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Historias de la historia

Pasiones deportivas que cambiaron la historia

«La pasión deportiva puede llegar a cambiar el curso de la historia, para bien o para mal»

Pasiones deportivas que cambiaron la historia

Restos actuales del Hipódromo de Constantinopla, donde se ponían y quitaban emperadores.

El entusiasmo con la Roja ha logrado unir a la inmensa mayoría de los españoles durante los días de la Eurocopa. Y es que la pasión deportiva puede llegar a cambiar el curso de la historia, para bien o para mal.

Ya se habían corrido 21 carreras y el ambiente estaba en el punto de ebullición. En las gradas del Hipódromo de Constantinopla había 100.000 espectadores, o mejor dicho, 100.000 ciudadanos romanos de distinta clase y condición dispuestos a arder en cuanto les acercasen una llama.

Era el 13 de enero del año 535 desde el nacimiento de Cristo y reinaba en el Imperio Romano de Oriente, un hombre de origen humilde, nacido en una aldea de Dacia (actual Rumanía), que tenía por lengua el latín y no el griego, y cuyo nombre de nacimiento era Flavius Petrus Sabatius. Sin embargo, al ser adoptado por su tío Justino, cambiaría su nombre por Justiniano, con el que ha pasado a la historia. El tío Justino era un soldado que, gracias a la espada, había llegado a ser emperador. Al morir, dejaría el trono a su hijo adoptivo.

Pese a estos obscuros orígenes, Justiniano I se convertiría en el más grande de los emperadores bizantinos. Su obsesión era la Recuperatio Imperii, la Reconstrucción del Imperio romano en su pasada grandeza, antes de que tuviera que dividirse en dos, y que el Imperio de Occidente, el original que tenía a Roma por capital, fuese invadido por los bárbaros. Y lo consiguió. Mediante una implacable política bélica llevada a cabo por generales capaces, Justiniano reconquistó la Península Itálica, la costa del Adriático, la grandes islas del Mediterráneo, el Norte de África e incluso el Sur de Hispania. Con él pudo volverse a decir Imperio Romano, sin distinguir entre Oriente y Occidente, aunque esta Recuperatio no le sobreviviese mucho tiempo.

Además de un emperador guerrero, Justiniano realizó una obra inmensa en el área del derecho, el Corpus Iuris Civilis, una recopilación y puesta al día de todo el Derecho Romano, armonizándolo con el cristianismo, que era la religión general y oficial del Imperio.

Sin embargo, pese a toda su grandeza, como cada vez que acudía a las carreras de cuadrigas en el Hipódromo de Constantinopla, como cada vez que cualquier emperador se había asomado al palco imperial -a lo que estaban obligados-, su poder se ponía en peligro, porque una masa de 100.000 ciudadanos airados podía derribar tronos o elevar a cualquiera a la dignidad imperial. El Hipódromo detentaba un auténtico poder legitimador, era allí donde se proclamaba un nuevo emperador, y donde se celebraba su coronación.

Azules y verdes

En el Hipódromo había dos grandes facciones deportivas, dos clubes diríamos ahora, los Verdes y los Azules. En principio eran empresas que contrataban, o dicho en lenguaje actual, fichaban aurigas, los hombres que manejaban los carros, grandes estrellas, deportistas galácticos por los que se pagaban fortunas. Pero además de eso, los dos clubes controlaban política y socialmente a enormes masas de seguidores, de manera que las autoridades de Constantinopla tenían que contar con su colaboración para mantener el orden y la ley en los barrios de la ciudad, como ocurre en ciertos países donde no se puede gobernar sin darle su parte a las mafias locales.

Los dos clubes rivales representaban clases muy distintas, Los Azules eran lo que podríamos llamar el club oficial, el del emperador, la aristocracia y los terratenientes. Los Verdes eran los comerciantes y el sector de servicios, se podía decir que eran la nobleza y la burguesía que siglos más tarde se enfrentarían en la Revolución Francesa. Pero además había una grave divergencia religiosa, los Azules eran católicos ortodoxos, aceptaban la autoridad del Papa y de los concilios, mientras que los Verdes eran herejes monofisitas que negaban que Jesucristo tuviese dos naturalezas, una divina y otra humana, Este enfrentamiento dogmático convertía a los dos clubes en facciones irreconciliables… hasta aquel 13 de enero.

Justiniano, en su papel de gran estadista, había abandonado el tradicional apoyo del emperador a los Azules y pretendía ser neutral, lo que resultaría fatal, porque perdió el apoyo azul, pero no se ganó el apoyo verde. Cuando el emperador decretó nuevos impuestos para mantener las guerras que exigía su política de Reconstrucción del Imperio, un malestar general se extendió por Constantinopla. Añádase a ello que había encarcelado a varios hinchas violentos de ambos clubes y tendremos el cóctel Molotov que estalló en la carrera número 22.

Sin que esté claro por qué, la multitud dejó de lanzar los gritos de apoyo usuales, «azul» o «verde» según su equipo, y se unió en un canto escalofriante, «¡Niká, niká!» (victoria, en griego). ¿Victoria sobre quién? Sobre el emperador. Empezaron a tirar piedras contra el palco imperial, y Justiniano tuvo que retirarse. Ese gesto de abandonar el Hipódromo tenía un valor simbólico, era como abandonar el poder.

La masa de hinchas verdes y azules, envalentonada y unida, fue a por todas. Se lanzó al asalto y saqueo del Palacio Imperial, que estaba aledaño al Hipódromo. Cuando terminaron con la residencia del poder temporal, atacaron la vecina catedral de Santa Sofía, sede de poder espiritual, y destruyeron el monumento más hermoso y emblemático de Constantinopla. Durante cinco días la capital del Imperio padeció incendios, vandalismo y destrucción, quedando arrasada en parte, y el Hipódromo, proclamó un nuevo emperador, llamado Hipacio. 

Justiniano había logrado huir antes de que le alcanzara la cólera de las masas, y estuvo a punto de abandonar su capital a los revoltosos, pero según la leyenda su esposa Teodora, una antigua prostituta, pero con gran talento político, le convenció de dar la batalla por Constantinopla.

El ejército que había creado Justiniano era una máquina formidable, y cuando tras cinco días de revuelta se logró traer a la capital tropas suficientes, sitiaron a los rebeldes en el Hipódromo, lo asaltaron y los pasaron a cuchillo, dejando un saldo de 30.000 muertos. Así terminó la jornada deportiva del 13 de enero del año 535.

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