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Un encuentro inmersivo con el capitán del Titanic

El guionista de MAD explica la exposición en el Matadero de Madrid sobre el barco más famoso de la historia

Un encuentro inmersivo con el capitán del Titanic

Una de las inmersivas escenas que 'La leyenda del Titanic' mostrará a sus visitantes. | Madrid Artes Digitales

Cuando uno se acostumbra al asombro de estar ahí, paseando por el Titanic como si tal cosa, empieza a volverse exigente. Después de las amplitudes y calidades de los grandes salones de Primera, con gentlemen atildados dándose importancia, los camarotes más baratos parecen increíblemente estrechos para una travesía tan larga, aunque sus moradores parecen contentos: por aquí corretean unos niños, por allá bromean unos tipos… Al final del dédalo de pasillos, una última puerta me lleva a la proa y ahí… El mar, el cielo. La inmensidad. Siento una presencia a la derecha. Me giro y veo al capitán. Me dice que se ha acabado la experiencia inmersiva. Sí, y en breve empieza la tuya, me entran ganas de responder. Me avergüenza mi crueldad y, arrepentido, voy a darle una palmada en su espalda de lobo de mar. No puedo. Estoy ante un fantasma. Me quito las gafas de realidad virtual y me dirijo a una puerta ya tristemente de verdad. La amable asistente que me recibe de vuelta en el mundo real no merece mi cara de desilusión, la pobre. No es culpa suya.

Así termina La leyenda del Titanic, la exposición inmersiva de Madrid Artes Digitales (MAD) en su sede de la Nave 16 de Matadero Madrid. El comienzo había sido mucho menos prometedor. En una correcta recreación de uno de los pasillos de primera clase del buque, unos cuantos paneles y vitrinas hacen el típico recuento de la historia del Titanic. No está mal. Nada del otro mundo. Precisamente por eso es tan útil: el ritmo tiene que ir in crescendo. 

Porque La leyenda del Titanic, más que una exposición, es un mecanismo que ensambla diferentes piezas con una intención narrativa muy concreta de su guionista, Nacho Ares, creativo de MAD. Que, claro, defiende también esta primera parte más convencional: «Las piezas están relacionadas sobre todo con objetos que intentan recrear el momento de la catástrofe en 1912, especialmente la figura de los españoles que estuvieron a bordo. Contamos con fotografías, prensa, modelos de ropa, un trozo de carbón original del Titanic y algunos objetos personales de los españoles. Las fotografías de los protagonistas ayudan a poner rostro a la aventura que vivieron. En todo momento hemos dejado atrás el aspecto más catastrófico, sin perder la referencia de las casi 1.500 personas que fallecieron».

Pero, reconoce, Ares, «el grueso del trabajo es todo digital». La diferencia empieza a marcarla la segunda sala, «un homenaje a los ocho músicos que se convirtieron en un verdadero icono del Titanic por su buen hacer y por no dejar el trabajo hasta que finalmente fallecieron ahogados el día de la catástrofe». En ella, el espectador «se sienta en un asiento que puede girar 360 grados y, a través de unas gafas de realidad virtual, disfruta de la música y de las aventuras que vivieron estos músicos y que proyectamos en este homenaje». En realidad, se trata de un mero aperitivo. Una especie de delicatessen, muy sugerente, eso sí, pero limitada tanto en la movilidad del visitante como en el tiempo: no llega a 10 minutos. Los músicos aparecen y desaparecen como fantasmas y las parejas de pasajeros bailan ajenos a lo que se les avecina, hasta que se desencadena una tragedia muy estilizada por una versión onírica que funde las almas de las víctimas del naufragio con las estrellas del cielo y el fondo del mar. Muy envolvente y evocador, coloca al espectador en el estado de ánimo propicio para el grueso de la experiencia.

