París, ¡tic-tac!
Faltan cinco días para que den comienzo los JJOO de París 2024, que se celebrarán hasta el 11 de agosto en la capital francesa
Faltan cinco días para que den comienzo los Juegos Olímpicos de París 2024, que se celebrarán hasta el 11 de agosto en la capital francesa. Estas fueron las Olimpiadas que París arrebató a Madrid cuando enviamos a Ana Botella a defender nuestra candidatura a Lausana. ¿Recuerdan?
El caso es que la Ciudad de la Luz salió victoriosa de aquel lance y ahora espera cerca de 15 millones de visitantes acumulados en esos días –que es como doblar su población–, para presenciar unos juegos en los que participan 204 países y que presentan como novedad la inclusión del surf, la escalada deportiva, el skate boarding o el béisbol como categorías olímpicas. Así que, parafraseando a la simpática prensa deportiva, estamos en plena cuenta atrás del mayor espectáculo del mundo. París, ¡tic-tac!
Ocurre que uno tiene una bien ganada fama de ser una guía con patas de la Ciudad de la Luz. Y he perdido ya la cuenta de los amigos, conocidos y saludados que han recurrido a mí recientemente solicitando consejo y direcciones para aprovechar al máximo su próxima estancia a orillas del Sena con unos paseos por rincones poco transitados, un par de ágapes en restaurantes para iniciados o alguna visita cultural más o menos alternativa, que no figure en la home page de Paris Je t’aime, website turística oficial del Ayuntamiento.
Una modesta guía secreta que, en otras circunstancias, suelo hacer personalizada, a medida de cada cual, en función de sus gustos, su situación familiar o el número de ocasiones en que ha subido a la Torre Eiffel. Pero que, debido a la inminencia del evento, no tengo más remedio que producir en serie y comunicar por esta vía. Espero que los implicados me sepan disculpar. Me siento como Balenciaga –ya han visto la estupenda teleserie de Disney+, ¿verdad?– cuando le presionaban para que se pasara al prêt-à-porter. A él, que era un artista de lo suyo…
Salvando la inmensa distancia, yo como guía no tengo precio –aunque, en un tiempo muy remoto de acompañar viajes de incentivos, cobraba 1.000 € diarios– y menos en París, una metrópoli inabarcable que he visitado cientos de veces y en la que residí entre 2010 y 2014, ejerciendo como corresponsal político de un diario nacional que tomó la decisión desafortunada de cerrar aquella delegación para reducir gastos fijos pocos meses antes de los atentados yihadistas contra Charly Hebdo y la sala Bataclan.
Pero toquemos madera, ya que mencionamos la amenaza terrorista, para que nada horrible suceda durante estas semanas de fraternidad a través del deporte. Esta es una ciudad que ha sufrido recientemente toda una serie de catastróficas desdichas, como para que los juegos vengan a sumar más caos a una población proverbialmente seca y ya de por sí mosqueada con la irresoluble situación política.
«París es siempre una buena idea», concede Sabrina Fairchild a Linus Larrabee en la deliciosa comedia sentimental Sabrina (1954, Billy Wilder). A lo que yo añadiría que es una idea más que buena, excelente, incluso en temporada alta estival y coincidiendo con un torneo de alta competición. El secreto, para el viajero avezado, es saber adaptarse a la situación y eludir las zonas más concurridas en busca de esquinas menos previsibles pero igualmente reconfortantes. Vamos al grano.
Si es usted de los que ya ha realizado, al menos un par de veces, el tour preceptivo del Museo del Louvre, el de Orsay, el Centro Pompidou, Los Inválidos, la Torre Eiffel, Notre-Dame, el Sacré Coeur y el paseo nocturno por el Sena en bâteau mouche, ¡está de enhorabuena! Así no se desesperará con las colas interminables y podrá dedicar su tiempo libre a descubrir ese otro París igualmente apasionante, pero que no suele incluirse en los circuitos turísticos de tres días con media pensión.
Empecemos por algunos museos poco convencionales: el Palais Galliera, el Palais de Tokyo, la Fondation Louis Vuitton, la Bourse de Commerce-Collection Pinault, el Musée Bourdelle, el Musée Gustave Moreau, la Fondation Cartier, el Hôtel Mona Bismarck, La Gaité Lyrique o el centro cultural alternativo Le 104 pueden darle, cada uno a su manera, una perspectiva diversa de la amplia oferta expositiva de la capital gala.
¿Nos gustan los parques? Olvídense de las Tuilerías o el Campo de Marte, que estarán invadidos por las hordas bárbaras, y concéntrense en espacios verdes menos mediáticos pero no menos encantadores, tales como el Parc Monceau, el Jardin de Luxembourg, el Jardin d’Aclimatation o Les Buttes-Chaumont. ¿Y por qué no un cementerio? Los más antiguos de esta ciudad (Montmartre, Père Lachaise y Montparnasse) son verdaderos pulmones verdes, albergan tumbas ingentes de personajes ilustres y proporcionan un rato silencioso y apacible para recuperarse del trajín olímpico.
Siguiendo con las actividades al aire libre, háganse el favor de dejar para el próximo viaje ese apetecible paseo por los muelles del río Sena, contemplando gabarras, porque miles de otros nativos y foráneos habrán tenido la misma ocurrencia. Busquen mejor la sombra y sosiego de recorridos menos céntricos. Por ejemplo, al este de la rive droite y tras sufrir las inclemencias de superconcurrido Marais, llegarán a la Plaza de Bastilla, donde pueden elegir girar a la izquierda hacia el norte o bien seguir de frente rumbo sureste.
