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Joseph Conrad: cien años del escritor de las tinieblas del corazón

La biografía de Maya Jasanoff rastrea los viajes y las transformaciones del mundo que influyeron en el autor de ‘Lord Jim’

Joseph Conrad: cien años del escritor de las tinieblas del corazón

Joseph Conrad. | Wikimedia Commons

En los libros de Joseph Conrad, los límites se desdibujan y la espesura se apodera de los contornos: un codo del Támesis puede semejar al río Congo, en las radas y aduanas del sudeste asiático aparecen tipos de proveniencia indefinida, y salvajismo y civilización, dos nociones meridianas para los europeos de su tiempo, se dan la mano en el pecho del mismo hombre.

La vida del propio Conrad, nacido Jósef Teodor Konrad Korzeniowski en 1857 y muerto ahora hace cien años, el 3 de agosto de 1924, es un espacio transfronterizo, territorio abigarrado de circunstancias que dieron como resultado un escritor único en su especie, que trascendió la novela exótica de su tiempo y tiñó de torturado psicologismo las aventuras del mar: por ejemplo, renegaba de Melville y su Moby Dick y reivindicaba ser un escritor «distinto, quizás algo más que un escritor del mar, o aun de los trópicos».

Antes de publicar una sola línea, Conrad fue Konrad, un británico que nació polaco, un escritor que fue marino y un marino que pasó de la vela al vapor. Como luego sus personajes, parecía existir sin arraigo, barco sin bandera ni propósito, siempre a expensas de la siguiente misión comercial. Su aventura secular arranca en Polonia, en una vieja ciudad, Berdisehv, perteneciente al Imperio ruso, y acaba en el Estado Libre del Congo belga en 1890, donde cumplió su última misión antes de recluirse con todo su bagaje vital a componer su obra.

La catedrática de Historia de Harvard Maya Jasanoff rastrea en La guardia del alba. Joseph Conrad en el nacimiento de un mundo global (Debate) cómo sus experiencias trasparentan en sus libros y en qué manera la globalización, el comercio internacional, las migraciones, el terrorismo, los movimientos de fronteras y el auge industrial de su tiempo configuran narraciones como El agente secreto, Lord Jim, El corazón de las tinieblas o Nostromo.

En su nacimiento, su padre, furibundo nacionalista polaco, romántico que se preciaba de la antigüedad y pureza de su linaje, escribió en un poema un verso profético: «No tienes ni hogar ni país». A los 11 años, quedó huérfano, tutelado por un tío pragmático que equilibraría la herencia idealista de sus padres. Un amigo de la familia, que también combatía al Imperio ruso en aquel pedazo sometido que antaño perteneció a la mancomunidad polaco-lituana, le dijo: «Recuerda, allá donde navegues, siempre estarás navegando hacia Polonia». El joven Konrad, que nunca olvidaría Polonia, no quiso, sin embargo, atarse al no-país de sus antepasados.

Marinero en los trópicos

A los ocho o nueve años, este chico de tierra adentro descubrió el mar en los libros de Víctor Hugo, Frederick Marryat y Fenimore Cooper. Hasta ese momento no había visto el mar, que conoció en Odesa en 1866. Contra el criterio de sus familiares, en 1877 se embarcó por primera vez en Marsella después de un extraño intento de suicidio. Se hizo marino por voluntad y por voluntad y pragmatismo se desnaturalizó ruso y se hizo británico.

Con base en Londres, navegó durante dos décadas y llegó a ser capitán, aunque nunca hizo gran fortuna. Conoció y aprendió a amar el sudeste asiático y fue testigo directo del auge del comercio internacional, el imperialismo y la transformación de la navegación desde los portentosos barcos de vela a los primeros vapores. Nunca quiso sumarse al cambio, pero acabó por hacerlo. «Para Conrad –explica Jasanoff-, la navegación a vela significaba lo mejor de un mundo que operaba contra ella, el ideal que había de ser siempre perseguido, aunque no volviera a recuperarse nunca».

Su hoja de servicio está plagada de nombres evocadores: Borneo, Sumatra, Ceilán, Malaca… El sudeste asiático es el emplazamiento de una decena de obras suyas, más de la mitad de su producción. Conoció también América y Australia. Sin embargo, su última gran aventura como marinero la vivió en África y a bordo de uno de aquellos odiosos vapores. Al Congo llegó en 1890 ya como escritor en ciernes, con el manuscrito de La locura de Almayer en cartera. El rey Leopoldo II de Bélgica acababa de poner su pica en el continente negro, con una teórica misión civilizadora que acabaría siendo depredadora. Conrad se vio al mando del Roi des Belges remontando el río Congo para acceder a un cargamento de marfil.

Congo, última aventura

«Remontar aquel río era como retroceder a los orígenes del mundo, cuando la vegetación se extendía por la tierra y los grandes árboles eran los reyes», escribió en El corazón de las tinieblas. Maya Jasanoff (ella misma quiso conocer el Congo) contrasta su estancia en África con el diario que llevó el escritor y sus cartas. Todo es profundamente desalentador: «Sin duda alguna, me arrepiento amargamente de haber venido aquí. Todo aquí me repele: los hombres y las cosas, pero los hombres por encima de todo». En la travesía, Conrad se siente desmoralizado y enfermo, añora el mar abierto y abjura del vapor.

A su regreso cayó en depresión y abandonó el mar. Este tipo huraño y soltero impenitente se casó con una mecanógrafa londinense y publicó La locura de Almayer, inicio de su carrera literaria, libro ambientado en Asia pero teñido de su amarga experiencia africana. En 1898, con la brutal colonización belga en el Congo en el pico de su depredación, daría forma a sus recuerdos en El corazón de las tinieblas, su obra más leída hasta la fecha, gracias en parte a la adaptación al cine que hizo Coppola en Apocalypse Now.

A partir de la década de 1890, el viejo marinero Joseph Conrad, nacido Konrad, sería solamente escritor. Un polaco que aprendió inglés para escribir con mucho trabajo palabras que expresaran un mundo indescifrable que pivota alrededor de un punto incomprensible: el alma humana.

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