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Cultura

De bosques y emboscados

Los árboles son seres mudos, apacibles, soberanos. Te invitan a preguntarte por tu propia materia, más leve, más incierta

De bosques y emboscados

Bosque. | Unsplash

Mi forma preferida de pensar es paseando por el bosque, disfrutando de su silencio, sus rumores, sus chasquidos, su presencia de entidad viva y poderosa. Entiendo por qué Heidegger se fue a vivir a la Selva Negra, entiendo por qué se convirtió en un emboscado y de paso también en un personaje de su querido amigo Jünger, otro emboscado. Los emboscados de Jünger se encuentran solos ante lo absoluto, y quizá es esa la soledad la que nos llega cuando paseamos por el bosque: no es una soledad ante los otros, pues se proyecta en un mundo vegetal.

Tu vecino te enfrenta al otro, pero el bosque, como el mar, te enfrenta a lo otro. Te acercas a un árbol e intentas descifrar su existencia. Asunto imposible. Son seres mudos, apacibles, soberanos. Algunos tienen más de cien años y escucharon los disparos de la Guerra Civil. Si los abrazas crees notar su reposado y aplastante aliento. Están en una dimensión tan real que te hacen sentirte un exiliado de las profundidades de la vida. Su existencia es la extrema existencia, su materia te invita a preguntarte por tu propia materia, más leve, más volátil, más incierta.

En un cuento de Max Aub sobre la Guerra Civil oímos una voz antigua y serena, es la voz de un árbol que observa cómo los milicianos vienen y van. El árbol se compadece de los humanos, porque según él, son seres despojados de raíces. Max Aub quiere decirnos, a través de su árbol reflexivo, que el género humano carece de conciencia, de verdades que le convenzan, de responsabilidad, y además ignora su propia quiebra interior y su dimensión de sombra pues, como creía Eliot, el género humano nunca ha soportado demasiada realidad. Los hombres que ve el árbol del relato de Max Aub están en guerra y la única danza que bailan es la de la muerte. Eso para él es no tener raíces. Tener raíces es existir con toda la consecuencia, sabiendo que tenemos un enemigo interior al que hay que controlar, y además hacerlo con alegría nietzscheana, que suele estar más allá de la moral y de las ideas toscas que impiden pensar, que impiden descifrar las llaves que lo articulan todo.

Desde su retiro, el emboscado busca esos elementos sustanciales de la articulación y la creación de estructuras. Desde su libertad existencial intenta descifrar el gran teatro del mundo del que se ha marginado para verlo mejor. No sé si el emboscado se parece al anacoreta, en muchos aspectos no. El emboscado no busca a Dios, no se martiriza como los ascetas de Alejandría del siglo III. Permanece tranquilo y piensa. Los recuerdos del mundo desfilan por su mente, envueltos en los rumores del bosque. Las cosas entran en una dimensión más dialéctica y total. La naturaleza se percibe como un absoluto que nos gobierna mucho más de lo que creemos, un absoluto que cuando opta por la destrucción no hay nada que se le parezca, pues la vida es consigo misma de una crueldad aterradora.

«Nietzsche: otro emboscado que tuvo en un bosque de los Alpes Dolomitas la iluminación del eterno retorno»

El emboscado lo ve y le da la razón a Nietzsche: otro emboscado que tuvo justamente en un bosque de los Alpes Dolomitas la iluminación del eterno retorno. En el bosque es  fácil comprender el eterno retorno, pues más que un mito es una verdad presente en los nuevos brotes, creciendo entre madera podrida. Lo peor de la idea del eterno retorno es que, dentro de su oscilación abismal, el eterno retorno de la vida es posible gracias al eterno retorno de la muerte. En el bosque adviertes que la vida y la muerte ocupan el mismo espacio real. Un pájaro se está comiendo a un sapo en la charca del claro, y bajo tus pies se despliegan enormes civilizaciones de insectos que viven y mueren en la mareante argamasa de la materia.

Pasear por el bosque me lleva por ese y otros caminos. En tardes apacibles emerge el infierno y en tardes tormentosas tienes alguna iluminación venturosa que te tranquiliza. Los seres más poderosos que te acompañan en ese momento son los árboles: gente con raíces. Si fuesen materia pensante serían los seres más sabios de la tierra. Hunden sus raíces en ella y respiran calladamente. Acompañan el pensamiento como penates y se reservan toda opinión. Son la dimensión del silencio, un silencio que percibes bajo los chasquidos y los rumores, un silencio de fondo donde se sienten a gusto los animales de fondo.

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