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Cultura

Una comida con los maestros de la literatura

Ladera Norte publica ‘Cocina de autor. Recetas para amantes de la lectura’, un libro que une las letras con la buena mesa

Una comida con los maestros de la literatura

Libros. | Archivo

Tal vez el secreto de una buena comida sea tan indescifrable como el de un buen libro: por mucho que un crítico reconozca los ingredientes y el autor explique su técnica, no se puede acceder del todo a la zona de obras, al toque personal intangible del creador. Cada plato es único, como cada obra literaria lo es a su vez; el fruto de un artista con sus influencias y sus intereses. También se digieren, libro y plato, de una forma particular según el lector-comensal. Ahí está la magia, la satisfacción en grado sumo; tal vez por eso literatura y comida maridan tan bien.

Luego está el hecho de que comer, además de una necesidad de subsistencia, es un rito social fundamental desde que el ser humano se estableció en comunidad. Y no son pocos los narradores que los han introducido en escenas clave de sus novelas, ni los poetas que se han delectado con la evocación de un manjar. ¿Cuántas familias se quiebran en torno a la mesa? ¿Cuántos detectives esclarecen un misterio tomando el aperitivo? Berta Vías Mahou y Antón Casariego Córdoba han indagado en el asunto para ofrecernos esta Cocina de autor. Recetas para amantes de la lectura (Ladera Norte, 2023), un libro hecho por y para amantes de la literatura y la buena mesa que es mucho más que una simple recopilación de recetas.

Para empezar, han seleccionado 52 platos principales, uno para cada semana del año, con el foco puesto en el equilibrio: dentro del canon occidental, han buscado la paridad de género, la diversidad de nacionalidades y de tipos de plato (carne, pescado, huevos y verduras), con los siglos XIX y XX como intervalo (con algunas excepciones más que entendibles, como los duelos y quebrantos de Cervantes). El trabajo no termina ahí: han adaptado las recetas a los medios actuales, españoles en concreto, tanto en lo relativo a los ingredientes como al menaje (sería un poco complicado preparar ballena a lo Moby Dick).

Para culminarlo, se han levantado del escritorio, se han enfundado el delantal y han cocinado ellos mismos las recetas, para luego transcribirlas con instrucciones sencillas. Las acompañan de fotos de sus propias elaboraciones, con un atrezo inspirado en cada obra. Cocina de autor es manual tan erudito como práctico por cuanto contextualiza cada plato con un breve texto y a continuación lo pone al alcance del lector. Y siempre con un toque de humor, claro, que sin una pizca de sal el manjar quedaría muy soso.

Llamarlo «manjar» tal vez sea pasarse de generoso; aquí hay comidas de rico y comidas de pobre, extravagancias en un rimbombante francés y legumbres castizas, que no todo va a ser El festín de Babette (aunque, por supuesto, las codornices en sarcófago de Isak Dinesen están ahí). En general, los autores se han decantado por platos que tienen relevancia en la obra literaria, con algunas excepciones, en las que el vínculo es más directo con el escritor (como la sureña Flannery O’Connor, parca en sus descripciones gastronómicas, pero de quien se conserva una carta de agradecimiento a las dueñas del restaurante que le prepararon la comida mientras estuvo convaleciente; le encantaban la ensalada de judías verdes y las gambas fritas, uno de los platos más fáciles del libro).

Platos y emociones

Con todo, el valor, más que en las recetas, reside en profundizar en la función narrativa de la comida, esto es, en poner de relieve el vínculo entre comida y literatura, comida y vida. Los platos aquí reunidos no son neutros; hay unas emociones asociadas a ellos por factores afectivos (y no son siempre como la inofensiva nostalgia de las magdalenas de la tante Léonie…).  Al fin y al cabo, lo que conmueve de los Tomates verdes fritos no es su exquisitez, sino la bondad con la que la propietaria los sirve en abundancia al hambriento. Las truchas del norte de España que entusiasmaban a Ernest Hemingway reconectan al ser humano con la naturaleza, cuando encuentra el sosiego lejos del ruido. El conejo al horno de Carmen Laforet no evoca una Navidad de luces y guirlandas, sino aquel piso sombrío de la calle Aribau en la posguerra barcelonesa.

Mejor se come en las casas señoriales gallegas de las novelas de Emilia Pardo Bazán, aunque el cocido que nos proponen aquí es asequible para todos los bolsillos. Hay casos curiosos, como el de la sueca Selma Lagerlöf, primera mujer en recibir el Premio Nobel de Literatura: en la novela seleccionada, el bienestar de una relación se mide por la calidad de los platos que ella prepara para él; no hace falta expresar con palabras lo que se lee entre líneas ante la mesa. El toque de ternura lo pone el chupe de camarones de Mario Vargas Llosa, un plato típico de su Perú natal que, antes de formar parte de sus historias más célebres, fue para él un mal trago: de niño, se asustó ante el tamaño imponente de las pinzas de los crustáceos, tal y como contó en un artículo. Dicen los autores que «leer incita a leer más, y este libro debería servir para eso» (p. 14). Tienen razón: uno no solo desea volver a experimentar las sensaciones descritas en el texto, sino que, al tomar conciencia del potencial del alimento como ingrediente literario, comienza a prestar más atención a ello al leer.

Este libro sobresale por eso, por unir literatura y cocina, por ofrecer un recetario amplio, variado y accesible que refuerza más si cabe la relación del lector con sus vicios y estimula una lectura más atenta a las sutilezas. Así que quien quiera seducir a un lector empedernido, ya lo sabe: no tiene que impresionarlo por la biblioteca, basta con invitarlo a un festín literario. Y, de paso, regalarle el libro. La experiencia, eso sí, la tendrán que crear de cero entre los dos. Suerte. Y bon appétit.

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