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'Memory', condenados a recordar y a olvidar

La primera película estadounidense del mexicano Michel Franco cuenta la relación entre dos personajes desolados

‘Memory’, condenados a recordar y a olvidar

Jessica Chastain en 'Memory'. | Cinetic

Tras una reunión de exalumnos del instituto, un desconocido sigue a una mujer por las calles de Nueva York y después en el metro hasta su casa. Su presencia es inquietante, pero no amenazante, porque mantiene una actitud mansa, pacífica, sin atisbo de agresividad. Una vez que ella entra por fin en su casa, cierra los varios pestillos de la puerta y activa la alarma, comprueba por la ventana que él sigue fuera. De hecho, pasa la noche frente al edificio y se queda dormido en la calle, hasta que a la mañana siguiente ella avisa a los servicios sociales.

El hombre se llama Saul y fue al mismo instituto que ella, que se llama Sylvia. Saul padece, pese a ser una persona de mediana edad, los primeros síntomas de una prematura demencia y a veces se desorienta. Algún tiempo después ambos vuelven a verse en un parque, porque él quiere disculparse y entonces ella lo acusa de haber sido uno de los chicos que la agredieron sexualmente en el instituto, algo que él es incapaz de recordar. ¿Ese hombre ahora pacífico y afable fue un agresor sexual? Sylvia, exalcohólica y madre soltera, arrastra un pasado muy problemático, marcado por los abusos paternos que la madre jamás ha aceptado que sucedieran.

Así arranca Memory, primer largometraje estadounidense del mexicano Michel Franco, rodado en inglés y con dos estrellas made in USA. En los primeros compases parece que se va a encaminar hacia la película de venganza por una agresión sufrida en el pasado, en la estela de otros títulos surgidos del #MeToo. Pero el cineasta -que nunca ha sido acomodaticio ni se ha movido por caminos acotados- toma otra deriva más arriesgada y muy sorprendente.

Es imposible que Saul hiciera aquello de lo que Sylvia lo acusa, porque, como explica la hermana de ella, las fechas no cuadran, él ya no estaba en el instituto cuando sucedió. Y a partir de aquí, lo que cuenta la película es la improbable relación entre estos dos seres naufragados. Él sometido a una progresiva disolución de su identidad, porque se le van borrando los recuerdos; incapaz de saber qué ha hecho y qué no ha hecho, quién es y quién fue. Ella, por el contrario, lastrada por un pasado traumático que no le es posible olvidar y que ha marcado toda su vida. De ahí el título, porque el núcleo de este largometraje es la memoria: sus trampas, sus prisiones, su necesidad y su condena.

Ahora bien, no se esperen una romántica historia de amor al estilo hollywoodiense de boy (desmemoriado) meets girl (traumatizada). Esta es una cinta de Michel Franco, cuyo cine nunca ha sido algodonoso ni complaciente con el espectador. Es cierto que aquí se muestra más contenido de lo habitual y es lo más cerca que ha estado en toda su carrera de mostrar un atisbo de esperanza y posible redención.

Desasosiego

Memory llega después de dos demoledores títulos de Franco sobre su México natal: la cruda distopía Nuevo orden, que generó polémica con su brutal visión de la brecha de clases de la sociedad mexicana, y Sundown, en la que un Tim Roth moribundo se pasea por un Acapulco apocalíptico, con playas patrulladas por militares con armas automáticas y secuestros a tiros en plena autopista. En el largometraje que aquí nos ocupa no aparece este tipo de violencia descarnada, pero el director maneja con habilidad una tensión permanente y unos personajes desnortados cuya peripecia genera desasosiego. A Franco le gusta sacudir al público. Ni se les ocurra ponerse a comer palomitas en una de sus películas, porque se les atragantarán.

Con Memory, por tanto, palomiteros absténganse. Habrá además quien le ponga pegas a ciertos giros del guion o al abrupto final que desconcertará a más de uno. Pero la propuesta del cineasta mexicano triunfa por encima de estos detalles gracias al firme pulso que imprime a la narración y a la superlativa labor interpretativa de los dos protagonistas. Por un lado, Peter Sarsgaard como Saul, desubicado y perplejo ante la progresiva desaparición de su memoria, en un trabajo muy contenido por el que ganó la Copa Volpi al mejor actor en el Festival de Venecia. Y frente a él, una Jessica Chastain que también merece premio por la fragilidad y desequilibrio que imprime a su personaje sin tirar nunca del fácil histrionismo.

A Franco le gusta explorar a personajes desolados y descarrilados, sus detractores le achacan cierto sadismo por llevarlos al límite y mostrar sus desdichas. Es algo que forma parte de su cine desde los inicios –Daniel & Ana, Después de Lucía, A los ojos– y que alcanzaba su máxima potencia en Sundown con el solitario heredero de una fortuna al que interpretaba Tim Roth, que decide quedarse en México a pasar sus últimos días de vida simulando haber perdido el pasaporte. Los dos protagonistas de Memory luchan con la memoria, uno porque teme olvidar y la otra porque quisiera no tener que recordar. Su relación podría proporcionarles una redentora felicidad, aunque en el final abierto el espectador intuye que esta será fugaz o tal vez imposible.

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