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Historias de la historia

La maldición de los pioneros del aire

Amelia Earhart, primera mujer que sobrevoló el Atlántico murió al intentar ser la primera aviadora en dar la vuelta al mundo

La maldición de los pioneros del aire

Los héroes del Plus Ultra. Los tres pilotos morirían violentamente, Durán y Franco (primero y cuarto por la izquierda) se estrellaron con sus aviones, Ruiz de Alda (segundo) fue asesinado por los republicanos en la Matanza de la Cárcel Modelo de Madrid. | .

Ícaro quiso volar hasta el Sol y lo consiguió, pero el calor derritió la cera que sujetaba las plumas de sus alas, cayó al mar y las aguas se lo tragaron. Los dioses son implacables con aquellos héroes que quieren apoderarse de los atributos divinos, como es volar.

La semana pasada relatamos el triunfo de Amelia Earhert, la primera mujer que atravesó volando el Atlántico, ahora vamos a llorar su tragedia. Hay héroes que se emborrachan con su gloria, se vuelven adictos a esa droga del espíritu, siempre quieren más. Amelia era de esta raza. No le bastó su histórica travesía del Atlántico de 1928 en compañía de otros dos aviadores, tuvo que repetirla en 1932 en solitario, como Lindbergh, convirtiéndose así en el primer ser humano, hombre o mujer, que había sobrevolado dos veces el Océano Atlántico.

Pero tampoco esto colmó su necesidad de aventura y peligro, así que decidió ser la primera mujer que diese la vuelta alrededor de la Tierra volando. El 1 de junio de 1937 comenzó su periplo partiendo de Miami acompañada por el navegante Fred Noonan. Bordeó Sudamérica, cruzó el Atlántico y sobrevoló el Sahara de lado a lado. Pasó sobre el Mar Rojo y el sur de Arabia, la India y el Sudeste Asiático hasta la isla de Java, donde Amelia enfermó de disentería. Pese a ello el 27 de junio reemprendió el viaje hasta Australia y Nueva Guinea.

Había recorrido más de 35.000 kilómetros en un mes cuando el 29 de junio despegó de Nueva Guinea para lo que sería su último viaje. Su destino era la isla de Howland, un minúsculo atolón junto al Ecuador dependiente de Estados Unidos, donde debía repostar. Un buque norteamericano junto a Howland recibió sus últimos mensajes diciendo que debían estar sobre ellos pero que no los veían, y que se estaba quedando sin gasolina. Y a partir de las 20:14, silencio radio. Nunca se encontró a Amelia Earhart ni su avión.

Pero la venganza de los dioses no solamente cayó sobre ella, muchos de los pioneros de la aviación que citamos la semana pasada también la padecieron. El capitán de la RAF John W. Alcock, el piloto que, acompañando del navegante Arthur Brown, llevó los mandos del primer avión que atravesó el Atlántico en 1919, pagó con la vida por su gloria antes de que transcurriesen seis meses de su hazaña. 

Alcock volaba desde los 17 años, solamente seis años después del primer vuelo de la Historia, el de los hermanos Wright; había combatido en la Primera Guerra Mundial, sobreviviendo al derribo de su aparato y al cautiverio en manos de los turcos; había sido el primero en enfrentarse a un vuelo sin escalas de más de 3.600 kilómetros sobre el océano, sin embargo en un viaje banal, cuando llevaba un avión de Inglaterra a París para una feria aeronáutica, la niebla sobre Normandía le hizo tocar un árbol con el ala y se estrelló. Sobrevivió al accidente, pero no recibió atención médica hasta que fue demasiado tarde y murió con 27 años.

Si Alcock pagó por ser el primero en atravesar el Atlántico por su parte estrecha, por el Norte, también lo haría el portugués Artur de Sacadura Cabral por ser el primero en atravesar el Atlántico Sur en un viaje de más del doble de distancia. Sacadura Cabral pilotó un hidroavión desde Lisboa a Río de Janeiro -con numerosas escalas- acompañado por el viejo general Gago Coutinho como navegante. No tenían más instrumento de vuelo que un sextante inventado por el general, sufrieron varios accidentes, destrozaron dos aviones, estuvieron perdidos en el mar como náufragos, pero con un tercer hidroavión culminaron su hazaña en junio de 1922. Dos años después, cuando volaba sobre el Mar del Norte, el avión de Sacadura Cabral desapareció. Su cuerpo nunca sería encontrado.

