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Juegos olímpicos y no tan olímpicos

«El deporte estaba presente en todos los aspectos de la vida de la Grecia antigua y constituía un símbolo de civilización»

Juegos olímpicos y no tan olímpicos

Juegos Olímpicos de París 2024 | Julien Mattia / Zuma Press / ContactoPhoto

Ahora que se han acabado los Juegos Olímpicos de París, me pregunto sobre la importancia del deporte en nuestra vida. Debo admitir que los JJ OO en sí no me suscitan gran interés, pese a interesarme el deporte en general. Son demasiadas competiciones que tienen lugar todas a la vez y que difícilmente permiten una visión de conjunto. (No sé, son como los festivales de Edimburgo en agosto). Además, me producen no poca confusión, ya que me resulta imposible entender, por ejemplo, en qué disciplinas los atletas no son profesionales y en cuáles les está permitido participar a profesionales. Los jugadores de baloncesto, por lo menos los masculinos, parecen ser profesionales y de cualquier edad, pero otros atletas no son ni lo uno ni lo otro. Luego están todas las disciplinas que se incorporan, algunas de las cuales me resultan más bien absurdas; parece que la última incorporación en París ha sido el breakdance. No me constaba que fuera un deporte, sino un baile. A estas alturas no sería sorprendente que se incorporara también el tango o el parchís. 

Sea como fuere, quizás no se debe perder de vista que el origen de los Juegos Olímpicos se encuentra en la importancia trascendental que le concedían al deporte los griegos antiguos: el deporte estaba presente en todos los aspectos de la vida de la Grecia antigua y la educación física de los jóvenes se consideraba clave en su formación. Como nos recuerda Fernando García Romero en una conferencia impartida en la Fundación Juan March, el deporte en la Grecia Antigua no sólo se consideraba, como hoy día, divertido y bueno para la salud física, sino también integral para la salud intelectual y moral, siempre que se practicara con la debida moderación y de forma equilibrada. Es más, para los griegos, el deporte constituía tanto un instrumento como un símbolo de civilización. 

De ahí que en las competiciones, especialmente las olímpicas, sólo les estuviera permitido participar a los griegos, los nacidos en Grecia, porque los demás se consideraban –ejem– bárbaros. Luego, al expandirse el territorio griego hasta la India con Alejandro Magno, llegó a considerarse griego cualquiera educado y aficionado a la cultura griega. (Así que ya saben, si no tienen la suerte de ser griegos de nacimiento, vayan espabilando).

Recuérdese que en Grecia, por lo tanto, había muchas competiciones, muchos juegos, que se celebraban a lo largo y ancho del territorio, que también constituían un acto de culto al rendir tributo a los dioses: entre los más conocidos de ellos, aparte los Juegos Olímpicos, así llamados porque se celebraban en Olympia en el Peloponeso, estaban los Juegos Ístmicos de Corinto (del istmo que separa el Peloponeso de la Grecia continental), los Juegos de Nemea (en el noreste del Peloponeso, hoy una región conocida por los vinos que produce) y los Juegos Píticos de Delfos. Todos estos lugares son francamente espectaculares por la belleza y la espiritualidad de la ubicación elegida; y eran santuarios, con templos dedicados a dioses. 

En la época moderna, más o menos a partir del siglo XIX, el deporte vuelve a recuperar importancia, de ahí que sea cuando se resuciten los JJ OO de la Antigüedad. 

Equilibrio

Hoy día, también practicamos deporte porque es divertido y constituye un espectáculo, aunque su vertiente profesional, debido al exceso a que se somete el cuerpo en tales casos, estaría mal vista desde el punto de vista helénico, ya que para los griegos el deporte se habría de practicar de forma equilibrada, evitando tanto el exceso como el defecto. En algunos casos se tiene presente que el deporte contribuye a la formación del ethos de la persona, a su formación moral e intelectual. 

Pero en lo que se suele hacer especial hincapié hoy día, sobre todo, es que el deporte es benéfico para la salud, que tiene numerosos beneficios para la salud física y mental (la mejora de la salud cardiovascular, el control del peso corporal, la mejora de la salud mental, los beneficios para los músculos y los huesos, la regulación del sistema inmunológico, la mejora de la calidad del sueño, la prevención de enfermedades crónicas, la longevidad, etcétera). La ciencia ha llegado a demostrar estos beneficios. Aunque, de nuevo, al privilegiar los beneficios de la salud, se peca por exceso y se produce cierto desenfoque en la mirada sobre el deporte.

Quizás lo que sí se podría afirmar de forma más general e inequívoca es que el ser humano está hecho para moverse y que el deporte, por tanto, como en la Grecia Antigua, siga teniendo una importancia trascendental; como afirma el paleoneurobiólogo Emiliano Bruner, estamos programados para ser cazadores recolectores y no para estar sentados 14 horas al día. 

Pero al haber desarrollado un cerebro tres veces más grande de lo que le corresponde a un mamífero primate de nuestro tamaño, los seres humanos disponemos de una potencia para la cual no está preparado nuestro cuerpo. Esto produce sin duda cierto desequilibrio entre cuerpo y mente: si no se compensa con el movimiento diario, con el deporte de la índole que sea (basta con caminar), se privilegia la mente y esto puede ocasionar un desequilibrio al vivir más guiados por un exceso de ruminaciones, de imaginación, de rememoración del pasado o anticipación del futuro, etcétera, excesos que pueden desembocar naturalmente en varios grados de enajenación, algo que indudablemente (nos) afecta a muchos seres humanos hoy día.

Así que la única conclusión que yo puedo sacar de todo esto –pese a correr el riesgo de convertir esta columna en un espacio de autoayuda– es que resulta determinante que nos movamos a diario, de la forma que sea, y que busquemos un equilibrio entre mente y cuerpo. No hace falta participar en ninguna competición olímpica. Ya se sabe, mens sana in corpore sano, como ya recomendaban los Antiguos.

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