El siguiente capítulo lo introduce una réplica del iceberg que provocó la catástrofe. «Descubrimos que no era muy grande, apenas unos cuatro o cinco metros por encima de la superficie, aunque la parte más gruesa estaba por debajo del agua; es la que realmente hizo daño en el flanco derecho del casco», recuerda Ares. Guarda la entrada a la sala inmersiva de MAD, una gran extensión con puffs en los que los visitantes se sientan para ver proyectados en las cuatro paredes y el suelo un audiovisual en el que, «durante casi 30 minutos, pueden conocer cómo fue el diseño, la construcción y la navegación del Titanic». Aunque el núcleo narrativo lo constituye la experiencia de los pasajeros, que tiene como hilo conductor una historia concreta: «Los protagonistas son un padre y una hija que viajan a Nueva York para encontrarse con su madre y nos describen cómo es el interior del transatlántico». 

Colisión y metaverso

La colisión es la gran joya de la corona: «Es muy visual, escrito y proyectado para todos los públicos y realmente uno de los momentos cúlmenes de nuestro trabajo», explica Ares. Aunque tampoco desmerecen escenas tan impresionantes como la que reconstruye la ciclópea actividad del astillero de Belfast donde se forjó el monstruo o el poderío de la sala de máquinas, nada se puede comparar a la sensación de desnivel, con el barco ya medio inundado, que logra el juego de perspectivas de la sala. La inmersión resulta casi literal… 

Y sitúa el estado de ánimo del espectador en el espectro propicio para el colofón del metaverso, «la zona que quizás más éxito ha tenido y que más comentarios positivos cuenta en las redes sociales», según Ares. Su secreto, explica, está en que «el visitante camina con unas gafas de realidad virtual en un espacio que replica la aventura del Titanic. Al principio, se sumerge con un submarino hasta las profundidades del Atlántico y llega al pecio. Una vez allí, todo se transforma y empieza a caminar por el Titanic: los grandes salones, las habitaciones, los pasillos, las suites. Todo el tiempo, con una percepción muy realista del tamaño del barco y la inmensidad del océano».

En el metaverso, el visitante se vuelve a poner unas gafas de realidad virtual, pero está liberado en un espacio abierto que, al principio, puede resultar inquietante. Unas claras señales rojas advierten de la presencia de un obstáculo de esa realidad física que se acaba de abandonar, y otras verdes, la de seres humanos en movimiento. Además, un nutrido grupo de asistentes vigilan cualquier situación peligrosa. Obviamente, a nadie se le ocurre correr. Se camina despacio, dejando poco a poco de poner las palmas de las manos como escudo, curioseando cada vez con mayor soltura por pasillos y salones, admirando muebles, cotilleando entre los grupitos de personajes virtuales condenados a la tragedia. Las imágenes son nítidas, como en una película de animación de buena resolución, y la sensación inmersiva resulta fascinante. Solo los fallos de sincronización entre las voces y los movimientos de los personajes restan algo de verosimilitud.      

El visitante, protagonista

Tras la despedida del capitán, y justo antes de la salida, aún queda el epílogo más evidente con una maqueta de esas de las del tan limitado y limitante mundo real. Ares casi se disculpa: «Como no podía ser de otra manera, te puedes hacer una fotografía en la proa del Titanic para rememorar la película de James Cameron». Reconoce que la película y, «sobre todo, el hallazgo por parte de arqueólogos subacuáticos en el año 1985 del pecio, han permitido que la figura del Titanic se haya situado en primera plana en los últimos 30 años». Aunque, desde su punto de vista, «la clave del éxito del Titanic descansa en la cantidad de información que hay sobre él. Es cierto que sucedió hace más de un siglo, pero las noticias, las fotografías, el testimonio de todas las personas que se salvaron siguen resultándonos cercanas».

Una historia que se adaptaba como anillo al guante a su forma de entender la experiencia expositiva. «Aunque en los últimos años los museos tradicionales han incorporado a su museografía pantallas con vídeos e incluso elementos interactivos, una exposición inmersiva como la nuestra no tiene nada que ver», explica Ares: «El protagonista es el propio visitante, no las piezas», y todo se subordina al aspecto narrativo: «Otras exposiciones inmersivas se basan simplemente en la proyección de imágenes más o menos espectaculares y se busca solamente el aspecto estético. En Madrid Artes Digitales hemos buscado desde el comienzo contar una historia, por eso el guion es tan importante».

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