Osio de Córdoba, consejero de Constantino y presidente del primer concilio de la Iglesia
Este obispo andaluz fue la mano derecha del emperador para asuntos religiosos, muy convulsos en el siglo IV
Hispania fue una provincia de importancia notable en el Imperio romano. Desde su definitiva incorporación por parte de Augusto en el año 19 a.C., este territorio se convirtió en una fuente fundamental de recursos para Roma, especialmente por las minas de oro, plata y hierro, así como por la producción de trigo, aceite y vino. Además, Hispania aportó a tres importantes ocupantes del trono imperial: Trajano, Adriano y Teodosio I el Grande.
Pero la España romana no sólo produjo importantes políticos. Una figura muy desconocida originaria de Hispania es la de Osio de Córdoba, consejero del emperador Constantino el Grande, obispo y uno de los personajes más importantes de la Iglesia católica en el siglo IV. Su relevancia debe enmarcarse en el creciente arraigo del cristianismo en el Imperio, una de las transformaciones sociales claves en la configuración política de Roma.
Osio de Córdoba nació en la mencionada ciudad andaluza en el año 256. Lo primero que se conoce sobre su vida es que participó en el primer concilio que la Iglesia celebró en Hispania, concretamente en la ciudad de Ilíberis, la actual Granada. A pesar de ser una reunión local de obispos, el también llamado concilio de Elvira produjo la primera ley eclesiástica sobre el celibato del clero.
Volviendo a Osio, sabemos que en algún momento se convirtió en obispo de Córdoba. Los tiempos que le tocó vivir al frente de esta diócesis no fueron fáciles, ya que en ellos arreció la persecución contra los cristianos. Concretamente, la Iglesia sufrió en gran medida a causa de los emperadores Diocleciano y Maximiano. Osio, sin ir más lejos, fue torturado y se vio obligado a exiliarse.
Mano derecha de Constantino para temas religiosos
A pesar de esas dificultades, la figura de Osio de Córdoba comenzó a crecer en el ámbito no sólo de la Iglesia, sino también de la política. Fue así como pasó de ser una de las principales personalidades de la Iglesia hispana a llegar al ámbito de influencia del emperador Constantino. Se convirtió así en una especie de consejero del César para asuntos religiosos. Sabemos que llega a su entorno alrededor del año 312, aunque no conocemos el cómo. Su primera tarea fue asesorar a Constantino sobre la herejía donatista que se había iniciado en el norte de África.
Bajo la influencia de Osio, Constantino continuó aplicando una agenda legislativa favorable a los cristianos. De esta forma, dio continuidad al edicto de Milán, que proclamó la libertad de culto en el Imperio. Así, Roma indemnizó a cristianos que habían sido perseguidos, liberó de impuestos a los edificios propiedad de la Iglesia, abolió las leyes contra el celibato o impuso el descanso dominical. Además, el propio Constantino se alejó de las prácticas de la religión romana y se las prohibió también a sus cónsules.
El problema arriano
Fue en torno al año 321 cuando estalla la gran polémica del siglo IV en la Iglesia, que tuvo numerosos ecos políticos: el arrianismo. Esta herejía, defendida por Arrio, consideraba que Jesucristo no tenía naturaleza divina en la misma medida que Dios Padre. La controversia nació en Alejandría, de donde era obispo el futuro San Atanasio, gran amigo de Osio. A instancias de Constantino, el obispo hispano medió entre ambas partes para tratar de alcanzar la paz teológica. Sin embargo, Arrió no renunció a sus doctrinas.
Ante una comunidad cristiana cada vez más dividida, el emperador convocó, probablemente a instancias de Osio, el primer concilio ecuménico de la historia de la Iglesia, es decir, la primera reunión de obispos a la que fueron convocados representantes de las diócesis de todo el mundo. Así, el concilio de Nicea tuvo lugar en el año 325. Presidido por Osio de Córdoba, el concilio condenó la doctrina de Arrio en una declaración que sólo dejaron de apoyar dos de los más de 300 obispos participantes. También de este concilio salió el conocido como credo niceno, redactado por el propio Osio y que los católicos de todo el mundo siguen rezando 1.700 años después.
El concilio de Nicea es uno de los más importantes de la historia de la Iglesia, si bien es cierto que la herejía arriana no se cerraría hasta el primer concilio de Constantinopla, celebrado casi sesenta años después. Después de Nicea, Osio siguió combatiendo contra el arrianismo, aunque ya en un plano más secundario, en parte debido a su avanzada edad. Su fidelidad a la doctrina ortodoxa le llevó a enfrentarse con el emperador Constancio (que no Constantino), que llegó a arrestarle durante un año. Murió en el año 357. La Iglesia ortodoxa le considera santo.
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