'Vidas perfectas': duelo de actrices entre el melodrama y el 'thriller'
El francés Benoît Delhomme debuta con un film que mantiene la tensión y la incertidumbre hasta su sorprendente final
El escenario es la América suburbana, todavía cándida y optimista, de principios de los años sesenta del pasado siglo, antes del asesinato del presidente Kennedy y otras tragedias. Las protagonistas de Vidas perfectas son dos amas de casa vecinas, Alice (Jessica Chastain) y Celine (Anne Hathaway), que se miran en el espejo de Jackie Kennedy, sus modelitos y sus peinados. Los jardines de ambas están separados por un seto que tiene un pasadizo secreto por el que se cuelan los respectivos hijos, ambos alumnos del mismo colegio y amigos del alma. Las dos están casadas con hombres con una sólida carrera profesional que al regresar a casa esperan ser recibidos con un whisky y la cena preparada. Las dos parejas celebran los cumpleaños de los hijos en el jardín, beben cócteles y sonríen.
Es la tópica estampa de plácida prosperidad que se vendía en los Estados Unidos de la posguerra, la época del nacimiento de la sociedad de consumo, con la llegada de los electrodomésticos, los coches al alcance de todos los bolsillos y la familia como pilar. Un mundo que empezaría a cuestionarse en los contraculturales años venideros de hippies y flower power y se resquebrajaría entre magnicidios, asesinatos de la familia Manson, guerra del Vietnam, crisis del petróleo y revueltas estudiantiles, raciales y sexuales en las calles.
La felicidad de postal o anuncio publicitario de los años cincuenta y principios de los sesenta era una reluciente fachada tras la que se acumulaba abundante porquería debajo de la alfombra. Ya lo retrató en su día el rey indiscutible del melodrama de esos años, Douglas Sirk, un alemán que huyó de Hitler e hizo una radiografía sutil e impecable de la sociedad americana que lo acogió (Sólo el cielo lo sabe, Escrito sobre el viento, Imitación a la vida). Décadas después, Todd Haynes reescribiría en clave contemporánea sus códigos del melodrama (Lejos del cielo, Carol).
Sin llegar al virtuosismo y la mala baba de Haynes, Vidas perfectas de Benoît Delhomme utiliza el melodrama y la estética camp para rascar la superficie y descubrir que lo que asoma debajo no reluce tanto. Alice fue periodista, pero dejó el trabajo cuando se casó y su aburrimiento ha contribuido a agravar sus estados depresivos. Sabemos que en el pasado ha sufrido alguna crisis e incluso hubo que internarla. Esto sirve para construir al personaje, pero también es crucial para que funcione el giro argumental que vendrá después. En el caso de Celine, todo su mundo gira alrededor de su hijo, que le costó mucho concebir. Además, tras un parto difícil, ha quedado estéril, de modo que es consciente de que no podrá volver a quedarse embarazada.
Hasta aquí estamos en el territorio del melodrama estilo Douglas Sirk, revisitando desde la mirada actual la posición de las mujeres en la sociedad de mediados del siglo XX. Pero entonces se produce un vuelco en la trama: uno de los dos niños muere al caer de un balcón en un accidente que podría haberse evitado. Una madre pierde a su hijo y desarrolla un complejo de culpa por su fatal descuido. Su amiga, cuyo hijo ha sobrevivido, empieza a percibir un sutil pero constante hostigamiento e incluso llegan a producirse en su entorno algunas muertes sospechosas. Poco a poco, vamos cambiando de género y nos adentramos en el territorio del thriller hitckcockiano, con unas gotas de esos thrillers de finales del siglo XX con asesinas perturbadas, muy discutidos por el feminismo (Atracción fatal de Adrian Lyne, Instinto básico de Paul Verhoeven).
Instinto maternal
El buen desarrollo del tramo central de la película se basa en manejar con habilidad las expectativas del espectador, en manipular con sutileza sus intuiciones. ¿Cuál de las dos mujeres ha empezado a delirar? ¿Hay una asesina suelta o todo es producto de la paranoia? El clima de tirantez y amenaza que se establece entre las dos amigas ahora enfrentadas permite el lucimiento de las actrices, que emulan a las divas clásicas del melodrama: Joan Crawford y Bette Davies.
Vidas perfectas, cuyo título original es Mother’s Instict (instinto maternal) es la versión americana de un largometraje belga de 2018 que aquí se estrenó como Instinto maternal y cuyo título original era Duelles (duelos). Se mantiene la época en la que está ambientada, pero se traslada el escenario, que pasa de Europa a Estados Unidos. El responsable de la versión americana es el francés Benoît Delhomme, que debuta como director, pero tiene a sus espaldas una larga e internacional carrera como director de fotografía y ha trabajado con cineastas que cuidan al milímetro la estética, como el vietnamita Tran Anh Hung y el australiano John Hillcoat. Esto se nota para bien en la cinta, ya que la imagen está muy trabajada. No solo se reproduce con fidelidad el ambiente de los sesenta (hay además un buen trabajo de vestuario y ambientación), sino que se consigue crear un creciente desasosiego a plena luz del día.
El instinto materno es el motor de la trama, en su doble vertiente de protección del hijo y desgarro psicológico provocado por su pérdida. Sin hacer espóiler, apunto que el final es sorprendentemente siniestro -pero muy lógico- para tratarse de una película americana. No sé yo si lo podemos considerar un happy end. Vidas perfectas es corta -poco más de hora y media- y probablemente se habría beneficiado de un mayor desarrollo del guion, cuyo final se precipita con demasiada rapidez, lo que impide desplegar más a fondo la inestabilidad mental de ambas protagonistas y la interacción entre ellas. Vale, no alcanza las alturas del maestro Hitchcock (¿quién puede aspirar a igualarlo?), pero logra armar un competente melodrama de época y después mantener la incertidumbre y la tensión con giros manejados con buen pulso.