El pabellón español de Nueva York, la mejor operación de poder blando del franquismo
«Lo que hizo España fue concebir toda una producción mediática meticulosamente orquestada para seducir a millones»
El Pabellón Español en la Exposición Universal de Nueva York de 1964-65 fue una jugada maestra del franquismo en términos de propaganda. Con un presupuesto que superó los siete millones de dólares —una cifra comparable a las mayores producciones de Hollywood de la época—, el régimen de Franco aprovechó la ocasión para proyectar una imagen moderna y atractiva de España, buscando limpiar su reputación internacional y afianzar sus relaciones internacionales. La diplomacia española diseñó una estrategia perfecta de poder blando en un momento clave, aprovechando la renegociación del Pacto de Madrid de 1953, que había iniciado la alianza militar entre España y Estados Unidos. Tras años de aislamiento, España buscaba abrirse al mundo. Y lo consiguió. La participación en la Feria Mundial de Nueva York fue su mayor éxito, ya que la dictadura logró en seis meses lo que no había podido conseguir en décadas: posicionarse favorablemente ante los ojos del mundo.
El régimen de Franco buscó colocar a España en el tablero internacional. Nueva York era una ciudad global y España, con su participación, podría venderse como una nación moderna y progresista. Con la retirada de la Unión Soviética de la feria, España logró ocupar un lugar privilegiado, literalmente el mejor emplazamiento del evento, cerca del icónico Unisphere, que todavía queda en pie. España no dejaría nada al azar. España montó un espectáculo épico, donde el público no solo apreciaría la cultura española, sino que también sería subliminalmente expuesto a los logros del régimen.
El concurso para el diseño del Pabellón Español en la Feria Mundial de Nueva York fue convocado el 11 de febrero de 1963 por el Departamento de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores. La convocatoria fue restringida. Se invitó a 24 arquitectos españoles, todos ellos representantes de la modernidad de posguerra: César Ortiz-Echagüe y Rafael Echaide, Oriol Bohigas y Josep Maria Martorell, Francisco de Asís Cabrero, José Antonio Corrales, Ramón Vázquez Molezún, Javier Carvajal, Miguel Fisac, Casto Fernández-Shaw, José María García de Paredes, Fernando Higueras, Rafael Moneo, Francisco Javier Sáenz de Oíza, Alejandro de la Sota, Luis Moya, José Fonseca Llamedo y Antonio Vázquez de Castro. El tiempo para presentar propuestas fue limitado, otorgando a los arquitectos solo 40 días para elaborar sus anteproyectos, por lo que hubo ocho arquitectos que no presentaron propuestas, principalmente debido a la falta de tiempo para desarrollar los anteproyectos: Rafael Aburto, Secundino Zuazo, Luis Blanco, José María Bosch Aymerich, José Antonio Coderch, Luis Gutiérrez Soto, Fernando Moreno Barberá, y Luis Prieto. El jurado, presidido por Miguel García de Sáez, quien sería el comisario del Pabellón, seleccionó como ganador a Javier Carvajal el 29 de marzo de 1963. Su proyecto destacó por su sencillez y la capacidad de adaptarse a los estrictos plazos y condiciones.
El pabellón español partió de un diseño vanguardista, pero sin perder de vista las referencias a la tradición arquitectónica española. El edificio tenía una estructura asimétrica, sobria y funcional, construida con paneles de hormigón prefabricado, lo que facilitó su rápida construcción. Se componía de un conjunto de patios y pabellones interconectados, con un diseño que permitía una circulación fluida y la creación de espacios íntimos que evocaban las tradiciones arquitectónicas mediterráneas, como el uso del patio central.
