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Cultura

Maleza Hatmakers: cómo convertir la sombrerería en una forma de arte

Ser sombrerero es un oficio en extinción, pero Myrte y Javier mantienen la tradición desde Maleza Hatmakers

Maleza Hatmakers: cómo convertir la sombrerería en una forma de arte

Myrte Sara Huyts y Javier Reta Gallego en su taller de Madrid. | Frodo García Conde

Myrte Sara Huyts y Javier Reta Gallego dirigen Maleza Hatmakers, un taller de sombreros que respeta la artesanía como fundamento del oficio. El accesorio que tuvo su máximo auge entre los siglos XIX y XX, hoy como pieza única hecha a medida, está casi en vías de extinción. Huyts y Gallego, de los pocos representantes de los sombrereros de España, nos cuentan los detalles de este laborioso oficio.

THE OBJECTIVE se reúne con Myrte Sara Huyts y Javier Reta Gallego para hablar de Maleza Hatmakers, el taller artesanal de sombrerería que dirigen en el barrio de Atocha. «Comenzamos hace cinco años, pero dos años antes estuvimos haciendo pruebas y poco a poco fue tomando fuerza. No es un oficio que nos venga por tradición familiar, pero Myrte siempre ha usado sombreros, cuando la conocí había uno que le pedía prestado, aunque me quedaba bastante chico. Así empezó mi curiosidad por descubrir qué se necesitaba para agrandar o hacer un sombrero y me enteré de que lo principal era conseguir una plancha, una horma, y una cuerda», nos cuenta Javier.

PREGUNTA- Hasta entonces se habían dedicado al arte y a la literatura… 

MYRTE- Sí, Javier estudió bellas artes y yo literatura comparada; llegué a España por el Erasmus y me enamoré de Madrid. Hice mi tesis sobre Raymond Carver y planeaba dedicarme de lleno a la literatura, pero el destino me arrojó a este maravilloso oficio artesanal.

JAVIER- Además del arte plástico, también me dediqué al diseño gráfico; como artista siempre me interesó la abstracción y el informalismo matérico. Creo que esa manera de apreciar la expresión plástica nos unió mucho, esos procesos que uno aprende para luego desaprender y llegar a una síntesis. Esa espontaneidad, sin complejos, como lo puede ser la pintura de un niño, se plasma mucho en nuestra manera de entender el diseño.

«Hace menos de un siglo todo el mundo iba con un sombrero en la cabeza, hacia 1960 empezó el declive en su utilización»

P.- La mayoría de herramientas que utilizan son del siglo XIX o inicios del XX…

J.- La sombrerería es un oficio casi en vías de extinción. Hace menos de un siglo todo el mundo iba con un sombrero en la cabeza, hacia 1960 empezó el declive en su utilización. Las herramientas que se utilizaron hasta entonces fueron las mejores, hoy se encuentran en baúles, en subastas o en mercados de segunda mano. Actualmente no se hacen, o más bien dicho, las elaboran cuatro personas en todo el mundo. Nosotros las compramos y muchas veces las tenemos que restaurar, que es lo que más nos gusta; la mayoría son de madera y hierro.

M.- Siempre decimos que si un sombrerero del siglo XIX entrase a nuestro taller, se sentiría muy cómodo. Una de las piezas más antiguas que tenemos es un conformador, de 1800. Se utiliza para dar la forma de la cabeza y lo usamos, sobre todo, para los sombreros a medida.

Cortesía Maleza Hatmakers.

P.- ¿Cómo llegan a utilizar técnicas experimentales?

J.- Por la dificultad para conseguir las herramientas, eso te obliga muchas veces a tenerlas que inventar, así que vamos investigando y el resultado lo adaptamos a la sombrerería. Con el tiempo nos van saliendo nuevas técnicas. Principalmente trabajamos con hormas de madera o hierro que hemos diseñado nosotros y que nos hace un hormero en Sevilla. Trabajamos sombrerería de una sola pieza, así que hay que ser bastante creativos.  A los conos o capelinas se le coloca en una horma, y después de echarle vapor quedan muy flexibles y tenemos pocos segundos para actuar y darle la forma que será la definitiva después de que seque. 

M.- También hemos descubierto técnicas para el acabado. Por ejemplo, según la manera en que se quema el fieltro, para quitarle los restos del lijado, el material puede adquirir completamente otra pátina y terminar pareciendo cuero en lugar de lana. Es un método continuo de ensayo y error, porque además en España quedan muy pocas personas que lo hagan y menos que estén dispuestos a enseñarlo.

