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Cultura

Valentí Puig retrata a Josep Pla, el hombre del abrigo manchado

El ensayo, reeditado por Athenaica, ofrece en sus 200 páginas un análisis de la vida, obra y legado del escritor catalán

Valentí Puig retrata a Josep Pla, el hombre del abrigo manchado

Josep Pla. | EP

Ya la primer página del libro marca el tono:

«Dice Pla: ‘No soy un producto de mi tiempo: soy un producto contra mi tiempo’. Nunca está de más saber que –como sostuvo cierto teólogo— quien quiera casarse con el espíritu de la época muy pronto se quedará viudo».

Estupenda autodefinición de Pla y apostilla brillante de Valentí Puig, aunque no sepamos quién es el teólogo al que cita, y nos peguntemos si no será él mismo…

El tono se mantiene. Doscientas páginas más adelante, Puig recoge la frase de Pla y la relaciona con afirmaciones equivalentes de dos escritores muy distintos a éste: Céline: «Sobre mi tumba, un solo epitafio: NO». Evelyn Waugh: «Todavía quedan cosas contra las que merece la pena luchar».

En un tren encantador, que era –no sé si sigue siendo así- el que subía hacia Sóller, con el aroma de los naranjos entrando por las ventanillas, en Mallorca,  en el marco de una celebración familiar, un niño tuvo la ocasión de conocer a un hombre parlanchín a quien los adultos trataban con algo parecido a la veneración, aunque vestía un abrigo con grandes lamparones. Su padre le explicó que era un gran escritor llamado Josep Pla.

Es una de esas anécdotas que dejan en la infancia una impresión duradera y grande y que para aquel niño sería como el presagio de algo parecido a su destino particular, el big bang de lo que iba a ser un destino de escritor, el de Valentí Puig, que en su copiosa obra literaria, sólidamente fundada en una lectura sistemática de la obra ingente de Pla, y compuesta por dietarios, poemarios, novelas, relatos, se convertiría en un escritor bilingüe en catalán y castellano en cuya excelencia no me detendré, pues me parece que los elogios le incomodan (Hasta el punto de que para la reedición de El hombre del abrigo, su ensayo canónico sobre el mundo intelectual y la trascendencia de Pla, ensayo que se publicó hace 25 años en editorial Destino y que ahora acaba de reeditarse en la editorial Athenaica, le ha pedido a Carlos Mármol, autor de un epílogo entusiasta y luminoso, que retirase algunos de los elogios que le tributaba: signo, dicho sea de paso, de una absoluta seguridad en el propio valor, pues ¿quién, que no está absolutamente convencido de su propio talento pide que rebajes el tono de tu admiración?). 

Por cierto que acaba de publicarse en castellano la copiosa (1.500 páginas) biografía de Josep Pla, escrita por Xavier Pla, que a pesar de la identidad del apellido, no tiene vínculos familiares con aquel, y es un filólogo que se ha pasado muchos años investigando en los archivos de Josep Pla. El cual, convencido ya desde muy joven que sería objeto de biografías como la que ahora le ha tributado Xavier Pla, se ocupó de conservar en su masía, en la soberbia pero glacial y desamparada casa solariega de su familia, todos los papeles que escribió o recibió a lo largo de su vida. Aunque se le pueden hacer y se le han hecho (Arcadi Espada, Andreu Jaume) atinadas y serias objeciones de prolijidad y tendenciosidad nacionalista (catalana), Un corazón furtivo es una biografía llena de informaciones valiosas para todos los lectores perseverantes de Josep Pla.

