1941: ¿una monarquía nazi en España?
En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta
Los proyectos para restaurar la Monarquía existieron desde el mismo momento en que Alfonso XIII abandonó España con la proclamación de la Segunda República. Sin embargo, a partir de su muerte, en febrero de 1941, la figura de Don Juan emergió como una poderosa posibilidad de presentar un proyecto de nueva España basado en la monarquía.
Juan de Borbón y Battenberg era el tercer hijo de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, nacido en 1913. ¿Y los dos hermanos mayores? ¿Qué pasó con ellos? Alfonso, el primogénito, renunció a sus derechos dinásticos por incurrir en matrimonio morganático, es decir, con una plebeya, con una persona que no era de casa real. Jaime, el segundo, era sordomudo, y quedó descartado, aunque después, con el tiempo, quiso recuperar el derecho. El caso es que Juan de Borbón asumió los derechos dinásticos en 1933, con veinte años. Por supuesto, simpatizó con los golpistas de 1936, ya que pensaba que querían restaurar la monarquía e incluso intentó incorporarse al ejército sublevado. No lo consiguió, pero escribió a Franco durante la guerra mostrando su apoyo. Pero, concluida la contienda, el dictador no hizo ningún movimiento para restaurar la monarquía. Esta situación hizo que surgieran varios proyectos.
Don Juan se inclinaba por un acuerdo con el Reino Unido para la restauración de la Monarquía, pero Pedro Sáinz Rodríguez, que también jugaba la carta británica, le aconsejó que sondeara el apoyo alemán. Lo cierto es que entre 1940 y 1942 la opinión de que Alemania podía ganar la guerra era mayoritaria, por lo que se veía a Hitler como el próximo y único árbitro de Europa. Contar con el beneplácito del dictador nazi parecía lo más conveniente.
Ribbentrop, ministro nazi de Asuntos Exteriores, convenció a Hitler de que era necesario controlar a Don Juan para asegurarse el apoyo de España, no fuera a ser que Franco cayera por un golpe militar. Esta concepción nazi se fortaleció cuando en los primeros meses de 1941 un enviado de Don Juan comenzó una ronda de visitas a Ribbentrop y a los altos cargos de su ministerio. El mensaje era que el régimen de Franco y Serrano Suñer era débil, que había peligro de golpe de Estado por parte de los generales anglófilos, y que era preciso, por tanto, que la Alemania nazi interviniera para asegurar la lealtad de España a través de una restauración monárquica.
El Gobierno de Hitler comunicó entonces a Franco que los enviados de Don Juan estaban en Berlín intentando negociar. Parecía que los juanistas se habían decidido por plantear el establecimiento de una monarquía satélite. A esto se sumó la impresión que el Gobierno fascista italiano tenía de la Familia Real española. Por un lado, Mussolini creía que a Juan de Borbón no le importaba de dónde viniera el apoyo, ya fuera británico o alemán, mientras se produjera la restauración de la monarquía en su persona. Por otro lado, Mussolini consideraba que Victoria Eugenia, la madre de Don Juan, se había inclinado finalmente por los nazis, lo que era un contrasentido por los lazos familiares con los Windsor y la sintonía política con los británicos. El caso es que el temor se apoderó del servicio exterior español porque cabía una posibilidad de que Alemania e Italia apoyaran la Restauración de Don Juan como mal menor para asegurarse el apoyo de España si Franco era víctima de un golpe de Estado o, incluso, como una fórmula de consenso mayor entre los que se habían sublevado en 1936 contra la República.
Franco decidió acercarse a Don Juan para conocer mejor su postura y, en definitiva, controlarlo. El 30 de septiembre de 1941 el Caudillo escribió asegurando que la Monarquía era el «único camino» y él su «único y legítimo representante». No en vano Don Javier, el pretendiente carlista, se había declarado aliadófilo. Terminaba la carta diciendo que desconfiara de algunos de sus agentes porque albergaban intereses bastardos que no coincidían con los de España. A esta misiva contestó Don Juan instando a que Franco asumiera una regencia «orientada clara y públicamente hacia la Monarquía».
El Ejército estaba dividido. Unos eran franquistas sin adjetivos, y apostaban por una dictadura. Otros eran monárquicos, y estaban divididos en dos grupos. Por un lado, estaban los que querían que se vinculara la instauración de la monarquía con el apoyo del régimen nazi. Estos generales se acercaron al general Muñoz Grandes, que estaba al frente de la División Azul, para que fuera el mediador entre Don Juan y el régimen nazi.
