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Cultura

'Un diálogo imaginario': lectura íntima de tres novelistas franceses

Lluís María Todó explica en un nuevo ensayo la huella de Stendhal, Flaubert y Proust en su formación sentimental

‘Un diálogo imaginario’: lectura íntima de tres novelistas franceses

Marcel Proust. | Wikipedia

Todo es lo mismo y, al mismo tiempo, se trata de actos diferentes: vivir, leer, traducir, escribir. En la biografía de Lluís María Todó, que ejerció el oficio académico en Barcelona durante décadas, ha escrito sus propios libros de creación y ha vertido al español –y al catalán– a muchos escritores de la tradición francesa –su campo de trabajo como profesor universitario– el trato con la literatura gala puede (y debe) entenderse como una cuestión obligada que, asombrosamente, no ha derivado en el hartazgo ni en la reiteración, sino en un sostenido y renovado entusiasmo. ¿Cómo explicar que, tras toda una vida investigando sobre estos autores, no se acuse un cierto desgaste o aparezca el inevitable cansancio? Cabe adjudicarlo a una circunstancia personal: para Todó los novelistas franceses, y algunos de sus mejores poetas, como Baudelaire o Rimbaud, han dejado una huella en su formación sentimental. 

En esta clave biográfica, diríamos que incluso íntima, es como cabe interpretar el recorrido (confesional) que el escritor catalán realiza en Un diálogo imaginario, un ensayo delicioso que acaba de publicar en español la editorial sevillana Athenaica. Se trata de un libro humilde e importante, dos adjetivos que no suelen combinarse en exceso y que, no obstante, hacen de esta suerte de recapitulación de lecturas –eso es, en definitiva, este ensayo– una obra ejemplar. La modestia viene de fábrica: Todó, siendo uno de los traductores e investigadores más activos dentro de la galaxia francófona, mantiene una estrecha relación con la literatura que es antagónica a la que acostumbra a verse en cátedras y atrios. Básicamente, porque no es un erudito, sino un lector devotísimo. Y de esta condición principal derivan todas las demás. 

La trascendencia de su viaje por el canon francés radica en su capacidad para entreverar el conocimiento y la experiencia, que son dos rasgos que identifican al lector hedónico: aquel que lee (y aprende) guiado por el placer, y cuya sabiduría no parte únicamente del estudio (que también), sino que se asienta sobre la emoción. Todó dedica su repaso a tres autores capitales: Stendhal, Flaubert y Proust. Tres cimas de la novelística del siglo XIX y principios del XX. Todos ellos nombres difuntos que están plenamente vivos porque sus libros son mucho más que capítulos importantes en la historia de la literatura. Se trata de interlocutores que han acompañado al autor en una conversación que dura desde su temprana juventud y que evoluciona según sean las circunstancias personales y el paso del tiempo. 

Es indiscutible: a los clásicos se les lee de una forma por primera vez y se les relee de otra muy distinta después. Ellos son los mismos; nosotros, no. El tiempo nos ha modificado sin remedio, de forma que el efecto –o el consuelo– que causan sus libros cambia en cada nuevo encuentro o conversación. De ahí que el abordaje del escritor catalán sobre Stendhal, Flaubert y Proust prescinda de la habitual carga técnica y se concentre –Deo gratiaen explicarnos la utilidad de su sabia compañía y en profundizar en la manera en la que determinados autores nos ayudan a conocernos a nosotros mismos. De alguna forma, esta guía de lectura acaba convirtiéndose en unas memorias: el profesor, traductor y escritor catalán narra su devenir vital –un matrimonio heterosexual fracasado, la asunción de su homosexualidad, que discurre pareja a la experiencia de la paternidad– y sitúa la génesis de este libro (sin pretensiones) en la aparición en su vida de la enfermedad, preludio de la inevitable mortalidad de la especie. 

Lección magistral

Todó describe a Proust como el autor más importante de los tres elegidos, pero muestra una simpatía (contagiosa) por Stendhal, el más vitalista de los elegidos como protagonistas de esta lección magistral, concebida como una especie de compendium de su larga trayectoria como estudioso de las letras francesas. La selección de los autores –el libro aborda de forma lateral otros nombres, como el crítico Roland Barthes o Balzac– se debe, obviamente, a una decisión personal en la que han influido la sintonía personal y la concordancia espiritual. 

Para Todó, sin embargo, no hay que caer en la sacralización profesional. Los autores insignes no lo son (tanto) si no producen una reacción duradera sobre sus lectores. Del creador de La comedia humana, cuya versión integral al español viene editando desde hace ya unos años Hermida Editores, Todó asegura que es un «novelista genial que escribe mal, con mal gusto y poco oído para la lengua», pero todos estos defectos –quien leyó a Balzac lo sabe– quedan conjurados gracias a la traducción, que corrige lo que en francés es sentimentalidad seriada. Este apunte es luminoso porque concibe la tarea de los traductores no únicamente en función de la fidelidad al original, sino como un ejercicio de neutralización de estereotipos verbales. 

Tanto Stendhal como el obsesivo y obstinado Flaubert –entregado a la perfección en su retiro de Croisset–, y por supuesto Proust, encontraron, según Todó, «maneras nuevas y muy eficaces de decir yo, a veces evitando decirlo (es el caso del autor de Madame Bovary) y otras repitiéndolo sin manías (véanse las novelas de Stendhal), y la consecuencia, que es a la vez uno de los milagros más provechosos de la buena literatura, es que ese yo instaura un , un lector también insólito y asombrado que, a medida que lee y va aprendiendo cosas sobre estos autores y su mundo, también va aprendiendo muchas cosas sobre sí mismo y sobre su propio mundo».

Es desde este espacio –el del asombro y la admiración– desde donde Todó construye este dietario de lectura, que contagia un sincero entusiasmo por sus favoritos y, del mismo modo, evidencia que un gran escritor, o una novela memorable, no valen tanto por lo que son formalmente o afirman los historiadores, sino por la metamorfosis que provocan en nosotros. Somos lo que leemos. Todó nos lo recuerda con sensibilidad, naturalidad y belleza.

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