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'Men at lunch': un trabajo a la altura de los emigrantes europeos

Un documental de CaixaForum+ destapa los secretos que esconde la fotografía del almuerzo más famoso de la historia

‘Men at lunch’: un trabajo a la altura de los emigrantes europeos

'Lunch atop a Skyscraper', la famosa fotografía de los obreros del Rockefeller Center en torno a la que gira el documental 'Men at Lunch'. | Dominio público

Septiembre. El horror. El vértigo de la vuelta a la rutina. La desazón cotidiana de… ¿no estará exagerando? Sea cual sea su trabajo/condena, siempre podría ser peor. Antes de hablar de vértigo, por ejemplo, échele un vistazo al documental Men at lunch en CaixaForum+. Va de una foto.

20 de otro septiembre, el de 1932. Nueva York. Varios currantes hacen la pausa para el almuerzo. El comedor de su oficina es una viga de acero que flota a 260 metros del suelo. Posan con los pies refrescándose en el vacío para una foto que se convertirá en un icono: Lunch atop a Skyscraper. El resumen de la amalgama de épica y cotidianeidad en la que se forjó la capital del mundo contemporáneo.

En plena Gran Depresión, Nueva York huye hacia adelante insistiendo en construirse una grandiosidad inédita. A diferencia del resto del país, crece hacia arriba. Entre los rascacielos que van haciendo de Manhattan un bosque imposible, el Rockefeller Center se convertirá en algo así como un emblema, el mascarón de proa. 

El edificio era un gran negocio. Se llenaría de oficinas de grandes negocios. Y los grandes negocios se hacen con grandes historias. Por supuesto, la foto está orquestada para mayor gloria promocional del rascacielos. Aunque el concepto de seguridad laboral no estaba aún demasiado avanzado (la OIT se creó en 1919), los trabajadores no tenían mayor interés en mezclar gastronomía y funambulismo. 

Durante un tiempo, de hecho, se especuló con que todo era un montaje. El director de cine irlandés Seán Ó Cualáin, fascinado por la foto, investigó su contexto en un documental con el que triunfó en los premios Irish Film & Television Awards. Hilado con la narración en off de la veterana actriz Fionnula Flanagan, el análisis técnico y documental aporta un toque de thrilling. ¿Realmente estaban aquellos 11 trabajadores ahí, desafiando la ley de la gravedad? No haremos spoiler. Entre otras cosas porque desde el primer momento queda claro que el verdadero combustible de la historia es otro.

Nadie ha puesto en duda que aquellos 11 hombres se ganaban el jornal en aquellas alturas. Sus nombres permanecieron en el anonimato durante mucho tiempo, pero a principios de este siglo —especialmente con el aluvión de nostalgia que trajo el 11-S— varias investigaciones levantaron datos de lo más sugerentes.

A Cualáin se le quedó grabado uno: en Shanaglish, un pequeño pueblo irlandés al sur de Galway, los lugareños reconocieron dos vecinos en la inmortalizada cuadrilla del Rockefeller Center. El cineasta agarró la presa. 

En una entrevista para The Journal, explica el descubrimiento, con el inevitable pub de por medio: «Estábamos en el sur de Galway investigando un documental sobre el poeta ciego Raftery y pasamos por el pub de Michael Whelan en Shanaglish. Allí vimos la famosa imagen de Lunch atop a Skyscrape, pero nos llamó mucho la atención una nota que había junto a la imagen. Era de Pat Glynn, de Boston, hijo de un emigrante de Shanaglish. Decía que el hombre que estaba a la derecha con la botella en la mano era su padre, Sonny Glynn, y el hombre que estaba a la izquierda era Matty O’Shaughnessy, su tío político». 

El dueño del pub —esa abisal fuente de información en temas irlandeses—, les dio el contacto del emigrante, del que surgió la principal veta del documental. Por supuesto que en él aparecen los datos técnicos y las anécdotas y el contexto histórico de aquella locura constructora que creó el horizonte de Manhattan. También la arriesgada labor de los fotógrafos que lo retrataron. Pero el aspecto humano sobresale sin disimulo. 

¿Qué puede proporcionar mayor admiración, y consiguiente potencia narrativa, que caer en la cuenta de que todo ese colosal despliegue arquitectónico, ese canto a Prometeo, salió de las manos de unos tipos que paran un momento para tomar el almuerzo? 

Sonny Glynn y Mattie O’Shaughnessy. Dos tipos de la Irlanda pobre y rural: justo lo contrario del extraño mundo de acero y hormigón que estaban construyendo, pero también del Tigre Celta que, pese al abrupto parón de la crisis financiera, aún campea como uno de los miembros más exitosos de la UE, con recursos, tiempo y sofisticación como, por ejemplo, dedicarse a realizar documentales como este. 

Una paradoja cuanto menos curiosa en momentos en que la migración marca la agenda política de nuestro (cada vez más) Viejo Continente. Casi todos esos pies en el vacío de la capital del capitalismo (con perdón) pertenecían a inmigrantes europeos. 

Otras investigaciones han identificado en la famosa foto a, por ejemplo, un par de suecos. Antes de inundar nuestras playas con sus bikinis, nuestras discotecas con ABBA y nuestros telediarios con la más avanzada socialdemocracia, los suecos se tenían que buscar la vida por ahí… Historias del hoy primerísimo primer mundo. 

Y sí, por supuesto, había un español. Hace tres años, la EITB publicó que la asociación Muro Cultural de Balmaseda había identificado a uno de sus emigrantes de la época, Natxo Ibargüen, como uno de los currantes: el segundo por la izquierda. Nació en la pequeña localidad vizcaína en 1899 y emigró a Argentina antes de cumplir los 20 años. Pasó por varios puertos europeos antes de recalar en Nueva York, donde se casó y tuvo cuatro hijos. 

Otra nación recién llegada a la prosperidad europea, Eslovaquia, reivindica su propio héroe de la viga. El primero por la derecha en la foto resultó ser Gustáv Popovič. En su casa descubrieron una réplica de la famosa fotografía con una nota en el reverso a la que entonces era su novia: «No te preocupes, mi querida Mariška, como puedes ver todavía tengo una botella». 

Así que ya sabe. Cuando el síndrome posvacacional amenace su cordura, haga una pausa, agarre una botella y mándale un mensaje con el móvil a un ser querido. A ser posible, con los pies colgando en el infinito.

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