La iniciativa de esos generales llegó al punto de enviar un mensaje al mariscal Göring pidiendo ayuda para la restauración a cambio de la entrada de España en la II Guerra Mundial. En esto estuvo también el general Yagüe, que en 1942 sugirió que la «nueva España» se asentara sobre una Monarquía asistida por los nazis; y escribió a Don Juan: «Debemos acercarnos a los nuestros y, en concreto, a Hitler». Yagüe trabajó incluso para concertar una cita entre el Borbón y Hitler. Sin embargo, parece ser que unos meses antes Don Juan ya había dejado clara su postura respecto al dictador alemán cuando se le propuso el alistamiento en la División Azul, diciendo:
«Mira, yo no me visto de nazi alemán ni juro fidelidad a Hitler por todos los tronos del mundo»
En agosto de 1942 Don Juan intentó convencer a Muñoz Grandes, quizá uno de los generales más decisivos e influyentes, pero fue inútil. El jefe de la División Azul fue contundente: la única solución era una Monarquía apoyada por Alemania para hacer una revolución fascista, porque si se trataba de restaurar lo que cayó en 1931, él la recibiría «a tiros».
Otra parte de los militares monárquicos, sin embargo, preferían una alianza con el Reino Unido para la restauración de la Monarquía liberal. Para eso era necesario deshacerse de Franco o que éste fuera entregando parte de su poder. En la reunión del Consejo Superior del Ejército, celebrada el 15 de diciembre de 1941, los monárquicos Kindelán, Orgaz y otros expusieron a Franco la necesidad de que separara el cargo de Jefe del Estado del de Jefe de Gobierno. El Caudillo se negó, creando un grave problema. Lo cierto es que se avivaron los ánimos monárquicos entre el generalato español ese año 1941, ya fuera por convicción o por soborno británico.
El plan del Reino Unido para entronizar a Don Juan pasaba por tomar las Islas Canarias. En abril de 1941 el Alto Mando británico aprobó el plan de invasión, fundado en la idea de evitar que se convirtiera en un emplazamiento nazi si Franco acordaba con Hitler la entrada en la guerra. Una vez tomadas las islas, los británicos fundarían un Gobierno español libre, tal y como habían hecho en Francia con Charles De Gaulle, con Don Juan como rey. El plan parecía contar con el apoyo de los generales Aranda, Orgaz, Kindelán y García Escámez, a la sazón capitán general de Canarias. Franco reaccionó al enterarse por una delación, y cambió los destinos de los militares implicados.
La división entre los militares españoles benefició a Franco y le permitió presionar a Don Juan. El 12 de abril de 1942 el Caudillo escribió al Borbón diciendo que el monarquismo no era un sentimiento vivo entre los españoles, pero que a no tardar le ofrecería la «Jefatura total del pueblo y sus Ejércitos» para entroncar con la «monarquía totalitaria» de los Reyes Católicos. En ningún caso, escribió Franco, iba a consentir la restauración de una Monarquía liberal. Ahí no quedó el asunto, porque suspendió los viajes del general Vigón y de Serrano Suñer, pensados para tratar el tema de Don Juan en Alemania e Italia, y mandó confinar a Sáinz Rodríguez y a Vegas Latapié, del consejo de Don Juan, acusados de conspiración monárquica.
De esta manera, Franco truncaba cualquier tipo de restauración, incluida la que contaba con el apoyo nazi. El motivo es que el dictador español ya aventuró ese año que el futuro de Europa no pasaba tranquilamente por la hegemonía alemana, sobre todo tras la invasión de la URSS y la entrada de Estados Unidos en la guerra.
Esto también lo entendió el círculo de Don Juan. De esta manera, cuando el consejero de la embajada alemana en España, Gardemann, se puso en contacto con el juanista Sáinz Rodríguez, refugiado en Lisboa, los términos cambiaron mucho. El nazi proponía la restauración inmediata de Don Juan si la nueva España monárquica se sometía a los planes de Hitler, a lo que el consejero de Don Juan contestó que no se podía aceptar porque si Alemania perdía la guerra la Monarquía de los Borbones sería depuesta por los aliados. La vía alemana concluyó definitivamente cuando Franco se deshizo del general Yagüe con su ascenso y lo envió a Marruecos. Pero la británica también, porque el general Kindelán visitó a Franco en El Pardo para exigirle que restableciera la Monarquía. El dictador le repitió que sí, que por supuesto, que ese era su deseo, pero unos días después le destituyó como capitán general de Barcelona.
En 1942 se produjo el «giro demócrata» de Don Juan. El 11 de noviembre de ese año el Borbón hizo unas declaraciones a la prensa. Las hizo tres días después del desembarco angloamericano en el norte de África, y fueron conocidas como el Manifiesto de Ginebra. En el texto se declaraba neutral y decía que su deseo era ser rey de «todos los españoles, definitivamente reconciliados», es decir, nada de monarquía totalitaria. Esto lo confirmó en el Manifiesto de Lausana, de marzo de 1945, con el que el juanismo quiso conseguir el apoyo de los aliados. Luego vendría la larga marcha para la instauración de la Monarquía en 1975, en una historia política enrevesada entre Franco, Don Juan y Juan Carlos de Borbón. Pero esa es otra historia.
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