'En agosto nos vemos': el último destello de García Márquez
Una década después de la muerte del Nobel, sus hijos deciden publicar una novela póstuma sobre el amor y la vejez
Fue en marzo de 1999, en la Casa América de Madrid, cuando Gabriel García Márquez anunció por primera vez que estaba escribiendo una nueva novela compuesta por cinco relatos autónomos con una misma protagonista. En un acto al que había acudido junto al portugués José Saramago, el escritor leyó por primera vez el capítulo inicial de aquella obra protagonizada por un personaje femenino, Ana Magdalena Bach. Una historia que habría de dejar inacabada.
Inacabada en el sentido comprometido y obsesivo que tenía el Premio Nobel de entender la literatura, la del escultor que pica y pica sobre las palabras hasta llegar al acabado perfecto. En esos 15 años, en los que publicó su último título en vida, Memoria de mis putas tristes, García Márquez no cejó en su empeño de concluir aquella historia sobre el amor y la seducción en la edad adulta, a pesar de los severos problemas de memoria que padecía.
Luego también ocurría algo más. García Márquez había dejado de soñar. «Uno de los síntomas de su enfermedad en la vejez es que llegó un momento en que no recordaba los sueños que había tenido la noche anterior», cuenta su hijo Rodrigo García Barcha en la presentación internacional de En agosto nos vemos, la novela póstuma que diez años después del fallecimiento del escritor publica Random House. «Aquella fue una de las primeras señales que tuvo de sus limitaciones para seguir escribiendo. De alguna manera, los sueños que tenía le ayudaban a resolver muchos problemas a su escritura».
Algo que no impidió que, tras su fallecimiento en 2014, el escritor dejara cinco versionas numeradas y sucesivas de la novela, además de sendos borradores y anotaciones que fue completando con su secretaria. Un material que, como todo el legado del Nobel colombiano está hoy custodiado en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, en Austin.
Publicada ahora aún a pesar del expreso deseo del escritor de destruirla, para su otro hijo, Gonzalo, convertir esos borradores en libro se trata de una especia de rendición de cuentas. «Hay una tendencia vinculada al duelo de tratar de cerrar cabos que dejaron sueltos los padres. El hecho de que este libro vea la luz me deja tranquilo en el sentido en que, ya por fin y para siempre, toda la obra de Gabo está completa a disposición de sus lectores. Ya no queda la misteriosa novela en un archivo en Texas», defiende. «Si sus lectores tienen el deseo o la curiosidad, con ir a la librería de la esquina saldrá de dudas de si nos equivocamos o no. Sea cual sea el veredicto, esto me sosiega más que dejar en el aire una obra que, tarde o temprano, iba a salir de su letargo, aunque fuera después de que vencieran los derechos de los herederos. No creo que fuera estar siglos y siglos sin publicarse», justifica.
Tiempo y deseo
Por la envergadura de García Márquez y de su obra, su publicación es inevitablemente una de las noticias editoriales del año. El encargado de editar con rigor y esmero el ingente material hasta componer una versión definitiva ha sido Cristóbal Pera, doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Texas y director editorial de Random House en México. Bajo su mano, la historia de En agosto nos vemos narra el relato de una mujer adulta que cada mes de agosto toma un transbordador hasta la isla donde está enterrada su madre para visitarla. Una noche al año en la que se permite ser otra persona, dejando atrás a marido e hijos. Algo que, de un modo u otro, acaba pasando factura a su propia vida.
«Al entrar en la casa le preguntó asustada a Filomena qué desastre había ocurrido en su ausencia que los pájaros no cantaban en las jaulas y habían desaparecido de la terraza interior las macetas de flores amazónicas, los helechos colgados, las guirnaldas de enredaderas azules» –relata uno de los capítulos–. «Filomena, la criada eterna, le recordó que las habían sacado al patio para que gozaran de la lluvia, tal como ella lo había ordenado antes de irse. Sin embargo, le hicieron falta varios días para tomar conciencia de que los cambios no eran del mundo sino de ella misma, que siempre anduvo por la vida sin mirarla, y sólo aquel año al regreso de la isla empezó a verla con los ojos del: escarmiento».
Ambientada en una indeterminada isla tropical, lo que nos recuerda al caribeño García Márquez de la ya mítica Cien años de soledad, En agosto nos vemos se inscribe más, sin embargo, en la línea de sus últimos títulos como El amor y otros demonios o Memoria de mis putas tristes. En esta obra, el escritor indaga en el paso del tiempo, el deseo femenino y en la forma en que todo, el paisaje, la vida misma, se transforma a medida que nuestra experiencia vital transcurre, evoluciona y, por tanto, cambia.
También el entorno cambiaba para el propio García Márquez cuando, en estas páginas, se aferraba de forma crepuscular a las palabras y a sus preciados libros. No en vano, hay varios títulos que recorren el esqueleto de esta historia de la mano de Ana Magdalena Bach como El lazarillo de Tormes, El viejo y el mar, El Extranjero, Diario del año de la peste o la literatura fantástica de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo.
En En agosto nos vemos destella, además, el rumor de las mejores virtudes del escritor, los aromas de su mejor prosa. No es su mejor título, pero es una buena novela. Quizás porque la escribió el Gabriel García Márquez más terrenal y humano. «Él era una persona muy volátil en su manera de ser y en sus actos cotidianos» –dicen sus hijos–, «y eso de repente se detuvo, y lo que teníamos era al abuelo en la casa. Para toda la familia fue un regreso a la normalidad. Desde luego, había poco de mitológico en ese personaje, solo el mito del abuelo. Pero para nosotros fue un regreso a la vida normal, fue ponernos un poco los pies sobre la tierra».
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