El interior del pabellón exhibió una impresionante colección de obras maestras de la pintura española, desde Goya hasta Picasso o Dalí. También se mostraron artesanías, textiles, esculturas y reliquias como la espada del Cid o el Testamento de Isabel la Católica. Todo este gran escaparate escondía una operación de relaciones públicas que tenía como objetivo consolidar la presencia de España en el imaginario colectivo internacional, y en particular en Estados Unidos, uno de los dos países clave en el marco de la Guerra Fría. Más que llevar un pabellón, lo que hizo España fue concebir toda una producción mediática meticulosamente orquestada para seducir a millones de visitantes. Sin embargo, detrás de esta operación tan bien diseñada, hubo profundas luchas internas dentro del régimen que casi dan al traste con todo. El ministro de Comercio, Alberto Ullastres, se opuso en repetidas ocasiones al gasto desmesurado que implicaba participar en la Feria de Nueva York, pensando en el retorno económico. Gabriel Arias Salgado, ministro de Información y Turismo, también compartía estas reservas, considerando que los recursos debían destinarse a otros fines. Por el contrario, el Ministerio de Asuntos Exteriores, encabezado por Fernando Castiella, con el apoyo de Manuel Fraga Iribarne, recién nombrado ministro de Información y Turismo, defendió con firmeza la necesidad de proyectar la imagen de una España renovada y competitiva a nivel global. Esta pugna casi logra hacer fracasar el proyecto, pero finalmente el Ministerio de Asuntos Exteriores prevaleció. La jugada fue, a todas luces, exitosa. El impacto mediático fue masivo, con cientos de artículos de prensa y reportajes de televisión que hablaban de una nueva España.
La Feria Mundial de Nueva York se instaló en Flushing Meadows-Corona Park y fue un evento internacional de gran envergadura diseñado para exhibir los logros culturales, industriales y científicos de diversos países, empresas y organizaciones. La Feria fue impulsada por el gran factótum de Nueva York Robert Moses, quien tuvo que enfrentar un desafío importante: no contó con el aval oficial de la Oficina Internacional de Exposiciones (BIE) debido a la proximidad de otra feria en Seattle en 1962, que había seguido los procedimientos correctos con la BIE. Esta situación provocó la ausencia de varias naciones europeas importantes, como Francia o Reino Unido. Otro de los grandes ausentes fue la Unión Soviética, que se apeó de la Feria en el último momento. Con el lema «La paz a través del entendimiento», la feria se centró en el optimismo hacia el futuro y los avances tecnológicos, destacando la exploración espacial, la innovación en transporte y las nuevas tecnologías de la comunicación. Entre los pabellones más notables se encontraba el de los Estados Unidos, que albergaba una réplica del cohete Saturno V, en plena carrera espacial. Uno de los aspectos más memorables de la Feria Mundial de Nueva York fue la participación de Walt Disney creando varias atracciones innovadoras. El cineasta diseñó cuatro exhibiciones para empresas y organizaciones, incluyendo It’s a Small World para PEPSI y UNICEF, que celebraba la paz y la unidad global a través de una experiencia musical visualmente encantadora. Esta atracción, con su inolvidable canción compuesta por los hermanos Sherman, se convirtió en un ícono de la feria. Además, Disney introdujo los primeros sistemas de audio-animatrónica en la atracción Great Moments with Mr. Lincoln, que sorprendió a los visitantes al mostrar una figura animada del presidente Lincoln dando un discurso. Otra de sus contribuciones del mago de la animación fue el Carousel of Progress, patrocinado por la empresa General Electric, que relataba la evolución de la tecnología en el hogar y cómo esta mejora la vida cotidiana, subrayando el impacto de la innovación en el futuro. Estas atracciones posteriormente fueron integradas en los parques Disney, consolidando el legado de Walt como un visionario en el diseño de parques temáticos con su capacidad de unir entretenimiento con la tecnología más avanzada.
La inauguración oficial de la feria tuvo lugar el 22 de abril de 1964, presidida por el entonces presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson. En su discurso, Johnson destacó el papel de la tecnología y la cooperación internacional como herramientas para alcanzar la paz mundial. El Pabellón español, al igual que el de otros países, no estuvo concluido para la apertura. No importó. La Feria se extendería durante dos temporadas atrayendo a millones de visitantes de todo el mundo.
Dentro del pabellón español, los visitantes se encontraron con una impresionante colección artística que abarcaba desde maestros clásicos hasta artistas contemporáneos. Una de las atracciones más destacadas fue la exposición de La Maja Desnuda y La Maja Vestida de Goya, que se convirtieron en el centro de atención después de que se descartara el traslado del Entierro del Conde de Orgaz de El Greco. Además del arte, el pabellón también mostró productos tradicionales españoles, como textiles, cerámicas y muebles artesanales, subrayando tanto el legado histórico como las capacidades industriales modernas del país.
