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Historias de la historia

La muerte del bandolero

Jaime el Barbudo, bandido generoso y guerrillero heroico, fue ejecutado hace 200 años, el 5 de julio 1824

La muerte del bandolero

Jaime el Barbudo, el bandido de Murcia. | Cedida por Luís Reyes

Primero lo ahorcaron, luego lo descuartizaron y enviaron los despojos a ser expuestos a diversos puntos de las provincias de Murcia y Alicante, hasta que los devorasen las aves carroñeras. Para que todos se enterasen de cómo se las gastaba Fernando VII. Y eso que Jaime el Barbudo era de los suyos.

La historia del que se conoce como «el bandido de Murcia» responde a un patrón muy repetido en la España del pasado. Un campesino que lleva una vida honrada, pero que en un día se ve envuelto en un delito de sangre por una cuestión de honor, o por una disputa de tierras con un vecino, o por una pelea de borrachos en la taberna. Por miedo al castigo de la ley «se echa al monte», y entonces, en las sierras que le protegen de la persecución, no tiene otra forma de sobrevivir que hacerse bandolero, salteador de caminos, ladrón y asesino… Hasta el día que lo capturan y lo ahorcan o que lo mata a tiros la Guardia Civil.

Jaime Alfonso, llamado Jaime el Barbudo, es en efecto un muchacho de campo, nacido y criado al sur de la provincia de Alicante, en la zona castellanoparlante lindante con Murcia. De niño trabaja como pastor y de hombre es el encargado de la finca de otro. Por exceso de celo en la defensa del patrimonio de su señor, Jaime se enfrenta a un bandolero llamado El Zurdo y lo mata. No tiene que huir de la ley, pero sí de la banda del Zurdo que busca vengar a su jefe, aunque el resultado es el mismo: se echa al monte y no tiene otra forma de sobrevivir que robar. Es la maldición del bandido muerto, que su matador se convierta en bandido.

Pero en 1808 se produce el Dos de Mayo y estalla la Guerra de Independencia contra los franceses. Es al parecer una ley histórica que bandoleros y contrabandistas se transformen en guerrilleros luchadores por la libertad de España, unas veces por patriotismo, y otras para aprovechar el río revuelto, porque en la guerra siempre hay botín, y más para gente sangrienta y temeraria como suelen ser estos fuera de la ley.

Jaime el Barbudo lucha contra el francés en el Reino de Murcia, gana fama de valiente, ingresa en la nómina de los patriotas, pero cuando termina la guerra ya no vale para la vida civil y ordenada y vuelve al bandolerismo. Ahora es famoso y se crea una leyenda de bandido generoso, repartiendo su botín con los pastores que encuentra y le recuerdan su propia infancia.

El Barbudo se mantiene en esta situación durante siete años, hasta que la estabilidad política se vuelve a quebrar por el Pronunciamiento de Riego, primero de los repetidos intentos de cambiar por las armas el régimen político, que durante más de un siglo estremecerán a la Historia de España. El coronel Riego se subleva en 1820 contra el absolutismo que había reimplantado Fernando VII tras la Guerra de Independencia, triunfa y da comienzo el llamado Trienio Liberal. Pero desde el principio una conspiración reaccionaria, en la que están involucradas todas las grandes potencias continentales, pretende derribar el régimen liberal y devolver a Fernando VII el poder absoluto.

Participan de la reacción muchos antiguos guerrilleros que forman las llamadas «partidas realistas». Entre ellos está Jaime el Barbudo. Cuando en 1823 se produce la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luís, un ejército francés enviado por la Santa Alianza que forman las potencias absolutistas, Francia, Austria, Rusia y Prusia, las partidas realistas se van sumando a los invasores según avanzan hacia Cádiz, donde se ha refugiado el gobierno liberal.

Es una de esas paradojas en las que se complace la Historia: los guerrilleros que lucharon ferozmente contra la invasión francesa de 1808, son ahora aliados de la invasión francesa de 1823. Jaime el Barbudo es uno más de ellos, pero aquí ocurre un fenómeno extraño, el encuentro y la estrecha relación entre dos personalidades absolutamente opuestas, las del bandolero murciano y un aristócrata francés.

El Barón Taylor

Los franceses que dirigen la invasión de España resultan ser menos reaccionarios que los españoles partidarios de Fernando VII. Su comandante en jefe es Luís de Borbón, duque de Angulema, que será el último Delfín de Francia aunque no llegará al trono por la Revolución Francesa de 1830. Angulema intenta frenar a su primo Fernando VII, impedir la brutal represión sobre los liberales vencidos, aunque no lo logrará. 

