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Andrés Rábago: «Un día sin pincel es un día perdido»

El dibujante, conocido también como El Roto, reúne 705 aforismos en ‘Parpadeos’ en los que disecciona el mundo del arte

Andrés Rábago: «Un día sin pincel es un día perdido»

Una de las viñetas de Andrés Rábago.

A Andrés Rábago (Madrid, 1947), conocido como dibujante satírico por los seudónimos de OPS y El Roto, le gusta trabajar con la luz de la mañana que inunda su estudio madrileño. Con esa claridad dibuja, pinta y escribe. En un cuaderno con un ojo en la portada, anota sus máximas sobre la pintura, sus referencias y el mundo del arte. Parpadeos (Taurus) reúne 705 de esos aforismos, arropados por sus inconfundibles dibujos.

Andrés Rábago | Taurus

El pincel con el que ha dibujado sobre exquisito papel su viñeta diaria de prensa reposa, todavía húmedo, sobre la mesa de dibujo, en la que se mezclan cuadernos, tinteros, rotuladores y papeles. El día amaneció nublado y la luz no ayuda a la pintura, su otro territorio. En el otro extremo de la sala, espera paciente sobre el caballete la imagen solitaria de una mujer. El silencio se hace patente en el estudio madrileño de Andrés Rábago. Trabaja en un entorno de sosiego. Le gusta escuchar cómo conversan los colores. Hubo un tiempo que oía música, pero se fue en una dirección en la que cada vez era más evanescente, hasta que desapareció. «Lo mas agradable para mí es el silencio. Es esencial en mi trabajo».

A su trabajo como pintor y dibujante ha sumado ahora el de escritor de aforismos. En Parpadeos reúne 705 sentencias, fruto de años de reflexión. Apuntes de taller para aficionados a la pintura y visitantes de museos y galerías que se leen sin continuidad, a sorbos pequeños y sin orden cronológico. «Diría que se trata de opiniones sólidas en lo que a mí respecta, no boutades u ocurrencias. Se leen como una posición crítica sobre el estado del mundo del arte. Hay demasiada banalidad en casi todo lo que se dice, los artistas deberían tener mayor presencia, no solo como creadores sino también como visitantes y expertos», asegura. «En los últimos veinte años se encuentra en manos de los comisarios y los organizadores de muestras, que son los que dirigen y, en ocasiones, son dirigidos porque, muchas veces, los comisarios están al servicio de las grandes galerías, de los grandes marchantes. Es un mundo complicado y muy manipulado, como casi todo». 

Austero en el trazo y en la vida, el aforismo le viene al pelo como género literario. Prefiere las cosas concisas, el máximo de expresividad con el mínimo de medios, lo mismo con las palabras que con los pinceles. «El dibujo es a la pintura como el aforismo a la literatura, lo primero, lo esencial, la estructura», asegura. No le interesan temas genéricos, prefiere señalar asuntos concretos. Y nada de asuntos personales, solo la vida del estudio. «Se trata de ideas que surgen y que les doy forma, escribir es otra cosa. Son máximas que no tienen que ver con las frases cortas de una viñeta. El aforismo tiene sus propias reglas, no soy un gran lector del género, pero es un buen vehículo, conciso y con un punto de poesía». 

«Hay mucho ego en algunos terrenos del mundo del arte y mucho de mentiroso»

En Parpadeos deja claro su pasión por maestros clásicos como Rubens, El Greco, Matisse, Cézanne o Rothko. No parece que le interese especialmente lo nuevo: «Pintura de los cincuenta, de los sesenta de los ochenta… pintura de calendario», se lee en uno de sus aforismos. «Hay mucho ego en algunos terrenos del mundo del arte y mucho de mentiroso», dice.

Viñeta de Andrés Rábago

Tampoco se muestra complaciente con lo que denomina en un aforismo como «Arte y ensayo: Al Museo Reina Sofía lo convirtió su director en un museo de poco arte y mucho ensayo». Sin entrar en polémicas, Rábago explica que el exceso de contemporaneidad inmediata debe quedar fuera del museo. «Hay instituciones intermedias suficientes como para que eso, que todavía es un germen que está haciéndose, tenga cabida. Habrá tiempo para ver si eso tiene la calidad. ¿Por qué se musealiza una obra que, a lo mejor, dentro de unos años no tiene ningún interés? Todo no tiene por qué ser supermoderno. Un museo es una institución de medio o largo plazo, no una sala de exposiciones ni una galería. Esa es una posición oportunista». A cambio propone que se programe con rigor y sin amiguismos en las salas intermedias, muchas de ellas oficiales. «El museo es algo sólido. Sería maravilloso poder ver lo que se guarda en los almacenes, hay obras que han resultado ser muy sólidas».

