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'Cabeza de serpiente': Patrick Radden Keefe se adentra en el tráfico de personas

Tras los éxitos de ‘No digas nada’ y ‘El imperio del dolor’, Reservoir Books publica otro ensayo del prestigioso periodista

‘Cabeza de serpiente’: Patrick Radden Keefe se adentra en el tráfico de personas

El reconocido periodista estadounidense Patrick Radden Keefe. | Lev Radin (Zuma Press)

El 6 de junio de 1993, un barco con cerca de 300 inmigrantes chinos indocumentados que no sabían nadar embarrancó en la península de Rockaway en Nueva York. «Los encargados de las labores de rescate llevaron a la orilla a docenas de personas. Cada vez que creían que ya no quedaba nadie en el agua, resonaba otro coro de gritos, y volvían a meterse en el mar», escribió Patrick Radden Keefe en 2009 sobre aquel suceso, una de las operaciones de rescate más grandes de la historia de la ciudad. 

Aquel solo era el punto de partida de un relato que acabaría en la trastienda de un pequeño bazar de Chinatown, donde una mujer de mediana edad de apariencia inofensiva, Cheng Chui Ping, conocida también como la Hermana Ping, había construido todo un imperio multimillonario en torno al tráfico de personas, mediante el que se estimaba que había acumulado más de 40 millones de dólares.

Anterior a sus celebrados No digas nada, sobre los troubles en Irlanda del Norte, y El imperio del dolor, sobre el negocio del OxyContin de la familia Sackler en Estados Unidos, Cabeza de serpiente acaba de publicarse por primera vez en España. Igual de pertinente hoy, o más si cabe, en él Patrick Radden Keefe comenzaba a perfilar su particular estilo periodístico, seña de la casa, en este reportaje largo —unas 400 páginas— sobre el tráfico de personas. «Toda la historia de la inmigración es una historia cíclica que se repite constantemente» —comenta en rueda de prensa el escritor desde una «lúgubre» Nueva York—. «La historia de unas personas que están intentando irse de su país desesperadamente, arriesgando su vida para encontrar una vida mejor en otro país, es atemporal».

Un total de 286 pasajeros chinos viajaban en el Golden Venture, barco con el que Radden Keefe abre Cabeza de serpiente, un episodio titulado Los peregrinos, en alusión directa a los padres fundadores de América. Solo el 10% de ellos recibió asilo. La mitad fueron deportados y el resto permaneció en prisión, muchos de ellos por un periodo de hasta cuatro años, al tener que hacer frente a las duras leyes de inmigración de la Administración de Bill Clinton

«Hoy en día, en Europa ya conocéis el espectáculo que supone la gente que se sube en barcas que no son aptas para navegar y que huyen desesperadamente del norte de África para intentar buscar una vida mejor en el resto del continente. Eso lo estamos viendo también en las fronteras del sur de Estados Unidos. Muchas de esas personas son, de hecho, también chinos. Las caras cambian, el negocio de las cabezas de serpientes ha cambiado, hay otros contrabandistas, pero algunas cosas son iguales. Los debates políticos también. Gran parte de la retórica de la inmigración puede utilizarse como arma arrojadiza. En Europa ha sido así y en Estados Unidos, mucho me temo que también será así en este ciclo electoral».

Respeto y empatía

En cualquier caso, apunta, «yo escribí de gente desesperada por salir de China, pero cuando se publicó el libro la economía del país asiático estaba creciendo a pasos agigantados, así que me daba la sensación de que escribía sobre la historia muy distante». Tampoco la ciudad era la misma. «La Chinatown del libro es muy violenta, hay muchos delitos y crímenes, pero si vas hoy en día es un lugar increíblemente seguro, un sitio maravilloso para ir con la familia».

Todavía hoy, el escritor puede presumir de encontrarse de vez en cuando en algunas librerías de Chinatown algún ejemplar de Cabeza de serpiente. «Yo soy blanco y no hablo chino mandarín o fujianés, el dialecto que hablan durante gran parte del libro. Hay quien ahora considera esto una violación o una apropiación por hablar de otra cultura que no es la tuya. Yo no lo creo», defiende. «Los escritores tenemos que ser empáticos, deberíamos escribir sobre personas que no son como nosotros, sobre quien sea. Pero sí creo que existe un precio de entrada. Tienes que ser respetuoso y hacerlo bien. En la práctica estuve mucho tiempo hablando con gente en Chinatown, durante años desarrollé relaciones muy cercanas, que aún hoy mantengo, sin ellas sería imposible haber escrito sobre esta historia».

