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Cultura

Rodrigo Rey Rosa: viajes por las profundidades del misterio

El escritor guatemalteco habla sobre su novela ‘Metempsicosis’, entre la reencarnación de Diógenes y la cultura yazidí

Rodrigo Rey Rosa: viajes por las profundidades del misterio

Rodrigo Rey Rosa el pasado septiembre durante la ceremonia de entrega del legado literario de los escritores centroamericanos. | Europa Press

Rodrigo Rey Rosa es un personaje peculiar. Vida y literatura se le entreveran en una peripecia itinerante. Nacido en 1958 en Ciudad de Guatemala, ya desde niño acompañaba a su familia en sus numerosos viajes, sobre todo por América Central, pero también por Europa. Al cumplir los 18 años emprendió el vuelo en solitario hasta que, a mediados de los años 80, encontró en Tánger a quien sería su mentor, Paul Bowles. Su carrera literaria despegó y recibió el Premio Nacional de Literatura y otros galardones internacionales, pero sobre todo se consolidó como autor de culto, extraño, muy literario, elogiado por sus colegas: Roberto Bolaño llegó a considerarlo el mejor de su generación.

Los viajes siguen nutriendo su literatura, preñándola de misterio y un exotismo erudito sin resultar pedante, con evidentes resonancias borgianas. Es el caso de su última novela, Metempsicosis (Editorial Alfaguara), que arranca cuando un escritor despierta amnésico en un psiquiátrico griego; en su mesita de noche encuentra un manuscrito que explica cómo llegó hasta allí tras días deambulando por Atenas, empeñado en traducir unos antiguos documentos mientras conversaba sobre la vida después de la muerte con un vagabundo demasiado parecido a Diógenes, el fundador del cinismo unos cuantos siglos atrás. Cuando mejora, su psiquiatra los manda a él y a un viejo conocido a investigar una antiquísima religión. 

Aquella idea de Hemingway de la narración como un iceberg –debe mostrar solo una mínima parte de su volumen y sugerir el resto- encaja a la perfección con la lectura de Metempsicosis, pero se multiplica en un infinito juego de espejos al conocer algunos detalles de su gestación. 

Todo empieza, por supuesto, con la lectura. En su infancia, Rey Rosa había descubierto a través de Karl May, un alemán más conocido en nuestro país por sus novelitas del oeste, la fascinante cultura yazidí en el Kurdistán: «Los trataba como adoradores del diablo, una mancha que les ha caído por la incomprensión de sus creencias por los extranjeros. Muchos años más tarde, le leí a Giovanni Papini que la de los yazidís es una de las manifestaciones más hermosas de espiritualidad». Rey Rosa, que considera «fascinantes las dimensiones religiosas del hombre» hasta el punto de que «habría podido estudiar Historia de la Religión», quedó prendado de sus creencias, especialmente la muy literaria de la metempsicosis o transmigración del alma después de la muerte a un nuevo cuerpo.

Tras las lecturas, la historia se enriquece con unos viajes por el tiempo y el espacio misteriosamente conectados. En 2016, Rey Rosa coincidió en un festival literario en Bilbao con la periodista española Ángela Rodicio, veterana de numerosos conflictos internacionales. «Hablamos de los genocidios recientes, como el ixil a manos del Estado guatemalteco y el yazidí por el Estado Islámico». Rodicio le pasó el contacto de unos amigos de Duhok, en el Kurdistán, y allá que se fue Rey Rosa. Conectó con los yazidís –«son gente fantástica»–, profundizó en su religión –veneran a un equivalente al Ángel Caído porque creen que se acordará de quienes le ayuden a reconciliarse con Dios– y se horrorizó con sus sufrimientos en una zona asolada por la guerra. De todo aquello surgieron varios artículos para revistas como The Times Literary Supplement, Santiago o Granta.

Rodrigo Rey Rosa. | Editorial Alfaguara

Vagabundo en Atenas

Semejante aventura pedía a gritos una novela. Rey Rosa lo dejó estar y se dedicó a vagabundear con su novia griega por lugares más seguros, pero menos inspiradores. «Estuvimos unos meses en París, una ciudad que no me suele mover a la escritura» –quizá por el tópico: «Tal vez gastaron toda la energía literaria que tenía»-, todo lo contrario que Atenas, donde escribió Manuscrito hallado en la calle Sócrates «con mucha alegría». 

Pero los yazidís se le habían anclado al inconsciente… hasta que una curiosa escena ateniense la hizo zarpar hacia la literatura. Salía Rey Rosa de sacar dinero de un banco cuando se encontró a un curioso indigente tumbado en la calle sobre un edredón y una colección de CDs como única pertenencia. «Me recordó mucho a la imagen de Diógenes que ilustra la portada de un libro de la editorial Payot Tivages que había leído pocos meses antes» (Pensées et anecdotes , una recopilación de textos sobre Diógenes; la imagen es un detalle del cuadro La Escuela de Atenas, de Rafael).     

¿Casualidad? ¿Una de esas sincronicidades de las que hablaba Jung? «Necesitas un estado de mente para verlas. El I Ching, por ejemplo, al que Jung dedica una larga introducción, representa configuraciones a partir de la sincronicidad». A nuestros efectos, el encuentro destapó la narración: «En realidad yo solo lo saludé y me fui, pero al llegar a casa me puse a describir la escena, que se abrió a otro plano: la desarrolló un narrador conectado con la trama de Manuscrito hallado en la calle Sócrates, que sí tiene con el mendigo una conversación sobre la metempsicosis». Había comenzado la etapa literaria del viaje.

Amores imposibles

En la novela, ese narrador se obsesiona por el mendigo y acaba en un psiquiátrico. «Me sirvió para orientar un poco más al lector: al despertar de la locura, necesita reubicarse», explica el autor. También marca el tono, misterioso, surrealista, como alucinado, que acelera aún más su extrañeza cuando el psiquiatra lo manda a investigar esa extraña religión, trasunto apenas disimulado de la yazidí, en un asentamiento de refugiados en una isla griega.

«Me caía como anillo al dedo para resolver la trama con la metempsicosis otra vez como tema central». Una idea que conecta con la creencia de Rey Rosa de que «todos somos todos: tú y yo somos lo mismo, pero hay momentos en que somos más una cosa que otra. Las almas están simplemente fluyendo desde una esencia, una energía, que es todo».

La metafísica se encarna en una historia de amores imposibles en el entorno del exilio yazidí inspirada por un personaje real: «Conocí a Jaim en un campamento de refugiados, pero no en Grecia, sino en Afganistán, una niña muy linda y con mucho brío que quería comunicarse. Era parte de un grupo de chicos muy listos que estaban deseando saber qué pasaba afuera de sus comunidades». 

Suena un teléfono. Rey Rosa se echa la mano automáticamente al bolsillo. Le digo que lo coja. «No, estoy pendiente por si es mi hija, pero no es el mío». 

¿Sincronicidad?

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