David Trueba ajusta cuentas con su éxito en el teatro
El escritor y cineasta debuta en las tablas con ‘Los guapos’, una historia de barrio y de perdedores
Se puede decir que David Trueba (Madrid, 1969) es un ganador. Sin embargo, le gustan los perdedores. Su carrera cinematográfica fue escalando desde el guion de Amo tu cama rica (1991) hasta la autoría y dirección de La buena vida, Obra maestra, la maravillosa Vivir es fácil con los ojos cerrados o la reciente Saben aquel, pasando por la adaptación de Soldados de Salamina. En la literatura, lo mismo: desde su debut con Abierto toda la noche hasta el bombazo de la (a nuestros efectos) explícita Saber perder, que le valió el Premio Nacional de la Crítica de 2008. También escribe columnas de opinión en El País.
Tenía una cuenta pendiente con el teatro, eslabón de prestigio en la cadena creativa de la ficción. Y la está saldando estos días en el teatro María Guerrero con Los guapos, la historia de un triunfador que regresa al barrio para ayudar a, por supuesto, una perdedora. Pablo, un abogado que ha sabido labrarse una carrera exitosa, se enfrenta a Nuria, un amor de la adolescencia al que dejó tirado para continuar su ascenso. Trueba es el autor, el director… ¿y el contenido?
Toda la obra es un despliegue de la mala conciencia de Pablo. Nuria es una buscavidas de discurso encendido y poco fiable, cargado de resentimiento. A su hermano y a ella los llamaban los guapos en el barrio, pero ambos descarrilaron: un par de décadas después, él ha muerto de sida y ella deambula como alma en pena, intentando sacarle dinero a una multinacional por el accidente en el que murió su madre. Convence a Pablo para que le lleve el caso pese a lo frágil del argumento: una silla supuestamente defectuosa. Da igual. En realidad, el pleito es contra la derrota. «Como sea, pero quiero un culpable», termina gritando Nuria.
Cada vez que Pablo opone el sentido común, Nuria ataca donde sabe que duele: «¿Cuándo dejaste de ser uno de nosotros?». La verdad no importa. La lealtad del barrio, de la infancia y la adolescencia se imponen con mecanismos muy parecidos al chantaje emocional. El duelo es interesante e intenso. El escenario minimalista –el típico bar de barrio, más bien cutre y retro, con su pinball y su barra– es un acierto. Los dos únicos actores, también; bastante mejor Anna Alarcón; cierto que su personaje es más goloso (el encanto de los perdedores…), pero Vito Sanz podría haber aprovechado los matices de esa íntima culpa que se revela rápidamente como la verdadera protagonista.
Dice Trueba que «llevaba muchísimos años queriendo hacer teatro». «Me habían ofrecido en ocasiones dirigir alguna función o hacer una puesta en escena, y siempre me parecía que el hecho de escribirla era lo que me hacía sentir que la experiencia teatral iba a ser más intensa. Durante muchos años lo intentaba, tenía ideas, pero siempre te paraliza un poco lo desconocido».
Tiempo y destino
Llegó el momento «a partir también de trabajar con Ana y con Vito en la película A este lado del mundo». Los dos, dice, le insistieron mucho: «Me hicieron sentir que lo podía hacer, que era una cuestión de creer y de dedicación, y al final le perdí un poco esa especie de prudencia que me paralizaba». Se puso entonces con Los guapos.
Y le salió el pasado. «Yo creo que, en todas las relaciones que has tenido en tu vida –ya sean las de infancia, las de juventud, también las primeras relaciones profesionales o sentimentales–, con el paso del tiempo es inevitable ver dónde ha acabado cada uno, a dónde le ha llevado a cada uno este proceso».
Por ese hilo le fueron escalando los personajes: «Entonces piensa en la gente que ha sido fundamental cuando tenías 15, 16, 18 años, te planteas volverlos a encontrar, volverlos a ver, volver a relacionarte con ellos». Y desde el pensamiento fluye la empatía: «Te hace sentir que tú podrías ser ellos y ellos podrían ser tú, te das cuenta de que tu destino ha ido por un camino y el de otras personas por otro. Y no es tanto ni el éxito ni el fracaso como la sensación de en qué giros tan azarosos están en muchas ocasiones las respuestas de por qué estás donde estás».
Hasta dar en… ¿la culpa? «En general, la gente suele tener una cierta sensación de superioridad con respecto a su propia vida sobre las de los demás, porque siempre en nuestra cabeza nos colocamos en una situación favorecedora, y yo creo que hacer ese ejercicio de mirar al que se ha quedado atrás o parado en el tiempo, donde podrías haberte quedado tú, ver las condiciones que hicieron que se parara ahí, entenderlo y no ser justiciero o competitivo con los demás. No todos tienen el mismo destino, habiendo a lo mejor salido de las mismas condiciones».
Azar y fracaso
¿Incluso cierto síndrome del superviviente? «A veces, aquí sentado en este patio de butacas increíble, veo todo lo que ven los actores y me siento muy afortunado. Siempre he sido capaz de disfrutar de las cosas que me iban pasando; unas me las esperaba y otras no, pero no soy de los que están siempre pensando en algo mejor. Muchas veces pienso en lo que tengo y me digo que es suficiente para festejarlo, así que me siento muy feliz de estar en este teatro en el que tantas veces he sido un espectador».
Y el telón se cierra con la frase definitiva del autor: «Nadie es del todo responsable ni de sus éxitos ni de sus fracasos, sino que comparte algo con las influencias ajenas, el azar, el contexto».
El barrio sigue ahí, respirando bajo el paso del tiempo…