Constelación de ideas

Entre ellos, el que subscribe. A los amigos que me preguntan si deben leerla les digo que, sin desmerecer Un corazón furtivo,  para entender a Josep Pla harían mejor leyendo El hombre del abrigo, porque encontrarán en sus 200 páginas no sólo una explicación y análisis de la importancia literaria de Pla y del sentido de su legado, y los motivos por los que vale la pena leer su prosa  como fuente incesante de placer, de conocimiento y de estímulos al conocimiento. No sólo los orígenes de su estilo tan claro, sensual y seductor, en autores que estudió muy cuidadosamente, y que le influyeron de forma decisiva en la configuración del mismo, desde Renard a Baroja. No sólo la reivindicación de Pla –su condición de diarista era ya reconocida- como novelista, a pesar de su pregonado e impostado desdén por las novelas. No sólo como testigo en primera fila, en cuanto periodista, de la república de Weimar en Alemania, marcada por la catástrofe de la inflación, y de la ascensión del fascismo en Italia, y del el advenimiento de la República en España.

También, y es lo más suculento de El hombre del abrigo,  en torno a la obra y figura de Pla Puig hace salir a escena una constelación de ideas y de pensadores con los que de una u otra forma el autor de El cuaderno gris está Pla emparentado. Es un gran placer que este ensayo, que comienza con un testimonio personal sobre un hombre desaliñado, se convierta en un erudito vademécum y argumentario de pensamiento conservador cabal y sensato. Mientras explica a Pla explica la historia del pensamiento y brinda multitud de referencias, argumentos, pistas, para que el lector civilizado que lo desee comprenda –y qué útil es hoy, como siempre, esta enseñanza—que en vez de regodearse en ilusiones y esperanzas redentoristas vanas, que además suelen conducir a experimentos sociales-políticos calamitosos, razone que aquella frasecita, tan sintomática, de «prefiero equivocarme con Sartre que estar en lo cierto con Aron» es señal de irresponsabilidad intelectual y una aberración lógica. (Permítaseme aquí un excurso: es precisamente porque tantos, en aras de las ilusiones, prefieren equivocarse, por lo que yo he hecho de una frase de Al Capone, carente por completo de espíritu democrático y dialogante, mi lema:  «Cuando quiera saber tu opinión, ya te la daré».)

Deleitándonos con Pla, Puig instruye al lector en la sensatez e invita a pensar en el valor –y en el precio- de las cosas. Como muestra, dos botones. El primero sobre los reproches que se le han hecho a Pla por su supuesta volatilidad política –cuando en realidad siempre apostó por unos valores muy determinados y claros:

Desconfianza hacia la utopías

«Hay quien considera que Pla fue un colaboracionista [del franquismo] tenebroso y patológico que ahora obtiene misericordia gracias a su prosa; otros dicen que fue un escritor a pesar de su ideología; algunos aplican la fórmula banal que dice que toda literatura, si es buena, es progresista. Ante más de cuarenta siglos de literatura escrita por ladrones, santos, reyes, profesores, iluminados, integristas y psicópatas, el serafismo de algunos críticos llega a ser siniestro».

«En el corazón del gran iceberg de la obra de Pla hay un individualista expuesto en todo momento a los rigores de la intemperie y al irresoluble conflicto entre orden y desorden. Precisamente porque incluso en las sociedades más estables es posible la regresión primaria, ¿cómo no iba a ser radicalmente desconfiado con las utopías, en un país donde todo tiende al propio desequilibrio natural y al autodevorarse? ¿Por qué razón iba a buscar la complicidad de los bisnietos de Freud o Marx?» (pág. 210). 

La segunda muestra:

«Es posible que la vida consista en estar siempre en un lugar muy distinto de allí donde desearías hallarte. Una gran dosis de este desasosiego explica la obra de Pla, cuando una ‘fuerza oscura’ lo impulsaba a salir de casa, viajar, observar, pero ‘quizá no tenía otra justificación que la de volver un día u otro a casa’, echarse bajo los pinos y ver volar una urraca y un arrendajo y ver pasar ‘en el límite del campo una pequeña bandada de perdices –maravillosa—que apeonaban’. ‘¡Volver a casa, siempre!’. No dedicarse a hacer de hijo pródigo: ‘Todo es inseguro, todo es incierto. No tenemos más remedio que aceptar la tierra donde hemos nacido, por amarga, misérrima o buena que sea».   

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