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San Sebastián, 1936: el verano más sangriento

El historiador Guillermo Gortázar reconstruye en ‘Un veraneo de muerte’ la ola de barbarie y odio que azotó la ciudad

San Sebastián, 1936: el verano más sangriento

La Bahía de la Concha vista desde el paseo que mira a la playa. | Wikipedia

San Sebastián, julio de 1936. Un verano como cualquier otro a orillas del Cantábrico. Desde hace ya varias décadas, la urbe donostiarra acoge durante el largo verano, de junio a septiembre, a lo más selecto de la sociedad española, empezando por la Corte, siguiendo por los más prominentes prohombres de la política hispana, junto a la aristocracia, naturalmente y, en general, los magnates del dinero, todos aquellos potentados que gustan de ver y hacerse ver en sus magníficos hoteles, sus señoriales terrazas y sus paseos al aire libre, en los aledaños de la Concha, con el benéfico soplo de la brisa marítima en sus rostros.

Desde ese enclave privilegiado parecen de otra galaxia los sobresaltos dramáticos que sacuden a la capital de España: el domingo 12 de julio ha sido asesinado el teniente de la Guardia de Asalto José Castillo y, como represalia, la noche de ese mismo día, madrugada del 13, han asesinado al líder monárquico José Calvo Sotelo, culminando así la espiral de violencia política –primavera de sangre- que se ha desatado en España desde el triunfo en febrero del Frente Popular. El 17 se inicia un golpe militar cuyos efectos llegan a la península al día siguiente: a partir de este momento ya nadie estará a salvo. El verano de lujo y hedonismo de la apacible San Sebastián se convertirá en un verano de muerte.

Da la impresión de que el contraste aludido se ha pretendido plasmar en cierto modo en la portada del nuevo libro de Guillermo Gortázar (Vitoria, 1951). La estampa de un hombre y una mujer en atuendo de baño en una pequeña embarcación de recreo, con una niña sonriente encaramada en la parte superior, todos sonrientes, transmite esa alegría playera que el título en principio no desmentiría si no fuera por un subtítulo que nos pone en guardia (San Sebastián, 1936) y que inclina el doble sentido de Un veraneo de muerte (Espuela de Plata, Sevilla, 2024) hacia su vertiente trágicamente sarcástica: muerte de verdad.

En sus más de 400 páginas Gortázar ha transcrito los testimonios de medio centenar largo de testigos, protagonistas o víctimas de una violencia que irrumpe con la rapidez y virulencia de una tormenta de verano. Pero se trata de una furia que no viene de los cielos sino de las más bajas pasiones políticas (el adversario o rival convertido en enemigo al que aniquilar) y que se prolongará durante más de dos meses, hasta la toma de la ciudad por las tropas franquistas, el 23 de septiembre. Sin que ello quiera decir que esta fecha clausure el terror porque la guerra continúa, naturalmente, y la represión también. Pero esta es otra historia, distinta a la que cuenta esta obra.

El libro se estructura de un modo muy sencillo, pues se compone casi en su integridad de los mencionados relatos de todos aquellos que contemplaron o padecieron el huracán revolucionario: son 35 capítulos relativamente breves que, salvo un caso («12. La batalla de San Sebastián»), llevan un nombre propio, desde Alfredo R. Antigüedad (capítulo primero) al Coronel Beorlegui, que protagoniza el último. Complementan estos testimonios cuatro apéndices muy interesantes (con mención especial para el primero, «Checas en San Sebastián»), así como una introducción, un epílogo, una sección de Dramatis Personae y una bibliografía selecta. Quiero destacar con ello que se trata no ya de una excelente investigación, sino de una edición muy cuidada en todos sus detalles.

Guillermo Gortázar. | Wikipedia

Odio, crueldad, estupidez…

Llegados a este punto, debo confesar que tengo que hacer un gran esfuerzo para vencer la tentación de entrar a saco en estas páginas y espigar para ustedes un ramillete de anécdotas, episodios y observaciones concretas sobre el despliegue de la violencia política que, en última instancia, no es más que un pequeño muestrario de lo peor de la condición humana. Cuando el odio a nuestros semejantes –por los motivos que sean- se antepone a cualquier otra consideración. Pero si me dejara llevar por la tentación antedicha, creo que haría un flaco favor al autor y a ustedes como potenciales lectores: al primero, porque revelaría algunas de sus muchas sorpresas y a los segundos, porque deben descubrir con sus propios ojos hasta dónde llega la crueldad humana. Y también, ¿por qué no decirlo?, la estupidez.

Menciono este último aspecto no como una cuestión anecdótica o circunstancial, sino como parte esencial en la reflexión que me produce la lectura de estas páginas. En un primer plano queda naturalmente la locura colectiva, la histeria que se apodera de una parte de la población y, lo que es peor, la sinrazón que mueve a aquellos que, por su cargo y responsabilidad, más tendrían que haber hecho de la contención su norma de conducta. En efecto, no descubro nada si digo que los principales responsables de la barbarie que se desata en la ciudad (trasunto de la que se enseñorea de todo el país) son las autoridades y, en general, todos los que disponían de una parcela de poder, pequeña o grande.

Pero cuando la insensatez se apodera de la esfera pública, más pronto que tarde se terminan viendo amenazas y enemigos hasta en las sombras de los árboles. Y de este modo, cuando se desencadena la violencia, se llega a un punto sin retorno, sin admisión de límites. La violencia desenfrenada es ciega y por ello mismo deviene absurda. Si no fuera porque estamos hablando de coordenadas trágicas, tendríamos que consignar que limpieza de desafectos o la represión del supuesto enemigo (y enemigo podía ser cualquiera, literalmente) se convierte en una obsesión enfermiza que desemboca en puro surrealismo. Gortázar incluye episodios rocambolescos y otros que serían para reírse… si no fuera porque terminan generalmente en derramamiento de sangre.

252 asesinados

Esto es lo que al final se impone, el hombre, no ya como lobo, sino como alimaña sedienta de sangre. Más allá de las coordenadas políticas que encuadran la investigación de Gortázar, el lector asiste con una angustia creciente a una especie de in crescendo en esa mezcla de odio sectario y violencia gratuita, que se lleva por delante a múltiples inocentes (252 asesinados solo en San Sebastián, sin contar la provincia), hasta el punto de que a veces se tiene la impresión que la víctima es simplemente alguien que pasaba por allí, es decir, que estaba en el momento menos correcto en el lugar equivocado. Tan brutal como eso.

Como ya ha demostrado en otras obras, Gortázar es un historiador al que le complace especialmente dejar hablar a sus personajes. Ya lo hizo en su momento con su ejemplar biografía de un personaje tan crucial en la política de la Restauración como Romanones. Aquí, en este volumen, deja que se expresen todas las tendencias políticas. El historiador, podríamos decir, ejerce de notario: levanta acta de una situación. De modo complementario, el autor pretende también, más allá de elucubraciones, remitirse a lo que atestiguan los documentos, un principio que resulta esencial en la tarea del historiador, pero que a veces se posterga por prejuicios ideológicos.

Hago esta mención, además, porque un importante documento, el testamento del Caudillo, constituía el núcleo de su anterior libro, El secreto de Franco. Ahora, en esta nueva obra, confluyen todas esas líneas para trazar un emotivo retrato de una capital veraniega, San Sebastián, epítome de ocio y diversión en la España de aquella época, que se ve convertida de pronto en un escenario de pesadilla. De la noche a la mañana, como quien dice. Para reflexionar en los tiempos que corren.

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