propiedad de los Ruiz Ahmed, pero estaba explotado por la sociedad pública de Paradores del Estado. La nueva identidad de Gracia, o más bien el relato que habían construido en torno a ella, era la de una joven esposa enamorada de su marido latino y norteamericano, viajando en familia y pasando unas vacaciones en el parador ceutí, con su padre, el abuelo Badía. La idea era que pasaran desapercibidos en un sitio eminentemente concurrido y turístico, justo el lugar donde nunca se esconderían unos fugitivos de la justicia. El Parador de Ceuta era un edificio moderno y adosado a las antiguas murallas reales, que marcan el límite de la ciudad antigua, un lugar privilegiado desde el que se contemplaba el mar Mediterráneo, y el foso real, el único navegable y de agua salada. Lo habían elegido porque era muy grande, y allí se pasaba desapercibido fácilmente y porque se encontraba a un centenar de metros de la casa de Ruiz Ahmed, justo en el centro de la ciudad, junto al puerto y el monte Haro. Cuenta la leyenda que en ese monte se encontraba una de las columnas de Hércules, el héroe que dividió Europa y África, y convirtió a Ceuta en la puerta del continente europeo.
La noche había caído sobre la ciudad. El clima mediterráneo de Ceuta, atemperado tanto en invierno como en verano permitía estar al aire libre cualquier día del año. Hoy hacía una maravillosa temperatura veraniega, sin calor, pero que permitía holgazanear al aire libre. El viento de levante movía las palmeras del jardín y su rumor se mezclaba con el de las olas y el bullicio de la ciudad. En la terraza del hotel, Gracia y Miguel terminaban una cena ligera. Badía se había retirado a su habitación porque no se encontraba bien. Desde el atentado, el viejo agente tenía la salud quejosa, y se cansaba mucho más rápido de lo normal, o al menos eso parecía. El aire olía a humedad salada y la luz de la luna acariciaba los rostros de los dos jóvenes, que charlaban animadamente mientras bebían su segunda botella de vino. Estaban justo en ese momento mágico en el que el alcohol empieza a entrar en el torrente sanguíneo y la realidad se ve desde una óptica mucho más excitante.
—Miguel, dime qué hace un chico hispano como tú, tan guapetón y formal enredado en la CIA. La verdad es que tienes más pinta de abogado mercantilista sueco que de espía internacional. Aunque quizá esta sea la clave de tu éxito, pues pasas totalmente desapercibido como agente secreto, nadie se podría imaginar que trabajas para la agencia con esas pintas de angelote atractivo.
Gracia estaba disfrutando de unos breves instantes de relajación y se sentía feliz por primera vez en muchos días. El alcohol y la belleza de la noche disipaban la tensión acumulada. El devenir lento del tiempo en Ceuta, el clima templado, los efectos del vino en la percepción del momento y la atractiva y encantadora presencia de Miguel la estaban arrastrando hacia una liberadora sensación, dirigiéndola al abandono ocioso de las preocupaciones que la habían atosigado desde hacía semanas.
—Si tanto te interesa te voy a contar mi vida. Soy cubano, nacido en La Habana, de padres de origen español. Viví en la isla hasta que terminé el colegio, junto a mi familia. Mis padres eran intelectuales, profesores de universidad que habían apoyado la revolución de Fidel Castro en su juventud. Eran idealistas y soñadores. Pero con el paso del tiempo, la decepción con el régimen castrista fue anidando en sus corazones y en su intelecto. Se vieron poco a poco frustrados por el fracaso de la revolución. Vieron que la utopía imaginada no tenía nada que ver con la realidad. Los ricos, tan denostados por los comunistas por su elitismo, fueron sustituidos por los comunistas poderosos, es decir la élite del partido, la jerarquía militar, los políticos advenedizos, mientras el pueblo quedaba abandonado y pobre. Se dieron cuenta de que la revolución solo había significado un cambio de una casta por otra, pero que habían entregado a cambio el mayor tesoro que puede poseer el ser humano, su libertad. El pueblo llano permaneció inmóvil, excluido y empobrecido. Año tras año la frustración política, las injusticias y las vejaciones sobre él, el racionamiento de la comida y la falta de libertad fueron minando el fervor revolucionario de mis padres. Poco a poco, sin darse casi cuenta, empezaron a criticar desde dentro de la revolución la falta de progreso del régimen comunista. Empezaron ingenuamente, pensando que habría un hueco para la disidencia honesta y bienintencionada dentro del partido. Fueron organizando charlas con total transparencia con sus compañeros de revolución. Pero en contra de lo que ellos esperaban, fueron denunciados por sus propios amigos —pues delatar es el deporte nacional de las sociedades comunistas—, y la policía los detuvo por desacato y desorden público. Fueron castigados con penas de hasta nueve años de prisión para ambos. Tras un año en la cárcel, hacinados en la mítica prisión del Combinado Este, donde las palizas y las torturas psicológicas eran diarias, y donde convivían en condiciones infrahumanas, mi madre cayó enferma y falleció. A las pocas semanas le siguió mi padre, que murió seguramente de pena e inanición, pues empezó una huelga de hambre en duelo por la muerte de su esposa que le devolvió a su lado en el cielo.