La edad y el paso del tiempo convocan también algunos de sus aforismos: «OPS, El Roto y Rábago son mis tres estaciones: primavera, verano y otoño. Ya no me queda tiempo para llegar al invierno». Trabaja de cara al público desde los 22 años. De La Codorniz, Triunfo, Cuadernos para el diálogo o Hermano lobo («publicaciones esenciales») pasó a la prensa diaria. Dejó las tiras que firmaba como Jonás y empezó con las viñetas en Diario 16 («me fichó Miguel Ángel Aguilar»), luego El Independiente, El periódico de Cataluña «con Antonio Franco» y ahora en El País. «He tenido suerte. Ha habido gente que ha valorado que eso que hacía era algo».

Viñeta de Andrés Rábago

Rábago se define como dibujante satírico.  «El humor no es un integrante necesario de las viñetas, pero sí la crítica y la posición mental de observación que se refleja en la sátira. El humor lo disipa, te ríes de algo que has leído, pero se evapora la huella que deja en ti». Como creador ha ensanchado las formas del género. «En ese aspecto soy un innovador. Tradicionalmente se trataba de dos personajes hablando con un bocadillo y he ampliado el terreno de lo decible. Hablan las personas, los objetos, los árboles, la naturaleza o la arquitectura».

«Era más libre la posibilidad de expresarse en la Transición. Ahora mismo hay muchos temas políticamente incorrectos»

Sus dibujos reflejan una microhistoria de las épocas que le ha tocado vivir. OPS trataba el territorio del inconsciente. Parte del dadá, del surrealismo y de mayo del 68. Nació en el tardofranquismo, una época de censura. Con la democracia aflora El Roto y empieza a hablar de manera más directa. En casi cincuenta años de profesión ni le han censurado ni sabe trabajar sobre un tema ajeno. Todo se lo han respetado, sin embargo, cree que «era más libre la posibilidad de expresarse en la Transición. Ahora mismo hay muchos temas que son políticamente incorrectos, mientras que en aquel momento no los había. No gozamos de libertad, estamos muy vigilados, muy sometidos, vamos en un camino equivocado y no lo deberíamos aceptar, están imponiendo formas de ser, sociales y familiares». 

En el trabajo no acusa el estrés. Pinta y dibuja a diario. Producción sin esfuerzo. «Un día sin pincel es un día perdido». Publica su viñeta en El País de lunes a domingo. «El estudio es un lugar maravilloso, el sitio ideal donde está todo. Esta es una cápsula del tiempo, una mente expandida». Como viñetista es consciente de la repetición de temas después de tantos años. La realidad es limitada, pero la estudia con distinta óptica. «El dibujo es inmediato, la pintura no requiere tantos argumentos. Son distintos territorios de reflexión y realidad, uno es mas sagrado y el otro más profano». Desde el punto de vista económico la pintura vive del dibujo.

Viñeta de Andrés Rábago

Cada día tiene su afán. Su rutina arranca temprano con el tiempo de la lectura. Desde la ventana verifica que el kiosco esté abierto. El Roto es uno de esos individuos que todavía camina con un periódico bajo el brazo. De la prensa salen los temas para las viñetas. Va redactando ideas que ni sabe lo que son y que luego sintetiza. Ya tiene el ojo acostumbrado. Esta mañana, por ejemplo, ha escrito: «No hay abismo para tantas desgracias». «Veo la tele mientras como para no saber ni lo que veo ni lo que como». «Quiero mi espacio» o «Banco de niebla»… Aquí Rábago interrumpe la lectura. La frase, reflexiona, tiene posibilidades: «Puede que haya una imagen y que tenga un sentido económico».

Rábago ha recibido, entre otros premios, el Francisco Cerecedo de Periodismo y la Medalla de Oro de las Bellas Artes, pero comparte esa opinión del cantaor Enrique Morente sobre los galardones: «Huelen a ciprés». Por eso ha rechazado algunas condecoraciones. «Cada premio es un clavo en el ataúd y, todavía me queda un poquito para poder mirar». En su trabajo encuentra un punto vocacional y de servicio. «Debe haber una sintonía. No lo percibo en lo externo, pero sí en lo interno. Siento que eso que hago llega, todos estamos conectados a ciertos niveles. No estamos aislados, somos un todo y nos hacemos eco unos a otros. Todos somos emisores y receptores». 

No escucha radio ni ve televisión, se nutre de la lectura, en papel, «por supuesto», pero también en Internet. «Hay información que no llega de otra manera y, si sabes manejarte, encuentras cosas interesantes. Hay fuentes fiables y otras no. Pero es necesario una dosificación». 

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