P.- Se piensa que España, por tradición, utiliza mucho el sombrero…

J., M.- España es famosa por sus tocados, que es un oficio muy distinto al de la sombrerería.  El sur del país es el que más tradición tiene, por ello los llaman sombreros, porque te quitan del sol y te dan sombra. El estilo cordobés todavía se usa, pero más para fiestas o romerías. Nosotros tenemos una pieza que le rinde homenaje, lo hacemos deconstruido y modernizado, quitando lo accesorio. Es también parte de lo que buscamos, depurar y buscar la simpleza. Ha habido épocas en que el sombrero ha sido más decorativo que en otras, pero la parte funcional siempre ha existido. 

«Para conseguir el fieltro queríamos algún lugar que se tratara bien a las ovejas. Lo encontramos en Francia, en una pequeña cooperativa»

P.- ¿Por qué al Panamá hat se le conoce como el sombrero por excelencia del verano?

J.- El sombrero Panamá está hecho de paja toquilla, una fibra vegetal autóctona de Cuenca en Ecuador, no de Panamá como dice su nombre. La paja toquilla es ligerísima, flexible y duradera, tiene todo lo que un sombrero debe tener. Su calidad se mide en base a la cantidad de pajitas entrelazadas que se incluyen por cada pulgada cuadrada o la densidad del trenzado. Es maravilloso, pero también hay que saberlos cuidar, con la sequedad de Madrid, por ejemplo, sufrirían mucho. 

P.- ¿Cómo elaboran o dónde consiguen los tintes que utilizan? 

M.- Los tintes son una ciencia a parte y nosotros los preparamos. Para los rojos utilizamos Rubia tinctorum, que es la raíz de una planta muy pequeña que se encuentra sobre todo en la zona del Levante. Para los marrones utilizamos nogal de la cáscara de las nueces. El azul es quizás el más laborioso porque utilizamos índigo. Su proceso es bastante complicado, porque se extrae de una planta a través de la oxidación; a la mezcla se le tiene que quitar el oxígeno echándole cal, y hay que cuidarla mucho Es tan complejo como mágico. El caqui proviene del kakishibu de Japón, tarda un año mientras se procesa el líquido dentro de barricas. Del resultado se obtiene un jarabe que da un tinte maravilloso, con mucho tanino y que cambia con el sol. El amarillo lo sacamos de unas cáscaras de granadas; el líquido sale luego de unas horas y hay que esperar hasta el día siguiente para utilizarlo. Todos son procesos lentos y muy vivos.

P.- Tienen una filosofía de mucho respeto hacia los materiales y su proveniencia, ¿cómo los eligen?

J.- Para el fieltro intentamos buscar lugares en Europa por la cercanía, y queríamos algún lugar que se tratara bien a las ovejas. Lo encontramos en Francia, en una pequeña cooperativa. Toda la cadena de producción es muy trasparente, a diferencia de las fábricas grandes, que muchas veces no cuentan todos los procesos que emplean. Es una lana de oveja merino muy buena. El último sombrero que hemos hecho es de alpaca traída de Cuzco, apelmazada a mano en Perú. El tema muchas veces es la distancia, y lo que implica el desplazamiento de la fibra. De momento sólo hemos hecho una pieza, pero hay que ir probando. También trabajamos con fieltro reciclado. Puede ser de distintas pieles, desmontamos los sombreros antiguos, quitamos todo y lavamos. Se quedan como capelinas y cobran nueva vida, así nació el modelo Ruina. 

Cortesía Maleza Hatmakers.

P.- ¿Cuántas colecciones hacen al año y cuánto tardan en cada pieza? 

J.- La moda tiene dos colecciones anuales o más, es algo que impone el mercado, pero nosotros no seguimos ese ritmo, somos artesanos y trabajamos según la demanda o el país en el que tenemos el foco. Solemos hacer ediciones limitadas o pequeñas variaciones. En Japón, por ejemplo, tenemos mucho público. Hicimos una exposición en Tokio y llevamos la colección Carbón que gustó mucho, la gente se interesa mucho por los procesos. Nos preguntan por cada fase de desarrollo, desde los materiales hasta si los interiores están cocidos a mano, le dan mucho valor al oficio. Los nuestros son procesos muy largos y los manejamos desde el origen. 

M.- Por sombrero tardamos una semana mínimo, troquelar también tarda, aunque tenemos procesos optimizados porque los hacemos en pequeñas series. Trabajamos nosotros, de dos a cuatro manos. En el futuro nos gustaría enseñar, pero ya en un taller más grande; lo ideal sería poder estar en el campo, para también poder sembrar plantas que luego podamos utilizar.

P.- ¿Cómo son sus clientes?

J.- Nuestra clientela selecciona en vez de acumular, son cero de moda rápida. Se hacen con una buena pieza que les va a durar mucho y que además con el tiempo se va poniendo mejor, como los bolsos de cuero o los muebles de madera, aprecian esa pátina del tiempo. Nuestros sombreros pueden durar toda la vida y ser heredados, sobre todo los de fieltro grueso, el cuero sillero es casi imposible de arrancar. Lo sabemos porque usamos las mismas técnicas de los sombreros que han durado siglos. 

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