En el primer caso, y tras recalar en Merci (la tienda ultra fashion del bulevar Beaumarchais), hay que pasar junto al Cirque d’Hiver para llegar al muy hipster Canal de Saint-Martin y, ya si nos venimos arriba, hasta el mismísimo parque de La Vilette. Si se deciden por el otro itinerario, tendrán que flanquear la Ópera para llegar al Viaduct des Arts (un original espacio urbano con tiendas abajo y parque arriba), luego a The Docks (Instituto de la Moda), a la Biblioteca Nacional François Mitterrand y, acaso, cruzando el río, a la Cinemathèque y el parque de Bercy.
¿Tenemos ganas de hacer compras? Olvídense de los Campos Elíseos, la Avenue de Montaigne o la rue du Faubourg Saint-Honoré, así como de las Galeries Lafayette, donde no cabrá un alma, e investiguen otros barrios o espacios comerciales menos manidos. Para lo más chic, además de la citada Mercy, anoten Colette, L’Eclaireur o Beaugrenelle Paris. También hay un icono histórico del comercio glamuroso en la rive gauche que nadie debería perderse, como es Le Bon Marché. Una pena el reciente cierre del vecino Conran Shop, que permitía matar dos pájaros de un tiro. Eso sí, los gourmets irredentos no deberían desaprovechar que se hallan en la rue de Sèvres para visitar la vecina Grande Épicerie –una de las más espectaculares tiendas delicatesen de Occidente– y girar luego a la izquierda para recorrer hacia el norte la rue du Bac con todas sus tentadoras pastelerías.
Volviendo a un comercio más tradicional y hasta viejuno, Le Village Suisse es una alternativa céntrica si da pereza transportarse hasta el rastro de Saint-Ouen. En este último, los buscadores de tesoros harán bien en explorar sus dos mejores espacios cubiertos: el clásico Marché Dauphine y el flamante Marché Malassis. Constituyen un refugio idóneo para la lluvia y para el inclemente sol, igual que esa ruta formidable de los pasajes decimonónicos en la rive droite que entronca el Palais-Royal con las faldas de Montmartre y donde uno tiene a veces la sensación de que se va a cruzar con el mismísimo Mérimée recorriendo escaparates.
Parar terminar con el delicado asunto de hincar el diente en una restauración pública probablemente colapsada, más que proporcionar direcciones de mis bistrots de culto favoritos –e imposibles de reservar ni a través del exclusivo Concierge de Amex Centurion–, les daré unos cuantos consejos de supervivencia eludiendo el ingrato fast food internacional. El primero y más esencial: Paris es la ciudad más golosa del mundo y en todos los barrios existen salones de té, pastelerías y panaderías de primerísima fila con horario extendido que no solo ofrecen irresistibles bocados dulces (Saint-Honoré, mille-feuille, religieuse, financiers, éclairs, macarons…) para tomar in situ –¡atención al durísimo suplemento de terraza!– o para llevar y consumir en cualquier banco público, sino también platillos salados (quiches, terrines, croque-Monsieur, pâtés en croûte…) que sacian el hambre a las mil maravillas dejando un inequívoco regusto francés. Con eso, cualquier puede sobrevivir al mediodía cuando la jornada se ha puesto adversa. Anoten casas de prestigio indudable con varias sucursales como Ladurée, Lenotre, Dalloyau, Pierre Hermé, Mulot…
Para la cena, la cosa es más peliaguda. Olvídense de los establecimientos de moda que figuran en las guías y de las brasseries históricas del centro, que estarán infestadas. Busquen cocina francesa tradicional en los arrondissments que bordean la periferia como el 11ème, el 14ème, el 15ême… Allí, fíense si ven mesas de autóctonos y platos del día inscritos en una pizarra por un patrón malencarado con letra ininteligible. ¡Signos todos ellos de que han caído en buenas manos! Para paladares más aventureros, recuerden que esta es una ciudad rabiosamente mestiza y existen barrios como el 13ême o el 19ème donde pueden ustedes alimentarse muy dignamente como si estuvieran respectivamente en China o en el Magreb. Quizá ni siquiera les hablen en francés y también es probable que no admitan tarjetas. ¡Pero qué aventura!
Para los horarios y los tragos nocturnos, no olviden que los parisinos se rigen por la misma franja horaria que nosotros, pero lo hacen todo 90 o 120 minutos antes. Así que no traten de cenar a las 22.30 h o tomar una copa pasada las 1.30 h porque será más que complicado. En cuanto a qué beber, el vino de la casa servido en pichet suele ser la opción más socorrida y, para caprichosos, botellas de marca facturadas a tres o cuatro veces su valor –no digan que no están advertidos– o, en la sobremesa, Champagne, Armagnac o Calvados. ¡Cualquier cosa menos un high ball! Tengan presente que en esta ciudad no saben preparar un gin-tonic –en mis tiempos, tuve que enseñar a más de un bartender– y que la combinación de minúsculos hielos industriales, dos gotas de ginebra ignota y un refresco caliente de marca blanca les sentará rematadamente mal y puede llegar a fastidiarles tan glamurosas Olimpiadas. Santé!