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Cultura

Ai Wei Wei, el bumerán que vuelve

Un artista checo destruye una valiosa pieza del creador chino en réplica a la vasija que rompió este y cimentó su fama

Ai Wei Wei, el bumerán que vuelve

El artista chino Ai Wei Wei rompe una vasija milenaria. | Ai Wei Wei

Ai Wei Wei es uno de los artistas más conocidos internacionalmente. Perseguido en su país, comprometido desde el exilio con todas las causas justas, es muy interesante la lectura de su autobiografía Mil años de alegrías y penas (ed. Debate).

Ha hecho muchas cosas este artista y disidente chino, pero a mí las que más atractivas me parecen son, por este orden, una fotografía tomada en la trágica plaza de Tiananmen, ante un retrato de dimensiones colosales de Mao Tsé Tung, en la que se ve a la novia de entonces del artista –una chica china prototípica, delgadita, de finas piernas—, apoyada en una cerca y sonriendo a la cámara mientras se levanta la falda para mostrar sus braguitas. Se juntaban en esa peligrosa imagen la provocación política y la provocación erótica, y una idea de frescura y desparpajo muy atractivas y hasta conmovedoras. Habrá quien vea también ahí una ilustración encantadora de la supremacía del eterno femenino o de la atávica atracción sexual sobre la represión política. O incluso, desde un ultrafeminismo, la reprobable cosificación sexista y heteropatriarcal del atractivo juvenil femenino… 

Pero la segunda obra más interesante de Ai Wei Wei, repetidamente expuesta en museos y galerías, es una secuencia de tres fotografías en la que el artista se ha autorretratado –gordo, vigoroso, desenvuelto, solemne-, en el momento de sostener y dejar caer, para que se rompa en pedazos, una vasija de barro, cocido durante la dinastía Han, o sea que se había mantenido intacta durante dos mil años.

En esa operística secuencia de tres fotos, que suele exponerse en reproducciones a gran tamaño, a veces he pensado como en la cara B, contemporánea y nihilista, y hasta si se me apura demoníaca, del tríptico del Caravaggio en San Luigi dei Francesi de Roma sobre la llamada, escritura y crucifixión de San Mateo. 

Está claro que Ai Wei Wei quería provocar al visitante con un sacrilegio, con la escandalosa comisión –e inmortalización- de un atentado al patrimonio público; patrimonio, en el caso chino, ya tan esquilmado por la avidez colonialista occidental y por la salvaje iconoclastia de la Revolución Cultural maoísta. (Sobre el expolio del patrimonio chino en el siglo XX véase el muy entretenido Monsieur Loo, de Géraldine Lenain, ed. Elba, traducción mía).

Tentación sacrílega

En la destrucción gratuita de la milenaria vasija está clara la rabia y la desesperación, la voluntad desafiante y caprichosa. Por cierto que Wei Wei explica en su libro que, de todas maneras, se conservan muchísimas vasijas de aquella época, de manera que la pérdida no es tan grave. Excusa poco convincente: pues precisamente la consideración de esa secuencia fotográfica como gesto significativo sólo es posible si la cosa destruida es realmente valiosa. Si no lo es, ¿a quién le importa que un chino gordo rompa una vasija? ¿Dónde está el chiste?

Yo he pensado en esa secuencia de tres fotos que cimentó la reputación de Ai Wei Wei como en un interesante, aunque desagradable, signo fatídico y sacrílego, casi como en la violación de una tumba. Pero en el tribunal de mi criterio absuelvo a Ai, teniendo en cuenta las especiales circunstancias de su vida.

Ya que, ante el filisteísmo estético y terrorífico del statu quo, ¿quién que tenga alma, no ha pasado alguna vez ante el Museo del Prado –por mencionar sólo una institución, y no la más dañina-, y ha sentido la tentación de prenderle fuego?

Pero, dados estos antecedentes, tampoco parece mal y hay hasta cierta justicia poética, justicia del equilibrio o de la compensación, en lo que hizo este martes un artista checo asentado en Italia, un majadero llamado Vaclav Pisvejc -artista lamentable y frustrado que ya alcanzó 15 minutos de fama en 2018 cuando golpeó a Marina Abramovic con un retrato, sólidamente enmarcado, de la famosa, y no poco cursi, accionista-.

15 minutos de fama

Durante la inauguración de su exposición en el Palazzo Fava de Bolonia, Pisvejc, rodeado de público inadvertido, destruyó ostentosamente una gran pieza de Ai Wei Wei. 

Se trata –se trataba— de Cubo de porcelana, obra de gran valor, realizada con la contribución de los más finos artesanos chinos, estimada en más de un millón de euros e irreparable. 

Tras su acción, Pisvejc alzó triunfalmente sobre su cabeza un pedazo de la escultura destruida como un trofeo, mientras esperaba a que vinieran a someterle. 15 minutos más de fama.

Ver el momento de su éxtasis vandálico no sé por qué me trajo a la memoria a aquel imbécil pintarrajeado, semidesnudo y tocado con unos cuernos de búfalo, en el asalto al Capitolio de los Estados Unidos. Todo esto, pensé, algo quiere decir sobre nuestros días, sobre nuestros tabúes, sobre el espíritu del Tiempo.

Empiezas rompiendo una vasija, y das la venia para que se rompa todo. Incluido tú mismo.     

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