En su ejército hay muchos oficiales que son de ideas abiertas, que tienen preocupaciones culturales. Como anécdota se puede decir que los primeros visitantes internacionales que tiene el recién creado Museo del Prado (llamado entonces Museo Real de Pinturas) son oficiales franceses de los Cien Mil Hijos de San Luís, que aprovechan su campaña bélica para hacer turismo cultural. Serán ellos los que animen en París el interés por la pintura española y por ese museo madrileño ignorado en Francia.

Entre estos militares ilustrados se halla Isidore-Justin-Séverin Taylor, caballero de la Legión de Honor y futuro barón Taylor, que pronto dejará el ejército para dedicarse en exclusiva a viajar, escribir y al arte. Taylor es un destacado representante del Romanticismo francés, gran viajero cosmopolita, famoso escritor, pintor, experto en arte y dramaturgo que llegará a dirigir la Comédie Française, además de un reconocido filántropo.

Entre sus actividades públicas será la más importante la creación de la llamada Galería Española del Louvre. Tras la Revolución de 1830 reina en Francia Luís Felipe de Orleans, «el rey burgués», que ha substituido el absolutismo de los Borbones por una monarquía parlamentaria. Luís Felipe es un francés hispanófilo, que conoce nuestro país y habla nuestra lengua, y concibe la idea de crear su propia colección de pintura, eligiendo la escuela española como su único componente. 

Para hacerse cargo de esta misión el rey Luís Felipe no encuentra a nadie mejor que Taylor, que dice haber pasado «las jornadas más dulces y hermosas de mi vida» en el Real Museo de Madrid. Acompañado de otros dos artistas y recabando en España la colaboración de los Madrazo -José de Madrazo va a ser nombrado por esas fechas director del Prado-, Taylor realiza la mayor campaña de compra de pinturas que nadie haya hecho en España. En esos momentos se ha producido la desamortización de los conventos, y la bolsa sin fondo de Taylor le permite adquirir unas 400 obras de arte español, entre ellas 80 de Zurbarán.

Pero ¿qué tiene que ver una personalidad tan refinada como Taylor con un bandolero como Jaime el Barbudo? La respuesta es «el Romanticismo». Los románticos adoran lo exótico, Taylor de hecho viajará por Oriente Medio y escribirá sobre ello, como haría Chateaubriand. Y para los románticos ese exotismo empieza al pasar los Pirineos, en esa España medio mora, de religiosidad incomprensible, de mujeres bravías como la Carmen de Merimée, de toreros que sacrifican la vida para demostrar su valor, y donde los bandoleros generosos son héroes populares.

Cuando Taylor llega al Reino de Murcia como ayudante de campo del general D’Orsay, y el más famoso bandido de la región, Jaime el Barbudo, ahora guerrillero realista, se suma a las tropas francesas, surge entre ellos una especie de flechazo. Aprovechando la campaña, Taylor quiere viajar como enamorado del país por esa España a la que ha llegado como conquistador, y no encuentra mejor compañero de viaje que Jaime el Barbudo, a quien contrata como guardaespaldas y guía por Levante.

Fruto de ese periplo será un libro de gran éxito, Voyage pittoresque en Espagne (Viaje pintoresco por España) y una curiosa amistad, que hace que, al separarse, Jaime el Barbudo le regale a Taylor su trabuco, que el aristócrata francés exhibirá durante muchos años en su mansión por donde pasa el todo París social, político y cultural.

Sin embargo el Barbudo debe tener otro trabuco de repuesto, porque al poco de terminar la emergencia bélica para restaurar el absolutismo, despreciando la consideración de héroe que ha ganado entre los partidarios de Fernando VII, Jaime vuelve a echarse al monte, regresa a la condición de salteador de caminos y fugitivo de la justicia.

Se dice que en algún momento empieza a colaborar con el Ángel Exterminador, una sociedad secreta ultra reaccionaria, que considera a Fernando VII demasiado moderado y pretende que le suplante en el trono su hermano Carlos, es decir, unos avanzados del carlismo. Y no se sabe por qué, los del Ángel Exterminador lo traicionan y lo entregan a las autoridades, aunque esto es leyenda y no Historia, puesto que ni siquiera hay constancia histórica de la existencia de dicha sociedad secreta.

Lo cierto es que Jaime el Barbudo es capturado en Murcia en 1824, juzgado y condenado al suplicio que hemos relatado al principio. ¿Llegaría a enterarse el barón Taylor?

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