—Curiosa justicia poética, querido Miguel —dijo Gracia agarrándole tiernamente de la mano—. Es lamentable la tiranía de los Castro. Yo misma fui una defensora del sueño revolucionario cubano en mis años jóvenes. Llevaba las camisetas del Che Guevara y alababa los avances de la revolución. Hasta que empecé a madurar y me di cuenta de que el Che era un terrorista internacional, un buscavidas, y la revolución una patulea de corruptos totalitaristas. Y ahora comulgo con el sufrimiento del pueblo cubano.
Gracia estaba profundamente arrepentida y avergonzada de su pasado pseudocomunista, y había evolucionado hasta el pensamiento socialdemócrata con el tiempo.
—Parece mentira que en España aún haya demócratas de izquierdas que justifiquen la dictadura cubana —continuó Gracia de carrerilla—. Son los mismos que están a sueldo de los sátrapas venezolanos, y que hablan en los medios de las bondades del socialismo bolivariano y que, en paralelo, cobran del régimen autoritario y machista de los ayatolás iraníes. Curiosa compañía.
—Cuando fallecieron mis padres —retomó Miguel—, no me quedaba nadie en Cuba y me di cuenta de que era libre para marchar. Tuve la suerte de que mis tíos de Miami me reclamaran, pues ellos eran la única familia que podía hacerse cargo de mí. Una vez en Miami prometí nunca más ser pobre. Ingresé en la universidad, sacando las mejores notas de mi curso. Allí me reclutó la CIA, donde me especialicé en asuntos hispanoamericanos e ibéricos. Trabajando muy duro ascendí rápidamente y terminé siendo la mano derecha operativa del jefe de la compañía para los asuntos relacionados con mi especialidad. Pero yo no soy un analista, soy un hombre de acción, de calle más que de despacho… y aquí estoy ahora, un cubanito soltero y muy gringo, disfrutando de esta aventura en una ciudad africana de España en compañía de la mujer más bella del mundo.
Miguel había desplegado todos sus encantos y puesto en marcha su plan de ataque frontal romántico. Contar su tránsito de chico pobre y vulnerable a agente poderoso de la CIA, junto con su inmensa y franca sonrisa y su encanto natural, hacían de Miguel una combinación enormemente atractiva. Él estaba convencido, y quizá en eso consistía su éxito, de que sus encantos eran un cóctel explosivo para cualquier mujer.
Gracia no era inmune a la ofensiva romántica de Miguel, pero se resistía a caer bajo su embrujo, tanto por el vago recuerdo de su lealtad a Paulo —ahora ahogado por el alcohol—, como por orgullo, pues no quería ser la típica mujercita enamoradiza que cae bajo los efectos amorosos del galán de turno.
—Se ha acabado la botella de vino, querido —dijo Gracia alejándose de Miguel en dirección al fantástico bar de la suite en la que se alojaban.
Agarró una botella de tequila y dos caballitos tequileros y se volvió contoneándose hacia la terraza. Intuitivamente, y de manera provocadora, se acercó peligrosamente a su compañero de aventuras.