Uno de los aspectos más vibrantes del pabellón fue su programación de espectáculos. A lo largo de la feria, actuaron algunas de las más importantes artistas españolas de la época, entre ellas Carmen Amaya o Manuela Vargas. Los espectáculos, que tenían lugar en el teatro del pabellón con capacidad para 900 personas, incluían también conciertos, desfiles de moda y presentaciones folclóricas de las distintas regiones de España, gracias a la creación de los grupos de Coros y Danzas de la Sección Femenina, que resaltaron la diversidad y el colorido de la cultura española.
La oferta gastronómica del pabellón fue también uno de sus mayores atractivos, y se convirtió en un punto de referencia en la feria por la calidad de su cocina. El profesor Neal M. Rosendorf en su libro Franco Sells Spain to America destaca la introducción de la sangría en Estados Unidos a través del pabellón, primer lugar donde muchos estadounidenses probaron esta tradicional bebida española. Había tres restaurantes que ofrecían una experiencia culinaria única. Toledo fue el restaurante más exclusivo, destinado a la élite de visitantes y figuras prominentes. La comida era servida por el Jockey Club de Madrid, uno de los clubes más prestigiosos de España, conocido por su excelencia en la alta cocina. Este restaurante ofrecía una experiencia gastronómica lujosa, donde los comensales podían disfrutar de platos tradicionales con un toque de sofisticación. Una cena en «Toledo» podía alcanzar los 70 dólares, lo que en ese tiempo era un precio muy elevado. Tras la comida, los clientes recibían un folleto conmemorativo que promocionaba la ciudad de Toledo como destino turístico. El restaurante de nivel intermedio era el Granada, que ofrecía una experiencia elegante pero accesible. Aquí, los visitantes podían degustar platos típicos españoles, servidos en un ambiente refinado. Fue un lugar muy frecuentado por celebridades y figuras políticas, convirtiéndose en un espacio de encuentro para la élite social y cultural que asistía a la feria. La primera dama visitó el pabellón el 9 de mayo de 1964 y almorzó en «Granada». El New York Times cubrió la noticia y destacó que Lady Bird elogió el gazpacho y la paella. La Marisquería era el más informal de los tres restaurantes, estaba diseñado para atender a las masas de visitantes que acudían al pabellón.
La revista Life llegó a bautizar al Pabellón español de Javier Carvajal como la «The Jewel of the Fair» (la joya de la Feria). Tal como lo reconoció la prensa internacional, España no solo se ganó un lugar en la feria, sino también un espacio en la mente y el corazón de las personas que se dejaron caer por su pabellón. Alrededor de veintitrés millones de personas acudieron al Pabellón de España, convirtiéndolo en el pabellón más visitado de toda la feria. Tal fue el éxito, que Robert Moses viajó en 1965 a Madrid para entregarle a Franco la Medalla de Oro de la Feria por la excelencia del Pabellón de España en la Exposición Universal de Nueva York.
Después de la feria, el pabellón fue desmontado y trasladado a San Luis, donde se reconstruyó con la intención de convertirlo en un centro cultural. La reinauguración del pabellón en la ciudad de San Luis tuvo lugar el 24 de mayo de 1969. A pesar de los logros de afluencia inicial, con el tiempo el pabellón decayó y tuvo que echar el cierre. Fue transformado en un hotel, destruyendo gran parte del diseño arquitectónico original. En 1979, la cadena hotelera Marriott compró el complejo, añadiendo más modificaciones. Finalmente, en 2005, fue adquirido por la cadena Hilton bajo el nombre Hilton-Saint Louis at the Ballpark. Del pabellón original solo quedan algunos lienzos de hormigón prefabricado en la fachada, que nos deben hacer recordar que el pabellón español, durante los años 1964 y 1965, fue la viva representación de las aspiraciones de un régimen que buscaba legitimarse y reescribir su historia ante el mundo.
Al observar este monumental esfuerzo desde la perspectiva actual, no deja de ser irónico cómo una dictadura autoritaria como la de Franco supo utilizar con tanta eficacia los medios de comunicación y las estrategias modernas de relaciones públicas para crear una narrativa que presentaba a su régimen como abierto, dinámico y lleno de posibilidades. El presidente Lyndon B. Johnson lo dejó muy claro: «España puede estar orgullosa de lo que ha realizado en esta feria».