Los del Plus Ultra

La respuesta española a la hazaña portuguesa sería el vuelo del Plus Ultra. Atravesaría igualmente ese Atlántico Sur que había sido Mare Nostrum de españoles y lusitanos en nuestros siglos de gloria, pero en un vuelo 2.000 kilómetros más largo, hasta Buenos Aires. A diferencia del accidentado viaje portugués, es español fue un éxito técnico, y sus cuatro tripulantes, el comandante Ramón Franco -hermano del general Francisco Franco- el capitán  Ruiz de Alda, el teniente de navío Juan Manuel Durán y el sargento mecánico Pablo Rada, provocaron la locura en Buenos Aires, hasta el punto de que Carlos Gardel le cantaba en un tango: «Franco y Durán, Ruiz de Alda, los geniales,Los tres con Rada; son inmortales».

Pero no lo eran. Tres meses después de haber alcanzado la gloria el más joven de ellos, el marino Durán, que tenía 26 años, participó en Barcelona en unas maniobras conjuntas aeronavales. Finalizadas con éxito, realizaron un desfile aéreo, y el avión que pilotaba Durán chocó con otro y cayó al mar. Otro marino saltó al agua desde un dirigible para salvar a Durán, y logró sacar su cuerpo de los restos del aparato, pero ya estaba muerto cuando lo subieron a bordo de un destructor que acudió al rescate.

Una década después de la tragedia de Durán le tocaría pagar su deuda a los dioses al jefe del Plus Ultra, Ramón Franco. Había tenido una vida agitada en ese periodo: intentado atravesar el Atlántico Norte se había perdido en el mar tras un amerizaje forzoso, siendo rescatado por un buque inglés; se había convertido en un revolucionario republicano, lo que le llevó varias veces a la cárcel; había sobrevolado el Palacio Real de Madrid con la intención de bombardear al rey Alfonso XIII -que lo había nombrado «gentilhombre de cámara» tras el Plus Ultra- aunque abortó el golpe de estado porque había niños jugando en las inmediaciones; en 1931 fue elegido diputado por Barcelona como independiente en la lista de Esquerra Republicana, pero resulto un desastre como político y, para quitarlo de en medio, Lerroux lo envió a un exilio dorado como agregado aéreo en la embajada de España en Washington.

En esa cómoda posición se hallaba cuando estalló la Guerra Civil y, sorprendiendo una vez más al público, cambió de bando por las razones que explicaré más adelante. Su hermano le nombró jefe de la aviación nacional en Baleares, y aunque por su cargo no debía participar en misiones de guerra, su espíritu aventurero le empujaba a hacerlo. El 28 de octubre de 1938 despegó con un hidroavión cargado con una tonelada de bombas, dispuesto a arrojarlas sobre su antigua circunscripción electoral, Barcelona, o sobre Valencia, según otras versiones. Nunca llegaría a su destino, encontró mal tiempo y su avión sobrecargado cayó en barrena en el mar, de donde se rescató su cadáver.

Ya hubiera querido morir a los mandos de un avión el tercer aviador del Plus Ultra, Julio Ruiz de Alda, pero el castigo divino fue especialmente cruel con él. En la España convulsa de los años 30, Ruiz de Alda había elegido una opción política opuesta a la de Ramón Franco, el fascismo. De hecho fue uno de los fundadores de Falange Española junto a José Antonio Primo de Rivera. Cuando estalló la Guerra Civil se encontraba encarcelado por el gobierno del Frente Popular, y el 22 de agosto de 1936 fue uno de los 30 asesinados por milicianos anarquistas en la «Matanza de la Cárcel Modelo». Ese hecho horrorizó a su viejo camarada de aventuras, Ramón Franco, y le hizo cambiar del bando republicano al nacional.

Otro gran aviador, el más famoso del mundo, quizá hubiera querido como Ruiz de Alda morir volando, y no sufrir la maldición que cayó sobre él. Me refiero al norteamericano Lindbergh, el primero que cruzó en solitario el Atlántico. La fama que ganó en su gesta le trajo la fortuna económica, pero también la desgracia personal. El 1 de marzo de 1932, cinco años después del histórico vuelo de Lindbergh, su hijo de 20 meses fue secuestrado de su habitación. El o los raptores dejaron una tosca nota exigiendo 50.000 dólares por su rescate, y aunque el dinero se pagó, el niño no fue devuelto. Su cadáver apareció dos meses después no lejos de su casa.

Tras la brutal desgracia familiar, vendría la pérdida de la buena fama del «gran héroe americano», pues lo cierto es que fuera de lo que hizo a los mandos de un avión, Lindbergh fue un personaje deleznable, un antisemita, amigo de los nazis, admirador de Hitler, partidario de la selección racial… Cuando tras Pearl Harbor Lindbergh solicitó incorporarse a la Fuerza Aérea de Estados Unidos, el presidente Roosevelt lo rechazó. Más le valdría estrellado con su avión después de su famosa travesía, cuando aparecía como un héroe inmaculado y era feliz.

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