A veces, aún le llaman para realizar alguna firma de libros. «Habitualmente, las representaciones de las personas chinas pasan casi por alto su humanidad», continúa. «Existe una gran tradición en Estados Unidos de literatura y películas donde los chinos aparecen siempre como gente muy críptica. Yo he intentado escribir sobre Chinatown, pero sin caer en esos tópicos», explica. «Lo más importante para mí es que hoy por hoy mucha gente que me escribe son chino-americanos, hijos de las generaciones de las que escribo. Y me cuentan que sus padres jamás han querido de hablar de ello, pero ellos reconocen el mundo que describo y creen que lo hago con justicia, humanidad y compasión». 

De aquellos años, habla también la historia de Cheng Chui Ping, nacida en 1949 en un pueblo agrícola del norte de Fujian llamado Shengmei en una familia muy humilde en la que tuvo que aprender a trabajar desde muy niña. Radden Keefe la describe como poseedora de «una mente avispada y férrea y buena cabeza para los números». En 1979 había abierto ya una fábrica de ropa en Shenzhen, Hong Kong.  En 1981 solicitó un visado para viajar a Estados Unidos. Una vez allí, ella y su marido, Yick Tak, alquilaron un diminuto local para abrir un bazar. «Casi en cuanto llegó a Chinatown en 1981», escribe, «pasó a ser una figura conocida y respetada que se distinguía por hacer en el bazar turnos largos». Fue entonces cuando se ganó la fama de que podía trasladar a gente.

La Hermana Ping

Acusada de contrabando de personas, tráfico y lavado de dinero, fue en 2005, cuando el escritor se enteró de la historia de la Hermana Ping, durante su juicio en Nueva York. «Hacía más de una década que había huido del barrio para refugiarse en China, y estaba visiblemente envejecida; seguía sin tener arrugas en la cara, pero el pelo, que se había dejado largo, lo tenía entrecano. Lucía un elegante traje de chaqueta y pantalón negro, el atuendo profesional de una inofensiva mujer de negocios. Era un uniforme elegido con astucia; la Hermana Ping sostendría durante todo el juicio que lo único que había sido en su vida era una empresaria», describe en su libro. 

El periodista, de hecho, llegó a conocer a esta mujer emprendedora. Al menos, indirectamente. «Ella accedió a que la entrevistara, pero en la cárcel no me dieron permiso para visitarla. Acabamos intercambiando cartas. Y fue asombroso. Yo le escribía en inglés y su intérprete en el juicio, que era de su confianza, se reunía con ella en la cárcel, y me pasaba sus respuestas», recuerda el periodista. «Lo más loco de todo es que fue mucho mejor que si hubiera ido yo. Entre ella y yo había una gran distancia, ella era una mujer china mayor, yo un hombre joven blanco. Estaba más relajada con su intérprete y podía abrirse más. A veces pasa en el periodismo, sufres un revés, pero acaba siendo mejor».

Desde entonces, señala, «el negocio del tráfico de personas ha evolucionado mucho a lo largo de los años. En los 80 tenía una gran base en Guatemala. Hoy en día hay una ruta definida y el negocio está funcionando casi a nivel industrial. Es decir, si eres chino y estás intentando huir del país, lo único que necesitas es llegar a América Central».

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La Hermana Ping murió en 2014. «Tenía cadena perpetua en una cárcel federal, cuando contrajo cáncer de páncreas». Traicionada por uno de los gánsteres con los que colaboraba, «los cálculos de la fiscalía», cuenta en el libro, «arrojan a veces resultados perversos, y la cooperación de Ah Kay se consideraba ahora tan valiosa que, a pesar de sus antecedentes penales, pese a que uno de los fiscales que lo había llamado a declarar lo describió como ‘un hombre increíblemente violento sin el menor respeto por la vida humana’, el Estado y su abogada defensora, recomendaron su puesta en libertad». 

«Y una de las ironías del libro es que gran parte de esta historia se basa en la relación entre ella y Ah Kay», comenta ahora. «Y él, que la delató, hoy en día es libre y es un empresario en Nueva York que tiene mucho éxito. Si habéis leído el libro y sabéis cuál es su historia, seguramente os preguntaréis si es justo o no este desenlace», concluye.

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