—Pues tu vida comparada con la mía es una telenovela, cariño —dijo soltando una carcajada y rompiendo el embrujo que se estaba produciendo—. De hecho, me recuerdas mucho a mi adorado actor William Levi. Te pareces físicamente y además tu historia es muy similar. ¿No será una argucia tuya para asimilar tu personaje al suyo y engatusar a las débiles mujeres españolas? — afirmó juguetonamente Gracia mientras rellenaba dos vasitos con el licor del ágave.
Se bebieron los chupitos de un trago. El alcohol estaba haciendo de las suyas, borrando los límites entre el bien y el mal, el que esconde nuestras debilidades y acelera nuestro pulso. Era la droga de la verdad que encandila a la mentira, y el excitante que moldea los sentidos y ahoga la conciencia.
—Yo soy una niña pija, hija de padres maravillosos, una privilegiada que se hizo pasar por revolucionaria para calmar sus ansias de libertad. Todo muy impostado Miguelón. Saqué las mejores notas, pasé por el mejor colegio, fui a la mejor universidad y entré en el CNI por voluntad propia, en busca de acción y de sentido a mi afortunada vida. Tengo una pareja con la que he roto…. Bueno, con la que estoy pasando un bache…
Gracia se levantó de su silla mientras terminaba su última frase. Se puso de pie frente a Miguel y se desabrochó los botones del traje de flores que llevaba puesto, dejándolo caer hasta el suelo. Sin ropa interior, pues intuía que esa noche iba a ocurrir algo, se sentó a horcajadas sobre el agente de la CIA, apretando su cuerpo desnudo contra el cuerpo tenso de Miguel. Estaba abandonada a la excitación y jadeaba mientras quitaba la ropa a un Miguel casi desamparado que no podía ni sabía controlar el avance tan directo de una mujer torbellino decidida a tomar por la fuerza a su cubanito.
Hicieron el amor un par de veces, o más bien, Gracia le hizo el amor a Miguel, siempre en silencio y jaleada por cierto espíritu animal, algo ancestral y primitivo. Saciada su sed de compañía, Gracia sacó de su bolso un cigarrillo y lo encendió de manera provocativa, como si estuviera cometiendo el mayor de los pecados.
—¿No me regañarás ahora querido cubanito por fumar? ¿No serás el típico gringo que me va a arruinar esta delicia postcoital, al pontificar sobre los males del tabaco? —exclamó Gracia, echando su melena hacia atrás coquetamente mientras exhalaba humo como un volcán por su boca, realizando perfectos aros en forma de ‘O’ con el humo del tabaco.
Miguel se levantó abruptamente del sofá de la terraza, tapándose la nariz con los dedos de la mano y actuando como un verdadero payaso.
—Qué asco, Gracia, si lo sé no me muero de amor contigo —bromeó mientras se dirigía al cuarto de baño, cuya puerta se abría sobre el salón enfrente de la inmensa terraza.
Desde allí, se escuchó el rumor del agua del lavabo. Miguel se estaba lavando los dientes.
—Qué obsesión con la higiene bucal tenéis los americanos —gritó Gracia en dirección del cuarto de baño, disfrutando de la complicidad del momento.
—Gracia, eres una fiera, ahora entiendo cómo te salvaste del atentado con coche bomba en Madrid. Esos ingleses del MI6 nunca fallan, tienen que estar abochornados porque se les escapó la españolita más sexy —respondió Miguel desde el cuarto de baño.
Al escuchar esto, Gracia dio un salto gatuno desde la terraza hacia el umbral del salón, alarmada por alguna circunstancia. La cara se le había transformado, pasando de la de tortolita enamorada instantes antes, a la de agente secreto en plena concentración. Metió la mano en su bolso, que se encontraba en el salón y encontró el consuelo del acero frío contra la palma de su mano. Mientras Miguel, atolondrado por el placer del reciente encuentro sexual y las reminiscencias del alcohol, asomó totalmente relajado y desnudo por la puerta del baño, y, en vez de encontrarse con su dulce pareja desnuda esperándole en el sofá de la terraza, se dio de bruces con una bala que con enorme precisión le perforó el lóbulo frontal. Ese fue su último pensamiento. Inmediatamente después, yacía muerto sobre el frío suelo del baño, abatido por un preciso ‘golpe de gracia’.
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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.